Unos cuarenta y cinco minutos más tarde, el grupo de agentes llegó a la prisión federal de Blackrock, llamada así porque en su tiempo fue construida sobre un yacimiento de carbón que pronto se agotó y hubo que dedicar el lugar a otra cosa para que no se perdiesen todos los puestos de trabajo. Pero de eso ya hace décadas y pocas personas recuerdan esa razón. La oscuridad de sus muros y el hecho de albergar algunos de los prisioneros más letales de las últimas dos décadas fueron razones suficientes para que se considerase un lugar oscuro. Al llegar a la puerta principal, con dos portones grandes como camiones, los guardias de seguridad del recinto comprobaron los nombres de los tres agentes y les franquearon el paso al tiempo que las puertas se abrían lentamente.
Una vez en el interior, y tras comprobar sus identificaciones en cuatro puntos de control distintos, les permitieron el acceso al área restringida donde se encontraban, según les informaron, los presos más peligrosos de Blackrock. El pasillo que conducía a la celda de interrogatorio donde habían llevado a Lewis olía a lejía y otros productos para la asepsia, aunque pequeñas vaharadas de orina aparecían de cuando en cuando. La iluminación, dado que el pasillo no tenía ventanas como era lógico, era pobre y amarillenta dando, en general, un aspecto lúgubre y decadente de esa zona de la prisión. Durante todo el paseo, dos guardias vestidos de antidisturbios y con armas de asalto en las manos custodiaron a los tres agentes del FBI hasta la puerta de la celda.
—Oigan… —comenzó uno de ellos—. Sé que ustedes saben lo que se hacen, pero no escuchen a este animal. Nada de lo que sale de su boca es verdad… pero lo que sí lo es… no sabemos cómo puede haberlo averiguado… —se interrumpió a sí mismo—. No se acerquen a él. No le toquen. Si tienen cualquier problema o desean salir, sólo tienen que decírnoslo y les abriremos la puerta de nuevo.
Cuando los tres agentes pasaron a la celda, sentado tras una mesa de metal a la que se encontraba maniatado por esposas cuya cadena de unión pasaba por un aro fundido la propia mesa, se encontraba Arthur D. Lewis. Su rostro, en principio con un rictus de seriedad, comenzó poco a poco a esbozar una desagradable sonrisa altanera. Llevaba un traje carcelario de color azul, arrugado en su mayor parte y sucio por diversos sitios.
—¡Qué inesperada sorpresa! —dijo con fingida alegría—. Han venido a verme viejos amigos y una amiga nueva. ¿Cómo estás, John? ¿Me echabas de menos o has venido a alguna otra cosa?
Recorrer aquellos deprimentes pasillos del psiquiátrico solo reafirmó mi opinión sobre la horrible idea que era entrevistarse con Lewis. Una opinión que incluso los trabajadores de la prisión parecían compartir conmigo.
Antes de entrar en el recinto preparado para la entrevista me detuve unos segundos, respirando hondo para afrontar de nuevo la mirada de ese cabrón. No me sentía con fuerzas suficientes para enfrentarme de nuevo a él, pero también sabía que Lewis era capaz de oler el miedo y usarlo a su favor.
Temía que la inexperiencia de Sparks y sus ganas de sobresalir le fueran a jugar una mala pasada. Sólo esperaba que ninguno hablara más de la cuenta. No podíamos permitir que se enterara de lo que estaba sucediendo en Ashville porque eso sólo serviría para aumentar su ya inflado ego.
Fui incapaz de avanzar al interior de la celda y me quedé apoyado en la pared al lado de la puerta. Tuve que hacer un gran esfuerzo para mirarlo a la cara y me preguntaba cómo se estaría sintiendo Johnson al ver al asesino de su novia delante de él.
Me obligué a no cruzar los brazos para que no pensara que me estaba protegiendo de él y, con el gesto serio e intentando no mostrar ninguna emoción en mi rostro, ni siquiera me preocupé en devolverle el saludo. En cambio tuve la impresión de que Lewis ya sabía el motivo de nuestra visita y que mi intención de que no se enterara de nada se iba por el desagüe.
—Algo me dice que sabes perfectamente a qué hemos venido —dije de mala gana.
No deseaba inmiscuirme demasiado en la conversación que se diera. Permitiría a los demás hacer las preguntas que creyeran importantes y les indicaría cuando deberían cerrar la boca. Pero lo que no estaba dispuesto era a entrar en el maldito juego de Lewis.
Esta prisión se veía un poco aterradora por dentro. Estaba pendiente de John en todo momento, sentía que era mala idea que él estuviese aquí pero seguro nos será de gran ayuda para poder hablar con este asesino psicópata de Lewis.
Al escuchar hablar primero a John, de la manera tan seca y sin verse afectado me alivia y me da fuerza de ver a la cara al asesino de mi prometida. Aunque quería moler a golpes a Lewis, me controlo y me centro en lo importante, el nuevo caso.
Lo único que se me ocurre preguntar en ese momento fue:
- Por qué la polaroid? Para qué una foto de la víctima?
Maldito lunático, pero como puede decirle eso a John, y como Peter puede estar tan tranquilo después de lo que este animal le hizo a su pareja...definitivamente estan hechos de otra pasta y yo tengo que estar a su altura y controlarme porque si por mí fuera perdería los papeles.
- Sí, ¿por qué las fotos? -le pregunto mientras clavo mi mirada en él.
He conseguido controlarme... al menos de momento.
Tras haber decidido entrevistarse con el llamado «Asesino de la Polaroid», aquel cuyos pasos parece estar siguiendo el imitador de Ashville y que ya en su día asesinó a 42 personas, John Dwight, Peter Johnson y Salina Sparks se presentaron en Blackrock. La cárcel, un infecto agujero en el que los criminales más peligrosos se pudren lentamente y de donde nadie ha conseguido escapar jamás, está custodiada hasta lo impensable por guardias con cobertura de antidisturbios y armamento pesado. No parecía, en modo alguno, que Arthur D. Lewis hubiera podido salir para cometer esos crímenes. Las cámaras de seguridad podían atestiguarlo, los guardias de seguridad podían jurarlo, y sin embargo las pruebas preliminares parecían indicar que el modus operandi era exactamente el mismo.
Llevaron al prisionero, que evitó la silla eléctrica únicamente por su condición de enajenado mental, a una sala de interrogatorio donde permanece esposado, aunque con cierta movilidad en las manos para poder expresarse con ellas. Cosa que, en principio, no parecía algo propio de un hombre tan quieto y de mirada atenta como un águila desde las alturas tras su presa. Todos y cada uno de sus entrevistadores tenían motivos para aplastar su cara sonriente contra la mesa y dejarla convertida en una pulpa sanguinolenta. Dwight por haberle puesto una infame trampa en la que mató a algunos de sus hombres y lisió de por vida a otros. Johnson por haber masacrado a su prometida en uno de sus crímenes macabros. Sparks por un sentido de la justicia y solidaridad por sus nuevos compañeros.
—Algo me dice que sabes perfectamente a qué hemos venido —dijo Dwight mala gana intentando no dejar traslucir sus sentimientos de odio y desprecio por aquella miserable bestia asesina. Sus brazos y piernas descruzados trataban de ofrecer una imagen firme, aunque estuviese cerca de la puerta.
—¿Por qué la polaroid? ¿Para qué una foto de la víctima? —fue lo primero que preguntó Johnson, cuyo pensamiento pasaba por haber tenido su arma reglamentaria, que le habían quitado en el primer control, y disparar en la cabeza a Lewis hasta vaciar el cargador… sólo para poder recargar y seguir disparando.
—Sí, ¿por qué las fotos? —preguntó Sparks mientras le miraba fijamente a los ojos tratando de aparentar que no se sentía tan intimidad como estaba.
Lewis los miró por turno, de hito en hito, mientras sonreía ligeramente. No lo suficiente como para parecer que estaba de broma… pero sí lo bastante como para aparentar una burla al dolor y al miedo de sus interrogadores.
—¿Habéis venido para preguntar esa tontería? —inquirió con pedantería—. Creo que es evidente: una comparación hiperbólica entre el estado de los cuerpos mientras estaban vivos y el resultado sobre ellos de mi obra. Un prisma. Una visión distorsionada de cómo eran antes de encontrarse conmigo, una manifestación potencial, si lo preferís, y la transformación en lo que meramente son: carne y sangre. Una regresión a su verdadero ser —su sonrisa se expandió—. Logré crear una situación de horror inherente ante la posibilidad de la pérdida de la chispa de la vida. Un horror que se extendió a cada individuo vivo.
Hizo una pausa y miró a Johnson.
—Pensemos en tu prometida, Peter —su sonrisa comenzó a convertirse en una mueca—. ¿Escuchaste cómo gritó tu nombre pidiendo ayuda? No, claro, no pudiste hacerlo. De la misma manera en la que no escuchaste cómo murió maldiciendo tu nombre. No se lo tengas en cuenta, al fin y al cabo, estaba embarazada y… —miró a Peter de nuevo, fingiendo sorpresa—. ¡Oh, vaya! Veo que los médicos no te lo dijeron. Supongo que tu admirado Dwight les pidió que te ahorraran el sufrimiento, ¿verdad? Eso no se hace, John, el chico tiene que cumplir con su duelo…
No más escuchar que hacía referencia a Sandy ese desgraciado me hizo hervir la sangre pero escuchar relatar cómo fueron sus últimos momentos me destruyó por dentro, aunque supiese que eso fuese mentira.
Hago una mueca de desagrado ante las palabras de este psicópata para disimular y calmar mi mente, mis pensamientos de querer moler a golpes a este infeliz.
En mi mente imaginé dándole un puñetazo en la cara a este infeliz y no parar hasta que estuviese muerto...
- ¿De quién sacó esa horrible idea de que eso es arte? ¿Alguien más creía que eso es arte? No encuentro motivo ni razón para verlo como arte; no hay belleza en algo muerto, no hay creación, solo destrucción- respondo de manera rápida y lógica para evitar pensar de más.
Trato fuertemente de no escuchar sus mentiras pero en mi mente quedó el comentario del embarazo de Sandy, ¿podría ser cierto? ¿John me lo ocultó? No es momento de pensar en eso, me digo a mi mismo, ya habrá tiempo de saber la verdad.
Miro a John sin expresión alguna en mi rostro y me centro de nuevo en Lewis.
- Salina, ¿tú crees que eso es arte? Crees que alguien comparta el mismo pensamiento que este lunático? -le pregunto a mi compañera sin quitar la vista de Lewis.
Tirada oculta
Motivo: Intimidar a Lewis
Tirada: 1d20
Dificultad: 15+
Resultado: 9(+3)=12 (Fracaso) [9]
Acabamos de oír como el asesino confeso de la polaroid le decía a mi compañero que su novia estaba embarazada cuando él la asesino. Intento por un momento ponerme en el lugar de Peter... ¿cómo es posible que siga de pie mas o menos aún entero? ¿Cómo es posible que no se haya abalanzado sobre ese desgraciado conocido como el asesino de la polaroid? Una pregunta directa de Peter me saca de mis cavilaciones, me pregunta si yo pienso que alguien puede considerar arte la plasmación que hace el asesino de los cuerpos sin vida de sus victimas...
- Evidentemente no tiene nada de artístico, este hombre no es más que un pobre loco.
Contesto mientras aprieto los puños porque como esto siga así no se si voy a ser yo la que pierda totalmente los nervios.
Aquello no tenía ningún sentido. Había aceptado la entrevista con Lewis porque mis compañeros lo habían solicitado, pero sabía que ese cabrón que se reía de nosotros a la cara no se merecía la atención que le estábamos prestando. Y mucho menos que le diéramos motivos para seguir riéndose de nosotros.
Cerré los ojos unos instantes al escuchar las pegruntas que mis compañeros hacían, imaginándome antes de verla la cara que Lewis pondría. Negué con la cabeza ante el comentario de la nueva. No, Lewis no era ningún loco, solo era un psicópata que sabía muy bien lo que hacía a cada instante. Y lo peor de todo, muy inteligente... demasiado.
Pero mis ojos se volvieron a abrir con un gesto duro, asqueado, asesino al escuchar cómo se dirigía a Johnson. Mis manos se crisparon y mi cuerpo se tensó. Ahí aparecía el verdadero Lewis, el metódico y jodidamente cabrón asesino que nos había traído de cabeza durante tiempo.
—Hijo de puta —murmuré entre dientes mientras hacía un gran esfuerzo por no saltar a por él. Y un esfuerzo aún mayor para calmar mi angustia y, sobre todo, mi miedo, pues sabía que Lewis lo utilizaría en mi contra—. Cuéntanos qué te hacía tan especial. Dinos Lewis, quiero que mis compañeros te escuchen, ¿por qué te creías tan diferente a cualquier otro asesino? ¿Por una fotografía? No creo, eso sería algo bastante vulgar ¿no crees?
Quizás si apelaba a su ego, a esa creencia de sentirse por encima de los demás, de ser más inteligente que cualquiera de nosotros consiguiera sacarle de sus casillas. Aunque sabía que eso era difícil. Pero tal vez sí consiguiera algún detalle, algún pequeño indicio que se me hubiera escapado con anterioridad y que demostrara, que me confirmara, con total claridad que el asesino de Ashville solo era un mero imitador que había leído la historia de Lewis en los diarios.
Porque como fuera un imitador entrenado de alguna forma por Lewis, quizás antes de ser capturado o tal vez desde la cárcel, entonces íbamos a tener muchos más problemas de los que me imaginaba.
Con la sangre hirviendo, Peter Johnson escupió a la cara de Lewis lo que pasaba por su cabeza en ese momento, todavía tratando de mantener el control.
—¿De quién sacó esa horrible idea de que eso es arte? ¿Alguien más creía que eso es arte? No encuentro motivo ni razón para verlo como arte; no hay belleza en algo muerto, no hay creación, solo destrucción.
Lewis sonrió macabramente durante las preguntas de Peter, pero al instante recupera el rictus de seriedad.
—Peter, mi pequeño enamorado, hay muchas cosas que no comprendes, que tu limitada inteligencia y tu percepción sesgada de la realidad no te permite ver —aleccionó con altivez—. Toda creación lleva, en sí misma, las semillas de su propia destrucción. Comenzamos a morir desde que nacemos y sólo la muerte nos completa, da significado a la vida. Yo doy significado a las vidas que arrebato.
Peter intervino de nuevo.
—Salina, ¿tú crees que eso es arte? ¿Crees que alguien comparta el mismo pensamiento que este lunático? —pregunta a su compañera sin apartar la vida de Lewis, tratando de intimidarlo. Desgraciadamente, el asesino estaba demasiado endurecido por sus propias acciones y sus años en la cárcel como para sentir el menor miedo por el joven.
Salina estaba sumida en sus propios pensamientos, lamentando la pérdida de Peter que, además, se había visto aumentada con la revelación por parte del asesino que su novia se encontraba embarazada. Un duro golpe que ignoraba cómo el ex marine podía soportar.
—Evidentemente no tiene nada de artístico, este hombre no es más que un pobre loco.
Eso pareció enfadar ligeramente a Arthur D. Lewis, pero no tanto como para considerarlo un punto débil que emplear contra él.
—No espero que todo el mundo entienda lo que hago —dijo finalmente alzando los hombros.
John Dwight sabía que Lewis se estaba riendo que todos ellos y que, con casi total probabilidad, no obtendrían nada significativo de él. Además, de alguna manera sabía que Lewis no era un loco al uso, se trataba de un psicópata extremadamente inteligente del que incluso sus guardias hablaban con cierto temor. Conteniendo su rabia, se dirigió a él.
—Cuéntanos qué te hacía tan especial —preguntó el veterano investigador tratando de desnudar el ego del asesino—. Dinos, Lewis, quiero que mis compañeros te escuchen, ¿por qué te creías tan diferente a cualquier otro asesino? ¿Por una fotografía? No creo, eso sería algo bastante vulgar ¿no crees?
Nuevamente el asesinó confeso y condenado sonrió.
—¿Vulgar? ¿Acaso ha habido otro asesino que haya hecho lo mismo? No, ¿verdad? —no esperó la respuesta—. Entonces eso no me hace en modo alguno vulgar. Si quieres que le dé una explicación más mística, te hablaré de la tradición acerca del robo del alma a través de las fotografías. Primero les robaba el alma y después los mataba, dado que eran cuerpos vacíos. ¿Os gusta más esta explicación?
Miró al grupo, desafiante.
—Mientras estáis aquí perdiendo el tiempo conmigo, vuestro amigo, Sullivan, está haciendo algo útil realizando de nuevo la autopsia de esos dos cuerpos. ¿Por qué no estáis pendientes de sus resultados y me dejáis en paz de una vez? —hizo una breve pausa—. ¡Guardias, quiero irme de aquí! Esto no es divertido, y pensé que lo sería.
Su comentario dejó helado a los tres investigadores. ¿Cómo podía saber ese animal, ese monstruo asesino, que tenían un compañero más y, lo que es más grave, saber lo que estaba haciendo en esos momentos?
En ese momento, los teléfono móviles de los tres agentes recibieron un mismo mensaje por email cuyo emisor era el doctor Jules Sullivan, que había viajado a Joshua Tree para realizar la autopsia de los cuerpos.
Robert Bale La muerte de Bale fue prácticamente instantánea. El arma usada fue un arma de hoja curva de un solo filo. Esa arma estaba oxidada al menos parcialmente, ya que existen restos de orín en las heridas. El cuerpo de Bale está manchado en su parte frontal por barro seco. Aparecen restos de paja en la ropa. El rigor mortis y el grado de descomposición en el cadáver de Bale indica que llevaba muerto entre 6 y 9 horas cuando fue descubierto. Además, presenta muchos organismos larvarios en sus cavidades al haber yacido varias horas en un entorno húmedo y orgánico. James Elmore La muerte de Elmore fue larga y dolorosa, posiblemente de hasta dos horas. El arma usada fue un arma de hoja curva de un solo filo. Esa arma estaba oxidada al menos parcialmente, ya que existen restos de orín en las heridas. La herida craneal de Elmore presenta pequeños trozos de madera incrustada. No es una herida profunda, por lo que es posible que fuera fruto de la caída del cuerpo al recibir la herida de arma blanca. En la mano izquierda de Elmore hay restos de astillas de madera que han provocado microincisiones, como si hubiera agarrado algo de madera con fuerza. El intestino delgado presenta adheridas pequeñas fibras textiles artificiales. Con toda probabilidad se trata de la alfombra donde, según el informe preliminar, se halló al cadáver. Aparecen restos de paja en la ropa y en su mano derecha. El rigor mortis y el nivel de descomposición de James Elmore indica que llevaba muerto entre 8 y 12 horas cuando fue encontrado su cuerpo. Así pues, las conclusiones generales son las siguientes: Robert Bale murió en el acto por acción de un ataque frontal de arma blanca que traspasó el corazón. Cayó al suelo de su jardín ya muerto y permaneció allí tumbado hasta que su cuerpo fue levantado por el forense. James Elmore recibió una incisión profunda en el estómago y posteriormente cayó hacia atrás, golpeándose la cabeza con la mesa de la cocina. Las heridas de la mano se pueden deber a que intentó agarrar con fuerza la pata de la mesa para incorporarse o quizá a que existió forcejeo con su asesino. |
Pensé que lograría intimidar a ese cabrón pero veo que me falta la experiencia de John, pues se nota tranquilo y muy acertada su pregunta para que Lewis diera un poco más de información.
La respuesta de Salina me pareció adecuada, atacarlo directamente y ver la reacción, se ve que es difícil de roer este Lewis pero sigue siendo humano y con puntos débiles, solo que no dimos en ellos.
Ante el comentario de Lewis y nombrar a nuestro compañero, abro los ojos ante la sorpresa. Me surgen muchas dudas ¿Cómo es posible que sepa el nombre? ¿Cómo sabe qué estaba haciendo? ¿Alguien le está pasando información a este psicópata? ¿Sabría del "imitador"? pero no digo nada al respecto para no darle importancia en frente de Lewis.
Justo en ese momento suena el móvil y veo el mensaje de nuestro compañero Sullivan. Lo leo lo más rápido posible para calmarme y quitar mi cara de sorpresa por la información que tiene Lewis. Después de leer el informe trato de obtener más datos de Lewis preguntando:
Ilústreme psicópata, ¿Cómo le robaba el alma a los que mató? ¿Tenía un arma especial y mítica para eso? ¿Qué significado le da a sus muertes?
No fueron las respuestas que nos dio, ni siquiera la maldita sonrisa de superioridad que nos mostraba lo que me alteró. Lo que de verdad me puso los pelos de punta fue comprobar cómo Lewis parecía conocer detalles de la nueva investigación que nadie, aparte de nosotros, debería saber.
Un escalofrío me recorrió ante el pensamiento que se cruzó por mi cabeza. Por un momento tuve la sensación de que Lewis, de alguna forma, formaba parte de la investigación conociendo así de primera mano todo lo que pasaba. Negué con la cabeza para apartar aquella absurdez que se me había ocurrido pero que, uniéndolo a la idea que el propio asesino nos había dado sobre el robo de almas, quedó grabada de alguna forma en mi subconsciente.
Era aterradora esa idea y yo no debía, por mi propia salud mental, obsesionarme con ella.
Pero era difícil apartarla de mi mente. El mensaje que llegó al móvil con los datos de la autopsia me hicieron mirar a Lewis con una mezcla de sorpresa y asco. Era imposible, literalmente imposible que él supiera que nuestro compañero nos estaba enviando en esos precisos instantes los resultados del examen a los cadáveres. Al igual que era imposible que alguien se lo hubiera dicho.
De todas formas tendríamos que investigar al personal de la prisión para descartar que alguien le estuviera pasando información. Aunque, de ser así, me preguntaba cómo podrían haberse enterado.
Estaba a punto de aceptar que Lewis abandonara la estancia pues, como llevaba pensando desde el mismo instante en que se propuso ir a verlo, seguía considerando aquella entrevista una pérdida de tiempo, cuando Johnson planteó nuevas preguntas. Tenía curiosidad por escuchar lo que Lewis tenía que decir, aunque dudaba mucho que nos sirvieran para algo y, casi con toda seguridad, se volvería a reír de nosotros.
Me apoyé de nuevo contra el marco de la puerta, en esta ocasión con los brazos cruzados sobre el pecho y la mirada perdida en un punto indeterminado de la pared tras el asesino. Si lo miraba una vez más a la cara seguramente se la acabaría partiendo a golpes, borrándole de raíz su asquerosa sonrisa de suficiencia.
Se escuchó un desagradable zumbido eléctrico y la puerta de la habitación de interrogatorio se abrió completamente. Por ella entraron tres guardias de seguridad del centro penitenciario que casi parecían tanques andantes. Sus pasos resonaron en el suelo de la sala como tambores de guerra en medio del silencio sepulcral que se hizo al instante. Se acercaron en silencio al preso ante la sorpresa del grupo de agentes del FBI.
—Lo sentimos, agentes —dijo uno de ellos, el que ostentaba en su hombro la más alta graduación de todos—. Por desgracia debemos llevarnos al prisionero de nuevo a su celda.
Es probable que las caras del grupo mostraran tal sorpresa, desagrado y estupefacción que el guardia se sintió obligado a explicarse.
—El preso tiene el privilegio, acordado tras la confesión de un crimen que la policía había pasado por alto, de poder rechazar cualquier tipo de visita del carácter que sea —parece que su tono de voz muestra contrariedad—. Lo siento, pero fue un acuerdo con el fiscal ratificado por el juez.
Desencadenaron a Lewis de la mesa y usaron esposas en las manos y en los pies que reducían notablemente su velocidad al caminar. Cuando estaba a punto de salir por la puerta de la sala de interrogatorio, Lewis se detuvo un instante y miró hacia el interior de la celda, concretamente hacia Dwight y sonrió.
—John, si yo fuese tú comprobaría el lamentable fallecimiento de ese pobre párroco —dijo con un insultante tono de sorna—. Parece ser que no fue un infarto lo que se llevó a ese hombre de Dios… Dile a Sullivan que le haga la autopsia. Fíate de mí —tras eso, una salvaje carcajada inundó los oídos de todos los presentes. Una risa cargada de odio y quizá rabia, pero también mucha autosuficiencia.
Salina se quedo pensando en las ultimas palabras del psicopata
John, si yo fuese tú comprobaría el lamentable fallecimiento de ese pobre párroco. Parece ser que no fue un infarto Sería lo que se llevó a ese hombre de Dios… Dile a Sullivan que le haga la autopsia. Fíate de mí
¿Podría eso ser posible... podría saber el asesino convicto algo sobre los nuevos asesinatos? pero eso significaría sin duda que hay alguien que le ha estado informando de ello... tal vez un imitador o algún discípulo de sus asesinatos... Algo que haría que esta misión fuese mucho mas difícil de lo que parecía en un comienzo... tres muertos y uno de ellos hecho pasar por un infarto y todo ello conectado por y a través del asesino convicto de la polaroid
Después miro a sus compañeros de hito en hito blanca como la nieve.
Lewis ya había anunciado su deseo de cortar aquella entrevista, pero mientras nosotros no decidiéramos darle fin, o más bien mis compañeros no tuvieran más que preguntarle, no tenía pensado dejarlo marchar. De ahí la extrañeza y malestar que sentí al ver aparecer a los guardias de seguridad para llevarse al prisionero. Un malestar que no intenté disimular a pesar de que la presencia de Lewis me enervaba.
Me aparté para dejarlos pasar, intentando que ni el aliento de Lewis pudiera llegar a alcanzarme; tal era el asco que sentía hacia él. Pero estaba claro que ese maldito asesino no iba a irse sin descubrir un nuevo as en la manga. Uno que me dejó sin opción a réplica; que hizo que me planteara si la investigación en curso era tan reservada como el director adjunto creía.
Sin embargo, aún creyendo que alguien pudiera estar pasando información a Lewis... ¿Cómo era posible que se enterara tan rápido? ¿Quién era capaz de saber tantos detalles antes que nosotros? Pero la duda que empezaba a carcomerme y que sabía no iba a abandonar con facilidad mi cabeza era pensar en el porqué Lewis insistía en que la muerte del sacerdote no había sido natural.
Si en verdad el párroco había sido asesinado eso solo lo podría saber su asesino o su cómplice... Y eso me llevaba a creer que Lewis tenía comunicación con alguien del exterior que estaba cometiendo esos nuevos asesinatos por él.
Por mucho que me jodiese la idea, y si era correcta dar la razón a Lewis, Sullivan tenía que hacer la autopsia del párroco.
Ver salir a Lewis con ese aire triunfante me despertaba el deseo de querer golpearlo hasta que dejara de respirar y aun más cuando comenta sobre nuestro caso. ¿Cómo es posible que sepa del párroco? de las muertes ocurridas? Pensé que esto no lo sabía nadie. Si tiene un cómplice, ¿cómo se comunican? ¿Podrá recibir llamadas este desgraciado? ¿Qué otros privilegios tendrá?
Miro a Salina y veo su cara blanca, supongo que debemos estar pensando lo mismo y yo me debo ver igual de blanco que ella. Veo a John y en sus ojos veo el odio que le guarda a Lewis. Ya quiero hablar con él para saber que piensa. Creo que a pesar de todo, fue un poco útil hablar con este psicópata.
La entrevista con Arthur D. Lewis, denominado por la prensa como «el asesino de la Polaroid» por su costumbre de dejar una foto de sus víctimas en vida junto a sus cadáveres no parecía hacer dado el resultado esperado. El imitador que estaba operando en el pequeño pueblo de Ashville utilizaba un modus operandi idéntico al del macabro asesino en serie que acabó con la vida de cuarenta y dos inocentes ciudadanos, muchos de ellos niños. Todos pensaron que una visita al asesino original podría ayudar en la resolución del caso antes de que saltase a la prensa.
Tras un careo exasperante ante un preso que no sólo no mostraba arrepentimiento, sino que seguía teniendo una actitud extremadamente desafiante, habían sufrido una experiencia perturbadora en mayor o menor medida para los tres agentes del FBI. Ese individuo, encarcelado de por vida gracias a ser declarado enajenado mental, conocía lo que sucedía fuera de los muros de la penitenciaria en la que había sido encerrado de por vida y donde además permanecía completamente incomunicado por orden judicial. Pero sabía cosas que no debía saber.
Ante el conocimiento que demostraba sobre los nuevos asesinatos, cosa que ni la prensa más amarillista había averiguado, Salina Sparks comenzó a pensar en Lewis como una especie de maestro de una secta de asesinos que podían seguir sus pasos e informarle de sus avances en el exterior. Si eso era cierto, su red de informantes podría avisarle de todos y cada uno de los pasos que el grupo especial del FBI diera. ¿Cómo podía saber que había fallecido otra persona, ya mencionada por el director adjunto Skinner, de muerte no natural? ¿Cómo sabía que el infarto no era natural o que escondía alguna otra cosa más horrenda y planificada?
El mismo desconcierto sentía John Dwight que, si bien conocía la maldad intrínseca de Lewis, desconocía la inteligencia tan brillante que el asesino era capaz de desplegar. ¿Cómo era posible que un asesino confinado de por vida, incomunicado de manera completa, despreciado por guardianes y compañeros de prisión, tuviera alguien que le informara de lo que ocurría extramuros? ¿Por qué estaba tan convencido de que la muerte del párroco de Ashville, tomada por fallecimiento natural, no era tal? Sí, quizá Lewis tenía contacto con alguien del exterior, por increíble que resultase de creer. Sullivan tendría trabajo de nuevo.
Quizá el sentimiento de odio más intenso de todos era el de Peter Johnson, que no podría dejar de pensar en los mismo que sus dos compañeros mientras era escoltado por la prisión de camino a la salida del recinto. Era consciente del sentimiento de odio que debía estar sintiendo su admirado agente Dwight, del hecho de que su pobre y fallecida novia (a la que Peter seguía amando con toda su alma) estaría revolviéndose en su tumba con un imitador suelto. Algo habían sacado en claro, después de todo, pero él hubiera preferido un diálogo un poco más libre. Por desgracia hasta los gusanos más miserables tienen derechos. Decenas de ellos.
Todos sabían, y más después de recibir el email de Jules Sullivan con la autopsia de los dos cuerpos, que debían contactar con él para proseguir la investigación. Quizá era ya el momento de viajar a Ashville.
Al quedarnos solos en la sala de interrogación, donde hace unos instantes tuve en frente al asesino de mi prometida, me dirijo hacia donde está Salina, por un instante veo a Sandy en ella y titubeo en mis pasos. Hablar con Lewis, lo que me dijo, el supuesto embarazo, que solo pronunciara el nombre de Sandy me había dejado desconcertado; en su momento pudiese que no se notara porque quería estar sereno y atento a lo que decía Lewis pero tras su partida, todos los pensamientos negativos, preguntas sin respuesta, toda la información recibida me abrumó e hizo que mi mente jugara conmigo. Sacudo un poco mi cabeza para retomar el control sobre mi.
- Agente Sparks, creo que debemos retirarnos para hablar con Sullivan. Lo que dijo este psicópata me está dando vueltas en la cabeza. ¿Qué tiene que ver la muerte del párroco en todo esto?
Miro hacia la puerta, donde está John; espero que mi compañera empiece a caminar para salir detrás de ella, mientras miro la sala con cierto grado de incredulidad ante lo que acababa de vivir.
Escuche a Peter sugerir que nos retiráramos a hablar con el forense, yo también pensaba que era la mejor opción que teníamos tal y como había ido la entrevista con el psicópata, asique intente recobrar la compostura asentí Peter para después mirar hacía John y esperar algún gesto o alguna indicación de que nos íbamos de ese lugar lleno de personas altamente trastornadas a pedirle a nuestro forense que realizara la autopsia del párroco de Ashville para ver si como nos había dicho el asesino de la polaroid nos encontrábamos ante otro asesinato, el tercero en dicho pueblo.
Con la cabeza hundida entre los hombros caminaba detrás de mis compañeros. No podía dejar de darle vueltas a todo lo dicho por Lewis, a su forma de reírse de nosotros, a todos esos conocimientos que no debería tener y que en cambio… En cambio parecía saber mucho más que el FBI.
Empezaba a sentir como el aire se negaba a entrar en mis pulmones. Me urgía salir cuanto antes de aquel lugar, de la devastadora influencia de Lewis y de todos los malos recuerdos que su sola presencia habían traído a mi mente. Necesitaba respirar aire fresco para aclarar mis ideas y planificar los siguientes pasos a seguir.
—Larguémonos de aquí cuanto antes —dije a mis compañeros al ver cómo se apartaban ligeramente de mí—. Avisemos a Sullivan y pongamos rumbo a Ashville. Aquí ya no queda nada más por hacer.
Había sido un error. Un grave error con el cual Lewis pretendía desequilibrarlos, plantar dudas y desconfianza… Cerré los ojos y aspiré profundamente intentando mantener a raya la frustración que sentía.