-Creo que tienes razón en una cosa. Mejor que tu madre no se dedique a esto o estallará la tercera guerra mundial y no sobrevivirá nadie -comentó entre risas y medio atragantado por el bocado que Estel había metido en su boca casi a presión-. ¿Decírselo?
Guardó un momento de silencio, momento que aprovechó para servir vino a ambos. Acabó encogiéndose de hombros. Era muy consciente del alcance de la pregunta de Estel. No solo hablaba de Sofía. Sobretodo hablaba de sus propios padres.
-No lo sé. La pregunta es sencilla. Puede que hasta oportuna, aunque algo precipitada. Acabo de tomar la decisión de retomar mis estudios. El resto de decisiones tendrá que esperar un tiempo. Primero la matrícula, ver opciones, posibilidad de trabajar en algo que no sea un Seven Eleven o un restaurante de comida pringosa... Cuando sienta que las cosas van encauzadas y que tengo un cierto control, entiendo que sí, que se lo diré, aunque ahora mismo las cosas no van muy fluidas entre nosotros. Xabier no me habla, aunque para ser justos yo tampoco hago ningún esfuerzo para que eso cambie, y mamá... bueno, no lo está pasando demasiado bien con todo esto. Me llama de vez en cuando. Yo lo hago en otras ocasiones, charlamos, pero al final y no sé cómo, aunque no discutimos, todo vuelve a como era antes. Un compendio de cosas que debería hacer porque están preocupados por mí y saben mejor que yo lo que me conviene. La misma canción de siempre -en la voz de Omar se leía el cansancio y algo más. Una pereza anímica, como si cortar las últimas maromas que lo unían la barco de sus padres no le afectara o importara demasiado-. En fin, es lo que hay. Y cuando llegue el momento, pues ya te diré qué voy a hacer.
Se reclinó en la silla y bebió un poco más de vino, sonriendo de nuevo. Parecía que aquel día, nada podría enturbiar su humor.
-Dime, ¿qué te apetece hacer? ¿Velada tranquila en casa fumando y ampliando nuestros horizontes mentales? ¿O apuestas por salir y merendarnos a un par de chicos guapos y necesitados que verán el cielo abierto ante nuestro irresistible encanto y atractivo?
Sí, su madre tenía aquella virtud, que también era tal defecto, ese de tener tal entidad y fuerza que bien podría ocasionar algo como eso. Y más, si se lo propusiese... y igual si no lo hiciera, si tan solo estallase. Aquella intensidad tan profunda, casi avasallante. Estel se reía, sí, porque se la imaginaba perfectamente, como se la había imaginado muchas veces, como la había visto otras tantas. Pero cuando sobrevino el silencio, pues Omar pensaba y asumía, ella sintió una vez más el peso de la sombra de su madre en el interior del pecho. Un sorbo de vino recién servido camufló la derivación de sus sentimientos. Y cuando Omar empezó a hablar, estos se desvanecieron volviéndose uno con su cansancio, aquella apatía en la cúspide que Estel tan bien conocía, y su relato.
No dijo nada. Ofreció sus ojos como un abrazo y lo escuchó, mientras dentro suyo se desplegaban los pensamientos, las sensaciones, las intuiciones. Sí, comenzaba a vislumbrar cómo intentar que aquello se aflojara, pero... Un paso a la vez. Primero, Omar. Primero, esto. Esa sonrisa, esa chispa, esas ganas, esa vida, la vibración. Eso era lo que importaba. Lo demás... Lo demás vendría con el tiempo, porque vendría.
- Oh, por supuesto que me lo dirás. No querrás que te lo saque a la fuerza - dijo, burlona, disolviendo en una frase la densidad del tema de aquella forma que compartían: con humor. Humor negro hormiga - Y sabes muy bien de lo que soy capaz, querido - añadió, señalándolo con un palillo - Sabes que ambos somos muy buenos en el arte.
Omar se reclinó, ofreciéndole dos visiones del paraíso terreno, y Estel sonrió más.
- ¿Y qué tal empezar por una velada tranquila, y luego ver a dónde nos llevan las cosas? - comentó, dejando los palillos al lado del plato - Aún es temprano y, con la alegría que nos gastamos, hay que ver cómo nos pega lo que fumemos - le guiñó un ojo y se inclinó hacia él, palmeando con palmas desnudas sus rodillas - En todo caso, querido, ve preparándolas para la marcha.
Había extendido una sonrisa traviesa, burlona, llena de picardía. Y de afecto. Las palmadas fueron por un instante dos caricias sentidas antes de que Estel se incorporase, y se encogiese de hombros.
- No sería la primera vez que explorásemos horizontes mentales, y físicos, con dos guapos necesitados de iluminación. ¿Te acuerdas en París? Aquella vez que fuimos a visitar a Lottie y Sean, y más que visitarles... En fin - empezó a reírse, moviendo la cabeza - Joder, qué ganas tengo de fumar lo que has traído y relajarme, ¿hace cuánto que no lo hacemos bien? Si no terminas tu comida rápido, te la meteré por donde sea que te quepa.
-De acuerdo. Expandamos horizontes y veamos a dónde nos llevan. Aunque, aquí, entre tú y yo, me muero por un buen polvo -dijo echándose a reír-. Y respecto a comer más, estoy lleno y prefiero guardar algo para después, que ya sabemos la gazuza que ambos nos gastamos cuando nos convertimos en herbívoros -dijo palmeándose el estómago, que acabó acariciándose-. Joder, Estel. Qué bueno estoy. Si pudiera, me follaba a mí mismo -una atronadora carcajada rebotó en ecos entre las paredes del salón del apartamento-. Y esto sin fumar. No sé qué puede ocurrir hoy si encima le damos a la cachimba. Pero puede ser épico. É-pi-co -silabeó poniéndose de repente en pie-. Venga, distribución de tareas. Como mujer, recoge la mesa. Te concedo que arrojes los platos al fregadero y ya veremos quién friega. Como macho alfa, me dedicaré al noble y ancestral trabajo artesanal del liado -dijo echando a correr hacia la habitación antes de que Estel le arrojara algo y muy consciente de que la botella ya estaba vacía-. Cojo el papel -comentó desde la distancia, antes de regresar y asomar una cara inocente desde el quicio de la puerta de acceso al salón-. ¿Dónde dejaste la bolsita mágica de hierbas chamánicas? -preguntó con una sonrisa espléndida en su rostro de niño bueno que nunca hja roto un plato.
A la mención del polvo, Estel se rió entre dientes, se encogió de hombros y como toda respuesta, le enseñó el puño a medio cerrar. Moviéndolo de arriba abajo. Luego comenzó a recoger lo que había quedado en la mesa porque, cielos, sí, luego se morirían de hambre como siempre, pero tuvo que interrumpir. Miró por un momento a Omar mientras se masturbaba su propio ego, y soltó una carcajada que rebotó con la de él por todos los huecos del pequeño comedor.
- Puedes, querido. Puedes - masculló, entre dientes, pero se ahorró lo que iba a decir a continuación.
Ya se lo diría luego, asaltándolo por sorpresa. Porque, sí, eso tenía pinta de ser é-pi-co.
- ¿"Macho alfa"? - Estel soltó otra carcajada. Nada voló en dirección a Omar. Él sólo escuchó ruidos de platos y cosas siendo movidas - Joder, Omar. ¡Si tengo mis dudas sobre quién de los dos es más pasivo! - más ruidos de vajilla, vidrio, una silla.
Al rostro asomado de Omar, repentinamente, le voló un palillo. Uno que obviamente Omar esquivó, a fuerza de esperárselo y a fuerza de reflejos. Pero era sólo una distracción porque, inmediatamente detrás, apareció la bolsita mágica que le impactó, aromática y efímera, en medio de toda la cara. La risa de Estel se incrementó.
- Líalos, anda, macho alfa. Que menudo desperdicio de macho - movió la cabeza, aún risueña, mientras se arremangaba la camisa - Aprovecharé mientras para fregar esto, o... No, mejor no, después - se encogió de hombros, dejándolo como estaba, y salió de la cocina en dirección al pequeño salón, aprovechando para palmear el culo a Omar - Quizás luego experimente el enorme e inacabable misticismo de fregar estando más allá... Ah, habrá que salir para no permitirme tanto gozo.
Hizo un momento de silencio, y asintió.
- Haré mi gran aporte a la causa trayendo el mechero.
Se fue a su habitación y volvió con lo dicho, aquel viejo mechero que era para ella un regalo amado. Luego se dejó caer en el sofá, esperando con una sonrisa por Omar.
Sentados ambos en el sofá, con los pies de Estel sobre su regazo, Omar empezó a preparar dos cigarrillos de hierba de la proporción adecuada, cosa que no impidió que este hablara con tono falsamente escandalizado.
-¿Desperdicio? ¿Yo? ¿Por qué? ¿Porque no me gustan las mujeres? Tonterías. Piensa en todos los hombres que pensarán lo contrario de ti, Estel, y que me considerarán un activo sumamente apetecible. Y piensa igualmente en la cantidad de mujeres que pensarán lo propio de ti por ser hetero y no una lesbiana. Aunque aquí, entre tú y yo, lo prefiero. No aguantaría que fueras una bollera marimacho, sin depilar y que abogara por la renuncia a la femineidad en base a no sé que extraña consideración de que si te gustan las mujeres siendo una de ellas, debes parecer un camionero o una rusa ferroviaria -dijo con una risita. Era muy consciente de que para nada todas respondían a ese cliché absurdo, pero resultaba un buen recurso a emplear en aquel momento-. Y no te confundas. Tú serás todo lo pasiva que quieras, pero yo soy versátil. VER-SÁ-TIL -silabeó, antes de lamer el papel y terminar de liar el primer cigarrillo-. Y cuando quieras te lo demuestro. Mmm, eso ha sonado un tanto turbio -comentó antes de echarse a reír-. Porque si te dejo mirar, capaz de sacar la cámara para registrar tan inolvidable experiencia -entre nuevas risas, terminó de liar el segundo cigarrillo. Tendió uno a Esel y el otro lo colgó de sus labios sonrientes-. Fuego, querida. Que la portadora de la llama dé el pistoletazo de salida a una noche de... lo que sea.
Estel, que se reía apoyada en el ángulo entre el brazo y el respaldo del sofá, se inclinó hacia Omar para coger la fálica llave del Nirvana. Lo hizo con toda solemnidad, y lo sostuvo por un momento en vertical entre índice y pulgar mientras con la otra mano hacía aparecer el fuego.
- Acepto humilde la posta de esta antorcha olímpica - dijo, con reverencia - Y oficialmente doy por iniciadas las nosécuangésimas olimpíadas nocturnas de maría en Londres - agregó, llevándose el cigarrillo a la boca y luego lo encendió con el mechero ya dispuesto.
Una larga aspiración precedió un suspiro que sonó como el grito de inicio. Estel exhaló vagamente, pero no se detuvo a saborear en soledad la primera sensación que tocaba. La sonrisa coloreaba sus labios como el mejor lápiz cuando se inclinó hacia Omar y chasqueó el mechero.
- Un pobre presente de esta pequeña Prometea - agregó, poniendo a su disposición la llama -, para mi versátil y apetecible Ganímedes.
Le guiñó un ojo, mientras esperaba que Omar aspirara para encender su cigarrillo.
- Por cuyas artes estaría encantada de ser una voyeur muy, muy obediente y, no, vamos. Apenas viralizaría semejante documento... claramente titulado "Amor de Omar".
Sonreía con los dientes cuando volvió a recargarse en el mismo ángulo que antes.
- Heterosexual o no, es hasta negociable. La depilación, jamás. Cielos, las hay que si se trenzaran los pelos del cuerpo, llevarían barbas vikingas colgando de las axilas - Estel se rió, y dio una breve calada al cigarrillo - Y no te creas, a mí también me lo han soltado. Al vernos juntos en las discotecas y bares, ya sabes que mucha gente asume que si tú eres gay, se sigue que yo soy lesbiana - volvió a reírse, y repentinamente soltó una carcajada - Oh, ¿te acuerdas de aquella que quiso ligar conmigo una vez en España? La del bigote, que me asaltó porque te pusiste a camelar con un tío en la barra. No puedes haberte olvidado. Joder, ¡tenía más bigote que tu ligue! - movió la cabeza entre risas - Y cómo la miraba el tío, Dios.
-Bah, nadie en su sano juicio diría que eres lesbiana. Como mucho una mariliendre por ser amiga de un gay declarado, expresión que detesto profundamente, todo sea dicho de paso -dio una calada al cigarrillo, demorando unos segundos la expulsión del humo, cosa que hizo lentamente y con los ojos semicerrados-. Esto está de puuuuuta maaaaaadre.
Permaneció unos segundos callado, deleitándose en el momento. Estel, la casa, el cigarro. Realmente, la felicidad podía depender de pocas cosas.
-La bigotuda simplemente era idiota. O no. Quién no querría estar contigo. Eres una de las mujeres más guapas que conozco, con ese aire de femme fatale falsamente desvalido. Y tienes un cuerpo hecho para el pecado. Y créeme, seré gay, pero no ciego. Es normal que hombres y mujeres se sientan atraídos por ti. Al menos la bigotuda, a su modo torpe, tuvo el valor de intentarlo. El hecho de que le dijeras que necesitabas abrillantar tus zapatos mientras te pellizcabas el labio superior seguro que la hubiera hundido en la miseria de no estar tan perjudicada como estaba -señaló a carcajadas-. Que Gabriel, mi ligue, directamente se quitará un zapato y se lo ofreciera, fue lo más. Hasta aquel momento me había parecido mono pero algo insustancial. Pero ante un gesto de humor negro así, quién no se rinde. ¿Sabes que a veces aún mantenemos contacto? -cabeceó asintiendo-. Se va a casar. Con un francés que conoció en una exposición del Prado en Madrid. Ah, Estel, nos hacemos mayores -dijo riendo.
Sí, ella también detestaba esa expresión, que le habían dicho algunas veces. Como otras veces también le habían acusado de estar enamorada de él. Estel movió la cabeza en negación, un gesto de rechazo en sus labios y sus ojos, pero no dijo nada. Acompasó la respiración a la de Omar, la aspiración, y exhaló la relajación al mismo tiempo que él. Los dos suspiros, hechos humo indiscreto, se abrazaron invisibles en el aire. Omar habló, paladeando, y luego calló un largo instante. Estel calló, mirándolo, y luego sonrió con dulzura.
La vida compuesta de pequeños detalles. La felicidad hecha de pequeños símbolos. Todos allí, los veía en aquella imagen. Todos...
Se agitó en una negación, en una risa, en una carcajada. Omar sabía que Estel no se lo creía. Pero ahora ella estaba pendiente de algo más.
- ¡Dios! - musitó, entre risas, cubriéndose la frente con una mano - Dios, sí. También yo estaba perjudicada, joder, mira que ir a hacerle eso a la chica... ¡Y reírme de cuando le pasaron el zapato! Fue totalmente innecesario por mi parte, eso como mínimo - dijo, con toda sinceridad, y volvió a reírse - Y me he ganado el infierno por festejar a Gabriel, entre tantas cosas que he hecho. Pero lo suyo fue tan inesperado que fue supremo. Incluso me acuerdo de tu cara. Casi te lo follas allí mismo.
Sonrío al dar una calada corta y echó la cabeza hacia atrás en el respaldo, dejando caer el cabello. Se rió por lo bajo.
- Sí, alguna vez me lo habías dicho. Y me alegro mucho por él, era un tío agradable. Me gustaba para ti. Ah, Omar... No sé si nos hacemos mayores, o es que siempre nos han gustado mayores. O las dos cosas - se encogió de hombros, y volvió a reírse - Yo diría que ambas, ¿verdad? - se incorporó un poco - Oh, cielos, ¿sabes con quién mantengo yo contacto aún y que se casó hace poco? Facundo, el escritor argentino, el que conocimos una noche en Buenos Aires. Cuando fuimos a Argentina por el evento de la embajada británica hace tres años. ¿Te acuerdas? Esa noche del evento...
Estel se incorporó del todo, acariciando el regazo de Omar con sus talones. Miró el cigarrillo en su mano y soltó una risa.
- Esa noche es irrepetible - sentenció, esbozando una sonrisa amplia como sus ojos - Empezando por cuando paraste a la mujer con el broche de pantera y diamantes en el bolso, que le quedaba tan hortera, ¡y empezaste a darle consejos en plan personal shopper!
La cara de Omar se congeló un instante, antes de que sus ojos ardieran con verdadera malignidad.
-¿Que si me acuerdo? ¿Que si me acuerdo? Aquel edificio aún puebla mis pesadillas. Era... rosa. Rosa... ¡chicle! Y directamente horroroso. Parecía un puto hospital gay dedicado al tratamiento de chancros sifilíticos y demás ETS. A la vista de aquello deberíamos haber estado preparados para lo que había dentro. Unos jodidos monstruos de feria, con el gusto en el orto que dirían los argentinos. Parecía una manifestación del “Quiero y no puedo" bonaerense. ¿Se puede saber de dónde coño los sacaron? Porque ni buscando das con tanto engendro. Joder, aquello era importante. Era un homenaje a tu padre. De ahí que nos hubiéramos trasladado nosotros también -comentó diciendo lo que Estel ya sabía-. Y nena, yo iba hecho un pincel. Llevaba un Armani Privé con el que quitaba el hipo y tú estabas que rompías con tu Balenciaga.
Cabeceó afirmando para sí mientras una nueva calada se convertía en una espiral de humo que ascendió jugueteando y adoptando ilusorias formas.
-Ante el zorrón aquel de abrigo rojo me cogiste del brazo y creí que iba a darte un pasmo. Setenta años, tetas penosas y un escote en el que podía practicarse la caída libre. De hecho era lo que practicaban sus tetas -añadió riendo-. Si al menos se las hubiera recogido en un rulo y sujetado con una pinza, lo hubiera considerado arte urbano. Aunque imagino que eso hubiera provocado un colapso circulatorio en las venas que se le marcaban. Dios, qué asco que daba. Y pensar que se creería que estaba de buen ver. Casi me arranco los ojos con un tenedor. Por desgracia me lo impidió la del Chopard. Fue tan ofensivo -dijo con un tono de voz totalmente afectado, antes de estallar en carcajadas.
Las carcajadas se hacían una en el aire, hecha de diversos tonos, tintineando en la misma nota. Estel se echó todo el cabello hacia atrás, que había quedado enmarañado de tanta negación que había hecho con la cabeza, y tomó aire, con los ojos muy abiertos.
-Y tanto. Lo paseaba como si llevara en la mano un Oscar o una reliquia arqueológica, llevándolo casi a la altura del mentón. Si aquello hubiese tenido un brillante más, nos dejaba a todos ciegos - hizo una pausa, antes de reírse en voz baja - Lo cual quizás nos hubiese hecho un favor, a nosotros y a algunos más. No nos hubiera dejado admirar a su dueña, tal como le ibas diciendo a la mujer mientras fingías vomitar cada vez que me mirabas - Estel sonreía con todos los dientes - Pero me dejaste sola allí, de pie al lado de la mesa, con la copa en la mano, y como no podía ser de otro modo se aprovecharon de mí, joven e inocente. Aunque, antes de que me abordasen, llegué a ver cómo la del abrigo abordaba a mi padre más allá... Joder, ¡la cara de mi madre!
Se inclinó hacia adelante y soltó una risa, mezcla de carcajada y humo. Pareció ir a comentar algo más sobre eso, pero decidió no hablar más sobre su madre. Estel dio una nueva calada, corta, suave y dulce.
- Sigo sin comprender cómo juntaron semejante fauna, entre extranjeros y locales - siguió, aún riendo, y se estiró un poco con las costillas adoloridas de la risa - Bueno, tú viste a los que me abordaron sin piedad. Se habían tomado muy en serio aquello del evento de gala. Dios, los gemelos del viejo quizás podían pagar por sí solos un piso, eran una bola maciza e indiscriminada de oro que apenas le dejaba levantar las muñecas. Pero yo hubiese pagado por dejar de oler su perfume - suspiró, haciendo una mueca de asfixia y desagrado que acabó en una risa - Parecía que se había bañado en él. Me quería usar para congraciarse con mi padre, y yo apenas podía prestarle atención sin ahogarme. Qué feo aroma... Claro, más tarde descubrimos que era el embajador de Francia, cuando se puso a insultar a viva voz en francés al camarero que le tiró la copa encima - la sonrisa de Estel era maliciosa - El camarero, ¿tropezó con tu pie, o fue con uno de los mil y un tules de la del vestido que parecía un pimpollo?
Omar lanzó una enigmática mirada a Estel.
-¿Mi pie? No sé de qué me hablas querida. ¿Acaso me crees capaz de hacer algo así? Por favor -dijo Omar sacudiendo una mano en el aire displicentemente y con una mirada ofendida en sus ojos que la amplia sonrisa desmentía-. Respecto a ti, joven sigues siéndolo, pero inocente no lo has sido nunca, así que no vayas de mártir, que nos conocemos. De todos modos la que peor se lo pasó fue la buena de Charlotte. Viendo nuestras evoluciones tenía la misma cara que cuando el episodio de la oveja en el lago. Debió intuir algo cuando me vio mirar a la vieja del Chopard. Supongo que cuando di un paso hacia adelante se imaginó lo que iba a hacer, más después del pequeño incidente con el embajador gabacho. Me agarró del brazo, espantada y murmurando, "no, no, no. Omar, por Dios, no lo hagas". Obviamente, no le hice ni caso. Creía que se desmayaba cuando me acerqué a la tipa, que resultó ser la mujer del hijo de la expresidenta Kirchner, aquella que se paseaba motorizada en una silla de ruedas y con cara de mala hostia por todas partes -Omar rió recordando a aquella mujer atropellando a unos y a otros con expresión sádica-. Pobre Lotti. Al plantarme ante la señora y quitar la joya del bolso con gesto de indignación y sin mediar palabra abrochárselo al escote con total descaro, la vi palidecer y creí que se me desmayaba. No me extraña que a la que tuviera oportunidad, se nos haya largado a Madagascar poniendo tierra de por medio -una gran carcajada siguió a una amplia calada-. Pero oye, mi víctima se lo tomó a bien, especialmente cuando le expuse las ventajas de combinar aquellos diamantes con el brillo de su mirada, brillo fruto de una sobredosis de Moët Chandon, que hay que ver cómo tragaba la señora. Todos mis posteriores consejos acerca de cómo debe vestir una mujer para parecer elegante y no una meretriz dueña de un burdel le debieron parecer fantásticos, porque al día siguiente quedamos para ir de compras -Omar miró a Estel con picardía, como quien se guarda un secreto. Se levantó de un salto y salió corriendo hacia su cuarto de donde volvió al cabo de un instante. Cuando llegó se arrodilló ante Estel y le tendió la mano hecha un puño y hacia arriba. Cuando la abrió, una pantera de oro y diamantes refulgió en ella-. Mi pago como personal shopper -de un salto volvió a sentarse en el sofá, donde estalló en risas.
El sonido de la risa de Estel le acompañó hacia el cuarto y continuó en sus oídos, amortiguado, el segundo que permaneció allí. Cuando volvió, Omar la encontró estirada, la cabeza sobre el brazo del sofá y observando abstraída lo que quedaban de unas volutas que la calada que acababa de exhalar. Había una risa muy baja en el filo de sus dientes, que se resistía a escapar o a terminar, y que se volcó hacia Omar cuando ella giró la cabeza al escucharlo entrar de nuevo y le buscó con la mirada. La curiosidad eterna nadaba en sus ojos, usando los iris claros y brillantes como dos piscinas, mezclada con ansiedad, picardía, complicidad y expectativa. Una expectativa que se volvió silencio al ver el puño cerrado.
Y que no tardó en destellar en una carcajada al ver el contenido.
- ¡Joderrrr, Omar! - soltó Estel, negando una y otra vez a carcajadas - ¡No te lo creo! ¡Qué guardado te lo tenías!
Se incorporó y recogió las piernas, sin poder dejar de reír. Alargó la mano para recoger la figurilla, por instinto con la delicadeza de un arqueólogo. La sostuvo con las yemas, observándola, y luego miró a Omar.
- Pobre señora. Con lo que seguramente le hubiese gustado agradecértelo de otra manera, que se la veía más muy dispuesta... lo cual era explicable no sólo por ti mismo sino habida cuenta de su marido. Pero sólo pudo darte esto. Tsk - imitó el chasquido de Omar, seria como una tumba, antes de reírse - Mira, no me hagas acordar de las caras de Lottie, cielos, ¡que me da algo y me terminarás teniendo hacer CPR! - se rió más fuerte, inspiró profundamente, y ahogó el suspiro en una nueva calada - Ah... luego de todo aquello la pobre huyó hacia el baño y no volvió hasta luego de un buen rato. ¿Recuerdas, que cuando la volvimos a ver, estaba parapetada en aquel balcón pequeño que daba hacia un pequeño parque? "Es que necesito aire, aire frescooo, chicos, ¡verde! ¡Naturaleza!", decía - Estel extendió una sonrisa traviesa, descreída - Sí, ¡naturaleza salvaje! Lo que estaba mirando era al vikingo de dos metros que intentaba conseguir señal de móvil allí al aire libre.
Se inclinó y deslizó la pantera en el bolsillo de la camisa de Omar, aprovechando para darle una palmada cariñosa en el pecho y una caricia.
- Te devuelvo tu trofeo, Omar, antes de tentarme con semejante pieza arqueológica. Pero, hablando de Lottie, me da que se fue a Madagascar porque le gustan trofeos más grandes - se rió por lo bajo, sin reprimirse, aunque de pronto soltó una carcajada - ¡Oh, Dios! ¡No, el que peor la pasó fue Sean! Con lo que odia Inglaterra. ¿Te acuerdas? ¡Vaya cara de mala hostia! - fue a dar una calada, pero no llegó a hacerlo - Caminaba por allí todo enfurruñado, ciego del asco, ¡y va y se lleva por delante a la Kirchner! ¡Casi la tira de la silla! - Estel se echó el cabello hacia atrás, buscando aire, y estalló en risas - ¡Y encima luego ella casi se lo liga!
-Los pelirrojos siempre han tenido mucho peligro. Sin duda -dijo asintiendo vehementemente. Apagó la teba que le quedaba y procedió a liar un segundo cigarrillo con calma y parsimonia-. En cuanto al broche, quédatelo. A mí no me sirve de nada salvo para empeñarlo, y tú lo lucirás como corresponde. Lo he tenido guardado hasta que llegara el momento y ya ha llegado. Me gustaría algo mejor, más personal, más mío en el sentido de que parte de mi persona fuera con lo que te ofrezco. Pero hoy tendrás que conformarte con algo tan baladí como el oro y los diamantes -dijo con una risita falsa hasta la médula-. En todo caso hay una cosa bien cierta. Es un pobre regalo para todo lo que has hecho por mi durante esta temporada. Has conseguido darme... no sabría decir muy bien qué. El tiempo, la seguridad, el cariño, la comprensión... para estudiar este caos que forma parte de mí. Para entenderlo, aceptarlo y finalmente, amarlo. No sé que nos traerá el futuro, si será bueno o malo, regular o todo lo contrario. Por fin estoy bien. Es como si todo yo fuera un terreno salvaje, lleno de zarzas y arbustos espinosos, y aunque no han desaparecido, ya no molestan, no arañan ni desgarran. Pero ya está bien de hablar de mí. Resulta absurdamente egocéntrico y aburrido. Al menos al cabo de tres horas. Ahora quiero hablar de ti -afirmó encendiendo la nueva e impresionante trompeta-. ¿Qué? Siempre me han gustado grandes -dijo echándose a reír ante la expresión de Estel ante tamaña monstruosidad-. Y creo que vas a necesitar una enorme dosis de desinhibidor para que me largues toda esa basura que llevas acumulando dentro y que comienza a apestar. Y no me pongas caras ni tuerzas el morro, querida. O sueltas lastre o te lo arranco yo. A trompadas, como diría aquel amigo argentino tuyo. No, no me quiero despistar. Habla o mi venganza será terrible -dijo un sonriente Omar, aunque en su mirada se advertía la sana y sincera preocupación que sentía por su amiga.
Si era la maría, si era él o era Londres, o si era la edad o simplemente la vida, resultaba imposible saberlo. Estel se reía como si aquello fuera lo único que valiese la pena, lo cual quizás era la única verdad que no era triste y que no tenía remedio. El caos... Dejó de reír, despacio, apoyando el símbolo de amor y diamantes en la curva que sobre su corazón se elevaba hacia el mundo. El caos... Sus ojos se cubrieron de un mar de sensaciones, un gesto inconsciente, heredado, propio. Ella tampoco hubiera sabido decir qué era, ni qué había sido, ni qué sería. Pero no lo consideraba necesario. Lo veía. Y aquel momento donde acababa el lenguaje, donde se agotaban los símbolos para expresar las cosas, los sentimientos, era el verdadero momento de libertad.
Por ello, no dijo nada, ni por él, ni por ella. Una sonrisa hizo las veces de todo y luego la sorpresa en su rostro, ¡había que ver quién se fumaba aquello!, dio paso a la carcajada. Y las palabras de Omar dieron lugar a una negación, y por supuesto a un morro fingido de los buenos, esos que doblegaban voluntades masculinas como si se trataran de drogas o milagros. Pero en el fondo de sus ojos, allí donde estaba el nudo de su alma, gatillaron sin piedad una profunda melancolía.
Estel se sentó, abandonó lo que quedaba de su ya consumido cigarro junto con el broche, se arrodilló, y rodeó a Omar con un brazo. Besó su mejilla y luego, sin apuro, besó su sien. Dos besos cálidos, profundos, como si fueran de labios sobre labios, con sentimientos superiores. Si quería hablar de eso, si quería ir hacia alguna profundidad, no lo manifestó. Sabía que no tenía que ahondar sobre el tema, para no agobiarlo, para no molestar, y no lo hizo. Sólo lo miró a los ojos, tan cerca, y sonrió.
- Somos dos caos, querido. Yo sólo amo al tuyo desde hace más tiempo.
Volvió a sentarse y arrebató, con suma delicadeza, la monstruosidad naturista de los los labios de Omar.
- A Facundo le encantaría escucharte. ¿O quizás hablas de Ismael, que siempre quiso aporteñarnos? - dijo, dando una calada larga, que la llevó a toser y a reírse - ¡Joder, Omar! Nos gustarán grandes, que ya nos conocemos, pero esto no nos va a desinhibir... Esto nos va a matar. Lo cual sería una lástima - una nueva risa - Después de lo que nos costó llegar hasta aquí.
Exhaló lo que quedaba del humo en su cuerpo, suspiró, y le tendió la posta de nuevo.
- No tengo nada para decir, Omar. No me sucede nada en particular. Sólo estoy cansada - Estel recostó el costado en el respaldo del sillón, y sonrió suavemente - Esta última temporada para mí ha sido muy movida. Ya sabes que ha pasado todo muy rápido. Mudarme permanentemente aquí, cambiar de universidad... Mis padres... Los tuyos, las cosas, en fin, todo. No he tenido tiempo para asentarme, ni pensar en todo ello.
Ofreció una sonrisa de disculpa, dulce. Una que pedía disculpas por aburrirlo con eso. Y sepultaba todo lo demás.
Omar miró a Estel enarcando una ceja y se encogió de hombros dejándolo correr. Su amiga era tan introvertida que algún día se la encontraría dada la vuelta como un calcetín viejo. Pero la conocía desde hacia demasiado tiempo como para que actitudes como aquella le molestaran lo más mínimo. Eran como un viejo matrimonio que se conocía demasiado bien y que sabían respetar los tempos de cada uno.
-En ese caso, deberías irte a la cama. Ya sabes, para descansar. O por el contrario, podemos tratar de agotarnos un poco más y meternos entre pecho y espalda unos gin tonic y unos cubalibres de esos que tanto te desinhiben. Hay un nuevo local en el Soho del que me han hablado bien. Buena bebida, buenos precios, buenos hombres -Omar rió suavemente mientras nuevas volutas surgían de su boca y el apartamento parecía cada vez más una iglesia en pleno oficio, saturada de incienso-. Y salir nos vendrá bien. De seguir aquí, no necesitáremos fumar para colocarnos. Pedazo de burbuja nos hemos montado -se levantó para abrir una ventana y aspiró el aire de fuera-. ¡Oxígenooooooo! Joder, Estel, se nota que vivimos en Londres. Nos mola la hierba y la niebla -nuevamente rió-. Vamos, arriba ese culito respingón y ponte ese vestido segunda piel que tanto me gusta. No sabes lo bien que me lo paso cuando les veo babear a tu paso, llevándote del brazo.
La ceja arqueada de Omar fue respondida con una sonrisa suave y su encogimiento de hombros, sucesivo, con una promesa en la mirada. Agradecía que Omar no insistiese, no esa noche, no en ese momento. Sería luego, otro día, en otra situación... quizás. Tal como él había tardado meses, algo parecido a la eternidad en emerger de su abismo y decidir hablar de ello, ella transitaba sus propios demonios. Y no deseaba molestarlo con ello, no, menos esa noche. Y menos aún por lo que significaba. Eran tonterías, nimiedades... Nada importante. Y nada que quisiera hacerle sentir que era su culpa, que se conocían. No era que no quisiera abrirle su alma, en absoluto. Al fin de cuentas, para él jamás había habido allí una puerta.
Estel se estiró como un gato, todo a lo largo, cuando Omar abandonó el sillón. Permaneció observando el cielorraso por un instante, abstraída, mientras dejaba que por su cuerpo circulase y decantase todo aquello. Cuando Omar se dio vuelta para azuzarla, ella siguió ausente por uno o dos segundos, sintiendo el peso de un enorme vacío en el pecho. Y luego, un chasquido, un latido, y estalló en risas.
- Oh, sólo si tú te pones esos pantalones prietos color claro que tanto me gustan. No sabes lo bien que me la paso cuando veo a las tías mojándose de sólo verte - Estel se incorporó, aspirando el aire que quebraba la burbuja, y esbozó una sonrisa traviesa - Aunque, lo admito, mejor me la paso rozándote apenas aquí y allá para darles ilusiones, y luego ver sus caras cuando se dan cuenta que jamás tuvieron oportunidad contigo. Mea culpa. Pero es grandioso.
Se puso de pie y caminó hacia él, hacia la ventana abierta. Aspiró largamente de la noche y, luego, del cigarrillo.
- Londres es una ciudad extraordinaria - dijo, suspirando humo. Aunque Omar sabía que su mirada extrañaba, inclemente, la línea del mar en el horizonte - No se puede permanecer dormido en ella. Y menos, contigo - le miró, y se rió - Ay, Omar. Ya hablaremos de mí, y te contaré todo. Prometido. Palabra de Estel Highwater - acarició la mano de Omar, a la que levantó para hacerle entrega del cigarrillo - Pero si esta noche intentas arrancarme algo a base de cubalibres, o de favores sexuales de terceros... o cualquier alguna oferta que yo no pueda rechazar, y que no se me ocurre ahora, te vas a enterar, ¿eh? - la seriedad de Estel era tal que era imposible que no fuera una broma, y sonrió descarada - Palabra de Roget.
Miró a su alrededor, buscando algo que le dijera la hora, sin demasiado éxito. No llevaba el dispositivo en la muñeca, como solía pasar. Acabó dando la misión por perdida, o por no importante, y palmeó a Omar en el trasero.
- Anda. En movimiento, Romeo. Aprovechemos la atmósfera de aquí mientras aún dure. Y me dices de paso si llamamos a alguien o vamos nosotros dos solos, a ver qué surge - se rió, mientras echaba a caminar a su habitación - Tienes cinco minutos de gloria antes de tener que ayudarme a subir el cierre del vestido que, cielos, aún no sé cómo me abrocha - Estel movió la cabeza, entre risas - ¿Recuerdas cómo se moría el tío del local por ayudarme a hacerlo?
Omar asintió sonriente ante los recuerdos de Estel, unos recuerdos que también eran los suyos. Y en el momento en que su alega se encaminaba hacia su habitación el hizo lo propio dirigiéndose a la suya para escarbar en su armario a la búsqueda de aquellos pantalones que Estel había exigido en pago a vestir ella el vestido propuesto.
-Solos -gritó desde su posición, mientras se peleaba con las perneras que parecían dispuestas a demostrar personalidad propia negándose a deslizarse a la primera como muestra de su incompatibilidad con lo fumado aquella noche-. Y que la noche marque su ritmo y sus apetencias. Lo que haya de ser, será. La cuestión es lo que siempre dices Estel. Actitud. La actitud lo es todo -indicó riendo abrochando se finalmente los pantalones y completando la vestimenta con una ceñida camisa de Armani, la favorita de Estel. Se miró en el espejo, se peinó con los dedos, sacó la lengua pastosa y decidió que resultaba del todo imprescindible un buen cepillado. Fue al baño donde procedió a lavarse los dientes y la lengua y aprovechó para echarse unas gotas del milagroso colirio conseguido hacia un tiempo y que devolvía a la mirada cierta normalidad no psicotrópica. Regresó a su cuarto para calzarse con unos botines y tras unos pasos, tamborileó sobre el marco de la puerta de Estel-. ¿Lista para que mis manos abrochen ese vestido imposible? Y conste en acta, sólo otras igual o superiormente hábiles tendrán derecho a desabrocharlo.
Primero había pasado por el baño, el agua, los dientes. Luego la puerta se había cerrado, no, entornado, y la risa de Estel se filtraba meridiana y clara como si estuviera a su lado. La acompañaban ruidos varios que indicaban que estaba campeando entre su caos, aquella pequeña guerra en miniatura que era su habitación. Un repentino silencio anunció que había encontrado el vestido, y el subsecuente collons, malparit! dejó en claro que para ella lo inhalado esa noche tampoco había pasado en vano. Y le siguieron más risas.
- De acuerdo. Solitarios, pero no tristes ni finales. Oh, l'attitude...
Siguió un tarareo de una reliquia antigua, olvidada, rescatada en algún momento para ser puesta en una fiesta que sólo podía ser calificada de bizarra. Y cuando Omar se acercó al marco, la puerta entreabierta le dejó ver a Estel que se peinaba el cabello largo sin mirarse al espejo, erguida y hierática sobre sus tacos, ofreciéndole la espalda desnuda y el cierre en los confines del vestido ya calzado esperando su auxilio.
- Por supuesto, querido. Y hay pocas manos que puedan arrogarse tal proeza, ya lo sabes. Siempre supe que el vestido te gustaba porque es casi un cinturón de castidad - se rió, abandonando la cabellera a su suerte, y giró para mirarlo - Oh, ni te diré cómo me parece que estás. No hay palabras. Eres... pura imagen - sus ojos se deslizaron de arriba abajo, para luego extender una sonrisa descarada - Sólo te diré que te saltaría encima aquí mismo. Espero que a donde vamos haya alguien con menos autocontrol que yo, y será tu noche.
Le guiñó un ojo cómplice, se rió por lo bajo, y volvió a ofrecerle la espalda.
- Haz tu magia - sonrió - Y luego de unas gotas del colirio, de mi perfume y del tuyo, querido, sin más dilaciones ya estamos listos para Londres.
Una devastadora sonrisa fue cuanto sucedió a las palabras de Estel, una sonrisa enmarcađa por el siseo del cierre cuando reptó por la serpenteante curva de la espalda de su amiga. Tras ello, tomándola por los hombros, la hizo girar y clavó en ella su negra mirada, enraizada en sus orígenes africanos.
-Eres y estás fascinante. Y pocos serań los hombres que te merezcan. Hoy o cualquier otro día -dijo al tiempo que la besaba suavemente en los labios, un roce que hablaba de su amor fraternal, de su amor de amigo. De amor simple y puro-. Allons-y, ma chérie. Sí, preparados para Londres, pero la verdadera cuestión es, ¿está Londres preparado para nosotros? ¿Lo está siquiera el mundo? -la respuesta, si la hubo, se perdió en la oscuridad mientras aquellas dos criaturas de la noche, enlazadas por la cintura se adentraban en sus fauces, en el interior de un Londres alejado de la imagen recreada por Doyle, montados en unos tacones imposibles ella y en una nueva realidad él.
Fin del episodio uno