Encontrar la tienda llamada «Cosas curiosas» representó un serio problema. Se suponía que estaba a la salida de Ashville, pero nadie sabía la dirección a seguir para ello. Algunos creían que se encontraba junto a la granja del viejo Hill mientras que otros hubieran jurado que se situaba junto a la granja Stevenson. El dislate consistía en que todos aseguraban haberla visitado en algún momento u otro. Incluso dos personas que estuviesen orientando al grupo al mismo tiempo no eran capaces de llegar a un acuerdo sobre su situación exacta. Ya había pasado el mediodía cuando se dirigieron al norte buscando la famosa tienda y, en un claro en el que un par de horas antes no habían logrado verla, apareció el comercio. «Cosas curiosas», rezaba en un cartel en el exterior ligeramente iluminado desde el interior por algunas bombillas.
El grupo bajó del vehículo que le había llevado a Ashville hacía un par de días y con el que habían recorrido durante horas toda la zona en busca de ese lugar. La tienda tenía un enorme escaparate de un cristal oscuro que no permitía ver prácticamente ninguno de los productos que se adivinaban expuestos. Un conjunto de libros, un gramófono, una lámpara y decenas de cosas más que sólo podían intuirse, pero no verse a causa de la gigantesca luna tintada. Los investigadores se miraron unos a otros, pero no era momento de dudar. Peter Johnson decidió adelantarse y ser el que abriese la puerta, hecha de madera antigua, pero en bastante buen estado, que daba paso al interior, prácticamente en la más profunda penumbra desde la calle.
Una vez dentro, lo primero que podía percibirse era el cambio en la iluminación y en la atmósfera. Parecía, literalmente, como entrar en otro mundo. La luz del día es apenas perceptible y las luces del interior estaban encendidas. El aire se cargó de una forma pesada que puso ligeramente los pelos de punta a los cuatro agentes del FBI, que repentinamente se encontraban rodeados de todo tipo de objetos estrafalarios. Cosas apiladas en el mejor de los casos y apiñados en el peor. Una persona con mucha imaginación podría pensar que se encontraba en la guarida de un aprendiz de hechicero. En el aire flotaban aromas indescifrables, maderas olorosas e inciensos mezclados, bolas de cristal de variados tamaños y colores, plumas exóticas de tamaños inimaginables, libros polvorientos en idiomas extraños, muebles de madera oscura de formas extrañas, cabezas reducidas, calaveras tatuadas, jaulas demasiado grandes (o pequeñas) para que fueran para pájaros, joyas hechas de materiales desconocidos y un largo, largo, largo, etcétera.
—Buenas, dama y caballeros —dice una voz con un curioso timbre.
El hombre que acababa de hablar media cerca de un metro ochenta y parecía contar con setenta años, aunque esto no estaba claro del todo. Cuando se encontraba lejos del mostrador que dividía la tienda en dos, parecía tener algo más de treinta años, percepción que fue cambiando a medida que se acercaba. Caminaba algo encorvado al principio, pero su espalda se veía ahora recta.
—Mi nombre es Neville Milto, pero pueden llamarme «Imaginauta», que es el apodo por el que me conocen mis clientes —sus ojos oscuros se clavan en los de Salina Sparks, pero la joven sufre un pequeño respingo interior cuando se da cuenta de que en realidad sus iris son del azul más profundo—. ¿Qué puedo hacer por ustedes?
No entendía qué estaba pasando. Encontrar aquella tienda estaba resultando mucho más difícil de lo que yo me imaginaba. Seguíamos las indicaciones que nos daban, cada una distinta a la anterior, y aún así no conseguíamos dar con la tienda. En esta ocasion, ya no podía decirse que fuera solo cosa mía o que yo me estuviera volviendo loco como había pasado con la llamada de teléfono, ahora éramos todos los que comprobábamos aquella extraña situación.
Fueron vueltas y más vueltas, perdiendo un tiempo precioso el que tardamos en dar con la tienda, la cual tuve la impresión de que habia aparecido de la nada en un lugar que acabábamos de visitar. ¿Se nos había pasado por alto? Podría ser esa la explicación y a ella me agarraba con fuerza, pero dudaba que ninguno de nosotros hubiera sido capaz de verlo antes. Parecía como si la tienda hubiera aparecido cuando a ella le dio la gana.
Fuera lo que fuera lo que hubiera sucedido, al final habíamos conseguido llegar. Un lugar extraño por fuera y más extraño y perturbador lo era por dentro. El contraste entre la luz exterior y la artificial del interior hizo que entrecerrara los ojos unos segundos al entrar y, hasta que no me habitué a ver todo bajo el prisma artificial de las bombillas. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal, como si hubiera pasado de un lugar muy caliente a un oscuro, húmedo y frío pozo.
Miré a mi alrededor con aprensión, preguntándome cómo era posible que una tienda de aquellas características pudiera tener éxito en un pueblo como aquel. Cómo era posible que sobreviviera vendiendo objetos tan espeluznantes, raros e inquietantes como los que mis ojos estaban mirando. Tenía la desagradable sensación de, una vez traspasada la puerta, haber abandonado el mundo real por otro mucho más terrible, enloquecedor y turbador.
La voz que resonó entre los objetos me sacó de golpe de mis oscuros pensamientos.
—¿Imaginauta? —pregunté sorprendido sin saber a qué se refería antes de hacer la presentación de mi equipo—. Soy el agente Dwight y ellos son los agentes Sparks —señalé a mi compañera sin que me pasara por alto la mirada que el hombre dirigía a la joven, algo que me resultó desagradable—, Johnson y Sullivan. Estamos investigando unos asesinatos ocurridos en Ashville y el nombre de su tienda ha salido a relucir. Quisiéramos saber si ha vendido un espantapájaros al granjero Hill y, de ser así, ¿podría describírnoslo? Y ¿por qué Hill eligió precisamente el que se llevó? ¿Qué tenía de especial ese sobre los demás que pudiera venderle?
El hombre miró a los agentes uno por uno con una mueca en la cara fácilmente interpretable como una sonrisa. El olor a incienso del ambiente pareció arreciar durante unos segundos mientras vientos fríos recorrían la tienda como fantasmas revoloteando por un siniestro castillo. La densidad del aire era casi palpable y los ojos verdes del vendedor, brillantes como las esmeraldas, parecían fuera de lugar. Se giró y permitió que el grupo viese su rostro lleno de arrugas y, repentinamente, su aspecto parecía más el de un hombre ya entrado en años. Aunque había algo en sus rasgos que parecía sugerir que variarían de un momento a otro. Si no siniestro, cuando menos el individuo, que se autodenominaba «Imaginauta», resultaba perturbador. Casi tanto como su tienda, un conglomerado de objetos variopintos que no parecían tener nada que ver unos con otros.
—¿Imaginauta? —preguntó el agente Dwight con sorpresa al no relacionar ese término con una tienda de pueblo—. Soy el agente Dwight y ellos son los agentes Sparks, Johnson y Sullivan. Estamos investigando unos asesinatos ocurridos en Ashville y el nombre de su tienda ha salido a relucir.
El hombre no respondió inmediatamente, sino que se tomó su tiempo para formular la respuesta. El tiempo que quizá se tomaría un hombre mayor, salvo por el hecho de que la luz artificial de la tienda devolvía la imagen de un hombre que no podría haber cumplido aún los cuarenta años. Sus ojos oscuros conferían mayor dureza a sus rasgos y a nadie pareció importarle que escasos segundos atrás habían sido verdes.
—Comprendo, agente Dwight —dijo con un tono de voz educado y una vocalización tan perfecta que parecía británico—. Ignoro las circunstancias en las que mi tienda ha sido mencionada en medio de una investigación criminal, pero no dude que haré todo lo posible por ayudar.
Dwight fue directamente al grano.
—Quisiéramos saber si ha vendido un espantapájaros al granjero Hill.
—Supongo que no estarían aquí si no estuviese mínimamente seguros de ello, agente —suspira—. En efecto, le vendí un espantapájaros al señor Hill.
Todos miraron con interés al Imaginauta, que parecía sonreír, aunque su boca permanecía sin mostrar emoción alguna.
—¿Podría describírnoslo?
—Naturalmente. Por favor, déjeme pensar… Recuerdo que medía unos dos metros y medio. La ropa que llevaba era una camisa de leñador y un pantalón viejo. Ojos hechos con dos botones negros y una boca dibujada en el saco que hacía las veces de cabeza, donde llevaba un sombrero algo raído. Todo el interior estaba relleno de paja, por supuesto.
El Imaginauta se acercó un poco más al mostrador. Su cabeza quedaba muy por encima del resto. Curiosamente, esa no era la altura que parecía tener al principio de la conversación. Sus ojos de un bello color miel se centraron en Sullivan.
—Y ¿por qué Hill eligió precisamente el que se llevó? —inquirió Dwight—. ¿Qué tenía de especial ese sobre los demás que pudiera venderle?
—Fue el que llamó la atención del señor Hill, que pagó generosamente por él, si quiere saber mi opinión —siguió mirando a Sullivan, como si algo de lo que fuera a decir se tratase de una broma privada entre el forense y él, y quizá lo fuese—. Ese espantapájaros, en concreto, tiene un esqueleto humano dentro.
Aquella tienda, y sobre todo el hombre que la regentaba, me daba escalofríos. No sabía decir muy bien el porqué pero me resultaba inquietante. Lo único que deseaba era terminar el interrogatorio y salir de aquel ambiente agobiante cuanto antes.
Debía estar alucinando, no había otra explicación. O quizás la luz artificial de la tienda creaba efectos cambiantes en los objetos y en las personas. Pero fuera lo que fuera, la sensación que Neville Milto creaba en mí era perturbadora. Imposible descifrar su edad real pues tan pronto aparentaba ser un viejo como un cuarentón. Y esos ojos brillantes que cambiaban de color... No, seguramente las luces me estaban jugando una mala pasada.
Y mientras el hombre hablaba no podía desprenderme de la sensación de estar ante personas distintas. El cansancio, seguramente todo se debia a mi agotamiento, no podía haber otra explicación para tener aquellas alucinaciones.
Pero las palabras de Milto me pusieron los pelos de punta.
—¿Un esqueleto humano? —pregunté sin ocultar el asombro, e incluso estupor, que estaba sintiendo en esos instantes—. ¿De quién? ¿Cóm oes posible que se hagan espantapájaros con esqueletos humanos?
Aquello me parecía una locura, una aberración; y más aun sabiendo que Hill había pagado una buena cantidad de dinero por conseguirlo. Lo que me llevaba a preguntarme una vez más porqué el granjero había pedido un préstamo al banco si parecía tener dinero suficiente.
—Qué mente enferma prefiere tener un esqueleto humano disfrazado de espantapájaros antes que uno normal de paja. Y encima pagando más dinero por él... Dudo que los pajaros vieran la diferencia —dijo, siendo más una reflexión para sí mismo que para ser escuchada por el resto.
Cansado del viaje que habían tenido hasta llegar hasta aquella tienda tan extraña, Jules se sintió un tanto pesado y mareado por el ambiente. Aquella luz, el aroma, todo hacía que se sintiese así y no le gustaba. Sus años en medicina le alertaban del cuidado con los olores exóticos. Puede que fuera solo incienso, pero los cambios repentinos de apariencia en aquel 'Imaginauta' eran bastante sospechosos, y solo había que unir dos cabos para entender por qué. Sin embargo desconocía si su equipo también se encontraba en esa situación o era simplemente el cansancio acumulado de estos días.
- ¿Cómo que un cadáver dentro? - se alertó al escuchar la declaració de aquel hombre. Aquello ya no solo olía a chamusquina, sino que se podían entrever hasta las llamas del incendio. No le gustaba para nada el tono que había utilizado en esa afirmación. - ¿Está seguro que era un cadáver de verdad? y encima de dos metros y medio... un cuerpo así no pasa desapercibido tan fácilmente... sabe, además, que traficar con cadáveres está considerado delito, ¿verdad?
Al ver aquella ventana abierta, intentó jugar la carta para intentar sacar toda la información posible. Seguía creyendo en la culpabilidad de Hill, pero no le extrañaba que aquel hombre pudiera estar implicado también.
- Hagamos una cosa... usted nos va a enseñar el resto de espantapájaros que tiene. Si alguno está también hecho con otro esqueleto humano, nos lo llevamos. Además va a responder al resto de nuestras preguntas de manera colaborativa. ¿Qué sabe de los asesinatos que se están cometiendo en el pueblo? ¿Dónde se encontraba anoche allá a las 22:30h? supongo que podrá responder sin problemas.
En ese momento se dirigió al equipo casi susurrando.
- Un disfraz de dos metros y medio... además relleno de paja. Cualquiera podría ponérselo para aparentar más altura y engañarnos, de ahí que el espantapájaros no tuviera hueco en los "ojos", no los necesita, nadie llega a esa altura. Seguramente miraría por la camisa o algo así, como los típicos disfraces cabezones de algunas fiestas populares. Hill no nombró nada de un espantapájaros... sí que habló de que le desapareció una guadaña pero no sobre el espantapájaros que compró... se está quedando con nosotros. O él mismo es quien comete dichos crímenes o tiene a alguien ayudándole. Necesitamos más pruebas... - sentenció entonces quedándose algo cabizbajo debido al muro al que se enfrentaban. Había muerto la Sheriff, y aunque no la hubiera conocido del todo bien, sentía que había fallado a una compañera.
Lamento la espera, ha sido una semana muy movidita. No se si tengo que hacer tirada de Intimidar, máster.
Neville Milton, el hombre que se había presentado a sí mismo como «Imaginauta» permanecía tranquilo ante el pequeño bombardeo a preguntas al que le sometieron los agentes del FBI que llevaban la voz cantante. Su rostro, parecido al de un hombre de cerca de los setenta años y con ojos de color gris acero, mostraba un rictus sereno, pero algo perturbador. Respiró profundamente, algo difícil de hacer en aquel ambiente cargado de la tienda «Cosas curiosas» y se preparó para responder, una a una, a todas las preguntas que le iban llegando. Su cuerpo estaba ahora ligeramente más encorvado y su aspecto transmitía mayor indefensión.
—¿Un esqueleto humano? —preguntó un estupefacto John Dwight—. ¿De quién? ¿Cómo es posible que se hagan espantapájaros con esqueletos humanos?
El hombre se giró hacia el agente veterano antes de responder. Sus ojos tenían un brillo ligeramente verdoso a la pálida luz de la tienda donde el sol parecía no querer entrar para iluminarla.
—En efecto, según mis anotaciones, ese espantapájaros fue construido sobre un esqueleto humano —hizo una pausa y consultó un libro con las cubiertas negras y algo ajadas por el paso del tiempo—. Según mis anotaciones, fue manufacturado originalmente en 1692 y con posterioridad sufrió diversas modificaciones, esencialmente en su ropa. Según parece era una práctica habitual en la época colonial.
Dwight estaba realmente espantado por lo que acababa de escuchar.
—¿Qué mente enferma prefiere tener un esqueleto humano disfrazado de espantapájaros antes que uno normal de paja? —preguntó de manera retórica y continuó con su reflexión en voz alta—. Y encima pagando más dinero por él... Dudo que los pájaros vieran la diferencia…
—Si le soy del todo sincero —dijo el vendedor, cuyo rostro parecía ahora un poco más terso a la luz directa de una lámpara cercana—. Dudo mucho que el señor Hill supiera lo que se estaba llevando. De hecho, en ningún momento le informé de la naturaleza del espantapájaros. Se encaprichó de él y se lo quiso llevar. Le dije su precio y pagó por él. Ese es mi trabajo: vender.
Tras haber escuchado respetuosamente la intervención de John Dwight y las respuestas de Neville Milto, Jules Sullivan decidió hacer las preguntas que le rondaban la mente. Una mente algo fatigada quizá por la intensidad del caso, pero alerta por los extraños sucesos, insignificantes pero obvios, que se producían en el vendedor.
—¿Cómo que un cadáver dentro? —totalmente espantado por lo escuchado—. ¿Está seguro de que era un cadáver de verdad?
—Bueno, según mis libros es lo que está unido a la cruz de madera —respondió inmediatamente—. Yo no lo he comprobado nunca.
Pero Sullivan estaba ya lanzado.
—Y encima de dos metros y medio... —el forense miraba directamente al vendedor de la tienda—. Un cuerpo así no pasa desapercibido tan fácilmente.
—Bueno, verá, lo cierto es que los dos metros y medio son los que tiene de longitud el espantapájaros, no el cuerpo que haya debajo.
—Sabe, además, que traficar con cadáveres está considerado delito, ¿verdad?
—Obviamente no espero que esté regulado por ley, agente. Sin embargo, yo no conozco si la existencia de ese cadáver, ya esquelético, es cierto o no. Sólo repito lo que a mí se me ha dicho y, dado que no hay intención de dolo por mi parte, no creo que deba temer nada —calló durante unos instantes—. Además, creo que ahora mismo tienen otras preocupaciones entre manos, ¿verdad?
A pesar de su respuesta sosegada, el «Imaginauta» se había sentido intimidado por las posibles repercusiones que le había indicado Jules Sullivan, un hombre capaz de desmontar al más pintado con su gran tamaño y aspecto severo.
—Hagamos una cosa... usted nos va a enseñar el resto de los espantapájaros que tiene. Si alguno está también hecho con otro esqueleto humano, nos lo llevamos. Además, va a responder al resto de nuestras preguntas de manera colaborativa.
—Créame que lo lamento, agente, pero me temo que ese es el único espantapájaros de tamaño real y, desde luego, el único de esas características.
Un registro superficial de parte de la extraña tienda hizo que el grupo de cuatro agentes se diesen cuenta de que sus palabras eran ciertas. No tenía ningún otro espantapájaros de tamaño real. El resto eran pequeñas figuritas como las que coleccionaba la señora Norm.
—¿Qué sabe de los asesinatos que se están cometiendo en el pueblo? ¿Dónde se encontraba anoche allá a las 22:30h? Supongo que podrá responder sin problemas.
—Lo cierto es que sólo conozco lo que me ha llegado de oídas por parte de algunos clientes —dijo con un tono de voz que sonaba sincero mientras que, al levantar su rostro parecía el de un hombre de cuarenta años agotado—. Es horrendo y quisiera que esto se detuviese cuanto antes. Anoche a esa hora que me comenta estaba haciendo inventario en la tienda… —antes de que le preguntasen acerca de ello, continuó—. Me temo que no tengo a nadie que pueda confirmar mi coartada, pero les aseguro que es cierto.
Jules se giró hacia el equipo y hablo en un susurro.
—Un disfraz de dos metros y medio... además relleno de paja. Cualquiera podría ponérselo para aparentar más altura y engañarnos, de ahí que el espantapájaros no tuviera hueco en los «ojos», no los necesita, nadie llega a esa altura. Seguramente miraría por la camisa o algo así, como los típicos disfraces cabezones de algunas fiestas populares. Hill no nombró nada de un espantapájaros... sí que habló de que le desapareció una guadaña, pero no sobre el espantapájaros que compró... se está quedando con nosotros. O él mismo es quien comete dichos crímenes o tiene a alguien ayudándole. Necesitamos más pruebas...
En ese momento el vendedor y dueño de la tienda hizo una extraña declaración.
—Los elementos muertos en los objetos pueden ser utilizados como puntos focales a través de los cuales pueden canalizarse las energías procedentes de los chakras mediante viajes astrales —dijo de forma muy rápida y mirando fijamente al agente Dwight—. Debe mirar más allá de lo obvio y pensar que, en ocasiones, aquellos que han caído en las garras del mal encuentran formas de cometer de nuevo los mismos errores. Los mismos males. Pero precisan de la ayuda necesaria del odio de alguien para regresar.
Peter Johnson abrió desmesuradamente los ojos.
—Pero ¿qué demonios…?
En ese momento, la imagen del «Imaginauta» se empezó a volver ligeramente translúcido y comenzó a desaparecer ante los ojos de los cuatro investigadores mientras se movía rápidamente en dirección a una puerta trasera lejos de la luz de las lámparas y las velas. La puerta se cerró de golpe.
De todo lo que el «Imaginauta» les estaba contando fueron sus últimas palabras, las referidas a los viajes astrales, los chakras y en especial al regreso del mal lo que hizo que un estremecimiento me recorriera. No podía evitar dejar de pensar en ello; en la conversación teléfonica que había mantenido, o al menos yo estaba convencido de ello a pesar de lo que dijeran mis compañeros, con Lewis, en la forma en que éste parecía conocer todos y cada uno de los pasos que habíamos estado dando; en las fotografías...
Era una locura creer que Lewis era el causante directo, o casi directo, de los últimos asesinatos. Pensar en que pudiera evadirse de su cuerpo para entrar en un objeto inanimado como un espantapájos y así volver a asesinar era propio de dementes, de crédulos, de estúpidos y simplistas. Pero de otra forma ¿quién de aquel pueblo iba a ser el causante de aquellas muertes? Sospechaba de Hill pero, ¿el granjero tenía la suficiente fuerza y coraje para cometer actos tan atroces?
Por momentos creía que estaba perdiendo la razón. Ese caso me estaba afectando más de lo que yo quería reconocer y empezaba a sentir cómo las fuerzas me iban fallando. Pero entonces ¿por qué Milto había hecho ese comentario?
Lo peor de todo, lo que hizo que definitivamente creyera que había perdido la cordura, fue comprobar como el dueño de la tienda se esfumaba delante de nuestras narices. Quería seguir interrogándolo, necesitaba tener más datos sobre lo que nos quería decir, pero no hubo oportunidad. Se había diluido entre las sombras donde la luz artificial de las lámparas no conseguía llegar.
—¿Lo habéis visto? —pregunté, desconfiando de mis propios ojos—. Decidme que vosotros también lo habéis visto.
Aún incrédulo por lo que estaba sucediendo, necesité un tiempo prudencial para regresar a un estado más cuerdo; recomponerme para no volver a caer en el mismo abismo del que acababa de escapar no hacía demasiado tiempo y al que aún temía.
—Salgamos de este maldito sitio y vayamos a ver de nuevo a Hill —dije sin ocultar la urgencia que sentía en el tono de mi voz.
Necesitaba salir a la luz del día, respirar aire limpio y volver a tomar el control de mis emociones y de mis actos. Centrarme en lo que teníamos entre manos y no en divagaciones esotéricas.
Peter Johnson, por la expresión de su rostro, había asistido al mismo extraño espectáculo de luces, sombras y desmaterialización en medio de la tienda del hombre llamado «Imaginauta». Durante un instante se llevó la mano a su arma pensando en sacarla de su funda y apuntar al hombre, pero su sangre fría se lo impidió. Al fin y al cabo, no estaba acusado formalmente de nada y, de hecho, se le podría atribuir escaso grado de colaboración con una empresa de la que, en realidad no tenía conocimiento demostrable. Y lo que parecía poder extraerse de sus palabras era desquiciante.
—Lo he visto, agente Dwight —confirmó Peter rápidamente—. Sencillamente es que no puedo creerlo. Quizá... —dudó durante unos instantes—. Quizá el agente Sullivan tiene alguna explicación...
Miró a los muñecos con forma de espantapájaros.
—Desde luego, estoy de acuerdo que la siguiente parada debe ser la granja Hill —dijo con severidad—. Ese hombre tiene mucho que explicar. No quiero más gente muerta a mi alrededor.
—Puede que haya sido provocado por el juego de luces junto con los distintos olores que había en la sala —dijo al grupo una vez salieron de la tienda—. Hay muchas performances y galerías de arte en la que utilizan la luz para que una misma escultura pueda verse de dos formas distintas, sumado a la situación psicológica del ambiente y a que desconocemos si lo que olíamos eran inciensos u opiáceos... podría decirse que en este pueblo les gusta jugar con nosotros.
No quería creer que aquel hombre que se habían encontrado fuera un tipo de brujo que pudiera cambiar de forma a su gusto. Antes buscaría cualquier explicación racional lo más cercana posible para explicar lo sucedido.
—Vayamos a la granja del viejo, sí. Hemos de buscar el espantapájaros... si está en su sitio, lo deberíamos requisar para ver si tiene pruebas de quien se lo haya puesto. Y lo mismo por el esqueleto que pudiera llevar dentro. Tenemos varias cosas que buscar: el espantapájaros, el esqueleto y el último arma homicida. La primera y última son cosas que hemos visto en las imágenes de la cámara y que sabemos que existen.
Suspiró un instante y, como el grupo parecía estar de acuerdo en ir hacia allá, se dirigió con ellos al coche. Se quedó callado y pensativo. Sabía que se encontraban cerca del asesino, pero las cosas no estaban del todo claras.
Salina Sparks parecía bastante impresionada por todo lo ocurrido. Su rostro mostraba un miedo creciente desde que el grupo había decidido salir de la extraña tienda del «Imaginauta» para continuar la misión yendo a las tierras del viejo Hill. Desde el principio ese hombre le había producido una desagradable sensación sólo superada por el doctor Stevenson y su altivo comportamiento. Al menos este último había acabado mordiendo el polvo a los pocos minutos y había mostrado un lado muy humano cuando supo que su exmujer había sido asesinada. Pero ese viejo…
Sin poder evitarlo, le vino a la cabeza una línea de un relato de Howard Phillips Lovecraft: «Allí no estaban ni por asomo sus compañeros, sino el Terrible Anciano que se apoyaba con aire tranquilo en su nudoso cayado y sonreía malignamente». Se trataba de «El Terrible Anciano» un hombre de muy avanzada edad que hacía desaparecer a todo aquel que tenía el valor o la estupidez suficiente como para entrar en su casa. Y eso, poco más o menos, era lo que iban a hacer ellos en ese momento: entrar de nuevo en la granja Hill. Un lugar del que, según la analogía con el relato, no todos saldrían con vida.
—Ese hombre es el mismísimo Diablo —dijo la joven mirando a Peter, el compañero por el que sentía una mayor simpatía y afinidad.