Partida Rol por web

La elfa conjuradora sonrió ante el comportamiento de sus enemigos y grito al resto de compañeros.
Esta bien, huyen, dejarlos marchar!! La batalla ha terminado!

Las palabras de la elfa tenían razón, por ahora habíamos terminado. Mirándola, Galanthir recordó algo que quería decir. Pero antes, debía de preocuparse por el estado físico de los combatientes. 

-¿Algún herido? - preguntó a los que lucharon en su lado.- Vayamos a ver cómo están los demás

Preparo el arco para la siguiente flecha, pero las palabras de la elfa me detienen - ¿Hemos ganado? - pienso de repente y desde mi posición espero a ver si es cierto que huyen, no merece la pena malgastar flechas.

 -¿También están huyendo los de la otra zona? Es una noticia genial, ¿no?

Contenta, Miriamele se detuvo, ahora con algo más de tiempo, a recoger el arco y las flechas que había dejado en el suelo. Ya una vez todo en su alforja, se acercó hasta sus compañeros, para ver si estaban heridos.

Espero que no tengan heridas de consideración. Aunque no creo, o no habrían huido, ¿no?

Duditativa, la elfa empezó a andar a un paso rápido para llegar hasta donde estaban.

¿Algún herido?

Las palabras del elfo sacaron al joven Bledwyn de su ensimismamiento, y lo volvieron nuevamente a tierra. El muchacho seguía con la boca abierta, respirando pesadamente y con la mirada perdida en la caótica nube de bestias, enemigos y polvo que se alejaba por el camino.

Las rodillas le temblaban, y la fuerza de sus brazos había desaparecido de repente.  Necesitó apoyar su espada en el suelo, pues ya no podía sostenerla. El corazón le latía de manera desbocada, y la garganta se había secado de tanta tensión contenida. Hasta su cabeza había empezado a retumbar. En el último momento, se apoyó en su espada como un anciano abatido que se refugia en su cayado.

En verdad, el joven no recordaba prácticamente nada de los últimos instantes. Solo tenía una borrosa imagen donde se confundían caballos y jinetes, todos amontonados y girando en derredor suyo. Todavía podía sentir el olor salvaje y dulzón de la transpiración de las bestias mezclado con el cuero y el acero… quizás el miedo.

Bledwyn bajó su vista por puro cansancio, y un destello carmesí llamó su atención. Observó la hoja de su espada, una espada que jamás antes había esgrimido. Un espeso líquido de color rojo oscuro cubría uno de sus lados.

Vayamos a ver como están los demás.

La luminiscente figura que estaba a su lado fue como un faro en medio del polvo que lo cubría todo. Bledwyn no sabía bien donde estaba, pero tenía la certeza de que aquella luz lo guiaría a destino. Las palabras de su compañero renovaron sus ánimos, y aunque aún dubitativo y dolorido por el esfuerzo, se las arregló para recomponer su maltrecho cuerpo.

Siguió los pasos del elfo hasta que regresó a su posición original. Guardó la espada en su vaina y recogió el arco que había tirado en medio de las prisas del combate. Tomó las flechas que aún yacían esparcidas por la zona y las devolvió a su carcaj.

- ¿Y ahora que? – dijo casi sin aliento – Son demasiados, no creo que nos dejen ir así como así. Seguro que volverán…

 -...Y en mayor número. Pedirán refuerzos si de verdad los tienen, recemos para que no sea así, y nos dejen en paz. 

Galanthir miró a los enemigos caídos. 

-Que nadie los toque, lucharon con bravura y deben descansar para la eternidad. Quemarlos sería lo ideal pero... 

El elfo pensó rápido. 

-Vayamos a ir a ver a los demás, luego decidiremos entre todos qué hacer. 

Los otros jinetes también habían huido y cuando llegaron donde se encontraban sus compañeros estos estaban aturdidos y heridos. Aunque afortunadamente el enemigo ponía tierra de por medio a toda velocidad.

Leowyn no estaba con los dos hombres, y estos se encontraban algo mareados y tenían pequeñas heridas, aunque no parecía nada grave si que mostraban signos de estar bastante agotados.