Y el deseo de venganza rebosó un corazón que había quedado vacío con lo que muchos le habían querido hacer creer que era un golpe arbitrario del destino, con una mentira que repetida por los ignorantes había ocultado a los verdaderos culpables del despreciable crimen. A esos que ahora veía, a los que gracias a ella conocía y a los que debería devolver con creces el dolor provocado; un dolor que, como el de él y ella, deberían soportar durante el resto de sus vidas. Por ello el arma que usaran debía dejar una herida que nunca se cerrara…
Entonces se atrevió a alzar la vista y a mirar a Umayma. Ahora lo comprendía. Sus ojos… Toda la furia y la rabia. La ira contenida y pacientemente guardada. Pero a Fadil la verdad le quemaba. Deseaba saber cuándo terminaría todo de igual modo que nunca podría olvidar cuándo había comenzado.
- ¿Cuándo?
-Eres impaciente.
La voz de la depredadora era la del mismo Fadil, y resonó en su mente.
No, eso era lo que pensó en un primer momento, pero se dio cuenta de que era un efecto extraño. Porque la voz cascada y profunda que surgía de los labios agrietados siguió hablándole, y era real, era suya. De la propia Umayma.
-Ya sabes lo que dicen. La venganza es un plato que se sirve frío. Pero no falta mucho... Mira...
La anciana entrecerró los ojos de nuevo, y de nuevo él sintió el aluvión de sensaciones, sólo que esta vez fue algo distinto. Ante sí la forma negra de la mujer se contrajo, se enroscó sobre sí misma, y casi sin darle tiempo a reaccionar se encontró frente a una enorme cobra de Egipto.
La serpiente siseó, y, ahora sí, ahora en su mente, le ordenó que la siguiera.
Quizá fue un recorrido real, quizá sólo fruto de su estado, un espejismo o una alucinación. Pero Fadil avanzó entre los muros del lugar en el que se encontraba, del Castillo de Arena, detrás de la ondulante forma negra. Y lo que vio era lo mismo, y distinto. Y supo, como antes había sabido, lo que tenía que hacer, lo que se esperaba de él.
Vio todo aquello convertido en un lugar público, un transitar de gentes, y a él al frente. Vio allí a los que debía convocar, y vio... vio la trampa, vio a la terrible cobra anidar en el fondo del laberinto, y a él atraerles hasta ella... hasta sus fauces de ponzoñosos colmillos, y allí, sin escapatoria, sin salida, morir lentamente, pagar lentamente por aquello que debía ser pagado.
Fadil sintió odio, un odio mucho más corrosivo que el que había pensado nunca que podía sentir. Si su naturaleza era distinta, si su espíritu clamaba contra esos sentimientos, algo lo acalló, lo ahogó en una marea de maldad y negrura.
Fadil no lo sabía, pero estaba tan preso de la cobra negra como lo estarían los demás...
Que le llamara impaciente le daba igual, ni siquiera se planteó si en verdad lo era. Desde que había encontrado el Udjat entre el amasijo de hierros en el que ahora sabía que sus padres habían sido asesinados no había hecho otra cosa más que buscar respuestas, unas respuestas que habían llegado tras una eternidad de incertidumbre, y ahora que las tenía lo único que quería era justicia… Ojo por ojo y diente por diente. Que los culpables sufrieran el dolor y pérdida que él había sufrido. Frío o caliente no le importaba, lo único que le importaba era que el plato se serviría.
Por ellos aun a pesar del miedo que aquella mujer le inspiraba, aun tras recular ante la visión de la sierpe en la que se había convertido dudando si aquello que veía era o no posible, la siguió. Sabía que ella podía proporcionarle lo que buscaba porque ella también buscaba lo mismo. Sus deletéreos colmillos tenían tan solo unos destinatarios y él no se encontraba entre ellos, así que cuando vio lo que le esperaba a los hijos de los asesinos de sus padres, Fadil sonrió con regocijo sin caer en la cuenta de la naturaleza veleidosa y taimada de las cobras. Aunque a lo mejor sí lo pensó, un pensamiento que quedó enterrado vivo bajo sus deseos de venganza.
- Así se hará…- musitó o pensó en aquel sueño compartido aceptando así su parte y mostrándose profundamente conforme con el objetivo.
Como había llegado la ilusión, la visión o lo que fuera, se desvaneció. Fadil se encontró de nuevo acuclillado ante la Madre Umayma, ésta en una semipenumbra más oscura que clara, mirándole desde las pupilas aceradas, pétreas. El silencio imponía en esa cámara rocosa, y sólo al cabo de un buen rato fue consciente del silbido lejano del viento del desierto.
La atmósfera densa del humo y el aroma dulzón de especias, o de quizá algo más, saturaba sus sentidos. Y por ello le costó rehacerse, a pesar de la rapidez del regreso.
Cuando lo logró, cuando se sacudió de encima la sensación de modorra y de irrealidad, se dio cuenta de que Aisha estaba en pie a su lado, y que tiraba de la tela de su manga, para que se levantara.
-Ya está, ella lo ha dicho, ya ha terminado. Vamos.
Casi sin esperar a que reaccionara, o a que opusiera alguna resistencia, la muchacha lo cogió por los hombros y lo impulsó, obligándole a levantarse, y luego lo empujó, sacándole sin miramientos ni disculpas de la guarida de su señora.
Regresaron al jeep, y con éste, a Saqqara. No hubo explicaciones, no hubo margen a preguntas, o a diálogos.
Simplemente, cuando llegaron, la joven le entregó una tarjeta. En ella constaba un teléfono, y el nombre de un bufete: "Stevenson, Harunn & Sorensen", abogados.
La persona que giraba la llave y entraba en el portal no era la que había dejado el lugar aquella mañana. Ninguno de sus vecinos hubiera notado la diferencia; la misma carne, el mismo rostro, la misma ropa, la misma sonrisa, incluso la misma voz al devolver el saludo. Pero era otro hombre.
Solo un puñado de palabras, y esa mirada de bestia salvaje, agazapada entre zanjas excavadas por el transcurrir de un tiempo que creía vedado para el hombre. Pero sobre todo lo que no había dicho, lo que le había mostrado, las puertas que había abierto en su mente. El hombre que se dejaba caer en el sofá, con los codos apoyados en los muslos tenía un propósito tras la mirada. Un hombre que poseía las respuestas que había buscado, anhelado durante años.
Venganza.
No se detuvo a contemplar la forma en que la información que le había eludido durante años había llegado a su poder.
Bajó la mirada, y sus ojos encontraron la tarjeta que había deslizado Aisha entre sus dedos. La sencilla tipografía del membrete rezaba "Stevenson, Harunn & Sorensen", abogados. Debajo, un número de teléfono. Le dio vueltas, contemplándola en silencio mientras el caballo desbocado de su mente se apaciguaba.
Sacó el teléfono del bolsillo y tocó en orden los números desplegados en su superficie. Un suave pitido anunció el establecimiento de la llamada.
No tuvo que esperar demasiado, apenas unos tonos. Enseguida una voz cálida de mujer respondió al otro lado de la línea.
-Esperábamos su llamada, señor Jannan. Nos avisaron de que se pondría en contacto con nosotros, y el por qué. Estamos a su disposición para cuando desee mantener una entrevista con el Sr. Harunn, en El Cairo. Él lleva personalmente todos los asuntos económico-legales de la fortuna Al-Hassim, y está dispuesto, según las instrucciones recibidas, a establecer la mejor forma para que el proyecto del Hotel SandCastle tome forma bajo su batuta...
—Discúlpame un instante.
Fadil apartó el teléfono de su oreja, conectó el altavoz y lo dejó sobre la mesa. Los dedos temblaban, su piel vibraba como la de un tambor bajo la percusión de un par de baquetas.
Todo lo que le habían ofrecido estaba preparado desde hacía tiempo. Umayma no solo le había dado un propósito, y unas herramientas para llevarlo a cabo, sino que se lo había servido en bandeja de plata. Era evidente, incluso en su estado, que la venganza no había sido concebida para él, sino para servir a la causa de esa mujer cuya piel parecía antigua como las arenas el desierto.
Pero había contado con él específicamente, lo había buscado, señalado personalmente. Todo ese tiempo que le había dejado agonizar en las aguas hirvientes de la duda, ¿cuál había sido su objetivo? ¿A qué había esperado? ¿Por qué no lo había acogido entonces?
Sacudió la cabeza. Llegaría el momento de meditar sobre todo aquello, pero todavía no. Como un adolescente conducido a la intimidad de una mujer por primera vez, su mente estaba completamente ocupada con la anticipación de lo que ocurriría, de la satisfacción de su ansia. Y el siguiente paso para alcanzarla reposaba sobre la mesa.
—Mañana... —dijo con un hilo de voz, inclinándose sobre las rodillas. Carraspeó suavemente y volvió a hablar, con firmeza esta vez—. Me gustaría hablar con el señor Harunn cuanto antes. Mañana no tengo compromisos —y si los tengo, los puedo anular— ¿Puede ser mañana a primera hora?
No hubo dilación en la respuesta, como si aquello hubiese sido exactamente lo que esperaban que dijera, o como si fuera lo que fuera lo que hubiera dicho, hubiese sido respondido de la misma forma:
-Desde luego, señor Jannan. Mañana a primera hora es perfecto. ¿Le parece... a las... ocho y cuarto? -Aquí si hubo un breve titubeo, evidentemente la mujer estaba consultando la agenda del abogado, porque sin duda tuvo que adecuarla lo mejor que pudo para adaptarse a lo solicitado. -...si no le parece demasiado temprano, claro está. El señor Harunn suele estar en su despacho a las siete y media. Pero puesto que usted vendrá desde Saqqara, quizá prefiera que sea un poco más tarde...?
La voz era cálida y amable, y rezumaba seguridad y eficiencia. Y, a juzgar por lo que decía, en el bufete sabían mucho más de él que no él de ellos. A Fadil le sonaba el nombre, eso sí. Como uno de los más prestigiosos bufetes de El Cairo, con impronta internacional. Pero, al margen de eso, poco hasta el momento se había preocupado él de grandes bufetes, o empresas, o administradores, u organismos... Quizá debiera. Ahora, quizá sí debiera.
Conocía, por fin, la verdad que le había eludido durante tanto tiempo, la razón detrás de esa agonía silenciosa que hundía sus garras heladas en sus vísceras, y las aplastaba con dedos fuertes como tenazas. Pero la arrebatadora liberación, el éxtasis del descubrimiento, estaba empañado por el desasosiego de hallarse en un camino pavimentado por otros, cercado por sendos muros paralelos demasiado altos y lisos como para alcanzar su cumbre.
Hizo un aspaviento, como si pudiera librarse de la desazón con las manos, como si no fuera más que una manta demasiado cálida. Dudar era un sano ejercicio intelectual, pero la realidad era que la senda trazada era la línea recta hacia su recién descubierto anhelo. Era la oportunidad para volver a encontrarse con el Fadil que añoraba.
— Es perfecto. —Fadil se mordió el labio inferior en una sonrisa traviesa—. Es reconfortante que alguien se preocupe de mis circunstancias cuando yo mismo las olvido. ¿Has consdierado cambiar de ambiente? ¿Quizás trabajar en uno de los lugares más fabulosos del país?
Por primera vez la voz sonó no sólo amable y eficiente, sino además genuinamente divertida cuando respondió a Fadil.
-Creo que a eso el Sr. Harunn tendría algo que decir! O mucho, me temo. Pero imagino que, en cualquier caso, en ese lugar tan fabuloso del país voy a pasar algún tiempo, puesto que él va a supervisar personalmente los cambios que Stevenson Enterprises va a realizar en el Castillo de Arena, y yo, como su secretaria personal, voy a estar a su lado. Nos conoceremos mañana, Sr. Jannan, pero si acepta la dirección del Hotel, vamos a coincidir a menudo en un futuro próximo.
Había olvidado el sencillo placer de encontrar regocijo en lo que hacía. Seguía comportándose como siempre, probablemente solo su hermana se había dado cuenta de lo que le ocurría, pero la satisfacción lo eludía, rebotaba contra el duro caparazón que había crecido alrededor de su alma. Como si hubieran sido un hechizo, los acontecimientos de ese día lo habían hecho desaparecer.
—A menos que la legislación laboral haya retrocedido varios siglos desde que la estudié —respondió Fadil, jugueteando con la voz—, creo que la última palabra te corresponde a ti. Y, por otro lado, la frente amplia es genética, no calvicie incipiente, así que puedes llamarme Fadil. Y yo puedo llamarte...
Había dudas en su mente, y ese terrible deseo que ardía en su corazón como una pequeña estrella. Pero se sentía bien.
-Tahira. Y forma parte de mi mitad egipcia. De la otra es el apellido, y es escocés, pero eso ya lo hablaremos en persona, cuando nos vemos mañana, Fadil. ¡Oh, sí...! "Señor Jannan" mientras estemos en territorio del Bufete, claro está.
La voz ahora tenía matices más personales, era evidente que el giro le había gustado a la mujer que la poseía. Aunque costaba ponerle una imagen, puesto que detrás de la pantalla en negro del comunicador podía estar hablando una cincuentona bizca, y habría sonado igual si era divertida y estaba a gusto con su interlocutor.
-Bien, anotado entonces. Te esperamos, ¿de acuerdo?
—Por supuesto, somos profesionales, al fin y al cabo —respondió con el mismo tono, que solo podía proceder de un hombre sonriente—. Nos vemos en unas horas, Tahira.
El tono de desconexión anunció en final de la llamada.
Fadil recogió el comunicador de la mesa, puso en marcha la aplicación de control doméstico, e inició el proceso que había llamado "relajación". Al unísono, las persianas descendieron, los estores se plegaron, y los focos del techo se encendieron, emitiendo una luz tenue y oscilante, como si fueran velas.
El aire se impregnó con la fragancia del incienso, y los sonidos del sintetizador de Isao Tomita, interpretando los acordes de Debussy, añadieron a la escena una cualidad fantasmagórica.
Se recostó en su vieja butaca, que parecía fuera de lugar en esa habitación de líneas rectas y aparatos electrónicos modernos. Lentamente, su cuerpo se hundió en la mullida superficie, hasta encajar casi con exactitud en las huellas que habían imprimido años de uso.
Había pedido a su tío que la trajera de casa. No necesitaba mucho; lo que de verdad importaba se había ido, y lo material no iba a acercarle a ellos. De la butaca, sin embargo, no se atrevió a desprenderse, y ahora se alegradaba de ello. Era la de padre, donde leía, todavía en volúmenes de papel y cartón. Su cuerpo había labrado su silueta en el asiento. Y para Fadil, como un embrujo, se había convertido en un molde. El adolescente delgaducho, todo articulaciones, que se habíasentido extraño en los gruesos canales, era ahora la viva estampa de su padre.
Si algún día se veía obligado a desprenderse de ella, estaba seguro de que no podría contener las lágrimas.
Abrió los ojos cuando reconoció la canción que sonaba. El disco había concluido, y volvía a reproducirse desde el principio. Se puso en pie y se sentó en su escritorio. El logotipo del sistema operativo, Surface 40, parpadeó en la misma superficie del mueble. Sujetó la aplicación de búsqueda con el dedo índice y la atrajo hacia sí. Desplegó el teclado e introdujo el nombre del bufete al que tendría que acercarse después de acostarse.
"Stevenson, Harunn & Sorensen".
El bufete había sido una iniciativa del padre, ya fallecido, del actual magnate y empresario neoyorkino William Stevenson. James H. Stevenson era un afamado abogado especializado en derecho internacional. De éste casi no encontró nada en la red, pero sí del hijo, que lideraba el bufete:
Al parecer William era un hombre popular, aunque no proclive a dejarse ver en los medios. Porque era fiero de su intimidad, eso estaba claro.
Empresario brillante, no parecía que tuviera enemigos en ese sector, aunque sí competidores y detractores. Gustaba de gastarse fortunas en aquello que deseaba, o en aquellos proyectos en los que creía. Ecologista activo, patrocinaba incluso aquellos que parecían descabellados. Por ejemplo, el Stevenson Building era un antiguo sueño arquitectónico de Callebaut que no fraguó, el Dragonfly, y que él financió e hizo suyo. No lo había dedicado por entero a una granja ecológica, como había estado diseñado, pero sí en parte.
Como ése, otros edificios, fincas o incluso antiguos palacios en Europa, habían sido rescatados del olvido o la degradación. Y reconvertidos en Hoteles o resorts, cierto, según muchos le criticaban. Pero salvados al fin y al cabo.
Se preguntó si la reconstrucción del Castillo de Arena quedaba en sus manos. Desde luego, era mucho más que probable...
Bon vivant, amante de lo bueno. Buena cocina, buena música, buenos trajes, buenos coches... para muchos un derrochador díscolo e insustancial. Pero sus amigos, que al parecer eran pocos y discretos, decían de él que era un hombre ejemplar. No solía conceder entrevistas, y si salía en revistas o en la televisión, siempre era "cazado" por paparazzi durante algún concierto, un acto benéfico o alguno de sus incontables viajes a lo largo y ancho del mundo, que recorría con avidez.
Otra cosa era el bufete, el Stevenson, Harunn & Sorensen. Era una iniciativa de su padre, no suya, y él lo había dejado evolucionar en el estilo que su padre habría querido. Más tradicionalista, mantenía su progresión y su éxito, y a pesar de ser el principal accionista, no dejaba de ser un socio más. No participaba como abogado, había dejado eso para los otros dos socios, el egipcio con el que iba a entrevistarse mañana, y un sueco octogenario que era más un título que un activo. Pero sí que todos lo seguían de cerca, y las decisiones importantes eran a tres bandas, por igual.
Aunque dedujo que, evidentemente, el peso del trabajo en el bufete debía llevarlo Harunn.
Mañana sigo con Harunn. Postea si quieres.
Fadil no tenía claro si le gustaba o desagradaba ese hombre.
Hijo de una fortuna, podía haber seguido los pasos de su padre. En su lugar, decidió forjar su propio camino. Podía permitírselo; un niño rico emprendiendo negocios no se enfrentaba a los riesgos a los que se exponía el resto de la humanidad. Pero había evitado el camino fácil. No como él.
Fadil no podía resistir la tentación. Estudios para los que tenía asegurada la salida, mujeres fáciles, trabajos desahogados. Incluso en su proyecto actual, se había limitado a dejar que Umayma le diera cuerda y lo dirigiera en el sentido correcto.
Era imposible contemplar la ambición de hombres como William Stevenson con indiferencia. Incluso para un hombre como él, cuya ambición era un animal doméstico adormecido.
De Hanif Harunn, el abogado que realmente debía de llevar el manejo del bufete según se deducía por lo que había leído, encontró verdaderamente poco.
Sólo que se había licenciado en la Universidad de El Cairo, y doctorado en la misma universidad que James, el padre de William, después de unos brillantes estudios de postgrado en EEUU. Allí se conocieron y por iniciativa de Stevenson se fundó la sociedad, a la que lograron incorporar a Sorensen, un especialista en derecho comercial internacional de éxito entonces, bastante mayor que ellos.
Harunn, sin embargo, no se quedó en América, sino que regresó a Egipto, donde residía actualmente. Contrajo matrimonio con una joven de una de las mejores familias de entre la aristocracia egipcia, sumamente tradicionalista, con la que tuvo una única hija.
En la actualidad el bufete seguía teniendo su sede principal en Nueva York, en consideración a la memoria del fallecido fundador, aunque mantenía sus otras dos sedes, la de El Cairo (en la que se lleva el grueso del trabajo) y la de Estocolmo, como satélites.
Se dedicaban a la administración y regulación de bienes y herencias de grandes fortunas, así como a dar soporte legal y financiero a las Stevenson Enterprises, lo que se llevaba la mayor parte de su actividad.