El grupo, guiado por la Sheriff, se dirigió a la granja Hill. Habían sido tres las muertes producidas en el pueblo, dos de ellas claramente causadas por sendos asesinados y una tercera bajo fuertes sospechas de haber sido un infarto provocado. Joanne se quedó con las ganas de poder entrevistarle la anterior vez que estuvo allí. Además, era más rápido para el grupo de agentes del FBI ser acompañados que recibir unas meras indicaciones. El camino hasta la granja Hill fue acompañado de truenos que comenzaban a escucharse en la lejanía. Poco a poco, ya cerca del final del día, una tormenta comenzaba a acercase a Ashville.
Para llegar a la granja fue necesario abandonar el pueblo y conducir durante un par de millas por caminos de tierra. Según se fueron acercando comenzaron a ver los maizales propiedad de Martin Hill. La gran mayoría estaban bastante mal cuidados y, en algunas áreas, claramente enfermos o directamente muertos y que llegaban hasta la carretera. El camino conducía hasta la puerta misma de la granja Hill. Una casa destartalada, sin cuidar, unos maizales semisalvajes, un granero prácticamente en derrumbe, y todos los elementos que hace que parezca salida de algún relato de Howard Phillips Lovecraft.
La casa donde vivía Hill era una construcción que claramente había conocido días mejores. Una casa de dos pisos más una buhardilla. Toda la casa aparecía con la pintura caída en muchas partes, dejando ver la madera que la recubría, y la suciedad que había hecho que toda la casa adquiriese un tono grisáceo. Las ventanas estaban cerradas y algunas presentaban los cristales rotos. Los escalones de la entrada crujían como si se pisase un gato y las telarañas campaban por doquier.
—Martin Hill es un hombre muy mayor —les explicó la Sheriff— y está medio loco. Deberán tener paciencia con él. Suele gritar e insultar a todos con los que se encuentra.
La Sheriff llamó a la puerta varias veces hasta que, varios minutos, después se abrió al fin. Al otro lado, en el interior de la casa, había un hombre de aspecto sucio y demacrado que se aferraba a la vida por pura terquedad. Estaba extremadamente delgado, fruto de la mala alimentación, y su piel arrugada estaba salpicada de manchas seniles. Vestía con ropas antiquísimas y sujetaba sus rotos pantalones con unos tirantes marrones que hacía años que debieron de haberse roto.
—¿Qué demonios quiere ahora, Sheriff? ¿No me va a dejar en paz? —preguntó con una voz cascada y un acento cerrado. Al instante se dio cuenta de la presencia de los cuatro agentes—. ¿Quién se supone que son ustedes? ¿Qué c*** quieren?
Deprimente. Esa era la palabra que resumía la parte del recorrido final que les conduciría a la casa de Hill. A medida que el coche avanzaba por los terrenos del granjero, se podía distinguir con total claridad la decadencia de aquel lugar. No había nada que me indicara que las cosas iban medianamente bien pues ni los maizales ni la casa en sí misma daban buena impresión.
Que su dueño fuera un anciano chiflado solo era un añadido más a la desazón que aquel paisaje producía en mi interior.
Me mantuve encerrado en mi silencio mientras la sheriff repetía una vez más lo testarudo que era el viejo. A esas alturas ya no sabía si se trataba de una justificación ante lo que nos esperaba o simplemente seguía convencida de que el hombre no tenía nada que ver en los asesinatos. Pero tres discusiones con tres personas que ahora estaban muertas... Demasiada casualidad. Y si el viejo tenía tan mal genio como se decía más razón aún para investigarlo.
Y ahora ahí estaba ante nosotros. Tan decrépito como el lugar en el que vivía. La compasión y la pena se mezclaban con el recelo ante su actitud.
—¿Señor Hill? Somos agentes del F.B.I. —dije, sacando mi placa del bolsillo para mostrársela al anciano—. Solo queremos hacerle unas preguntas. No le entretendremos demasiado.
Como respondiendo a las palabras de John Dwight, un enorme perro negro se lanzó corriendo hacia el grupo de investigadores con malas intenciones. Por fortuna, el perro estaba atado con una gran cadena a su destartalada y sucia caseta. El perro era grande, pero estaba delgado, y en sus ojos se puede adivinar que se ha abalanzado hacia los investigadores con más hambre que rabia.
—¿Y eso tiene que impresionarme de alguna manera, hijo? —preguntó el viejo Hill ante la identificación hecha por Dwight—. Ya me he encontrado con los federales antes. Gentuza que creen que tienen derecho a meterse en todos los asuntos que les dé la gana…
Bajó las escaleras empujando a cuanta persona se encontraba en su lugar y se dirigió a un costado de la destartalada casa. Allí tiene un apero de labranza, concretamente una guadaña que parece emplearse para cortar tallos podridos o ayudarle en la recolección del maíz y el trigo.
—Ya te dije, zorrita, que te dedicaras a putear con el hijo del reverendo y que me dejases en paz, ¿es qué el pelo no te deja que te lleguen las palabras a las orejas? —pregunta con muy poco respete hacia Joanne tanto como Sheriff del lugar como persona.
Ella fingió no haber oído nada de lo anterior.
—Señor Hill, estos señores han venido de muy lejos para poder hacerle unas preguntas —dijo con una paciencia infinita—. Le ruego que haga el favor de responderles. Por favor, hágalo por la gente del pueblo que…
—¡Esa panda de imbéciles! —se burló—. ¿Por ellos lo tengo que hacer?
—Está bien, señor Hill, hágalo para que le dejen en paz cuanto antes —se le ocurrió a Joanne.
—De acuerdo —dijo mientras soltaba la guadaña en el suelo de nuevo—. ¿Qué es eso que quieren preguntarme? A ver… no me hagan perder mucho el tiempo.
Jules se mantuvo algo apartado de la escena. Estuvo observando en todo momento el comportamiento del granjero, al cual parecía que le molestaba cualquiera que perturbara su ideal día de la marmota - ¿Qué más tendrá que hacer este hombre? seguramente esté solo y se desquita de sus pensamientos siendo hostil con el resto - pensó para sí mismo.
—Señor, ¿conoce usted entonces al reverendo? Sabrá usted que ha muerto de un ataque al corazón... —dijo buscándole la mirada—. Se nos ha informado de que tuvo un rifi-rafe con usted hará unas semanas. Él ya no está aquí para contarnos por qué, pero nosotros querríamos saberlo. Por eso hemos venido a verle.
El anciano puso su cara más desagradable ante las palabras de Jules Sullivan. Su rostro mostraba un infinito desprecio por el grupo de personas que se amontonaban frente a su puerta, pero sin duda, la que se llevaba sus mayores desprecios era la Sheriff Joanne Baker, que era quien había conducido al resto hacia su granja. Su rostro, surcado por arrugas que le hacían parecer treinta años más viejo de lo que debía ser, era una máscara de odio.
—Pues claro que conocía al p*** reverendo, chico, todo el mundo le conocía —habla casi escupiendo las palabras—. Y sí, tuve una discusión con ese santurrón. ¿Y qué? ¿Eso hace que quisiera matarle? Entonces tendría que matar al pueblo entero, imbécil.
Joanne se estaba poniendo ligeramente nerviosa por no saber cómo reaccionarían los agentes del FBI ante tales palabras, pero se hubiera tranquilizado de saber el profundo entrenamiento que tenían todos y la sangre fría de que hacía gala el agente Sullivan en todo momento.
—¿Le gustaría matar a todo el pueblo? —preguntó la agente Sparks, inesperadamente, como una pregunta retórica cualquiera.
El hombre pareció dudar durante unos momentos. Seguramente la pregunta le había cogido por sorpresa o, quizá, era algo que secretamente deseaba para quedarse a gusto y tranquilo con su mal humor para siempre.
—¿Qué gilip***** es esa? —dijo al fin—. No diga tonterías, pelirroja del demonio.
—Me gustaría que no insultase a nadie —dijo Peter Johnson con voz firme y serena—. Nosotros le estamos tratando con respeto y, si quiere que la cosa siga así, debería comportarse como una persona civilizada.
El hombre estalló en alaridos.
—¡Vienen a mi casa con estúpidas acusaciones y pretenden que siga tan tranquilo! —Se giró hacia John Dwight—. ¡Y ese imbécil del traje oscuro se cree muy listo mirándome como si fuera una especie de cabritillo dando saltos! ¡Por mí pueden irse a la mierda!
Peter volvió a intervenir.
—Señor, ese señor al que acaba de insultar es mil veces más valiente e inteligente de lo que usted habrá sido en toda su vida —le defendió con fiereza debido a la estrecha relación que, para el joven, le unía a su superior—. Si le vuelve a insultar, no le garantizo que yo mismo no le rompa a usted la cara de un puñetazo.
—Muy brabucón contra un viejo —se defendió haciéndose la víctima.
La Sheriff intervino para calmar los ánimos.
—Vamos a concentrarnos un momento en lo estábamos —dijo—. Las dos primeras muertes se llevaron a cabo con un arma de filo cortante… una guadaña, por ejemplo. Usted debe tener guadañas. Han podido robarle alguna para cometer los crímenes.
—¿Y tengo que dejarles ver mis aparejos de labranza?
En ese momento había que hacer algo que fuera rápido, efectivo y, por supuesto, no violento, para convencer a ese hombre de que dejase al grupo inspeccionar las guadañas y cualquier otro objeto similar que estuviese guardado en su cobertizo. O quizá la misma que había cogido en el lateral de la casa mientras hablaba con el grupo.
Me había mantenido al margen mientras la discusión iba tomando carices cada vez más peligrosos. Aquel hombre, quizás debido a su soledad, a su edad o a su estado de salud mental, o tal vez por todo junto, tenía todas las papeletas de resultar ser el asesino. Pero aún así me resultaba demasiado obvio, demasiado... preparado para tenerlas todas conmigo.
Sus insultos iban subiendo de tono, demostrando que en el pueblo no debía gozar de muy buena fama. Pero que fuera un viejo cascarrabias y malhablado no tenia porqué convertirlo en un asesino...
Y ahí estaba, dudando entre considerarlo culpable o simplemente un viejo chiflado. Hasta que por fin decidí intervenir después de la defensa que de mi hizo Johnson. El bueno de Peter... Quizás sin él saberlo, ya que nunca se lo había dicho, estaba resultando un gran apoyo para mí.
—Vamos a calmarnos todos, ¿de acuerdo? —dije con voz autoritaria antes de enfrentarme al viejo Hill—. Y usted, deje de insultar y mostrar su bravuconería porque esta metido en un buen lío. Tres discusiones con personas del pueblo, tres muertos y varias pistas que le conducen a usted directamente... Así que tranquilícese y por su propio bien colabore.
Empezaba a perder la paciencia así que, durante un instante, prefería concentrarme en el ritmo de mi respiración para calmarme. De nada iba a servir que yo también perdiera los estribos.
—Y si no quiere que le detenga ahora mismo por obstruir una investigación, va a darnos de buen grado cualquier arma o aparejo cortante que tenga en su granja. ¿Entendido?
- Me temo que mi colega tiene razón. Hay más que sospechas suficientes como para que le empapelen durante unos días, así que por favor, colabore con nosotros para que podamos aclararlo cuanto antes.
Jules no se encontraba en posición de intimidar, ya que su compañero había comenzado con aquel papel. Sin embargo lo de jugar al poli bueno no era lo suyo. John tenía razón, primero debíamos tener las armas que pudieran ponernos en algún compromiso. Este hombre parece inestable y peligroso, solo faltaba que le diera una rabieta y acabáramos mal, nosotros o él.
- Comencemos con la que tiene ahí - dijo señalando a la guadaña que tenía en mano aquel hombre - déjemela y guíenos a por el resto. - su rostro se oscureció (más de lo normal, je) y se quedó bien atento a lo que pudiera hacer aquel hombre. Por mayor que fuera, un hombre que seguía trabajando la tierra seguía teniendo fuerza suficiente.
El tono autoritario con el que comenzó a hablar John Dwight tras la explosión del Martin Hill logró calmar los ánimos. Al menos durante unos minutos. Los suficientes como para poder continuar un remedo de conversación. La orden del veterano agente del FBI unido a sus acusaciones, habían hecho mella en el anciano malhumorado y peor hablado. La Sheriff pareció agradecer el gesto, aunque era probable que estuviese acostumbrada a ser insultada por ese hombre. Al fin y al cabo, no parecía estar en sus cabales.
—¿Qué está usted diciendo señor? —preguntó con un ligero tono desafiante, aunque manteniendo las formas—. En toda mi vida no he matado a nadie. Puedo ser un gruñón, como dice todo el pueblo, y puede que tenga la mecha corta… pero nadie me ha visto siquiera levantarle la mano a un solo convecino. ¡Nunca!
Las miradas de los agentes se clavaron en la Sheriff para descubrir si tal afirmación era cierta o había sido alguien propenso a buscar bronca y resolverla a puñetazos. Joanna Baker asintió indicando, sin ningún género de dudas, que el hombre estaba diciendo la verdad. Aunque eso, claro estaba, no quería decir que no fuera el asesino en esta ocasión.
John Dwight se calmó mediante las técnicas respiratorias que ya conocía antes de pedirle al anciano que le dejase inspeccionar cualquier tipo de arma o aparejo de labranza de las que tenía en su granja. Eso no pareció hacerle demasiada gracia.
—¿Está hablando en serio, señor? —preguntó, con un asomo de sorpresa en su rostro—. ¿Se van a poner a registrar mis guadañas y hoces? ¡¿Para qué demonios les va a servir eso?!
En ese momento intervino Jules Sullivan, calmado, tratando de no usar el tono de autosuficiencia que generalmente era tan propio en él. Ese hombre era peligroso y, muy posiblemente, inimputable en un proceso penal debido a su avanzada edad y su muy probablemente delicada salud. El forense insistió en que el hombre colaborase de buen grado para resolver los crímenes cuanto antes.
—Esto es un atropello a mis derechos… —murmuró el anciano, cada vez menos impelido a permanecer en sus trece pero sin dar su brazo a torcer del todo—. Ustedes sabrán lo que hacen. ¿Qué es lo que quieren mirar?
Sullivan le pidió la guadaña que acababa de coger de uno de los muros exteriores de la casa. Pese a que Hill comenzó a dársela tranquila y lentamente, Sullivan permaneció alerta ante cualquier movimiento en falso que pudiera realizar el viejo y que pudiese ser interpretado como un intento de agresión.
—Tómela, agente.
Sullivan sabía que el arma de los dos primeros crímenes había sido un arma blanca de un solo filo y curvada, lo que había que la guadaña se ajustase a la descripción como un guante. Pero rápidamente se dio cuenta de que no estaba oxidada, tal y como sí lo estaba la de los crímenes de acuerdo con los restos hallados en las heridas. No obstante, eso se podía solucionar puliendo toda la hoja y afilándola de nuevo, así que la duda de que pudiera ser el arma del crimen seguía en el aire.
—Tengo un almacén lleno de ellas, agentes. Admito que descubrí unas manchas extrañas en esta y que eso me llevó a dejarla como nueva, pero no parecían sangre…
Tanto Dwight como Sullivan sabían que podrían encargar un análisis de ADN al laboratorio de Desert Palm Springs, pero algo así duraría al menos una semana y no disponían de tanto tiempo. Aunque podía resultar de utilidad de todas formas Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando el teléfono móvil de la Sheriff comenzó a sonar. Respondió y su rostro cambió de rictus e incluso de color. Algo grave había tenido que suceder.
—Nos la llevamos —dije de manera categórica—. Y también tendremos que echar un vistazo al resto.
Que el granjero hubiera pulido su guadaña era un contratiempo para nosotros. Conseguir una muestra de ADN, si es que lo que manchaba la hoja era realmente sangre, no iba a resultar difícil. Ese no era el problema. El verdadero problema residía en la falta de tiempo... No podíamos permanecer alli investigando los asesinatos tantos días y días era lo que tardaría el resultado del análisis. De todas formas teníamos que intentarlo.
Poco más íbamos a poder sacar de aquel viejo malhablado, pero al menos teníamos algo tangible que investigar. Iba a pronunciarme al respecto cuando la llamada que recibió la sheriff interrumpio el hilo de mis pensamientos. No fue tanto el sonido de su móvil lo que me causó estupor y alarma sino el semblante que la mujer puso. Solo esperaba que no nos anunciara una nueva muerte.
—¿Algún problema sheriff? —pregunté, aunque viendo el gesto que había puesto mucho me temía que así era—. ¿Sucede algo grave?
- Muchas gracias por su colaboración, Mr Hill. Podría preguntarle, ¿qué producto o técnica utilizó para limpiar la guadaña? ¿suele trabajar en el campo todos los días? lo pregunto debido a que acaba de comentar que se la encontró manchada... eso quiere decir o que estuvo un tiempo sin usarse o que la perdió de vista. ¿Echa en falta algún aparejo más de su granja? - intentó mantener un tono amable y no presionar mucho, ya que parece que el señor Hill había accedido a colaborar sin siquiera una orden. - y discúlpeme esta última pregunta: si las manchas que encontró no le parecía sangre, ¿a qué le parecían?
Sacó un pañuelo de la chaqueta de su traje con la que sostuvo la guadaña y comenzó a inspeccionarla. En efecto, había sido limpiada, pero si sabía cómo seguramente el análisis podría ser más certero. Si se hubiera lijado de nuevo la guadaña... aquello sería un problema ya que se hubiera ido con el limado cualquier resto biológico... aunque el análisis era necesario. Hizo caso omiso a la llamada que recibió la Sheriff, vio que John se encargaba así que él prestó su atención en el señor Hill.
El anciano Martin Hill parecía algo reacio a contestar las preguntas de los agentes federales y la Sheriff. No era algo desconocido para aquellos que han visitado la América profunda el hecho de que sean tan celosos de su intimidad y todos sus asuntos casi por igual. Sin embargo, en esta ocasión el viejo Hill sabía que con dos muertes apuntando a su guadaña, era poco lo que podía hacer para no contestar. Puede que fuera a la cárcel por obstrucción y puede que no, pero no parecía dispuesto a jugarse esa probabilidad.
—Llévense la p*** guadaña, si quieren —dijo mientras la tendía hacia John Diwght—. Y miren todo lo que les dé la gana, pero ya les digo que no van a encontrar una m*****.
—Es lo que más me gusta de usted, señor Hill —comentó la Sheriff Baker que tenía el rostro pálido como el mármol más blanco—: su impecable educación.
El hombre se revolvió.
—Tú cállate, p*** —dijo con una voz seria y algo amenazadora—. Nada de esto me estaría pasando si no hubieras levantado la liebre sobre mí, que soy un hombre inocente.
—Todos los culpables dicen lo mismo —murmuró la mujer para que el viejo no la oyese.
—Y no he notado la falta de ningún aparejo, señor —respondió a Jules rápidamente—. Por suerte poca gente viene por aquí salvo algún jornalero que contrato de tiempo en tiempo, pero desde la anterior cosecha no he contratado a nadie.
No hizo falta preguntarle nada para saber cómo debía pagar este hombre a aquellos que contrataba durante algunos días para que le ayudasen en la cosecha. No tenía aspecto de generoso, persona comprometida socialmente y mucho menos de negociador amplio de miras.
Cuando Sullivan le preguntó cómo hacía para lavar la guadaña, el hombre le miró con cierta sorpresa, como quien no sabe cómo limpiarse la cara por la mañana.
—Con agua y jabón, señor, como ya lo hacía mi padre. Después la pulí un poco. Y… bueno, no puedo asegurar que no fueran manchas de sangre, sólo digo que si las he utilizado en mis cultivos veo difícil que fueran unas malditas manchas de sangre, la verdad. ¿O es que sangra el maíz? —preguntó con cierta sorna y mostrando la falta de tres dientes en su boca.
Sullivan comenzó a mirar el interior del cobertizo que parecía a punto de caerse a pedazos. Una gallina cacareando desde el interior le hizo pensar que allí podría encontrar cualquier cosa fuera de lugar. Los aparejos de labranza estaban allí, la mayoría manchados de sabia y otras sustancias nada sospechosas de ser sangre. Únicamente había levantado sus sospechas la que el viejo Hill llevaba en sus manos y que ahora llevaba Dwight como un bastón en el que apoyarse. El forense sabía que no quedaba más opción que enviar a enviar la guadaña, aunque el resultado llegase tarde.
Precisamente el veterano agente se llevó a la Sheriff a un aparte para poder hablar acerca de la llamada que acababa de recibir y que tanto le había alterado. Le preguntó por ello.
—Es Lucille Stevenson, la exesposa del doctor… —la Sheriff hablaba como si estuviese de pronto lejos, fuera del alcance de los oídos de cualquiera—. Acaba de aparecer muerta…
El oído de Martin Hill era bastante duro, pero sólo para aquello que a él le era conveniente.
—Así que han matado a alguien en el pueblo y yo estaba con ustedes… qué interesante, ¿verdad?
La Sheriff le ignoró.
—Hay que hablar con los hijos de la pareja, por lo visto fueron testigos. Sólo son dos niños… También hay que hablar con el marido, pero les ruego que no se separen de mí… No sé cómo actuar…
Mientras mis compañeros se dedicaban a registrar el cobertizo de Hill buscando otros aperos que pudieran ser considerados como armas del crimen, yo me dediqué a hablar con la sheriff. La preocupación en el tono de su voz y, sobre todo, en sus gestos, era contagiosa y no hacía falta ser ningún adivino para darse cuenta que algo muy grave había pasado.
Y las noticias que me dio solo confirmaron mi sospecha y mi temor inicial.
Pero fue el comentario del granjero Hill lo que hizo que me volviera hacia él con cara de pocos amigos. El hombre ya había demostrado su mala educación y sus formas tan groseras de hablar, así que no debería haberme extrañado que hubiera escuchado nuestra conversación, pero aún así me senti bastante molesto. Quizás el cansancio empezaba a afectarme, o pudiera ser que fueran los recuerdos del caso anterior, pero fuera lo que fuera empezaba a perder la paciencia.
—Que el cuerpo haya aparecido ahora cuando hablamos con usted —dije en tono bastante serio— no prueba nada... Usted sigue siendo sospechoso.
Dejando de lado por unos instantes al granjero llamé a mis compañeros. Por el momento en aquella granja poco podíamos hacer y teníamos que ir a ver la escena del nuevo asesinato. Y, si era posible, hablar con los testigos aunque saber que eran unos crios no iba a ayudar demasiado.
—Coged todo lo que consideréis pruebas para llevar a analizar... Debemos ir a ver otra escena —avisé al resto antes de girarme de nuevo hacia Hill—. Le dejamos tranquilo... Por el momento, pero ni se le ocurra salir del pueblo.