Partida Rol por web

Corianne y Nekaua reconocieron a dos de los Merantia en la distancia y corrieron a esconderse en un callejón tras unas cajas. La pirata aprovechó ese momento para frotarse sensualmente con la núbil goliath que no entendía muy bien lo que estaba pasando.

Pasados unos minutos el peligro pareció pasar pero entonces escucharon unos aplausos a su espalda. Sorprendidas se voltearon y se encontraron a la última persona que esperarían ver allí. Y no era ni Rizo ni Veiner. ¡Era Petrick!

—Gracias. De verdad gracias. No sabéis lo que he disfrutado esto. Me habéis alegrado la vista y lo que no es la vista—dijo mirándose abajo—. Sólo por ésto el día ya ha merecido la pena. Me encantaría unirme a vosotras pero me temo que no va a ser posible. A no ser que queráis claro, en ese caso podemos hablarlo, ¿eh? Me muero por retozar con vosotras.

Dos especies de bombas humeantes cayeron del tejado envolviendo rápidamente a Corianne y a Nekaua  y a todo el callejón. Y sólo con la primera inhalación a las dos aventureras les quedó claro que algo no iba bien. Empezaron a sentir oleadas de hormigueos por todo su cuerpo. ¿Qué les estaba pasando?

La voz de Petrick entró en la humareda.

—¿Habéis oído hablar de los monjes piratas Transraxial? Resulta que se dedicaban a llevar el polvo de escorpión desde los puertos de Beldia y Rhovesia hacia el norte. Así que como os imaginareis también están interesados en averiguar qué ha pasado con la droga. Y me huelo en la nariz que vosotras habéis averiguado algo. Así que… vamos a divertirnos.

La humareda desapareció y una serie de saltimbanquis cayeron del techo entre Corianne y Nekaua, y Petrick dando volteretas. Sólo que al lado de la pirata ya no estaba la goliath y viceversa.

Tirad 1d3:

- 1. Vuestro PJ cambia de sexo y tiene un -1 a todas las tiradas porque, ¡este cuerpo no es el mío!
- 2. Vuestro PJ cambia de raza según las reglas del conjuro reencarnación y tiene un -1 a todas las tiradas porque, ¡este cuerpo no es el mío!
- 3. Vuestro PJ cambia de sexo y raza según las reglas del conjuro reencarnación y tiene un -2 a todas las tiradas porque, ¡este cuerpo SI que no es el mío!

Ya se ha dicho en diversas ocasiones que Nekaua estaba confusa. Entre los suyos, y en la Tribu, era conocida por su mente ágil. Entre los humanos, sin embargo, se sentía estúpida y torpe. No solo se encontraba en un mundo diferente al que había conocido durante toda su breve vida —¡incluso en la granja de Doña Clavilda!—, sino que estaba cohibida por la situación y por las circunstancias que la habían conducido a ella; tenía miedo de equivocarse, de dejarse llevar por el instinto y hacer daño a inocentes. Otra vez.

Puede que fuera precisamente por eso, porque estaba ya tan confusa como su mente era capaz de aceptar, que se tomó lo sucedido como lo hizo.

¿Qué nos han hecho? pregunto, con una voz varonil que resultaba extraña, proveniente de un cuerpo mucho más pequeño que al que estaba acostumbrada. Se dirigía a la silueta que debía de pertenecer a Baldrich, aunque no podía verlo todavía tras la cortina de humo. Los magos eran quienes sabían de esos asuntos.

No podía ver su rostro, pero sí su cuerpo fino y delicado —aunque podía sentir la fuerza de sus nuevos músculos—, sus dedos largos, del color de la carne pálida de las gentes de las tierras bajas, el cabello rubio brillante que rebosaba sobre sus hombros y reposaba sobre su armadura.

Corianne giró sobre sus talones, llevando la mano a la empuñadura de la espada corta. Cuando la humareda cayó sobre ellos, y sintió su cuerpo transformándose, se llevó la mano a la entrepierna notando un intrigante bulto de gran tamaño. Siempre se había preguntado cómo sería tener un buen mástil entre las piernas.

—¿Todavía estás interesado, cariño?  ¡Tengo un cañón nuevo que no me importaría disparar! —le dijo a Petrick y agregó:—. Pero no se lo digas a mis otras pistolas.

Desenvainó las espadas de un tirón. 

—¡Ya has oído a Petrick! ¡Son los famosos monjes piratas Transraxial, y esta es su arma de signatura! —dijo, y al ver la cara adusta del elfo que había sido Nekaua añadió:—. ¡De verdad que intento preocuparme, pero no lo consigo!

El cambio de Corianne fue menor que el de la goliath. Seguía, al menos, siendo humana, o humano. Casi no podía creerse que fuera la misma persona. No lo hubiera creído, desde luego, si no hubiera sido ella también víctima del terrible efecto.

Lo he oído. Pero... ¿cómo lo han hecho? ¿Cómo lo deshacemos? ¡Es un mago! Tiene que saber algo.

Nekaua sí estaba preocupada. Preocupada por los saltimbanquis que brincaban a su alredor, y que parecían buscar bronca cuando todavía no se había recuperado de sus heridas. Y preocupada, aunque fuera algo menos inmediato, por la posibilidad de quedarse en ese cuerpo extraño.

Para sorpresa de Nekaua todas sus heridas se habían curado. Parecía que algo bueno tenían las extrañas artes con las que los piratas la habían conjurado.

—Lo estoy—respondió Petrick a Corianne  con una sonrisa aludiendo a su interés mientras volvía a mirarse hacia abajo—. Pero lo nuestro es imposible.

El mago señaló al humano y al elfo.

—¡Dadles duro!—les ordenó—Pero dejadlas vivas. Son nuestra mejor pista.

Los extraños piratas saltimbanquis comenzaron a realizar un extraño baile al unísono.Entonces los cuatro se cruzaron de brazos y dijeron al unísono.

—¡Decídnos dónde está el polvo u os dejaremos echos polvo!

Tirad iniciativa, si sacáis más de un veinte podéis pegarles.

Creo que queda poco para que os junte a todos, pero creo que necesitaré volver de Sevilla para ello.

Mapa del combate.

Debía haber imaginado que el regreso del mago no era fruto de la casualidad. Pero tanto él como los extravagantes saltimbanquis estaban equivocados.

Si tenéis que sacarnos la información a nosotras, dijo, es que estáis muy perdidos.

El cambio de cuerpo era incómodo. El suelo estaba demasiado cerca, y no podía quitarse de la cabeza la sensación de que iba a caerse en cualquier momento. Sentía partes donde antes no las sentía, y le faltaban otras que tenía hasta hace unos instantes. El alcance de sus brazos era demasiado corto; cómo iba a pelear, si probablemente hubiera necesitado cuatro intentos para agarrar un cuenco de leche frente a sus ojos.

El sonido de unos pasos llamaron la atención de todos los presentes antes de que comenzaran a pelear. Todos se giraron para atrás y se encontraron a quién menos podían imaginarse. ¡Era el propio ministro Veiner! Justo en esa época del año,a esa hora del día ,en esta parte del mundo y ubicada específicamente en ese callejón. ¿Qué rayos hacía ahí?

—No, no, no—dijo negando la cabeza—. Esto no puede estar pasando.

El ministro principal colocó las manos en posición arcana y comenzó a conjurar. Un destello rojo brotó del anillo que llevaba en su mano y de pronto todos comenzaron a moverse como si los estuvieran rebobinando. Literalmente el tiempo estaba fluyendo para atrás, algo más allá de toda lógica y comprensión.

Corianne y Nekaua huían de sus perseguidores cuando reconocieron a dos de los Merantia en la distancia. Tuvieron la intención de esconderse en un callejón tras unas cajas, pero de pronto cambiaron la decisión y se volvieron sobre sus pasos para alejarse de los malhechores. ¿Por qué? Una intuición posiblemente.

—Mucho mejor, sí—dijo el ministro desde la esquina.

El plan original para cerrar la escena pasaba por hacerte éste nada sutil guiño. Había pensado en borrar esto pero, ¡qué demonios!