Mientras están en el bar, la negra Agapita se asoma al lugar asustada, mientras se escucha una carreta llegar.
El alcalde se levanta, la preocupación se nota en sus ojos. ¿había llegado tan rápido el Obispo?
Es una tarde clara, y el sol tarda mucho en ocultare. Muchos lo siguen con la mirada hasta salir de la posada y al salir de ahí se puede ver una carrosa de época, de buen material y suntuosa. El asunto de la humildad en ese tiempo para el clero era bien cuestionado.
De la misma y de manera solemne, se baja un hombre vestido con túnicas rojas y blancas, ciertamente un prelado de alto nivel, pues ninguno de los curas que habían visitado tenia tal nivel de ropajes, en su mano derecha había un anillo enorme de oro.
Cuando lo ven salir, el hombre que maneja el carruaje hace una venia para que el “hombre de Dios” siga caminando.
El alcalde se acerca a él, y le saluda, el Obispo extiende la mano automáticamente para que le besen la mano. Existe mucha tensión en el ambiente.
Su santidad. Dice el alcalde en tono firme. No lo esperaba tan pronto.
Los siervos de Dios llegan cuando lo necesitan. Dice el prelado. Este pueblo necesita de la luz de la fe. Concluye.
Estoy seguro que esto ha sido un error su Santidad. Dice el alcalde. Le aseguro que durara aquí poco tiempo y se irá sabiendo que los pobladores de este lugar son gente de bien.
Lo dudo. Dice el Obispo de manera seca. La hiedra venenosa huele, y este lugar le aseguro está lleno de pecado. Dice el Obispo sin una pisca de amabilidad. Si me disculpa, me ocupare de otros asuntos.
El hombre de Dios se dirige de manera rápida a una de las mejores casas del lugar, donde le espera una habitación con lujos digna de su rango. Sin embargo la estupefacción que causo el encuentro con el representante de la iglesia ha generado muchas reacciones entre ustedes.
Cuando escucho y veo llegar al obispo decido meterme de nuevo en la taberna, una vez dentro me siento en la barra y pido al tabernero (Gonzalo):
-Una jarra de cerveza para un servidor - acabo con un susurro - con tanto monje en este pueblo acusando a todos de herejes me hará falta para no pegarles un tiro...
Medito en silencio pensando cuál será la mejor manera de escabullirme y volver a la mar con mi tripulación. No hay nada mejor que una buena botella de ron con las olas golpeando el casco a tu alrededor y el zozobrar de las velas sobre tu cabeza provocadas por el viento. Nada mejor.
¿Quién me diera por poder estar ahí ahora mismo?...
Salí un momento de mi casa a comprar futa. Porque no tenía nada de fruta en casa... cuando veo un coche y baja una persona que era el obispo... me aparto para que pasara el obispo y llevaba protección ...y dije entre mi misma. Ni que fuera el papa, parque tuviera protección. Y a que habrá venido aquí. Sera a llevarse la arcas del poblado.
Una vez que se fue el obispo me dirigí en dirección al mercado... para ir a comprarle a la chica rubia, fruta... espero que se de buena calidad... cuando llego al puesto de fruta. Le miro a chica y le digo. Hola buenas... miro a la fruta y le digo. Podrías ponerme cuatro manzana, tres peras y plátanos...
La presencia de obispo seca su garganta fuerte que gritaba la venta de madera. Agacha la cabeza y escucha la conversación entre el alcalde y el obispo. "Este honor se cobrará con más de una vida". Serio se sienta en la carroza meditabundo a la espera de posibles clientes, aunque no duda que los leños quedarán en su sitio inmóvil.
Con poca alegría sigue en un intento vano por vender leños
-Madera, caballeros...madera...siempre viene bien.
El viejo vio el encuentro desde lejos.
Ha empezado, piensa. Parece que hoy los cerdos -los de la granja-, tendrán que arreglarselas solos. Hoy hay que prestar más atención a los otros cerdos, a los de ahi afuera.
Tan tranquila había sido su vida por tantos años y ahora no había lugar donde esconderse, partir era imposible, así que habría que quedarse e intentar proteger a los inocentes, dejar afuera a quienes no merecieran lo que sabía que se venía. Debía tratar de que todo pasara lo mas rápido posible con la mínima cantidad de violencia. Sabía que muchos lo consideraban un ermitaño cascarrabias, pero aquel, después de todo, era su hogar, y mal que le pese, le había tomado cariño.
Se acercó al lugar donde se produjo el encuentro y se dirigió al abuelo de la chica rubia, un buen hombre que había perdido algunas de sus facultades mentales. Lo saludó por su nombre sin esperar que lo reconozca, y se sentó cerca de ahí, escuchando las conversaciones de quien pasaba cerca.
El cazador se habia mantenido dando vueltas por el mercado, vendiendo sus liebres y comprando viveres necesarios, cuando al salir del mismo ve la carroza y ve bajar a un personaje muy bien vestido con sotana - vaya humildad de la iglesia, con todo esto de los herejes y no se que mas sonseras -
Mientras salgo y me dirijo hacia las afueras, hacia mi morada busco con la mirada a Diego, tal vez sea bueno salir de caza antes de lo pensado
Mientras el hombre me explica sobre lo sucedido, asunto que me hizo desear haber encontrado otro pueblo perdido por ahí para entrar, pudimos escuchar el ruido de los cascos de caballos por la plaza del pueblo, seguido por lo que parecía una carreta. Una de las personas que estaban en la taberna, un hombre bien vestido como yo, salió corriendo del edificio y algunos le seguimos para ver que era lo que pasaba.
Afuera todas las miradas se posaban en el carruaje recién llegado. La puerta del mismo se abrió para dar paso a un hombre de la iglesia que no hacía nada para ocultar sus ropas caras y brillantes joyas. El tipo que salió de la taberna fue a recibirlo, al parecer era alguien importante en el pueblo, seguramente el alcalde. Cruzaron algunas palabras y varias miradas duras antes de que el obispo se retirara a un edificio que sin dudas era uno de los más caros de la ciudad.
-Dios. ¿Cómo me metí en esto?- Fue lo único que pude pensar en ese momento.
Había estado pensativo, un par de cosas ocupaban su mente. Intentó sacudírselas y pensar en otras, pero esas otras no eran para nada más agradables, más bien lo contrario, eran más oscuras, traedoras de cambios, cambios nada halagueños y llenos de muerte.
El galeno se había quedado sin darse cuenta con la mirada perdida encima de su mesa de trabajo mirando los utensilios manchados que debería estar limpiando por si se daba una emergencia, pero, sin embargo, no les hacía el más mínimo caso, sus dedos jugaban con una mancha ya coagulada de sangre encima de la madera. ¿Cómo podía sangrar tanto un corte tan pequeño? Seguro que él lo explicaría de preguntárselo y no tener la cabeza ocupada en otras cavilaciones.
-La Santa Inquisición… -Murmuró intranquilo. Todos habían oído rumores y noticias sobre ello. Tanto la gente culta que dominaba las letras como el menos instruido, tanto el bello sexo como los hombres, tanto ricos y gente de alcurnia como pobres, jóvenes o viejos, (aunque estos últimos conocían más y de mayor crueldad), tanto el campesino en sus tierras y cosechas como el enterrador entre los silenciados para siempre. Eran historias que sembraban el pánico, que alimentaban la fantasía y la conducía al horror. Lo peor es que la realidad superaba con creces cualquier cosa que el cerebro pudiera recrear. El inglés era un corsario que se había hecho a muchos puertos, era un hombre de mundo y por ello lo sabía mejor que muchos. Pensó que ¿para aquello se había abandonado a ese pueblo dejado de la mano de Dios en busca de la tranquilidad?
La habitación se ensombreció. Casi podía sentir los gritos de las víctimas postradas, el hedor de bilis mezclado en orina y la desesperación de los torturados, el paso de la guadaña entre las gentes de bien y los inocentes de aquél poblado. De golpe, sus ojos quedaron ciegos y sintió la muerte en su propia piel. -¡Agh!- Se quejó cortándose distraído con un pequeño y afilado cuchillo. Aquello por suerte le devolvió a la cruda realidad.
Recogió las herramientas, las dejó dentro de un cubo de madera junto con las sábanas sucias de rojo.
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-¿Disculpe?- Respondió su voz a la de la joven Montpellier. Esta llegaba reverberando desde algún rincón de la casa.
Tan alterada estaba Eléanor que no se había dado cuenta. Había entrado y lo había soltado tan de sopetón que no se fijó que esa imagen era un cuadro con un parecido bastante aceptable, que un joven talentoso del pueblo le había pintado a modo de agradecimiento y él había colgado al recibidor. Obviamente la confusión no habría durado a ella, pero es que Jack gritó tan pronto como había notado alguien hablándole desde la entrada. -¡No le oigo! Estoy dentro un poco ocupado, disculpe.- Repitió. –Pero… pase, pase usted. Adentrase venga, sin miedo. En un momento le atengo.- se disculpó desde donde recogía agua del pozo para calentarla y esterilizarlo todo lo mejor que podía.
Poco a poco el bullicio se hacia mas intenso en el pueblo Alejandro seguía dibujando como podía mientras evitaba ser distraído por todas esas habladuría, intentaba no prestar mucha atención a ello, incluso la presencia del alcalde no le perturbo en absoluto, pero la presencia del Obispo le hizo aterrizar y prestar atención a lo que estaba pasando.
-Herejes en este pueblo?- se pregunta a si mismo -Vaya, sin duda no hay lugar al que la maldad no llegue- se responde mientras empieza a analizar a todos los presentes.
Samuel se santiguó mientras el obispo desaparecía de escena, no por respeto a él, sino con fe en que Dios no dejase que ese hombre hiciese una escabechina en su nombre en el pueblo. La mayoría de sus habitantes sólo habían oído historias. Samuel habia visto en acción a la Inquisición, y no quería volver a presenciarlo. Miró a los niños que regresaban a sus casas...esperaba que al menos ellos estuvieran a salvo, eran sólo niños inocentes.
Se dirigió hacia donde estaba Dorian y compró un poco de madera, que llevó de regreso a la escuela. Se aproximaban días fríos, ¿o tal vez era el frío en su interior provocado por la reciente llegada del obispo?
Miro todo lo que esta pasando mientras me tomo mi copa de vino pensativo
¿La inquisición? que demonios hacen aquí. Si están aquí es por que tienen sospechas
Camino mientras sigo devorando las fresas que le compré a la niña esa. ¿Cuando llego el cardenal o era el obispo?
Observo como un hombre se persigna. ¿De que se preocupan? Todos somos buenos católicos.
Sigo caminando por la plaza y veo a Francisco como buscando algo. Me le acerco y le hablo. ¿Si has visto todo el revuelo que se formo por ese santo hombre? Le pregunto algo sorprendido. Así como vino se tendrá que ir. En este pueblo todos somos buenos católicos. ¿verdad?
Dicho día termina así, muchos de vosotros iréis a sus casas, con una sensación extraña, con una sensación insana, es como si algo estuviera a punto de ocurrir. Algo que seguramente no entendéis por completo.
La noche os brinda sueño tranquilidad, pero también una terrible verdad a la mañana siguiente.
Pero eso, solo lo sabréis cuando abran los ojos.