7 de marzo de 1999, 18:20
No era fácil perder de vista a sus padres, pero probablemente la única persona en la que confiaban para cuidar de su hija y que se asegurase de que hiciera los deberes era la tía Laura, a quien Eli prefería llamar Liliana. La Baronesa se estaba despidiendo de su hermana y su cuñado en la puerta. La habían llevado en coche a casa de los abuelos, donde vivía Liliana cuando no estaba en el feudo, pero en ese momento no estaban en casa.
Liliana cerró la puerta y fue al salón, donde Eli la esperaba con dos mochilas: la del colegio y la que contenía su pijama, su neceser y una muda. La noble llevaba unos vaqueros y una sudadera roja que le favorecía muy poco, e iba descalza mostrando unos pies tan blancos que parecía que llevaba calcetines. Se dejó caer en el sofá y sonrió a su sobrina.
-¿Qué tal estás, enana? ¿Tienes algo planeado para hoy?
Eli dejó las cosas en el cuarto de invitados. Estaba lleno de tapetes de ganchillo y olía a cerrado. Abrió la ventana de par en par y guardó los tapetes en el armario donde se iban a quedar hasta que se fuera.
- Hola, tía Lili - dijo mientras se sentaba en una de las butacas, también con su correspondiente tapete, y acaba a Pim del bolsillo que resopló aliviado -. Sí, hace poco estuve con Segis en la biblioteca y encontramos esto - continuó mientras sacaba sus apuntes con letra aún bastante infantil -. ¿Tú crees que podrían haber existisdo?
Liliana se sentó a lo indio en el sofá y revisó las notas con una gran seriedad que Eli estaba casi segura que estaba fingiendo. A su tía le gustaba hacerse la importante desde que la habían hecho Baronesa, pero también le gustaba hacer sentir importantes a los demás.
-Pues... No sé, es posible -dijo tras unos minutos de lectura-. Yo nunca he oído nada de todo esto. ¿Y este interés por las maldiciones de dónde viene? -preguntó la nocker.
Eli miró a su tía medio enfurruñada.
- No son maldiciones lo que me interesa - murmuró entredientes -. Son objetos malos que están en alguna parte, escondidos, estoy segura. Quiero deshacerlos. Seguro que si los dejo un par de días escondidos en la oficina de papá, cuando vuelva a por ellos no queda ni polvo.
Dicho esto, se cruzó de brazos y se sentó mejor en el sofá.
- ¿Seguro que no te suena ninguno?
Liliana echó otro vistazo rápido a los apuntes antes de negar con la cabeza. Torció el gesto en una mueca de preocupación y se deslizó por el sofá hasta estar junto a Eli.
-Eli, no deberías preocuparte por esas cosas. Si nadie los ha visto, seguramente son una leyenda. O ya no existen. ¿Por qué te importa tanto?
Realmente, como espía era un auténtico paquete.
- Es que igual... Bueno... - involuntariamente baja la voz -. ¿Y si alguien a quien conozco los hubiera hecho hace mucho, mucho tiempo y quisiera que no hicieran daño a nadie nunca más?
Empieza a jugar con el jersey nerviosamente. Le daba vergüenza admitir que una de esas cosas podía ser obra suya. Eran cosas malas.
- No quiero maldecir a nadie - repitió.
Liliana sonrió y asintió con condescendencia. Le acarició la mejilla y le dio un tironcito cariñoso de la oreja.
-Vale. ¿Qué te parece si me llevo estas notas y le pregunto a Conchi? Ella sabe mucho de estas cosas.
Eli sonrió y se incorporó en el sillón.
- ¿Puedo ir contigo? - preguntó entonces poniendo su mejor mirada de Bambi -. Porfaaaa, y luego haré todos los deberes sin protestar - añadió.
Siempre rezongaba cuando le tocaba estudiar historia. La forma en que se daba era taaaan aburrida.
-Hhhhhhmmmmmmvale -asintió Liliana-. Déjame que me cambie. Pero después -dijo, señalándola con un índice acusador- haces los deberes. Todos. Que no quier que tu madre me eche la bronca.
Una vez se hubo puesto ropas menos mundanas y más acordes a su título, Lady Liliana montó a Eli en su scooter y se aseguró de que ambas llevaran cascos antes de salir hacia el feudo. Fue un viaje movidito, dado que Liliana era una conductora muy insegura, pero llegaron sin incidentes.
En el feudo Liliana cambiaba completamente. Cuando estaba allí siempre le prestaba menos atención a Eli, ocupada como estaba cosiendo vestidos, aporreando artefactos y gritando órdenes. Dejaba de ser su tía divertida y se convertía en una mujer seria a la que todos respetaban.
Encontraron a Conchi en la cocina, preparando té. La boggan las saludó a las dos con un beso en la mejilla y las sentó a la mesa.
-Eli quiere preguntarte algo, Conchi -explicó Liliana.
La anciana la miró, expectante.
Eli se acerca y le enseña la hoja donde están los objetos enumerados.
- Conchi, ¿te suenan alguno de estos objetos? Los he sacado de unos cuentos. Pero creo que igual hay algunos por la zona.
Deja que la boggan coja las hojas y lea por encima lo que está escrito con una letra, aunque a ella la disgustara, aún demasiado infantil. Mientras tanto, aguarda con expectación mientras sujeta a Pim con las dos manos, porque está tratando de colarse en la despensa, otra vez. La última vez agotó las existencias de vino del ensueño del feudo. Estuvo hipando cuatro días.
Además, siente que, cada vez que está en el feudo, tiene el deber de demostrarle a Liliana que puede comportarse perfectamente y acorde a las circunstancias que el feudo imponía.
Conchi se puso las gafas que llevaba colgadas del cuello y empezó a leer las notas con un gesto tan serio que no podía ser otra cosa que fingido. A la boggan parecía divertirle la situación, y al igual que Lady Liliana trataba el asunto con una condesdencencia que dejaba intuir que pensaba que eran cosas de niños. En cambio Liliana miraba a Eli preocupada y se abrazaba a sí misma.
-He oído historias sobre espadas malditas y... Hum, creo que recuerdo una historia sobre una bruja que tenía un corazón humano que utilizaba de alfiletero. Era... no me acuerdo de cómo era.
Eli no pudo contener cierta decepción. No era para nada lo que se esperaba.
- ¿Nada más? ¿Ninguno más ni siquiera un poquito? - insistió, guardando un último atisbo de esperanza. No perdía nada por intentarlo.
Sin embargo, la chispa de esperanza tenía pinta de apagarse de forma contundente y de un sólo soplido. Iba a pasarse toda la tarde haciendo deberes porque lo había prometido sin conseguir ninguna sola pista.
Aun así, espero paciente la respuesta de Conchi.
-Recuerdo unas cadenas malditas, que hacían que comer y beber no fuese necesario, pero atrapaban para siempre a quien las utilizara y vivía en tormento eterno, sin morir nunca. -Conchi negó con la cabeza y suspiró-. Pero son sólo historias de viejas, Eli. Tengo cuentos mucho más bonitos que puedo contarte.
Eli meditó durante unos segundos, después, mirando de reojo a Liliana, dijo:
- ¿Puedo ir a buscar a Safira y nos cuentas alguna? Después ya nos vamos.
Puso su mejor sonrisa, y volvió a mirar a su tía. Estaba segura de que a Safira le gustaría escucharlas, ya que la final no se trajo ningún cuento de su expedición a la biblioteca.
Liliana le puso la mano en el hombro y le dio un suave apretón, mirándola con una mezcla de diversión y aprobación.
-Buen intento, enana. Me has prometido que ibas a hacer los deberes.
Eli le regaló a Liliana su mejor sonrisa inocente con sus mejores ojitos de Bambi:
- Esto también cuenta como investigación, ¿no? - probó -. Solo uno cortito... ¡Voy a buscar a Safira! Vamos, Pim - dijo mientras se apresuraba en dirección a la salida.
Safira no estaba en el feudo, pero Conchi accedió a contarle historias mientras Liliana resolvía unos asuntos con un cajón atascado, con la condición de que se marcharan tan pronto terminara de arreglarlo.
Conchi tejía muy lentamente, interrumpiendo la labor a todas horas para añadir gestos a su relato. Si Eli esperaba más historias de objetos malditos acabó decepcionada: las historias de Conchi eran sobre su juventud, antes de que llegaran los sidhes. Le contó historias de sus padres y sus abuelos, cuando la guerra, y cómo unos y otros se mataban. Le contó historias de ella y sus amigos reuniéndose en secreto y corriendo delante de la policía. Una y otra vez se interrumpía para eliminar partes muy violentas o que no consideraba adecuadas para su edad.
A pesar de que no era lo que buscaba Conchi era una narradora decente, y lograba mantener la atención en la historia ofreciéndole galletas en las partes más aburridas para mantenerla enganchada. Aunque estuvieron juntas casi una hora, a Eli le pareció que sólo habían pasado unos minutos cuando Liliana carraspeó desde la puerta, señalándose la muñeca donde llevaba el reloj.
Eli escuchó todas las historias, a pesar de que en un principio le decepción que no fueran cuentos al uso. Aun así, el aliciente de las galletas en los momentos aburridos la mantuvo entretenida. Además, tenían chocolate, el chocolate siempre está bueno. Así, cuando tía Liliana señaló su reloj con la mano, se sobresaltó al darse cuenta todo el tiempo que había estado escuchando a Conchi.
Se comió las últimas galletas que la boggan le dio de camino a donde Liliana dejó la moto.
Se puso el casco y se sentó en la parte de atrás de la moto lamentando haber prometido hacer todos los deberes. Sentía que había perdido la tarde. Bueno, al menos la tía Liliana no le había hecho jurarlo. Aunque quizá la próxima vez se lo planteaba si no lo cumplía...
Por lo menos, las peculiares lecciones de historia de Conchi habían hecho que igual, puede que igual, ya no viera esa asignatura con tan malos ojos. Lo que contaba la boggan sonaba divertido. Y había galletas.