La respuesta de Nekaua cayó en oídos sordos, ya que Daha decidió echarse encima de Corianne. La habilidad de las mujeres para prestar atención a dos cosas al mismo tiempo era, al fin y al cabo, un mito.
Corianne solía provocar ese tipo de atenciones afectuosas, aunque no de hermanitas de Alcor, precisamente. La pirata dejó que la besara, pero no quedó muy satisfecha con el ósculo timorato. De modo que le arreó una cachetada con todas sus fuerzas en el trasero cuando la sacerdotisa se dió la vuelta para ir a colocar su saco de dormir.
—¡Lo que me faltaba! —le respondió a Daha—. Bastantes problemas tengo ya en mi vida para que empiecen a meter las narices en ella los dioses. Alcor puede velar a otras personas, mejor.
Daha se sorprendió al sentir la bofetada en sus posaderas. Un agudo gritito surgió de forma repentina e involuntaria de su garganta a la vez que se abrían sus ojos de par en par. Un inesperado rubor comenzó a iluminar su rostro fruto, quizás de la vergüenza que sintió ante su reacción o bien porque en el fondo aquello le había excitado en cierta medida. No lo reconocería a nadie, ni siquiera a sí misma, pero no era la primera vez que un sentimiento similar la invadía con una mujer. No era correcto, no estaba bien.
- Alcor vela por todos, querida. - Quiso decir pero no dijo. - Incluso por ti... - Añadió para sus adentros. - Y entonces siguió su propósito de meterse en su sacó de dormir y rezar sus oraciones en silencio. Esa noche serían más largas de lo habitual pues había sido obrado mal, tanto de palabra, como de pensamiento.
La marcha de Daha a dormir fue el punto de partida para que los demás comenzaran a hacer lo mismo. Kifel y Clea harían la primera guardia. La seguirían Corianne e Iskal y la última sería hecha por Daha y Nekaua. La noche transcurrió sin incidentes y a la mañana siguiente tras un rápido desayuno reanudaron el viaje.