—Vaya, igual con la fama exageraban un poco... —suspiró Iskal teatralmente decepcionado mientras miraba a Clea y le palmeaba suavemente un hombro como si tratara de reconfortarla o algo así, luego volvió a mirar al tipo—. Señor, le aseguro que no es ninguna fantasía porque usted no lo conozca. De hecho es la obra maestra de la alquimia de los enanos de Ark Durandor; un vial hecho de nieve sin derretir recogida de las montañas Zyfak el cual purifica, amplifica, y rellena cualquier líquido que se deposite en él. ¡La encarnación definitiva de la alquimia misma!
El félido expresó aquello con fascinación, estaba exprimiendo al máximo toda su elocuencia. ¿Qué otra cosa podían hacer llegados a aquel punto?
—Simplemente el original se perdió. Todo lo que investigó el señor Zoudanis fue para replicarlo pero nunca lo logró, tan sólo los maestros alquimistas más excelsos podrían obrar tal hazaña y nadie lo ha conseguido hasta ahora. Es por eso que vinimos en su busca—añadió negando con la cabeza—. Por lo que oímos de usted creía que buscábamos a una eminencia practicante de las maravillas de la profesión pero le veo bastante... indiferente ante tal artefacto ¡Imagine por un momento lo que conllevaría que alguien reprodujera nada menos que un Vial Blanco tras tanto tiempo!
Stelio se quedó mirando durante unos largos segundos a Félix.
—¿También duda de la palabra de un tasador cuando hace su trabajo?—preguntó con indiferencia—¿Cree que no conozco todo lo que se puede saber de la alquimia de Rhovesia? ¿Qué no tendría constancia de esa maravilla de la que está hablando? Si yo le digo que ese Vial Blanco no existe, es que no existe. Y si no les gusta lo que digo prueben a preguntarle a otro alquimista. Pierdan su tiempo en lo que quieran.
Zoe miró un momento a su felino compañero con gesto preocupado. La joven parecía un poco más calmada. A Iskal le pareció que realmente se había alarmado.
—Un momento señor Bondus—dijo con tono suplicante—. Habíais decido que podía ser otra cosa. Sé que mi padre ha estado investigando toda su vida alquimia enana. Y estoy seguro de que no ha buscado algo que considerar quimérico. Él…—hizo una pausa— es alguien pragmático. Siempre lo ha sido. ¿A qué os referís exactamente? ¿Qué otra cosa puede ser?
—Mi tiempo es muy valioso y creo que ya he perdido dema…
—¡Por favor!—interrumpió Clea con súplica.
—Si su padre es un alquimista… Un gran alquimista… —Stelio hizo una pausa, se quitó las gafas y se frotó los ojos antes de seguir—. Si lo es… no compartiría su investigación de forma abierta. Más si hablamos de “la obra de su vida”. Un alquimista que se precie se aseguraría utilizar símbolos para ocultar su investigación y evitar que alguien se la robe con facilidad.
El alquimista sacó una bolsa de su bolsillo, puso un escudo de plata encima de la mesa y avisó al camarero para que viniera a cobrar.
Iskal resopló para sus adentros. Aquello parecía una especie de obra de teatro de las malas en la que personajes unidimensionales se limitasen a desempeñar un único papel independientemente de la situación. Y a aquel tipo le había tocado el consistía en una única línea de diálogo: "no".
¿Y aquello era un supuesto alquimista de renombre? Vaya forma más obtusa de pensar.
Empezaba a recordarle a un joven félido de su tribu que tenía la extraña creencia de que sólo había un modo de tallar un ciervo en madera: el que él conocía. Que era empezando por las patas. Empezar por cualquier otra parte no lo consideraba válido. Iskal nunca le había encontrado sentido a aquello.
—Bueno, si Rhovesia fuese el centro del mundo, es posible. ¿Lo es?—dijo rascándose la barbilla como quien mira al techo con aire pensativo—. Pero presuponer que ha compartido su investigación de forma abierta es presuponer mucho. Y por supuesto, erróneo.
Se encogió de hombros.
—La señorita es su hija y lo único que sabe es lo que busca. Ninguno sabemos nada más de la investigación. ¿Por qué cree que es? Por eso necesitamos no un alquimista, sino el mejor alquimista—añadió—. El señor ha caído enfermo hace mucho y sin la información importante de nada sirve saber el nombre.
Alzó las orejas como si de pronto hubiese caído en la cuenta de algo.
—¿Y si le mostramos las notas de investigación para que las vea con sus propios ojos? Supongo que sabrá reconocer ese tipo de cosas que ha dicho que todo alquimista que se precie hace, ¿no?—propuso—. ¿Si puede constatar su veracidad se quedaría satisfecho? Díganos dónde y se las llevaremos. A menos que la verdadera razón sea que tema que es demasiado para usted, claro.
—Sí—añadió una esperanzada Clea—. Quizás el Vial Blanco sea un símbolo. ¡Seguro que es eso! ¡Seguro que se refería a otra cosa! Con las notas de mi padre y su conocimiento, seguro que podemos averiguar de qué se trata.
El alquimista miró a la asistente del ministro poco convencido.
—¡Sólo dos horas! ¡Dedíquenos dos horas! Si no saca nada en claro no le molestaremos más se lo prometo.
Stelio se quedó en silencio durante unos segundos que parecieron minutos.
—Está bien—concedió finalmente.
Siento el retraso, han sido unas semanas un poco locas y pensaba que no hacia tanto que habías respondido.
—Gracias... gracias señor Bondus—contestó Clea—. Si le parece bien nos veremos a última hora de la tarde.
—Las veré en mi casa—el alquimista arrancó un pequeño trozo de papel de su cuaderno, hizo unas anotaciones y se la entregó a Clea—. Aquí tiene la dirección. Buenas tardes.
Y sin añadir nada más, Stelio se levantó de su silla y se marchó.
Puede que no hubieran confirmado si el alquimista estaba en el ajo o no, pero el hilo seguía ahí, esperando a que tirasen de él para averiguar la verdad. Y lo cierto era que algo olía a quemado, el errático comportamiento de Stelio apuntaba maneras de adicción. Con un encuentro privado terminarían de despejar las dudas sobre su implicación en la desaparición del polvo de escorpión.
Sólo había que esperar unas horas.
Iskal continúa aquí.