Partida Rol por web

El ambiente estaba empezando a ponerse francamente tórrido, la música, sus cuerpos, sus alientos enfrentados. Pero el baile seguía, con esa coreografía improvisada que intentaba parecerse a la original, aunque sus cabezas estuvieran en otra parte. Hasta que el movimiento del "poner el anillo aquí" desató un cambio. Enorme.

-¡La Macarena! ¡Pero bueno! Esa sí que la bordamos, ¿no? Anda que no la habré bailado veces en fiestas, bodas, y guasas diversas. ¡Hasta con mis padres! ¡A moverse, Yeni, vamos a por ella!

Con movimientos exagerados, riéndose a tope y agitando su cabellera, Claire se separó (algo) de su compañero y se dedicó en cuerpo y alma al nuevo baile. 

En cuanto Yeni dio un paso atrás sintió que se le doblaba un tobillo y caía al suelo sin remedio. La música se paró unos de golpe y antes de que a Claire le diera siquiera tiempo a reaccionar una puerta lateral camuflada en la pared se abrió y por ella salió una joven enfermera perfectamente pertrechada con bata, gorro y mascarilla que se acercó apresuradamente a Yeni. Parecía que el golpe le había hecho algo más de daño que la simple torcedura por lo que los servicios del scape decidieron actuar con velocidad y determinación tomando todas las precauciones posibles. Yeni parecía algo mareado por la contusión de la caída pero la enfermera tomaba muestra de sus reflejos y le hacía preguntas.

Mientras que la enfermera atendía al participante un joven enmascarado apareció también en la sala y se dirigió a la participante francesa. Vestía un elegante smoking con pajarita a juego negra y llevaba una máscara donde llamaba la atención una lágrima. Con amabilidad y suaves gestos se acercó a la joven.

—Mademoiselle Dupont—dijo el desconocido—. Sentimos el inconveniente, aunque no vamos a permitir que una concursante tan entregada como usted se quede sin acabar este magnífico reto. 

El joven sonrió cómplice a la pelirroja y cuando observó por el rabillo del ojo que los servicios de emergencia terminaban de atender a Yeni y lo sacaban con sumo cuidado por la misma trampilla por la que habían salido. Entonces, con la intención de quitar hierro al asunto, y con determinación, miró hacia la pantalla donde se reflejaban sus imágenes y asintiendo hacia ella pudieron escuchar como la música empezaba de nuevo a sonar por el sitio donde se quedó.

—Bien, ¿por dónde íbamos?—dijo el enmascarado sonriente—. Estábamos realmente emocionados con el reto al otro lado de la pantalla. Espero que le queden ganas para seguir deleitándonos con su exhibición. 

Aquello fue un mazazo. 

-¡¡YENI!!

Aunque sabía que no había sido culpa suya, eso no quitaba que la hiciera sentir responsable, y que le doliera casi como debía dolerle a él.

No pasó ni un suspiro que ya aparecieron los de Scape para gestionar el percance. Una enfermera que se dirigió a su compañero y le hacía la exploración de rigor, al parecer comprobando que no podría seguir. Claire iba a dejar también la prueba, y las siguientes, sin pensarlo dos veces. Pero no parecía que eso era lo que tenían previsto, pues un enmascarado salió para "¿suplir?" a Yeni. No pudo evitar mirarle mal en un primer momento. ¿Qué se habían creído? ¿que no le impostaba nada su compañero, que iba a seguir como si tal cosa...?

Pero tampoco hubo tiempo para reaccionar. Apenas pudo darse cuenta de lo que estaban haciendo: Se lo llevaban. Sólo atinó a decir antes de que la música volviera a sonar como en una disco:

-¡Te buscaré al acabar! ¡Diles que les permites darme tus datos! ¡No te olvides! 

Y con la música ya a tope, y el enmascarado sonriendo a su lado, esperando reemprender la Macarena, gritó, sin estar segura de que él pudiera oírla.

-¡GANARÉ POR TI, YENI! ¡POR NOSOTROS!

¿Macarena? ¡Yeeeah! ¡MACARENA! ¡A bailar!

Cuando el enmascarado percibió la cara de malestar de la joven suspiró mostrando una sonrisa amable.

—Mi misión aquí es ayudarla a completar su experiencia—dijo amablemente intentando mostrarse más cercano por aquella, a todas luces, intromisión—. Mi nombre es Amadeo. 

Tomó delicadamente la mano de Claire mientras se inclinaba y le posó dulcemente los labios sobre ella en un gesto mezcla de adoración y respeto.

—Mentiría si no confesara que has sido mi participante favorita cuando os he visto a todos–susurró sonriente sin negar que había estado al tanto de los juegos—. Y también la más atractiva.

Con esa confesión guiñó un ojo, dio un paso atrás y al ritmo de la música estiró un brazo, luego el otro, mano al codo, al otro codo, detrás de la cabeza primero la izquierda y luego la derecha, cruzada a la cadera, otra mano a la cadera, izquierda al trasero y derecha al trasero. Movimiento sexy de cadera y...

—Ehhhh, Macarena...

Saltito y vuelta a empezar.

Esta vez el paso es tan conocido que no tardan en completarlo, pasando a una nueva canción, también muy bailada en las Horas Locas de las fiestas.

"YMCA - Village People"

-Vale, Amadeo, ¡a por todas! Que Yeni esté orgulloso de nosotros.

El muchacho se lo curraba, intentando ser caballeroso y divertido. Y un pelín pelota, eso también. Pero lo que había sucedido allí dentro había sido sin duda la comidilla de la Organización, no habían disimulado un pelo. Yeni y ella habían logrado una química muy especial, y eso era probablemente lo que los que observaban tras las cámaras se habían propuesto. ¡Bien por ellos!

Sin embargo, no había tiempo para meditaciones, porque a los pasos ya digeridos de la Macarena, siguieron otros acordes, también conocidos, y bailongos como pocos.

Pues claro, bien lógico en un Callenge de danza. ¡Village People y su YMCA! El tipo de la máscara casi que podría haber sido uno de ellos, ya puestos. Ella iba normalilla, pero miró a su alrededor a ver si en algún rincón había algo, lo que fuera, para adecuarse a la canción. Un pañuelo, gorra, algo. No un penacho de plumas, claro, pero... bueno. ¡Nada! ¡Pues a bailar!

La música invadía la Sala, y su compañero se empezó a mover como un Young Man de primera, a lo que ella se sumó como una Young Woman que no le iba a la zaga. Y, ambos, a la vez, mirándose y riendo, atacaron el estribillo dibujando las letras con los brazos, como era de rigor en las fiestas. ¡Y, M, C, A!

Amadeo emitió una ligera sonrisa que trascendió a alcanzar hasta sus ojillos tras la máscara. En el momento en el que la música cambió se irguió como si fuera a cantar un himno y empezó a mover sus piernas levantando las rodillas. 

A medida que la música llegaba al punto en que la letra se hacía inconfundible empezó a cantar de forma animada.

—Young man, there's no need to feel down...

Movía el cuerpo de forma apasionada como si fuera uno más de los Village People en cuyo homenaje y exaltación se arrancó la pajarita como si está fuera un artilugio de extorsión y levantó los brazos acompasando su ritmo al de Claire a la hora de dibujar las letras en el aire

—It's fun to stay at the Y, M, C, A

It,s fun to stay at the Y, M, C, A

Al hacer las letras del YMCA, la música cambia una última vez. Un letrero aparece en la pantalla:

Boss level:

Tango!

Ahhhh. Tango. TANGO. Imposible de competir, o se es un maestro, o no se baila. Simplemente, eso es así.

Claire conocía bien la música, amaba la música, como amaba el mar. El saxo era un instrumento pasional, para ella. Para expresar emociones, sensaciones. Y el tango es eso, justamente. Pero bailarlo... es otra historia. 

Lo intentaría, de todos modos. Claro, no se pierde sin más, uno lo intenta, de perdidos al río.

Se enfrentó al enmascarado, era una buena pareja con esa apariencia. Un Phantom of the Tango para ella sola. Elegante, misterioso, sensual. Le dio la espalda y se arrimó a su cuerpo, y esperó, los ojos entrecerrados, dejando que la cadencia la envolviera, esperando que sus brazos la envolvieran, y luego la guiaran.

Una cosa era lo que ocurriría en la Sala, la realidad.

Otra lo que ocurría en su mente, en su imaginación:

Una sonrisa felina se asomó con suspicacia a la comisura de la boca de Amadeo. Su pose se tornó rígida, solemne, aunque algo etérea. Sus brazos se tornaron firmes para recibir el abrazo de la joven pelirroja, la siguió con la mirada sin mover el cuello, el torso o las piernas, solo sus brazos atrayendo el cuerpo de la francesa, sintiendo como ella le daba la espalda y se cobijaba en su torso. Dejó pasear sus manos por el contorno de sus brazos, la movió ligeramente para sentirla balancearse menuda como un junco, la inclinó ligeramente a la derecha envolviéndola en su brazo para que sintiera la sensación de gravedad, de remontar el vacío y poco a poco la fue subiendo tomándola de la mano hasta la posición inicial para comenzar el baile.

—Permitidme confesaros—le dijo en la cercanía de su boca al oído, susurrando—Mi apellido es Mancini. Veneciano de nacimiento pero porteño de corazón.

Dicha semejante declaración de intenciones agarró la cadera de la pelirroja y la invitó a moverse por el lugar, la mano estrechamente en contacto con los suaves y delicados dedos de la francesa, llevando la dirección del ritmo, conduciendo con la seguridad de un bailarín profesional lo que podía hacer sospechar a Claire que Amadeo estaba allí viendo tras las cámaras la partida por una buena razón.

La vacilación inicial de la señorita Dupont solo fortaleció el agarre de Amadeo sobre ella al tiempo que incrementaba el ritmo del baile que de haberlo Claire necesitado la hubiera montado sobre sus zapatos para conducirla hasta las estrellas. Ambos podían sentir el viento en cada giro, el roce de la piel tras la ropa en cada parada, el tenue aroma cálido de la respiración acelerándose por el incremento de la velocidad, finalmente la sonrisa inmarcesible tras la máscara.

Seguía con los ojos entrecerrados, a propósito. Porque las sensaciones que despertó su enmascarado compañero eran demasiado sensuales como para decidir mostrarlas. Y más cuando Yeni acababa de marcharse herido, justo cuando se habían empezado a entender de un modo que iba más allá de la mera camaradería.

Pero era así, era un hecho. Un porteño veneciano y una parisina neoyorkina, o viceversa, ¡qué más daba! Dos seres pasionales y apasionados, el tango no mentía, no disimulaba, ni permitía que sus bailarines lo hicieran.

La máscara protegía la expresión de esos ojillos que apenas vislumbraba, y aún así, ella juntó sus párpados aún más, sin cerrarlos, lo justo para que entre sus pestañas pudiera percibir su entorno, pero dejando que fuera su cuerpo, su piel, sus sentidos, los que se mecieran con la música y con el movimiento de su pareja. 

En ese escenario semiborroso Claire se vio a sí misma vestida con un atrevido vestido ajustado y con un largo corte en la falda que le permitía que sus largas piernas volaran libres, con unos stiletto de vértigo que, sin embargo, dominaba con el estilo y la facilidad de sus deportivas y sus vaqueros. No, no era la misma.

Sintió sus manos revolotear en sus brazos, sintió la cadencia de su cintura, de su torso, indicando, inclinando. Era un maestro, sin duda. Pero, además, era un mago, guiándola, moviéndola. Un brujo, que la sumió en un sueño de ilusión, un espejismo que no esperaba encontrar allí dentro y del que no deseaba despertar. Deseaba. Deseo...

El aliento cerca, las yemas de los dedos, la caricia, el roce, un instante, una nota. O un silencio, un impasse, latidos y acordes. ¿Baile? Tango.

Sintiendo como Claire entrecerraba los ojos, aprovechaba ese espacio cedido para conquistarlo con el roce de mi piel, frotando con cuidada dedicación la recortada barba contra la fina piel de la francesa. La mano derecha rodeando los dedos blancos, la izquierda bien ajustada a su cintura. Los ojos muy pendientes de cada movimiento de la joven y el cuerpo buscando las sendas del tango. En esa suerte de pose empecé a susurrar a mi pareja de baile.

—El tango es el abrazo de dos fuegos, es saltar toda barrera del deseo, es escuchar el cuerpo del otro. Si no sentís un hormigueo que acaba donde empieza el contrincante no estás bailando tango. 

Sintiendo como la chica empezaba a cuadrarse ante la danza la boca se me hizo agua. Las francesas tenían en su cuerpo ese fuego de la libertad apasionaba que podía elevar el espíritu a cualquiera. Aferré su mano con la mía a la altura de mi pecho rozando levemente las yemas sobre su piel mientras la de la cintura subía por su espalda como si la estuviera dibujando. Continué bajando mi mano lentamente, hasta la cintura de nuevo, recreándome en la curva de su cadera donde me hago fuerte, para empezar a dirigirla al ritmo de la música.

—Déjate llevar…relaja los hombros, respira profundo para que suba el pecho—le vuelvo a susurrar al oído dulcemente—. la cadera inclinada hacia adentro, acercándola a la mía. No muerde. También puedes cerrar los ojos pero en la oscuridad de nuestras manos no respondo de mis actos.

Empiezo a mover los pies con un pequeño requiebro. Una secuencia de pasos que parecían el código morse de un mapa del tesoro. Un suave balanceo para que ella sintiera la sensación de movimiento pero suave, muy suave para que no perdiera pie.

—La cabeza recta alineada con la columna, así, mírame ahora a los ojos, yo conduzco, déjate sentir el aire del mar. Vamos a volar sobre las olas. Yo te llevo— sigo susurrando mientras inicio un leve giro sin que ella tenga siquiera que moverse del sitio y le susurro entre risas conociendo como nadie el ritual mientras introducía lentamente mi pierna entre las suyas buscando el calor tibio de sus muslos—. Y una última cosa antes de despegar del todo, ma chéri… si no es indiscreción, necesito que abra un poco las piernas…

Y, para sorpresa de Claire, su espejismo empezó a hablar.

No sabía qué había esperado, o querido. Sumida en sus propias sensaciones, en la música que transportaba el alma a otra dimensión, egoísta seguramente degustando privadamente cada contacto, cada roce, despertó de golpe.

—El tango es el abrazo de dos fuegos, es saltar toda barrera del deseo, es escuchar el cuerpo del otro. Si no sentís un hormigueo que acaba donde empieza el contrincante no estás bailando tango. 

Dos fuegos, sí. Bien. Desde luego sentía ese abrazo, sentía ese salto que allanaba barreras de deseo, oía el cuerpo de Amadeo en el suyo, porque sí, de pronto el brujo fue Amadeo. Y el hormigueo siguió allí. El tango estaba ganándosela. O él.

Y entonces, cuando sintió las yemas de los dedos en su piel, a la altura del ese pecho tan masculino; cuando sintió la otra mano subir y bajar por su espalda, suave, lenta, hasta afianzarse en su cadera, tenaz, ella asintió imperceptiblemente, para sí. Si había tenido alguna duda, acababa de despejarla. 

—Déjate llevar…relaja los hombros, respira profundo para que suba el pecho. La cadera inclinada hacia adentro, acercándola a la mía. No muerde. También puedes cerrar los ojos pero en la oscuridad de nuestras manos no respondo de mis actos.

Se dejó llevar, era un acto de confianza, lo tuvo claro, pero también de renuncia. ¿Quería renunciar? ¿Dejarse llevar en todo su significado? Sí, en aquel momento y lugar, y con él, Amadeo, un total desconocido enmascarado, sí. Relajó los hombros, respiró. Acercó su cadera a la de él, no mordía. Pero no cerró los ojos. En vez de eso, los abrió, dejando separar sus párpados, sus pestañas, para fijar sus pupilas en su compañero, en sus gestos. 

Puede que quisiera que no respondiera de sus actos, y entonces lo fácil habría sido cerrar los ojos, una renuncia total. Pero esa no era Claire, y ahora estaban ambos allí, Amadeo y Claire, y viceversa. 

Un requiebro, pequeño. Lo siguió con un leve retraso, no era experta, ¿profesional?, como él. Pero fue bien, él compensó, y luego, el balanceo. Un movimiento muy suave, lo siguió también.

—La cabeza recta alineada con la columna, así, mírame ahora a los ojos, yo conduzco, déjate sentir el aire del mar. Vamos a volar sobre las olas. Yo te llevo.

Se irguió, fue fácil. Le miró a los ojos... y le arrancó la máscara. Y entonces fue su turno para el susurro suave hacia el oído, hormigueo en su piel.

-Así. Que te vea, quiero saber con quién vuelo. El tango es lo tuyo, pero el mar es lo mío. Si vamos a volar sobre las olas, vamos a hacerlo juntos, tal para cual, de igual a igual. TÚ me llevas, de acuerdo. Pero YO te sigo. Porque quiero, porque me gusta.

Un giro leve, en el sitio, y su pierna abriéndose paso entre los muslos, cómo no. Su risa, a la que ella mezcló la suya, cálida, ronca.

—Y una última cosa antes de despegar del todo, ma chéri… si no es indiscreción, necesito que abra un poco las piernas…

Las abrió, desde luego. Entre risas suaves, miradas pícaras. Era el Tango, y eran ellos, ambos. Yeni... habría hecho lo mismo. O eso esperaba.

-Ah, mes oui, mon cher ami, mon fantôme, mon sorcier, venez ici...

La música finalmente se detiene seguida de suaves aplausos, y al hacerlo, las puertas con las pizarras se entreabren. -Es momento de continuar. Ya queda poco, ¿se divierten?- Suena la voz que guía. Con una última despedida, la pareja se separa hacia el siguiente destino.

Laraaa la ra la raaaa la....

Los últimos acordes sonaron, y ejecutaron el final con lentitud y, por qué no decirlo, orgullo. Para Claire aquel baile, que siempre había mirado como un imposible inalcanzable, acababa de ser una realidad, de formar parte de sus vivencias, atesorado como uno sólo atesora recuerdos.

Amadeo la alzó de nuevo de su posición tumbada, casi rozando el suelo, en el que había quedado. Le miró sin su máscara, ambos sin ellas, una había sido física, la otra de convención. Y le abrazó.

-Gracias, de verdad. Ha sido magnífico bailar contigo, otra perspectiva inédita que he descubierto. Volar sobre el mar, en brazos de un maestro. No lo olvidaré, no sé qué esperaba, pero no esto.

Se fue de la sala emocionada. Y con una extraña sensación de dicotomía.

El último acorde del violín, los bandoneones rugientes y la voz del maestro cantante dejaron la habitación vacía a falta de aquellas dos pobres almas abrazadas. Amadeo fue levantando a la joven delicadamente como el que saca un tesoro del mar y la levantó hasta dejarla posada en el suelo sin dejar de mirar con deleite sus grandes ojos azules desde los que había viajado, como ella le prometiera, hasta lo más profundo del mar.

También la miro a los labios, que parecía un aleph en el que confluían todos los puntos del universo que para él en estos momentos había sido el tango. Sonreía con tibieza ante las palabras de la joven aunque no pudo romper la barrera del silencio, pues su papel en aquella historia no le permitía excederse más allá de sus labores. Levantó una mano en señal de despedida y una melancólica sonrisa de satisfacción por un trabajo bien hecho. El abrazo le activó emotivamente y no pudo reprimir darle un beso casi paternal en la frente como contraste al fuego que había sentido, como siempre, cada vez que bailaba un tango.

—Buena suerte, Claire—dijo como única declaración—Gracias por este bonito regalo.

La observó marchar  viendo cómo se contoneaba aquella llamarada de fuego pelirrojo que tenía por pelo preguntándose que habría sido de aquel tango si se hubiera bailado en otro lugar, en otro tiempo, y si tendría oportunidad de volver a bailarlo en el futuro.

En estos pensamientos la luz fue cayendo en la sala como un atardecer hasta dejar al bailarían de nuevo sumido en las sombras desde las que emergió para iluminar esta escena. Su misión había acabado y podía sentirse feliz por el resultado.