6 de Marzo de 1999, 12:20
Era sábado, lo que era una pena porque llovía a cántaros. El clima no estaba respetando el fin de semana; la predicción del tiempo prometía lluvia casi continua hasta el martes. Por suerte, Pozoverde estaba regentado por una boggan, lo que significaba que era un refugio cálido y cómodo para cualquiera dispuesto a fingir un poco de agradecimiento.
Octavio estaba ocupando con asuntos muy importantes, según le dijo una quimera a Candela, en la biblioteca. Allí se dirigió la sátiro. Aquella sala era muy distinta al resto dl feudo. En vez de chimeneas con alegres fuegos, era una estancia de densas sombras, rotas aquí y allá por lámparas y candelabros que apenas lograban alumbrar el camino entre muebles, estanterías y torres de volúmenes.
El nocker estaba sentado frente a un escritorio en el centro de la estancia, iluminado por varios candelabros. Parecía muy concentrado leyendo y escribiendo en los libros que tenía abiertos delante. Junto a éstos, encima de la mesa, había enroscada una gran serpiente amarilla, que de vez en cuando levantaba la cabeza para mirar lo que estaba escribiendo y decía algo ininteligible antes de volver a su siesta.
Candela aprovechó la concentración del nocker para acercarse sigilosamente a su espalda y acercar su boca a su oido. En ocasiones entendía a los pooka y su obsesión por no poder dejar pasar oportunidades así.
-¿Qué haces aquí tan solo? -susurró.
A Candela no le gustaban los libros, no especialmente. Los únicos que había llegado a leer habían sido libros de novela rosa y erótica, y ni siquiera esos la entretenían. No entendía como alguien podía concentrarse en la lectura de manera voluntaria teniendo mil cosas más entretenidas y excitantes que hacer.
Cuando se acercó, Candela vio que lo que había sobre el escritorio era un libro de texto muy ajado y un cuaderno. Octavio dio un brinco en la silla y se apresuró a cerrarlos y poner un tomo sobre jardinería encima, pero Candela acertó a ver lo que parecían ejercicios de sintaxis sobre un fondo cuadriculado.
-¡Qué susto, coño! -Apartó los libros de un manotazo que hizo caer un bolígrafo al suelo. La serpiente les chistó y ocultó la cabeza entre sus anillos-. ¿Qué haces aquí? ¡Casi me da algo!
Candela entrecerró ligeramente uno de sus ojos intentando comprender por qué Octavio querría esconder sus ejercicios de sintaxis de ella...
-Pues porque me gustas y me gusta ver esas espirales que tienes en las mejillas.
Se sentó en la mesa de cara a él, cruzó las piernas de cabra e intentó apartarle las manos de la cara.
Octavio se quitó las manos de la cara. Si Candela de verdad quería ver las espirales de sus mejillas iba a quedar decepcionada, pues se había puesto tan colorado que habían desaparecido casi del todo en medio del rubor y las espinillas.
-Perdona. Es que... -Miró de reojo a la serpiente y se levantó. Cogido de la mano de Candela, tiró de ella hacia uno de los múltiples rincones de lectura dispersos por la estancia, un círculo de luz rodeado de estanterías llenas de pesados volúmenes, con un par de sillones, una mesita y un escabel-. Me has asustado. Perdona -repitió, y la besó tímidamente en los labios.
Candela convirtió el tímido beso en uno menos recatado solo por verle ruborizarse más. El nocker le parecía muy mono cuando se avergonzaba. Ya se le pasaría con la edad, como a todos.
-¿Qué estás escribiendo? -le preguntó pasandole un dedo por el cuello, justo donde terminaba la camisa/camiseta.
Cuando se separaron Octavio se inclinó hacia delante, buscando por inercia besarla de nuevo. Al darse cuenta carraspeó y las espirales desaparecieron completamente bajo el rubor.
-Nada, estaba... -Bajó la voz, avergonzado-. Eran los deberes.
-¿Tan difíciles son tus clases que necesitas ir a una biblioteca feérica?
Candela nunca había admirado mucho la inteligencia ajena, aunque últimamente se había dado cuenta de que tanto los poderosos como los listos eran los que más poder tenían. Lo malo es que Octavio tenía aún mucho que aprender sobre la picardía.
-¿No puedes decirle a alguna quimera que te los haga y pasar un rato conmigo?
Durante un momento Octavio se debatió entre lo que parecía el deseo de pasar tiempo con Candela y el temor a suspender Lengua, pero como era natural el primero se impuso y Octavio la besó de nuevo. Unos metros más allá se escuchó un suspiro. Era la serpiente, que había empezado a roncar suavemente.
-Sí, claro -dijo mirándola con ojos de adolescente y enamorado-. Vamos a donde tú quieras.
-¡Estupendo! -exclamó y le besó en la mejilla-. ¿Por qué no vamos a comer por ahí una hamburguesa? Es casi la hora de comer.
Fuera de la biblioteca Octavio mantuvo las distancias con Candela. El chico daba un respingo cada vez que se cruzaban con alguien en un pasillo igual que si les acabaran de pillar cometiendo un asesinato, aunque lo cierto es que a nadie parecía interesarle lo más mínimo que estuvieran caminando el uno al lado del otro.
Debido a la paranoia del nocker el viaje hasta el coche de Candela fue más largo de lo que la sátiro había esperado, pero al menos habían hecho algo de tiempo antes de ir a comer. Octavio dejó su mochila en el asiento de atrás y fueron a una tasca en Zuero con hamburguesas y platos combinados a buen precio. Era pronto para comer y el sitio estaba casi vacío, salvo por un par de parroquianos que charlaban con la camarera de detrás de la barra.
Se sentaron en una mesa y el nocker eligió un bocadillo de bacon y queso y le pasó el menú plastificado a Candela mientras un camarero con delantal negro y sucio se acercaba a tomarles nota.
-Yo una hamburguesa completa y una CocaCola -le dijo al camarero antes de darle la carta que ya se sabía de memoria-. Bueno, qué. ¿No me cuentas nada?
El camarero tomó nota y se marchó. Octavio comprobó que nadie les prestaba atención antes de que su mano reptara sobre la mesa hasta envolver con los dedos la de Candela. La expresión del nocker era al mismo tiempo de estrés y absoluta satisfacción.
-No sé. ¿Qué quieres que te cuente? Todo lo del Consejo es muy aburrido.
Cuando estaban juntos Octavio no perdía ninguna oportunidad de recordarle que estaba en el Consejo, y rara vez mencionaba el instituto o a sus padres. Quería que le viera como un adulto poderoso y no como a un niñato.
-¿Aburrido? El Consejo es lo más interesante que ocurre por la zona... -mintió descaradamente intentando sacar algún secreto que le animase el día-. ¿Habéis tenido mucho jaleo esta semana?
Octavio le dio un suave apretón en la mano y con la que le quedaba libre se rascó la nariz.
-No hay mucho que hacer. Lord Marcel y Lady Ágata se ocupan de sus tierras, y como no se quieren ni ver casi no nos reunimos. Pero no sé. Maria Jesús da un poco de cague. Y no sé qué leches le pasa a Lucía que está que no se entera de nada.
Candela frunció el ceño, desde que su relación de amistad con Lucía se había enfriado ya no sabía mucho de ella.
-¿Qué sabes de Lucía? ¿Sigue como siempre?
-Creo que se droga o algo -respondió Octavio en tono confidencial-. Está como ida. El otro día Roque dio un portazo sin querer y a Lucía casi le da algo. Pensé que se iba a poner a llorar y todo.
Por alguna razón eso no era algo que sorprendiera a Canela, no teniendo que ver con otro sátiro. Tenía que haber algo más, no podía ser eso. Aunque no estaban tan conectadas como antes no significaba que no se preocupase... O que tuviera curiosidad.
-Qué raro. Avísame si te enteras de algo más, ¿vale? Es... Por su bien.
Si quieres pasar al siguiente o echarme algo, etc...