No va a morir nadie más, le hubiera gustado decir a Nekaua, en voz alta y firme, decirlo con honestidad, elevando los espíritus. Pero no había en su interior la fuerza suficiente, la convicción necesaria, para elevar más que un murmullo de asentimiento cuando Daha, porque alguien debía ser quien diera el primer paso, se echó a andar. Desear algo no lo hacía real, y la muchacha goliath ya había comprobado más que sobradamente que le quedaba un largo camino para encontrarse a la altura de sus aspiraciones.
La respuesta de Corianne no pareció contentar a su padre ni quitarle su preocupación. Aunque por suerte tampoco lo empeoró. Jean miró a la pirata con ojos hundidos.
—Tú ten cuidado—repitió abatido antes de abrazar a su hija.
Después de separarse y darle un otro vistazo lleno de pena a Corianne, se dio la vuelta y comenzó a comunicarle a trabajadores y clientes que iba a cerrar el negocio. Menos mal que no había puesto reticencias al cierre, las gentes de Mena de Oro estaban en cierto modo acostumbrada a los disturbios. Podría habérselo tomado de una manera totalmente distinta.
Parecía que por fin se ponían en marcha. Daha entendía que Corianne tuviera que despedirse de su afeminado padre. Visto lo visto, esa podía convertirse en la última ocasión en la que se encontrara con él.
Lo que no tenía claro era lo que opinaría Alcor de ese hombre. Contravenía su condición sexual natural y eso no podía ser bueno. ¿A caso la reproducción no era una de las bases de la creación? Un hombre con otro hombre no estaba bien... ¿O si? No lo tenía claro.
- Bueno, Iskal, Nekaua... ¿Habéis quedado con el alquimista, no? - Preguntó. - Podéis ir de cara o no... Cómo queráis. El resto, iremos detrás disimulado o escondidos. ¿Bien?
Una vocecita felina le susurró algo al oído, meneó la cabeza y entonces se corrigió a sí misma.
- ¿He dicho Nekaua y Iskal? Los que habían quedado con el alquimista eran Clea e Iskal. ¡Que fallo! - Sonrió. - ¿Ellas delante y el resto por detrás sigiloso y disimuladamente?
Corianne hizo una floritura con la mano.
—Yo silbaré y todo, para hacerlo más disimulado —dijo, y aclaró con tono condescendiente:—. Y no, Nekaua, no lo digo en serio.
Corianne estaba molesta con la goliath después de las últimas intervenciones, de modo que no contuvo la pulla. Así de voluble era la pirata: en un momento te amaba con locura, y al otro te castigaba con el flagelo de su ironía.
Nekaua embrazó el escudo. Le había costado muchos días acostumbrarse a llevar la pesada pantalla metálica en el brazo, pero ahora que era como una parte más de que brazo, agradecía el duro entrenamiento. Cuando Corianne habló, levantó el escudo, como si pretendiera protegerse de un golpe. La pulla de la humana golpeó la superficie de acero, sonó como el repicar de una campana a la una y se desvaneció, inocua.
Corianne estaba disgustada con ella. Se le pasaría cuando volvieran a pelear juntas. La violencia cooperativa cohesionaba como pocas actividades.
No voy a ser capaz de ser sigilosa ni disimulada en las calles de una ciudad, dijo, como si no fuera evidente que una mujer azulada de más de dos metros de altura llamaba la atención allá por donde iba. Puede que sea capaz de subirme a los tejados cuando lleguemos cerca de la casa del alquimista. He notado que la gente de ciudad no suele mirar hacia las alturas, y si las casas están pegadas, intentaré alcanzar una ventana para escuchar dentro.
- ¡Bien, bien! - Exclamó la alcorita. - ¡Tenemos un plan! Ya es mucho más de lo que esperaba de nosotros mismos dado el rato que llevamos aquí debatiendo. ¡Casi se podría decir de nosotros que somos políticos! Y como bien sabe todo el mundo, un político sirve para más bien poco... - Rió ante su propia broma. - El gato y la rubia irán a su encuentro como si nada pasara. La mujer azul subirá por las azoteas, la pirata silbará y la mojigata, osea yo... - Sonrió ampliamente. - Hará se mojigata. Eso se me da bien. ¿No creéis? - Miró a sus compañeros desventuras. - ¿Nos vamos ya? Por favor... - Dijo entonces. Se la notaba algo hastiada de estar parada si hacer realmente nada por la misión.
Con una pista que seguir y con el conocimiento de que en cualquier esquina podía aparecer un funesto enemigo dispuesto a cobrarse sus vidas, el grupo de aventureros abandonó El Oso y el Cazador.Antes de que se marcharan hacia el hogar de Stelio Bondus, Jean se despidió de su hija con un fuerte abrazó antes de colgar el cartel de que esa noche el local cerraba. ¿Sería esa la última vez que vería a su hija con vida?
El grupo continúa aquí.