—El polvo de escorpión es una droga. Se hace con...—Earl se detuvo un momento para elegir la palabra adecuada— la cubierta de escorpiones gigantes del desierto. Es un potente estimulante, catastrófico para los que lo consumen de forma prolongada. Y desde hace unas semanas ha desaparecido de las calles de Puerto del Amanecer.
El custodio vació su jarra de cerveza.
—Eso podría ser una buena noticia pero no parece tan claro. ¿Quién se ha encargado de sacarla de la ciudad y con qué fin? ¿Y para qué quiere tanta cantidad de droga? El ministro principal está reuniendo un grupo de hombres y mujeres para averiguarlo. Le he hablado de ti y se ha mostrado de acuerdo en que formes parte del grupo.
La naturaleza de la tarea confundía a Nekaua—sospechaba que no tardaría en acostumbrarse a estar confusa; todo era demasiado diferente—. Las cosas en la ciudad no eran tan simples como detener a unos salteadores de caminos, o eliminar a algún peligroso monstruo que se hubiera instalado en la región.
Nekaua no tenía familiaridad con las drogas, pero tampoco desconocía su existencia. Eran, simplemente, una realidad con la que nunca había convivido. Algunos de los guardias trasgos de la Tribu del Martillo de Hueso fumaban en pipas alargadas una mezcla de hierbas molidas que los mantenía despiertos y atentos durante horas. Se los reconocía fácilmente porque eran muy nerviosos, irascibles —lo que solía llevarles a una muerte temprana— y tenían problemas para dormir. Pero nadie les obligaba a fumar.
Así que se encogió de hombros. A ella tampoco la habían obligado a caminar hasta Puerto del Amanecer, en lugar de quedarse en la granja o volver a las montañas.
Yo... no sabría por dónde empezar a buscar, confesó. Aunque eso era algo de lo que Earl Ostimer sin duda era consciente. La ciudad era inmensa, y estaba llena de gente. No imaginaba que fuera difícil ocultar cualquier cosa, incluso cargamentos enteros de ese polvo de escorpión. Pero puedo proteger a quienes sí lo sepan.
Earl asintió a las palabras de Nekaua sobre proteger.
—Esa es la idea, formaréis un grupo multidisciplinar— tras quedarse en silencio unos segundos corrigió—. Cada uno de vosotros tendrá su papel. Tú pondrás el músculo.
El custodio puso los cubiertos encima de su plato.
—¿Tienes alguna otra pregunta?
Tengo, afirmó.
Muchas preguntas, y cada vez tendría más. Preguntas que era probablemente mejor no enunciar. Limitarse a observar, escuchar y recordar cómo debió sentirse cuando era una niña pequeña en un mundo extraño, aprendiendo según la marcha. Pero al menos, tenía que saber qué se esperaba de ella, o temía que seríaarrastrada de un lado a otro con los ojos abiertos como platos.
Supongo que el Polvo de Escorpión no es como la fruta o la verdura, dijo, que no se vende en los... mercados, abiertamente.
Earl negó con la cabeza.
—La venta de polvo de escorpión está prohibida y perseguida. Antes de decir que entonces la desaparición es algo bueno, piensa. Una gran cantidad de una sustancia valiosa y peligrosa ha desaparecido. Hay gente que está dejando de ganar dinero y gente que está muriendo por no acceder a su dosis. ¿Por qué alguien se encargaría de hacer algo así?
¿Mueren simplemente porque no pueden tomarlo? Una moría si no podía beber agua, si no podía respirar, y después de varios días sin comida. Era una parte tan esencial de la experiencia de estar vivo que cuestionarla era inconcebible. No podía imaginar qué tipo de sustancia, después de ser consumida, se volvía tan esencial como las que proveían el sustento básico.
—Así es—dijo el custodio asintiendo con la cabeza—. Los sanadores lo llaman síndrome de abstinencia. Se acaba desarrollando tal dependencia de la sustancia que el individuo no es capaz de soportar su ausencia. Sufre tal cantidad de estrés que su corazón acaba fallando.
Nekaua no se molestó en ocultar el gesto de repulsión que asomó a su rostro. La existencia de algo así atentaba no solo contra los principios que le habían inculcado durante los últimos años, sino contra sus instintos más profundos. No podía creer que todos fueran a morir. A los fuertes, quienquiera que había hecho desaparecer la droga había hecho un favor. A los débiles habría que encontrarlos, darles la ayuda que necesitaban, y enseñarles cómo fortalecerse para no volver a caer en una trampa como esa.
No imaginaba que hubiera mucha gente tan estúpida como para atar su vida a una sustancia sin razones de peso. Qué sentirían esos humanos al probarlo. Se lo hubiera preguntado al custodio, pero no le cabía duda de que durante el trabajo conocería a otros bastante más familiarizados con el polvo de escorpión.
Hay algo más, añadió. He dicho que es mi primera vez en una ciudad. El único lugar donde he visto tanta gente junta es Ark Durandor, y las cosas allí son diferentes. Muy diferentes. Sé cómo guardarme las espaldas allí, y en las montañas y en los bosques. No aquí. He dicho que les protegería, pero necesito saber a qué debo estar atenta, qué puedo hacer y qué no.
El custodio se quedó en silencio unos instantes, pensando su respuesta.
—Sigue los consejos de Clavilda. No me cabe duda de que ella te ha enseñado bien—parecía que no iba a decir nada más cuando añadió—. Y confía en tus compañeros. Puede que ellos no lo hagan en ti, pero no cometas el mismo error. En especial cuando las cosas se pongan violentas. Si desvías tu atención pensando en lo que ellos hagan serás vulnerable.
Earl se levantó de la mesa e invitó a Nekaua a hacer lo mismo.
—Hoy te quedarás en mi casa y mañana por la mañana te acompañaré al Palacio de la Dogaresa. Allí te reunirás con el Ministro Principal y tus nuevos compañeros.
Esperaba un consejo más específico, pero no parecía que el custodio fuera a darle nada más. Probablemente porque no era completamente consciente de lo distinto que era el mundo del que procedía Nekaua. Había comproado que la existencia de una cazadora recolectora, cuyo únicos contactos con la civilización había sido el desorden de una tribu conformada por diferentes especies, contenida su violencia a duras penas por la fuerza de quien se había hecho con el mando, era incomprensible para la mayor parte de los humanos —y no solo humanos— que había conocido.
Incluso tras tres años entre ellos, le quedaba mucho por aprender. Pero aprendería. Siempre le había resultado sencillo adaptarse y aprehender lo nuevo.
Continúo en la otra escena (no sé si tendré tiempo esta noche).
Earl y Nekaua abandonaron El cerdo especiado. Al final todo había ido bien para la goliath, incluso podría decirse que había ido mejor que bien. No había tenido ningún incidente y ya tenía una tarea que realizar. Además parecía que Earl era un hombre en el que podía confiar. Puede que nihalitas y belteseuguitas tuvieran algunas diferencias, pero si las dejaban a un lado era mucho lo que podían hacer.
Nekaua continúa aquí.