El palacio de Linares, conocido en sus primeros años como palacio de Murga, es un inmueble de la ciudad española de Madrid, situado entre el paseo de Recoletos y la calle de Alcalá, abriendo su fachada principal a la plaza de Cibeles. Ocupa los terrenos de los antiguos Molinos de Plata y del Pósito Real de Madrid, gran almacén de cereal pensado para atender posibles crisis de abastecimiento en la ciudad. Clausurado sin uso durante casi un siglo, fue reabierto en 1992 como Casa de América tras una laboriosa restauración.
En 1992, coincidiendo con los actos del Quinto Centenario de la llegada a América de Cristóbal Colón y de la capitalidad cultural europea de Madrid, el Palacio de Linares se reabrió, tras una rehabilitación llevada a cabo por el arquitecto Carlos Puente Fernández, como Casa de América, un centro destinado al intercambio cultural entre España y América. Con este fin, el centro organiza numerosas exposiciones, debates, presentaciones, conferencias, cursos, etc.
Además, durante el año 2009, sirvió de escenario para la grabación de diversos videoclips y actuaciones, como es el caso de "Cuellito mío", de Lorcan d'Eath, o Tardes de domingo, del grupo "Hechizando al sol" grabada en acústico.
En la actualidad el Palacio de Linares está en desuso y los muggles ya nunca lo visitan por culpa de un rumor que se ha esparcido como la pólvora. En su interior dicen que habita el fantasma de una niña conocida como Rai. José de Murga contrajo matrimonio con Raimunda Osorio, siendo ambos hermanos de padre. Es este hecho se enteraron cuando ya habían engendrado a su hija, Rai. Sin poder soportar el peso de su pecado, a leyenda dice que mataron a su hija y que esta, aún sujeta a este mundo por dicho pecado, aún deambula por la casa.
Y los rumores son totalmente ciertos, Rai es una fantasma juguetona que se dedica a espantar cualquier muggle que tiene intención de visitar la Casa de América. No lo hace a propósito, solo busca a alguien que juegue con ella.
Cualquier mago que quiera hacerla una visita, tendrá que llevarla un juguete mágico con el que poder entretenerla. Rai se pasa muchas horas mirando por la ventana que da a la Plaza de Cibeles y desde allí se entera de infinidad de cosas, así que puede ser un contacto bastante útil.
El palacio de Linares, conocido en sus primeros años como palacio de Murga, es un inmueble de la ciudad española de Madrid, situado entre el paseo de Recoletos y la calle de Alcalá, abriendo su fachada principal a la plaza de Cibeles. Ocupa los terrenos de los antiguos Molinos de Plata y del Pósito Real de Madrid, gran almacén de cereal pensado para atender posibles crisis de abastecimiento en la ciudad. Clausurado sin uso durante casi un siglo, fue reabierto en 1992 como Casa de América tras una laboriosa restauración.
En 1992, coincidiendo con los actos del Quinto Centenario de la llegada a América de Cristóbal Colón y de la capitalidad cultural europea de Madrid, el Palacio de Linares se reabrió, tras una rehabilitación llevada a cabo por el arquitecto Carlos Puente Fernández, como Casa de América, un centro destinado al intercambio cultural entre España y América. Con este fin, el centro organiza numerosas exposiciones, debates, presentaciones, conferencias, cursos, etc.
Además, durante el año 2009, sirvió de escenario para la grabación de diversos videoclips y actuaciones, como es el caso de "Cuellito mío", de Lorcan d'Eath, o Tardes de domingo, del grupo "Hechizando al sol" grabada en acústico.
En la actualidad el Palacio de Linares está en desuso y los muggles ya nunca lo visitan por culpa de un rumor que se ha esparcido como la pólvora. En su interior dicen que habita el fantasma de una niña conocida como Rai. José de Murga contrajo matrimonio con Raimunda Osorio, siendo ambos hermanos de padre. Es este hecho se enteraron cuando ya habían engendrado a su hija, Rai. Sin poder soportar el peso de su pecado, a leyenda dice que mataron a su hija y que esta, aún sujeta a este mundo por dicho pecado, aún deambula por la casa.
Y los rumores son totalmente ciertos, Rai es una fantasma juguetona que se dedica a espantar cualquier muggle que tiene intención de visitar la Casa de América. No lo hace a propósito, solo busca a alguien que juegue con ella.
Cualquier mago que quiera hacerla una visita, tendrá que llevarla un juguete mágico con el que poder entretenerla. Rai se pasa muchas horas mirando por la ventana que da a la Plaza de Cibeles y desde allí se entera de infinidad de cosas, así que puede ser un contacto bastante útil.
Cocodrilos.
Rebecca seguía dándole vueltas al contenido de la misión. El estupor que sentía era lo único que había conseguido controlar la ira que le acompañaba en ese tipo de ocasiones. Momentos en los que se tiraba por tierra sus habilidades y experiencias y se veía perdiendo el tiempo en una misión digna del típico becario de turno.
Pero allí estaba, en la plaza Cibeles. Mirando directamente hacía el Palacio de Linares.
Avanzaba con paso lento. Vestía una ceñido y costoso abrigo negro. Mantenía su mano izquierda en el bolsillo, jugueteando con lo que esperaba que fuese suficiente para encandilar a Rai.
Sí, conocía a Rai. Aunque nunca había tenido el 'placer' de encontrarse con ella. No le hacía ninguna gracia. No le gustaban los fantasmas, y mucho menos los niños. Rai era todo lo que no se quería encontrar.
Se paró en seco frente a la verja, mirando de frente hacia la fachada del edificio. Sacó su mano izquierda del bolsillo y elevó el brazo por encima de su cabeza. Sujetó el objeto con dos dedos, asegurándose que quedara plenamente expuesto.
- Maldita niña, no te hagas de rogar.
Desconocía el tacto que debía tener con ella. Tampoco le importaba. Quería información, y ella quería jugar. Con eso las dos ganaban. Siguió andando. Con la mano derecha en su bolsillo, agitó suavemente la varita para abrir la pesada verja. Si lo hacía con normalidad ningún muggle se daría cuenta. Eran unos inútiles incapaces de mirar más allá de sus sucios ombligos.
Siguió avanzando. Ya tenía los dos brazos abajo, pero seguía exponiendo el juguete. Era un pequeño coche teledirigido que había encontrado en uno de esos puestos ambulantes cercanos a las puertas del metro.
Rebecca sintió un fuerte escalofrío en la espalda cuando cruzó la verja del Palacio de Linares. Todo aquello le indicaba que diera media vuelta y se marchara, pero esa sensación era algo que a un muggle le habría echado para atrás, pero Rebecca no iba a dejarse amedrentar por una bobada así.
Pudo ver como Rai estaba asomada a la ventana escondida detrás de una cortina, y cuando le mostró el juguete ella le sonrió contenta.
En un abrir y cerrar de ojos, la niña se había teletransportado a dos metros de Rebecca, con los brazos tendidos para que le diera el juguete y con una enorme expresión de felicidad y alegría. ¿Vienes a jugar conmigo? Le preguntó emocionada.
La niña tardó poco en aparecer. Mejor. Ya se estaba impacientando.
- Te traigo un regalo.
Eligió sus palabras con cuidado. No quería que la niña se enfadara, pero tampoco iba a comprometerse a hacer algo que no quisiera hacer.
- ¿Sabes lo que es?
Dobló las rodillas mientras colocaba el cochecito en el suelo. Había entendido el lenguaje corporal de la niña, pero no iba a ponerle el juguete en las manos a un fantasma. Podía responder de la manera más inesperada.
- Los muggles lo manejan con esto - indicó, sacando de su bolso un mando de tamaño medio. Había varios botones para manejarlo, para activar las luces y diferentes tonos de sirena. Un escándalo de juguete que ni loca le regalaría a un hijo suyo.
Con un movimiento de varita, encantó el juguete para que pudiera funcionar sin pilas. Entonces, empezó a tocar el mando con destreza. Aplicó diferentes combinaciones, haciendo que el juguete se moviera para adelante y atrás, y girara sobre sí mismo. Activó las luces y las sirenas. Paró en seco y la miró. Sospechaba que ella podría jugar sin mando.
- ¿Qué te parece?
Rai se acercó ilusionada a contemplar el juguete que aquella mujer le había traído. No estaba acostumbrada a que ninguno de los visitantes le trajera un regalo. Se agachó y con una amplia sonrisa disfrutó de Rebecca y el manejo de aquel cochecito. ¿Y qué más hace? Preguntó algo decepcionada. Parecía que la ilusión de la niña fantasma había decaído a un ritmo vertiginoso y aquel juguete no parecía terminar de darle la emoción que necesitaba. No sé, parece un juguete muy aburrido. No me gustan los juguetes de los muggles. Comentó con un ligero tono enfadado.
Rebecca tuvo que hacer esfuerzos para contenerse. En su mente puso los ojos en blanco con una notable exasperación. En su rostro no se reflejó ni un movimiento.
- Tienes que echarle imaginación. - Sus palabras eran suaves. Casi aterciopeladas. En el momento justo mostró la sonrisa juguetona. Lo tenía ensañado al milímetro. - Observa.
Con un suave movimiento del dedo índice tomó el control del juguete. El coche fue directo hacia la verja y no tardó en llegar hasta la calle. Directo hacia el zapato de un transeúnte.
Entonces, nada. Rebecca se mantuvo en silencio, observando la reacción del hombre. Contenía la respiración, intentando dar ese toque de expectación que mantendría a la niña fantasma atenta. Al menos durante unos segundos.
- Ahora.
Fue como ella esperaba. Después de unas indignadas miradas a su alrededor, el hombre siguió andando. Y entonces empezó el espectáculo. Cada paso que daba el hombre, el cochecito avanzaba. Lo suficiente como para que no pasara desapercibido. Si era necesario, daba un pequeño golpecito a la parte trasera del zapato. Podía imaginarse la tensión de ese hombre. Era un cochecito de juguete con un alcance mínimo. El o la bromista no podría estar muy lejos. Entonces, ¿por qué no podía verlo?
Rai abrió la boca aburrida ante la demostración de Rebecca. Aquel juguete no le había convencido ni lo más mínimo y cuando vio los intentos de llamar la atención del pequeño fantasma, ésta apretó el puño y chamuscó el cochecito que con tanto cariño le había llevado. ¿Ves? No merecía la pena. El rostro de la niña había pasado del aburrimiento al enfado, y con un gesto de la mano le dijo: Y ahora lárgate, no me molestes con objetos tan estúpidos y para niños. Traéme un juguete que merezca la pena. Algo con lo que de verdad me pueda entretener mi larga y absurda existencia. Si no lo encuentras, será mejor que no regreses. Dijo cruzándose de brazos y desvaneciéndose de la vista de la bruja.