Cinco días después desde que los aventureros encontrasen el polvo de escorpión, el grupo se volvía a encontrar en el mismo lugar en el que todo comenzó, el despacho de Stephen Veiner. Eso sí, con notables ausencias. Habían sido unos días un tanto extraños. Por un lado estaba la alegría de haber terminado el trabajo, por otro la pena por las vidas perdidas, la tensión de tener en su poder la que en esos momentos era una de las mercancías más codiciadas de toda Rhovesia. Y por encima de todo el terrible episodio de tener que contarle a Jean la verdad sobre la que había sido su pareja durante muchos y felices años.
No se habían registrado muertes por envenenamiento o circunstancias desconocidas, lo cual implicaba que Clea había tenido éxito en su misión de purificar las aguas. También era posible que esas posibles muertes hubieran quedado ocultas en lo que tiempo después se conocería como "El episodio del flogisto". Las defunciones fueron considerables a raíz de los múltiples incendios que hubo en Mena de Oro. Otro hecho notable fue la desaparición de algunas bandas criminales menores como los Merantia. Por algún motivo, tal y como había dicho la arquera izarita (ahora entregada a las autoridades), había quiénes tenían la orden de abandonar la ciudad. Y por supuesto tampoco hubo rastro de Armando. El traicionero semielfo estaba en paradero desconocido.
Pero todo eso quedaba atrás. Estaban de nuevo en Puerto del Amanecer, la droga estaba a buen recaudo y comenzaba a distribuirse entre los sanatorios para tratar a los adictos. Por desgracia eso también implicaba que pronto volvería a estar en las calles. Eso era inevitable.
—Buen trabajo—los felicitó Veiner—. No sólo han encontrado la droga, sino mucho más importante, han salvado Mena de Oro y también las vidas de muchos rhovesianos. El envenenamiento del río Dafyz, irremediablemente también hubiera afectado a las otras poblaciones que también viven de sus aguas. Sinceramente, muchas gracias.
El ministro entrelazó las manos, las puso encima de la mesa e inclinó levemente la cabeza.
—También ha habido pérdidas lamentables—dijo frunciendo el ceño y abandonando por primera vez ese tono correcto, educado y casi ceremonial—. En especial las de Kifel y Rizo. Su sacrificio no debe quedar en el olvido. Tanto ellos como ustedes se han comportado como héroes y todos deben ser reconocidos como tal. Pero también soy consciente de que las implicaciones de todo este asunto han acabado por tener un carácter personal. Así que dejo en sus manos la decisión del tipo de reconocimiento que deseen tener.
Habían logrado su objetivo, si, pero eso no borraba la trágica muerte de Kifel. Cuando había empezado a conocer a aquel buen hombre, la vida se le escapó a manos de Samtha. Otra gran decepción de Daha. Había considerado a Samtha una buena persona y casi una amiga al fin y al cano era una paladín de Alcor a la que siempre había considerado una fiel devota y una justiciera divina. Que acabara formando parte de las filas enemigas, había sido algo duro y del todo incomprensible para Daha.
Fuera como fuera, se habían convertido en héroes. Habían salvado a mucha gente de una muerte terrible y eso no se olvidaría fácilmente. Daha no esperaba mucho más reconocimiento por parte del estado rhovesiano, que un pago digno. No quería tierras, estatuas en su honor, ni nada por el estilo, aunque si quería que se invirtiera dinero de las arcas del estado en hospitales y sanatorios, pues ella se debía a los demás, ya que a eso había consagrado su vida.
- He entregado mi vida a los demás, Ministro. - Le dijo a Veiner. - No quiero un pago para mi, sino que deseo que se ayude con mayor énfasis a las instituciones que cuidan de los desfavorecidos. - Reveló. - No obstante, lo que más me interesa ahora, es saber cual será mi próximo destino. Aunque eso igual no depende de usted sino del Patriarca de mi iglesia. - Reflexionó en voz alta. - Si mi próximo destino es el de enfrascarme en una nueva misión similar a la que hemos llevado a cabo y no el de servir en un centro de cuidado de enfermos, dolientes, huérfanos o ancianos, puede que una mejor en mi equipo no la viera con malos ojos.
Daha estaba dispuesta a todo. Al final, su objetivo vital era el de servir a los demás. No se veía regentando una iglesia, o poseyendo y administrando tierras. Tampoco sabía hasta donde podía llegar la generosidad del Ministro y tampoco era cuestión de pedir. Lo que ofreciera sería bienvenido y Daha lo administraría de la mejor manera posible y siempre destinado a cumplir con su cometido.
Corianne había mantenido una actitud fría y distante, manteniendo a sus compañeros a mundo de distancia. Sólo había hablado de tanto en cuanto con Iskal, pero ni siquiera con el félido se había mostrado muy habladora. Había resuelto sus asuntos en Mena de Oro, había bebido ingentes cantidades de alcohol y había llorado con su padre hasta que no le habían quedado más lágrimas a ninguno de los dos. A la vuelta a Puerto del Amanecer, habían ido directamente a ver a su madre al hospicio. La había encontrado más lúcida que en su último encuentro, ahora que estaban administrando la droga entre los adictos como ella, pero en medio de la visita había tenido una crisis de ansiedad y se la habían tenido que llevar. La relación con su madre nunca había sido la más sana, ni siquiera la más cordial. Había pasado el tiempo en que a Corianne le hubiera gustado otro tipo de relación, pero aquella escena fue como una dosis más de veneno en su cuerpo.
Cuando se volvió a reunir con los demás en el estudio de Veiner, Corianne estaba amargada, resentida, frívola y arrogante como en pocas ocasiones.
—Pues yo quiero que me hagan una estatua en Mena de Oro —pidió Corianne, e hizo un gesto en dirección a sus discretos pechos—, a tamaño natural, pero con unas buenas pechugas. En una piedra bonita, que la talle un maestro cantero de las Islas de Betria. Y con una placa en el pedestal que ponga: "A Corianne, la salvadora de Mena de Oro, hermosa más allá de toda mesura, musa de bardos y poetas".
Corianne ensayó una pose florida para que Veiner tomara nota.
Durante el viaje de regreso, el silencio pesaba sobre sus hombros como una capa plomada, y la tensión no abandonaba sus tripas ni cuando se detenían a descansar. El camino era más difícil de soportar a cada milla que recorrían. Apenas podía estarse quieta, y se pasaba el tiempo trotando junto a los carros en lugar de quedarse sentada. Llegó a lamentar que el semielfo, y los demás izaritas que quedasen en Mena de Oro no hubieran tenido tiempo o fuerzas para planear un asalto a la caravana.
La petición de Corianne la hizo reír, con una ligereza que era extraña en ella. La pose no parecía alcanzar los ojos de la pirata, pero Nekaua confiaba en que no tardaría en hacerlo. Dejaría atrás lo que había sucedido y seguiría su propio camino, aunque tuviera que empedrarlo con baladronadas y frivolidad. Rezaría a Beltegueuse para que fuera un buen camino. Algo le decía que el Martillo Tronante y Betria tenían buenas relaciones.
Nekaua no había sido capaz de ayudarla; más bien al contrario. Había fracasado, de nuevo. Y, sin embargo, darse cuenta de que fallar no condenaba a ninguna de las dos liberó parte del peso de sus hombros.
La risa se apagó y solo quedó de ella una sonrisa agridulce. Miró a Corianne un momento más, sin disimular el afecto que le había cogido en esos pocos días, a pesar de todas las disputas y diferencias.
Habló de una recompensa cuando nos reunió aquí por primera vez, respondió la goliath. Nunca he tenido dinero…
En realidad, tenía en la bolsa más de lo que la mayoría ganaban en años, pero ella era todavía inconsciente del valor de lo que poseía.
Miró entonces a los otros dos compañeros supervivientes. Iskal le recordaba a gentes de mayor edad y sabiduría que había conocido, que sabían dónde tenían que colocar los pies para dirigirse hacia donde querían ir. Por primera vez, se preguntó qué edad tenía el félido. Era el primero de los suyos que veía, y no era capaz de atribuirle una edad a su aspecto.
En cuanto a Daha… la alcorita era errática, tal vez incluso más que Corianne y ella misma. Tal vez reencontrarse con ese hermano suyo del que le había hablado, con un hombre sencillo y puro, fuera justamente lo que necesitaba para enderezar sus pasos.
Quiero que vuelvan a contar conmigo de nuevo, dijo. No hoy. Tengo un problema del que ocuparme antes, pero sí cuando vuelva, sin esa carga. Vine a ayudar, y quiero seguir haciéndolo.
Esperaba volver a verlos a todos, pero ninguno de ellos la necesitaba aquel día.
Iskal no terminó de entender por qué eran ellos quienes tenían que decidir cómo dosificar el nivel de agradecimiento de la gente de Rhovesia. Para él, cuando uno agradecía algo lo hacía de corazón, lo que le salía, y listo. Pero tampoco sería la primera cosa, ni seguramente la última, que no entendería de los humanos.
No pudo evitar sonreir ligeramente con la petición de Corianne mientras Nekaua directamente se reía. Por muy llamativas que fueran las formas, lo cierto era que no estaba pidiendo ninguna estupidez. A los heroes se les hacía ese tipo de cosas, ¿no? Y de héroes los había tildado.
—Esas libertades son peligrosas, por poder podría pedir su puesto, señor—dijo cruzándose de brazos ociosamente. Aunque negó enseguida con la cabeza para aclarar, sólo por si acaso, que ni regalada quería esa silla—. Aparte de lo ya prometido que dice Nekaua. Haga lo que hace todo el mundo: Denos el reconocimiento que le dicte la conciencia. Usted y las gentes de Mena de Oro y Rhovesia. Los actos hablan de las personas que los llevan a cabo, y sirven para diferenciar la palabrería de la sinceridad.
Hizo una pausa anecdótica al caer en la cuenta de algo.
—Oh, aunque si va a ser una estatua, a mí no hace falta que me exagere nada. A tamaño natural está bien.
No quería entrar en chistes sobre tamaños de "rabos", o Corianne tendría material para horas. Aparte, como el inmenso agradecimiento y la gesta heróica que estaba describiendo el ministro se tradujese en otra simple capa, lo tiraría al mar dentro de uno de aquellos malditos barriles. Con un haiku sobre la hipocresía y la cutrez de quienes sí representaban a la república escrito en la etiqueta y todo.
Se rascó la barbilla un instante mientras Nekaua hablaba y esperó a que terminase para añadir algo más.
—Lo que sí me gustaría es además pedirle un favor—carraspeó—. Si cuenta con alguien que sepa de algún medio mágico para localizar gente, me vendría bien una ayuda. Necesito... estoy buscando a alguien.
No tenía la menor prisa por volver a ofrecerse como mano ejecutora. Él seguiría ayudando a la gente que lo necesitase al igual que la goliath, pero a su manera.
—Un monumento, me parece una buena idea—dijo Veiner asintiendo mientras se acariciaba el bigote. Eso sí, por su tono no estaba muy claro que su idea se estatua se pareciera mucho a lo pedido por Corianne—. Nos pondremos a trabajar en ello.
El ministro abrió un cajón de su escritorio y sacó una libreta de la misma. Tras moja la pluma en un tintero comenzó a escribir sobre ella.
—Sobre la recompensa señorita Nekaua, por supuesto que sigue en pie. Y agradezco su ofrecimiento, lo tendré en cuenta para el futuro. Desconozco su futuro señorita Daha, pero esta suma le vendrá bien para mejorar su equipo. De hecho, he decidido aumentar la recompensa. Incluso la señorita Corianne , cuyos términos de contrato eran muy diferentes, recibirá una pequeña suma de dinero. Además de su indulto, por supuesto.
Conforme el mago iba terminando de escribir en una hoja, la arrancaba y se ponía con la siguiente.
—Puede contar con mi persona para sus asuntos personales señor Iskal. Venga a verme mañana y veremos qué se puede hacer.
Tras terminar de escribir, Veiner colocó encima del escritorio y apuntando a cada aventurero cada una de esas hojas. En el caso de Corianne puso además un pequeño pergamino enrollado.
—Con este documento recibirán su pago en la Casa de la Moneda o en cualquier prestamista autorizado para recibir el pago.
—Pfft —fue la elocuente respuesta de Corianne.
Desde luego ella no iba a volver a trabajar para le República. Había pensado, cuando Veiner le había ofrecido el trabajo, que quizá le sería provechoso. Ahora sabía que no merecía la pena. Ella podía ser la próxima Rizo, o el próximo Kifel. Demasiado peligroso, demasiado poco reconocido, demasiado poco pagado. Aunque la República no tenía oro en sus arcas para pagar lo que había sufrido en aquella maldita misión.
La pirata agarró la carta de indulto y su recompensa -menor que la del resto-, y se largó del despacho de Veiner. Su destino: El Colmillo de Terciopelo. Tendría que eludir las manos largas de ese estúpido de Mantecosa, pero podría gastarse el dinero de la República en Alcohol. Emborracharse con Loto era el mejor plan que Corianne tenía para el día... o para los próximos días, hasta que se quedara sin dinero.
Nekaua se quedó mirando fijamente el papel firmado por el ministro. Por mucho que se esforzaba en recordar, todavía no era capaz de hilar los símbolos con su significado. En la granja le habían asegurado que era cuestión de práctica —¡incluso un niño podía aprender!—, y de ser así, aún le faltaba mucha. Las largas jornadas de trabajo y los duros entrenamientos con Doña Clavilda no le habían dejado tiempo.
Corianne se había marchado sin mediar palabra. La goliath se dio cuenta de que tal vez no volvería a verla. Aquellas tierras eran vastas sin mesura, y las ciudades, tan rebosantes de vida que le parecía imposible encontrar a quien no quisiera ser hallado.
¿Qué es un indulto? preguntó al aire, levantando la mirada del papel. Lo enrolló con cuidado, lo ató con un pedazo del hilo con el que remendaba los rotos de sus ropas y lo guardó en su morral, a buen recaudo.
- Es el perdón a alguien que ha hecho malo, ha sido juzgado y sentenciado por ello. - Le explicó Daha a Nekaua.
Que hicieran una estatua en su honor, en la de todo, era un orgullo que no esperaba. Parecía que ahora si representaban a la República. Lo que no sabía era que hubiera sido de ellos de haber fracasado. Por suerte, no lo sabría nunca y no quería pensar en ello. Fuera como fuera, dejaba atrás unos días muy convulsos en los que se había visto forzada a matar y en los que había visto morir a buena gente. En esos momentos, tan solo quería tranquilidad.
- Iskal, Nekaua... - Les miró y asintió con la cabeza a modo de despedida. - Ministro, si me vuelve a necesitar, sabrá donde buscarme. Hable con el Patriarca de mi iglesia. - Recogió su recompensa y la introdujo en su mochila. No sabía muy bien todavía que haría con ella, tenía que pensarlo bien. - Lo mismo os digo a vosotros. - Les dijo a los que habían sido sus compañeros durante aquellos días. - Si me necesitáis buscadme.
Y sin más, salió de la estancia y se marchó hacia la calle.
El viento golpeó en su rostro y el aroma de la ciudad invadió sus sentidos. Estaba otra vez en el punto de partida. Parecía como si nada hubiera cambiado de forma aparente, pero Daha ya no era la misma. Había aprendido mucho durante aquella misión. Había aprendido que en ocasiones, una debe pasar a la acción y que no solo con misericordia se ayuda a las personas. En ocasiones, es necesaria la violencia contra unos pocos y malvados, para recuperar el orden y combatir al mal.
- ¿Y qué hago ahora con mi vida? - Dijo en voz alta. Pero no tenía la respuesta. Aunque si sabía que iba a hacer en ese preciso instante. Ir a ver a su buen hermano. Le echaba de menos...
¿Así de sencillo era? Un papel firmado otorgaba el perdón de los hombres, y siga usted su camino con el favor de los dioses. ¿Y dónde estaba el suyo? A ella nadie la había juzgado ni sentenciado; sus crímenes eran invisibles a todos los ojos, como si no hubiesen sucedido jamás, salvo para los suyos. ¿Bastaría con que pagara a alguien que redactara su indulto y lo firmara ella misma con su torpe caligrafía?
Tengo que ir a por mi hermana, dijo. Espero poder volver después.
Solo quedaban en la cámara Iskal, el ministro y ella. Corianne se había marchado, y Daha después de ella.
Ha sido un honor, se despidió del félido, enlazando su mano alrededor de su muñeca en un saludo de guerrero. Ministro, añadió, con un ademán de la cabeza, y salió también del despacho. Primero, una comida rápida. Después, se uniría a una caravana hacia el Bastión Celeste, si la aceptaban. Desde allí, de vuelta al primer escalón.
Tras recoger sus respectivas recompensas los aventureros abandonaron el despacho de Veiner primero y el palacio de la Dogaresa después. Una vez libres de toda responsabilidad cada uno podía volver a ocuparse de sus propios asuntos y olvidarse de la droga, los criminales y los izaritas. Era cierto que quedaba un cabo suelto, Armando seguía libre y quién sabe si con ansias de venganza. Pero eso ahora no importaba, después de una larga semana, ahora tocaba volver a vivir sus vidas y lidiar con las consecuencias que esta aventura podía haber tenido con cada uno de ellos.
Corianne estaba un poco pasada de copas y por algún motivo que desconocía esa noche hacía un calor terrible en El Colmillo de Terciopelo. Hastas el momento había sido capaz de mantener a raya a Mantecosa, pero entre el calor y la borrachera le preocupaba acabar perdiendo la cabeza. Con Mantecosa jamás.
La pirata, ¿o quizás ahora era ex-pirata? Se levantó de la mesa dónde estaba bebiendo con Loto y salió al exterior. El golpe de aire fresco con olor a sal fue revitalizador. Casi tanto como uno de los conjuros curadores de Daha. Comenzó a pasear por el puerto. Al día siguiente tendría que buscar a Iskal, habían hablado de viajar juntos, pero no habían hablado de a dónde. ¿Iba a involucrar al félido en la búsqueda de Madravos y Melara? ¿O igual había llegado la hora de abandonar esa parte de su vida?
El ruido de un paso seguido de agua salpicada a su derecha llamó su atención. Corianne vio a una figura encapuchada entre unas cajas e instintivamente se llevó la mano a su espada corta. La figura avanzó hacia la joven sin intenciones agresivas, en cuanto la iluminaron los candiles de las calles la joven vio unas manos palmeadas y escamosas. Realmente no era una figura encapuchada, simplemente se había puesto una lona por encima.
—Teníamos un trato—dijo con voz gutural—. Markab te reclama.
Daha estaba de vuelta a su casa. Había pasado una semana, pero a la alcorita le había pasado mucho más tiempo. La aventura le había pasado mucha factura. En algún momento incluso había llegado a sentir que se alejaba de todo lo que Alcor proclamaba. En esos momentos pensaba en ver a su hermano, de alguna manera encontraba paz en él. Si, sin duda alguna eso era lo que tendría que hacer. Le pediría permiso a sus superiores y viajaría a Beldia. Seguro que no se negaría, ahora era una heroína de la República.
Llamaron a la puerta y Daha fue a abrir. Era Johan Gardels.
—Acabo de ver como llegabas, bienvenida—la saludó el paladín—. Espero que todo haya ido bien. Esta mañana mientras estabas fuera te han traído una carta.
El hombre le tendió un pergamino enrollado.
—Que tengas un buen día.
Johan se marchó y Daha se quedó sola de nuevo. La joven abrió el pergamino y se quedó petrificada. Era de su padre.
Querida Daha,
Huyes, huyes y sigues huyendo. ¿Hasta cuándo? ¿Cuántos más tendrán que morir hasta que abraces lo que eres por nacimiento y por derecho? Eres sangre de mi sangre, dejar luchar contra lo que eres. Una parte de ti, tu yo auténtica, está ahí, luchando por salir a la superficie. Por eso huyes en vez de enfrentarte a mí, porque huyendo sólo traes sufrimiento a los que te rodean. Porque realmente quieres castigarlos.
No me importa que sigas huyendo, por mi puedes huir hasta el mismísimo Yamalai. Te seguiré persiguiendo y seguiré castigando a todo aquel que te proteja. Así será hasta el día que aceptes quien realmente eres.
Te quiere,
Tu padre.
Iskal estaba cenando tranquilamente en la misma posada donde había conocido a Kifel. No se le había ocurrido un lugar mejor la que ir. La verdad era que no había pasado más de una semana desde ese día, pero parecía que había sido mucho más tiempo. Al día siguiente iría de nuevo a ver al ministro.
El félido comía en esos momentos un guiso de pescado cuando un borracho le gritó desde la mesa de al lado.
—¡Eh gatete! ¡Ten cuidado con la espina o te pasará como al de la canción!
El resto de parroquianos rompió a reír por la ocurrencia de su compañero. Parecía la cosa iba a ir a más cuando un hombre se plantó en la mesa de los alcoholizados clientes.
—Dejad al félido en paz—dijo con tono de pocos amigos—. ¿Entendido?
Fue tan efectivo que Iskal tuvo dudas por un momento de no haber vuelto atrás en el tiempo. Por desgracia el hombre no tenía el pelo rojo. Tras haber aplacado a los borrachos, se acercó hasta sentarse en la mesa con el arquero.
—Hacía mucho tiempo que no nos veíamos—dijo mientras sacaba un cuchillo—. A mi jefe no le va a gustar saber que te he visto Strakos.
Si, definitivamente Iskal ya había vivido esto.
Con todos sus asuntos en Puerto del Amanecer, Nekaua se preparó para salir de la ciudad y volver a la granja de doña Clavilda. Tenía que asegurarse que su hermana había llegado sin problemas allí y que no había ocasionado ningún problema. Igual incluso como ella, Balaka había comenzado a escuchar a la anciana paladina de Altair. Aunque eso se le antojaba improbable, las dos goliaths eran muy diferentes la una de la otra.
—¡Nekaua!—escuchó a sus espaldas.
La aspirante a paladina se giró y vio a Earl Ostimer, el custodio azul, el hombre al que la había enviado Doña Clavilda. Y el hombre que la había acabado enrolando en la misión del Polvo de Escorpión.
—La señorita Clea me ha dicho que te marchabas de la ciudad—dijo tras saludarla—. Quería hablar contigo antes de que lo hicieras.
El hombre hizo una pausa.
—Voy a refundar la Orden. Igual que Rhovesia ha cambiado, los Custodios Azules también tenemos que hacerlo. Si queremos seguir protegiendo esta tierra, no podemos seguir atados en exclusiva a la fe de Nihal. No podemos seguir encerrados en lo que una vez fuimos. A mucha gente no le va a gustar, de hecho ni siquiera a mí me gusta, pero precisamente por eso estoy seguro de que es una buena idea—tras una nueva pausa, Earl dijo con solemnidad—. Me gustaría que te unieras a la Orden. Necesitamos a gente como tú.