Nefissa había observado cómo se llevaban a Fadil, con una mezcla de impotencia, frustración y tristeza apretando la boca de su estómago.
Una náusea pegajosa como el alquitrán, quizá fruto del miedo, ascendía por su garganta cuando una de las mujeres con las que había convivido durante las últimas horas en aquel lugar fuera de lo común y de lo mundano, se acercaba a ella. Creía recordar que era aquella que le había dicho que en algún momento le proporcionaría respuestas, aunque ¿cómo podía estar segura? Había temido tanto... Que en ocasiones sentía que no podía dar nada por sentado.
En silencio, acompañó a la fémina, dedicándole un asentimiento, sin atreverse aún a hablar. Cuando fuera seguro, o pareciese que lo fuera, abriría la boca.