Iskal caminaba sólo por un bosque. El lugar le resultaba familiar, le recordaba al Bosque Viejo, pero no conseguía ubicarse. Multitud de preguntas se agolpaban en la cabeza del félido. ¿Dónde estaba? ¿Cómo había llegado a ese lugar? ¿Qué hacía él allí? ¿Qué había sido de Kifel, Corianne y los demás? ¿Acaso lo habían secuestrado durante la noche?
Las preguntas dejaron al explorador algo aturullado y con una sensación desagradable. Todo a su alrededor era muy vivo. El verde de las plantas, el cantar de los pájaros, el correteo de algunos animales menores. Iskal sintió el impulso de coger su arco para encontrarse con que no lo tenía. Como tampoco ninguna de sus otras pertenencias. Sólo llevaba unas sencillas ropas de color verde. El félido comenzó a sentirse alarmado.
Entonces, apoyada en un árbol la vio a ella. Y eso era lo que menos sentido podía tener de todo. No podía estar ahí, era imposible. Pero estaba. Iskal no sabía como reaccionar, pero ella se adelantó. Nuri sonrió a su amigo.
—Iskal—saludó Nuri al félido con tono jovial mientras se acercaba a él—. Me alegra mucho verte.
Cuando la dríada llegó frente al explorador, le tomó de la mano y le invitó a sentarse en un tocón. El tacto era real, demasiado real. Exactamente igual que como lo recordaba. ¿Qué estaba pasando realmente? La fata hizo un gesto para que se fijase en el colgante con el arete dorado, como si quisiera decirle que todo estaba bien.
—Me preocupé mucho cuando te atacaron esos brutos, pero siempre se me olvida que sabes muy bien como defenderte. Y ahora además tienes compañeros. Será más fácil para lo que tenga que venir. ¿Estás contento con ellos?
Iskal había explorado bosques peligrosos y oscuros, había visto y oído hablar de bestias espeluznantes, había atravesado el mar camino a lo desconocido. Y siempre había encontrado un modo de animarse a seguir adelante; con humor, con positividad, con mera fuerza de voluntad incluso.
Sólo había una cosa en el universo capaz de poner su mundo patas arriba, y apareció justo allí delante.
—¡NURI!
El corazón le dio tal vuelco que pensó que le iba a explotar. De hecho fue incapaz de reaccionar hasta que fue ella quien lo tocó. Aquella pequeña manita de piel suave en comparación con sus enormes zarpas peludas parecía tan real... ¡cuanto había echado de menos aquella manita de piel suave en comparación con sus enormes zarpas peludas! Y aquella voz. Y aquellos adorables bricos de cervatillo cuando caminaba, y aquel cabello increible que cambiaba de color con las estaciones como si fuese una asombrosa mezcla entre hojas y cabello real. Y aquellos ojos tan profundos y llenos de vida como el propio bosque.
Cuanto la había echado de menos.
Las incógnitas se empezaron a agolpar todas en su cabeza formando un torbellino incomprensible y le entraron ganas de gritar de alegría y llorar a la vez. Estaba tan inmensamente feliz de volver a verla y sin embargo tan inmensamente aterrado de que aquello no fuese real, de que de algún modo hubiese muerto, de que la hubiese perdido para siempre y no estuviese físicamente alli. El arete de la dríada lo tenía él, lo había encontrado en su roble.
Iskal no podía imaginar un mundo sin Nuri. No uno feliz.
—¿Es... Esto es un sueño?—titubeó con un nudo en la garganta, aplanando las orejas contra la cabeza como lo haría un animal—. ¿Dónde estamos? ¿Qué está pasando?
Nuri le dirigió una sonrisa tranquilizadora al félido.
—Deja las preguntas a un lado Iskal—dijo con voz cálida—. Estamos aquí, juntos, ¿qué más da lo demás? Aprovechemos el momento que tenemos.
La dríada apoyó la cabeza en el hombro del explorador. Su tacto, su olor, el sonido que hacía al moverse, todo era demasiado real como para ser un sueño, pero a Iskal no se le ocurría que pudiera ser otra cosa. Y la fata no parecía que le importase mucho lo que era.
—¡Qué suave!—susurró con cariño para luego hablar con normalidad—Me gusta el camino que has tomado. Hay tantas personas a las que ahora puedes ayudar, a muchas más que si te hubieras quedado en el bosque. Puede que seas alguien extraño para el mundo, pero el mundo te necesita.
¿Cómo que qué mas daba lo demás? ¡Lo demás era precisamente lo que importaba! El pensar sólo en el momento y olvidarse de lo demás era precisamente el peor fallo que había cometido en su vida.
Pero el félido no sabía lo que estaba pasando. Y aquello lo ponía triste. La sensación de alegría desbordante por tener a Nuri con él y la de miedo abrumador por perderla de nuevo era algo excruciante. Esbozó una sonrisa triste cuando le dijo que era suave, era una de esas cosas adorables y graciosas que se le solían ocurrir a la dríada. Pero la sensación de temor a que se le pudiera desvanecer de entre los dedos era demasiado dolorosa de soportar y se la borró de nuevo.
—Y yo te necesito a ti—respondió cabizbajo—. Puedo seguir ayudando a la gente. Tendría que haber empezado antes, de hecho. Pero haga lo que haga no puedo ser feliz si no estás. ¡Ni si quiera sé lo que pasó aquél día! Ni si estás bien. Ni si esto... —suspiró hondamente—. Tengo miedo.
Se pellizcó el puente del hocico con una zarpa.
—Ni si quiera sé si lo que digo tiene sentido.
Se sentía idiota tantio pensando que le estaba diciendo aquello era una ilusión como pensando que le estaba diciendo aquello a la Nuri real. Era una fata, después de todo, estaban tan ligadas a las cosas oníricas que si le decían que eran capaces de meterse en los sueños de la gente se lo creía tranquilamente.
—Me alegro de haber hecho algo que te guste—terminó resignándose al final. Sueño o real estaba allí, y necesitaba poder hablar con ella de lo que fuera desde hace demasiado tiempo. Volvió a bajar la zarpa de la cara para unirla a la otra que sostenía aquella mano tan pequeña como una hoja al lado de las suyas—. Ya he cometido suficientes errores.
Nuri esbozó una sonrisa juguetona.
—No seas tan duro contigo mismo. Está claro que caerse por la borda en pleno viaje es un error, pero no fue tan grave. ¡Gracias a eso llegaste al bosque!
La despreocupación de la dríada empezaba a ser un poco irritante. Pero entonces pareció darse cuenta de que estaba yendo demasiado lejos porque miró a Iskal con preocupación y ternura.
—Yo estaré siempre contigo—dijo mientras le acariciaba con dulzura la cara, luego volvió a sonreír—. Y no, no me refiero a tu corazón. Estaré contigo de verdad.
¿A qué diablos se refería la fata con esa afirmación? Pero Nuri no parecía muy dispuesta a ahondar en eso.
—Deja de preocuparte Iskal—insitió—. Deja en el pasado esos supuestos errores. Para ya de torturarte. ¡Piensa en el futuro! ¡Piensa en todo lo que puedes hacer! ¿De verdad vas a dejar que lo que haya ocurrido te hunda en el fondo del río? ¡No! ¡No importa que tenga sentido! ¡Importa que tenga sentido para ti! ¡Y tampoco pasa nada porque tengas miedo!
La dríada hizo una pausa y cuando volvió a hablar, lo hizo con una voz más baja y suave.
—Eso es bueno. Eso significa que estás vivo, que hay cosas que te importan.
Iskal nos sabía qué pensar, no sabía por qué tanto empeño en no darle importancia a lo que pasaba sin explicar nada. O diciendo cosas crípticas. Estaba triste y frustrado a la vez.
Pero tras aquella frase intentó pensar, quiso pensar, que quizá había un motivo por el que la dríada se expresara así. Quizá había pasado algo y no podía decírselo de otro modo, quizá se estaba comunicando con él de algún modo, quizá... quizá podrían ser mil cosas. Pero quiso aferrarse a esa. Y a la sensación de que no había perdido a Nuri.
—No quiero olvidar el pasado porque si no, no podré aprender de él—dijo. Luego le dio un abrazo suave a la dríada, como quien tiene cuidado de no quebrar un junco—. Pero tampoco dejaré que me quite mi futuro. Mientras estés conmigo me da igual lo que me echen.
Había salido del bosque para intentar ser mejor. Para ayudar a quien le necesitase, para que las cosas malas de Rhovesia no destruyeran a las hermosas y nadie tuviera que sufrir por ello. Pero también había salido para encontrar a Nuri. Y no pensaba renunciar a ninguno de los dos propósitos.
—Y no sé de qué río me hablas—hizo un esfuerzo para agarrar algo de aquel humor. Aquel que la dríada le había pedido que no perdiese nunca—. Ya sabes que los felinos grandes no se hunden... de hecho, nadan.
—¡No te he dicho que olvides el pasado!—exclamó Nuri con fingida indignación y reproche— Sólo que no lo conviertas en un lastre.
En ese momento se escuchó el aullido de un lobo que sobresaltó a los dos. A Iskal le pareció durante unos instantes que algo cambió en la feliz la mirada de la dríada, pero fue un momento tan corto que ni siquiera él pudo estar seguro de ello. La fata dejó su fingida indignación para mirar de nuevo al félido con expresión feliz.
—Bueno qué, ¿vas a hablarme de tus compañeros o no?
Iskal emitió un gruñido apagado con la garganta al oir aquello. No quería ponerse a pensar en su significado porque sabía dódne iba a llegar. Simplemente no quería. Así que se esforzó por hacer como si la situación fuese normal... pese a que no lo fuera.
—Apenas los conozco aún... —respondió devolviendo su atención a Nuri—. Kifel tiene muy poca paciencia y eso suele traer problemas pero es un buen hombre. O al menos el tipo de buen hombre que usa esa poca paciencia para salir a defender a un completo desconocido sólo porque ese desconocido está siendo víctima de una injusticia. Clea parece amable. Corianne... a veces me cuesta un poco entenderla, es como si hablara en clave. Pero no parece desagradable.
Hizo una pausa rascándose la barbilla.
—Salvo cuando estuvo a punto de cortarme el cuello por confundirme con otro—comentó como quien piensa en voz alta sobre el clima—. Aunque no la culpo, sé que para un humano todos los "animales" tienen la misma cara. Ya bastante mal se sintió cuando se dio cuenta de que se había equivocado.
Dejó a un lado la pausa cómica y volvió al tema.
—Y Nekaua es muy seria pero no es fría. Es una goliath, no conocía esa raza pero parece que viven en tribus también como los félidos. ¡Y en las montañas!—levantó ambos brazos como quien se lleva una soprpresa—. Tengo ganas de saber más de ellos. Y creo que ella también de los míos porque fue bastante graciosa su reacción cuando me vio.
—Tener poca paciencia no tiene por qué ser malo—dijo con una sonrisa divertida—, al menos siempre que tengas el corazón en su sitio.
Iskal sabía perfectamente a qué se refería Nuri. La dríada, como la mayoría de las fatas, era impulsiva y en ocasiones explosiva. Aunque como la vida en el bosque tiene mucha más armonía que en las urbes, eran pocas las veces que su impetuosidad salía a la luz.
—Parecen buenos compañeros. Creo que me puedo quedar tranquila dejándote en sus manos—Nuri entonces se puso de pie de un salto.—. Bueno, parece que el sol va a salir y tú debes proseguir el viaje.
La dríada se inclinó sobre el félido y le dio un beso en la mejilla.
—Cuídate, ¿quieres? Pronto volveremos a vernos.
Iskal suspiró para sus adentros con nostalgia. Aquellos brincos de ciervo siempre le habían resultado adorablemente graciosos.
—Vale... —dijo mientras una bola de hielo se le formaba en la boca del estómago. Se centró con todas sus fuerzas en la parte de la frase que indicaba que iba a volverla a ver a Nuri para tratar de derretirla. Cogió una de las manos de la dríada para palmearla con suavidad antes de dejarla de nuevo—. Tú también.
La echaba de menos. La echaba tanto de menos. No sabía qué estaba sucediendo allí, ni entendía nada, y para colmo ahora tenía más preguntas sin resolver que antes, pero le daba igual, llegaría la fondo de lo que fuera aquello.
Viajar por Rhovesia ayudando a la gente estaba bien... pero nunca se podría sentir realmente feliz si luego no podía volver al bosque a compartir aquellas anécdotas que tanto le gustaban a Nuri.
Nuri se despidió de Iskal y se internó en el bosque. El félido sintió el impulso de seguirla, pero le fue imposible. Un cosquilleo empezó a recorrer su cuerpo y por un instante se sintió muy pesado. Era muy extraño porque no sentía desasosiego pese a sentirse tan torpe. Una luz cegadora que no sabía de donde salía empezó a cegarlo. El aullido del lobo volvió a escucharse una vez más.
Iskal sintió la tierra dura bajo su espalda y la manta con la que se había tapado al dormir por encima suya. Daha le acababa de despertar de forma suave. Los primeros rayos del sol ya despuntaban y había que prepararse para continuar el viaje.
Iskal continúa aquí.