Sucesión de los hechos relevantes en el mundo de la "saga de Horus"*, según vayan siendo conocidos.
*: AKA "Damalandia" XD
La tierra se formó a partir del Caos primigenio, el magma primordial que contenía los elementos necesarios para que tras los eones brotara la vida, y de ella la inteligencia. Otras entidades vivas e inteligentes en los confines del universo se sintieron intrigadas y atraídas, y acudieron a la tierra a presenciar el fenómeno una vez más.
Allí permanecieron lo que en la tierra fueron edades completas, y para ellos apenas un suspiro. Las nuevas criaturas humanas formaron civilizaciones, y adoraron a esas entidades como a sus dioses, dándoles nombres distintos según sus propias culturas. Los "dioses" camparon a sus anchas, algunos cuidaron de la humanidad, otros se sirvieron de ella, o peor, la esclavizaron o torturaron. Finalmente se cansaron de ellos, y las entidades marcharon de nuevo a las dimensiones de las que procedían.
De su linaje, sin embargo, permanecieron algunos individuos, y sus hijos, que colonizaron lo que en la antigüedad se llamó "La Gran Isla", o Atlántida en la actualidad.
Inscripción hallada en la Mastaba de Horhotep:
Al principio era el Caos, no era la nada, sino el Desorden, el Caos Primordial, una esfera sin luz que coaguló en el Túmulo Original, el Montículo Sagrado del que emergió la Gran Flor que llevaba en su seno a Amón, el Espíritu Absoluto, inundando la oscuridad de luz y poniendo Orden en el Caos.
Amon, la Palabra y potencia creadora, la luz de Ra, sopló y llamó así al Aire, Shu, que reinó primero junto con Tefnut, el Fuego. De ellos fueron engendrados el Cielo, Nut, y la Tierra, Geb, que reinaron después. Es la Era de la Tierra la del los hijos de la Gran Isla, que ahora yace sumergida, tras el cataclismo y la diáspora de sus habitantes. Algunos sobrevivieron, y fueron al Planeta Egipto donde su estirpe permaneció durante miles de años.
Tras el reinado de la Gran Isla, Ra entregó el cetro a Osiris, quien esposó a Isis, pero Seth, su hermano, se irritó con Ra por su elección, y así empezó la más larga de las luchas, la más cruenta de las venganzas. Seth engañó a Osiris, su hermano, y le mató y le descuartizó esparciendo sus restos para que nunca pudiera gobernar. Pero Isis, con la fuerza de su amor, y toda la magia aprendida de los Grandes Magos de la Gran Isla, consiguió reunirlos de nuevo y revivir a su esposo, quien en este estado de semiexistencia pudo aún engendrar a Horus.
El Halcón, el hijo de Osiris, se escondió y creció en la determinación de reemprender la lucha y vencer a Seth, la Serpiente, y así fue, luchó con él durante milenios hasta que le venció y así el hijo vengó al padre. Pero durante la lucha Seth le arrancó el Ojo, y está escrito que con ese Ojo la vida se regenerará.
Osiris volvió al Reino del Duat, y Horus y Seth regresaron a sus Tierras, para descansar en ellas, el Halcón en el Norte, y la Serpiente en el Desierto del Sur. Pero su Templo, que contuvo las Reliquias, ahora guarda su recuerdo, en el lugar en el que las Tierras vieron su lucha. Y los Semshu Heru guardaron su Secreto, y la Llave.
Hasta hoy, ahora es el turno de los hombres, ha llegado su momento. "
La Gran Isla fue reducto de una civilización ajena a la propiamente humana que cultivó su ciencia y su magia a partes iguales, con celo y misterio. Allí floreció una cultura deslumbrante que desarrolló una tecnología incomparable y que no se ha igualado en la Tierra desde que el cataclismo destruyó la Isla, y todo su contenido.
Para preservar parte de esa ciencia, magia y tecnología, algunos de los atlantes partieron en una diáspora que les llevó a distintas zonas del mundo, ocultándose junto con sus tesoros y conocimientos. Egipto fue uno de esos lugares, aunque hubo muchos otros más. Los atlantes supervivientes, muy longevos, fueron consideraron Grandes Sacerdotes, o Grandes Magos, por las gentes de los pueblos que les acogieron.
Cada uno se aisló del resto, considerándose a sí mismos los únicos y últimos atlantes, manteniendo el secreto. Y sus artefactos fueron preservados pero ocultos a la humanidad, enterrados y sellados en lugares inaccesibles.
Testamento de Horhotep:
"Yo, Horhotep, Gran Mago, único superviviente de entre todos los peregrinos de la Gran Isla, la tierra que se hundió, hallándome ante mi propio ocaso, y próximo a alejarme del mundo para viajar al Duat, expongo a aquellos que me sucedan en el futuro la que ha sido mi tarea y será mi legado:
Fuí ungido por el Dios como Guardián del Udjat, el último de los Grandes Elegidos, los Semshu Heru. Presencié la lucha de Dioses, presencié la Caida y el Sueño, y ahora, cuando la Tierra Roja ha llegado hasta la Negra, y el Alto y el Bajo Egipto se han desposado bajo la mano férrea de Narmer, el Rey del Sur que ha conquistado al Norte ungiéndose Faraón de las Dos Coronas, sé que mi reinado y mi hora tocan a su fin.
Por ello cumplo con mi Destino, puesto que de nuevo la Serpiente acecha al Halcón.
¡Sacerdotes de Horus! ¡Hijos del Halcón! Aquí está mi testamento, mi legado, mi destino. Que sea como se ha escrito."
Junto con Egipto, una de las zonas de mayor importancia en cuanto al enclave del asentamiento de atlantes exiliados durante la diáspora concomitante a la desaparición de la Gran Isla fue la Península del Yucatán.
Un terreno muy rico en galerías y túneles subterráneos de origen kárstico propició la comunicación secreta entre los distintos núcleos, y el ocultamiento de artefactos de gran tamaño, algunos incluso inundados en el fondo de cenotes que con los siglos pasaron a ser "sagrados". Durante este asentamiento nació la civilización maya, aunque floreció mucho más tarde pero trasluciendo también la indudable influencia de Atlantis: Pirámides, intrincados esquemas de misterioso significado...
Tres mil años AC, cuando el Alto y Bajo Egipto se enfrentaron en una guerra que lideró Narmer y que daría paso a la unificación y a la Primera Dinastía de Faraones, Horhotep, uno de esos atlantes de la diáspora, se preparó para dejar la Tierra y regresar al Duat. Para ello hizo edificar la Mastaba, su propia tumba, y creó el artefacto que habría de legar a su sucesor, éste humano, y a los sucesores de éste, los Semshu Heru, con el que identificar las reliquias que, reunidas y activadas, habrían de llamar a la Tierra, de nuevo, a los "dioses" que la habían abandonado en su momento para regresar a su dimensión, Seth y Horus y a la Madre Isis.
Eso sólo debía ocurrir si la humanidad necesitaba de nuevo de la tutela de esos dioses, pero advirtió del peligro de despertarlos, dadas las rencillas que esas entidades mantenían entre sí.
Mastaba. Lente:
Para ti, Sacerdote de Horus, mi desconocido sucesor, yo, Horhotep, el último Gran Mago de la Gran Isla, he confeccionado la Lente Azul, para que puedan ser reconocidas la Reliquias Sagradas y sus espejismos.
Sacerdote: Usarás la Lente frente al envase de la Reliquia, y a su luz verás el Símbolo del Udjat que le corresponde. No lo verás sin ella, aunque lo expongas a la más brillante de las estrellas, aunque otros cristales, incluso los recuperados de entre aquellos hechos en la Gran Isla, multipliquen los haces de la luz del sol. Debes tener cuidado, porque los señuelos muestran también la señal. Pero sólo ellos, los doce que han salido de mis manos. Aunque los Objetos fueran reproducidos, nunca se conseguirá falsificar la imagen de la Lente, tal es la magia que he depositado en ella. Sólo las Auténticas Reliquias y sus espejismos se revelarán.
Porque los Herederos desconocerán su Legado, así debe ser, para que el Olvido proteja al Ojo. Pero tú, Sacerdote de Horus, podrás reconocerlos a través de la Lente Azul, su cristal te revelará en lo invisible la marca del Ojo. Pero te advierto, cuídate, humano, teme al Enemigo y a sus seguidores. Porque la Alimaña acecha en las sombras, acecha a los Herederos, incluso en su sueño.
Mastaba. Tabernáculo:
Éste es el Udjat, aquí esta la Llave.
En este momento de caos y peligro, cuando el hermano acecha al hermano y vierte su sangre sin remordimiento, yo, Horhotep, en mi deber de sacerdote, envío a los seis Herederos lejos de esta tierra, con sus sagrados legados. Uno en cada dirección, bien lejos, para que la distancia entre ellos guarde al Mundo y el Olvido los resguarde. Envío también otros seis, los señuelos, para que las serpientes y los malvados erren en su tino, y persigan en su equívoco espejismos, falsas reliquias. Toda precaución es poca.
El mundo siguió su curso después de Horhotep, y aunque las manifestaciones de la presencia de descendientes de la Gran Isla fueron patentes, no fueron identificadas. Así, fenómenos extraños como El Triángulo de las Bermudas, las Líneas de Nazca, el mecanismo de Anticitera o las bolas de fuego de Naga, han seguido siendo incógnitas sin resolver aún ahora. Y es que, en cuanto se han disparado las alarmas, como en el caso de la Mastaba, el devenir de los hechos, casual o no, ha hecho desaparecer cualquier rastro plausible que iluminara acerca de su origen.
En 2010 un grupo de setitas inició la cadena de circunstancias necesaria para llamar a esos dioses de nuevo, con la sola oposición de los escasos guardianes o sacerdotes de Horus, (los padres de Fadil y Nefissa entre otros), que no pudieron evitarlo. Los llamados Herederos, (éstos los padres de los Dunne, los Yaddow, y de Oli, Estel, Nat y Omar), depositarios tras generaciones de las reliquias o artefactos que darían lugar a esa llamada, acudieron sin saberlo al lugar y en el momento en que estaba previsto. Pero, por fortuna y una oportuna intervención divina, toda la historia de aquellas personas quedó enterrada junto con la Mastaba, los artefactos, y la mayoría de los instigadores.
Sólo la principal, Umayma Al Hassim, sobrevivió al vórtice que les engulló, al estar recluida en su hogar ancestral, aunque no se supo más de ella, aplastada por el dolor de la muerte de su hijo y de aquellos con los que había tejido su trama intentando hacerse con un poder más allá de lo meramente humano.
Umayma Al Hassim había sobrevivido a la destrucción de la Mastaba, y a la muerte de los setitas, entre ellos su único hijo, Olam. Se había recluido en el Laberinto, lamiéndose las heridas, intentando rehacerse del durísimo golpe recibido.
Su única compañía fue una muchacha nubia, Aisha, que le traía alimentos y agua, y el hermano de ésta, "Hermano", que cuidaba de ambas. Aisha soportaba en silencio la rabia y la ira de su ama, el veneno de la Cobra Negra. A cambio, Umayma la instruyó en la magia que conocía, magia aprendida y heredada de sus predecesores, los Sumos Sacerdotes de Seth. A su vez, descendientes de la Gran Isla.
En el fondo del laberinto bajo el Castillo de Arena, donde Umayma medraba después de la desaparición de la Mastaba y la muerte de su hijo Olam, yacía inerte y casi olvidado uno de los Artefactos dispuestos allí por los supervivientes de la Gran Isla. La bruja, que sabía de ello desde siempre, no supo sin embargo de qué se trataba, o cómo funcionaba, aunque durante años lo estudiaron, junto con su acólito y Sacerdote de Seth, Hanif Harunn.
Llamaron al artefacto "La Máquina", y aunque desconocían para qué servía, la mantuvieron cuidada y a salvo, en perfectas condiciones, por si alguno de los Grandes Magos había dejado alguna instrucción a alguno de sus descendientes.
La Máquina así se mantuvo en secreto sepultada bajo roca caliza y toneladas de arena, siendo cuidadosamente preservada durante décadas.
La Máquina que dormía bajo el Castillo de Arena despertó, por causas determinadas mucho tiempo atrás, en un momento muy concreto. Este momento ocurrió entre el año 2010, en que sucedieron los hechos de la Mastaba de Horhotep que implicaron a los padres de los actuales protagonistas de nuestra historia, y el año 2040, en que fueron atraídos a ella por la venenosa Umayma y sus secuaces, con la indudable participación de un enigmático personaje, Pacal.
Según vivieron nuestros héroes, la activación de la Máquina era algo que abría un portal temporo-espacial y que les trasladó al Chichén Itzá de la época maya más floreciente, concretamente durante el solsticio de verano del año 1194 dc.
Allí fueron marcados con alguna sustancia extraña, y preparados para algo que no podían aún adivinar, aunque las visiones de sacrificios humanos que habían visto no les daban muchas esperanzas.
Sin embargo, todo el daño que se hicieron fue por sus propios errores, y fueron dejados en aparente libertad dentro del recinto amurallado de la enorme ciudad monumental.