La música de un cuarteto de cuerdas se escuchaba por el gramófono del despacho, pero ni siquiera eso parecía mejorar el humor del comandante Bach. No era para menos, la Razia Pirata de Orre no había salido como esperaba y aunque le constaba que en esos momentos se estaba persiguiendo a algunas tripulaciones piratas con la información que había transmitido, toda la gran operación se había ido al garete.
En esos momentos el comandante estaba sentado en su despacho redactando un informe para el vicealmirante Wolfgang. Él tampoco estaba contento, claro que no. Habían conseguido mucha infformación con la operación Claro de Luna, lo tenían todo preparado y en el último momento todo saltó por los aires. Realmente no había nada de lo que se les pudiera culpar. Nadie contaba con que Gorko se bebiera el parcaelixir allí en la isla y desatara el caos. Incluso se habían colocado las piezas necesarias para hacer que el ex-corsario no ganara el torneo, cosa que había ocurrido. Pero ya daba igual. Las cosas habían salido como habían salido. Entonces llamarón a la puerta.
—Adelante—dijo el comandante.
Un muchacho joven de piel pálida y cabello rojo entró en el despacho. Llevaba galones de sargento.
—Con permiso—dijo antes de hacer el saludo militar.
—¿Qué ocurre, Amadeus?
—Hemos recibido un mensaje del vicealmirante Zo, señor. El regimiento vuelve a ponerse en marcha.
—Muy bien, cuál es el destino.
El sargento vaciló un poco.
—Vamos a Orre, señor.
—A Orre—repitió el comandante despacio—. Muy bien. Ahora cuéntamelo todo de una vez.
—Déjamelo a mí, sargento—se escuchó una voz grave detrás del sargento.
—Pa... ¡Vicealmirante!
El comandante Bach se levantó y saludó marcialmente al recién llegado.
—No hacía falta que viniera, señor. Con el mensaje era suficiente.
—Lo sé, Bastian. Pero luego pensé que quizás alguno de vosotros acababa por morderle al emisario. Así que he decidido que lo mejor que podía hacer era trasladar la información en persona a los comandantes del regimiento.
—¿Has destrozado mi cubierta?
—Nada que no se pueda arreglar—dijo con una sonrisa, entonces se dirigió a Amadeus—. Sargento, puede retirarse.
El muchacho pelirrojo salió y el comandante le hizo un gesto al vicealmirante para que se sentara. Una vez sólos el lenguaje entre ambos marines se volvió más coloquial.
—Vale, ¿de qué va esto? ¿Por qué volvemos a Orre?
—¿No es evidente? No podemos simplemente marcar esa isla como Zona Catastrófica. ¿Y si esa Parca decide salir de allí y viajar a otro lugar?
—¿Qué almirante ha dado la orden, Wolfgang?
—No soporto cuando te haces el tonto, Bastian—dijo el vicealmirante sonriendo—. Sabías de qué iba esto desde que Amadeus dijo que volvíamos a Orre, ¿verdad?
—Claro.
—Ha sido el almirante Behemot.
—¿Los otros vicealmirantes están ya en camino?
—Sí, así que moviliza a tus hombres y prepáralos para lo que les espera. No todos los marines de la Armada viven en sus carnes lo que significa una Llamada Roja.