La última vez que Shell Khodan escuchó un "no" fue la noche que asesinaron a su hermana. Fue la propia Muffy quien lo gritó mientras aquel hombre la torturó y la degolló cuando su hermana trataba de alcanzarla. Pero una verja las separaba y sus manos no llegaron a rozarse. Tampoco la pequeña Shell pudo tocar a aquel hombre que marcó su vida al arrebatarle a la que pensaba que era su única hermana. Con los años descubrió que aquello no era cierto. Aunque eso no olvidó el horror de aquella pérdida.
Shell tenía once años y aún no había descubierto su poder, vivía con su madre y Muffy acababa de empezar la universidad en Melbourne. Su padre, Jeffrey Khodan, era un apuesto empresario que salía a menudo del país, a Japón, a los Estados Unidos, parecía tener negocios en muchos sitios y en muchas faldas, como empezó a descubrir su madre. Las peleas se sucedían en el hogar y Shell aprovechaba al máximo cuando su hermana venía de visitas para compartir confidencias. En una de esas últimas, su hermana le reveló algo asombroso: Con el cerrojo echado de su habitación sacó toda la ropa de su maleta y la dobló... sin usar las manos. "Se llama telekinesia, hermanita, y es una sensación maravillosa. Pero tienes que prometerme que no le dirás nada a nadie".
Tres meses más tarde, la penúltima vez que Muffy habló con Shell se desdijo: "Papá lo sabe. Estoy segura. Y él también puede hacer cosas. Me lo ha dicho, alguien que he conocido en la universidad, alguien como él, como nosotros. También me han dicho que tú también tendrás poderes algún día, Shell. Como yo. " Esa fue la frase que borró todas las anteriores. El ansia de algún día poder ser como su hermana. Ojalá se hubiera centrado en preguntarle quién era ese misterioso hombre que le había desvelado todo aquello.
Porque cuando llegó a conocerlo todo se precipitó de manera mortal. Se despertó y no estaba en su cama sino en un sótano sucio y oscuro. Estaba mareada. Alguien la había drogado mientras dormía y sacado de su camita. Pero eso lo sabría después. Su hermana también estaba, medio desnuda y llorando. En una celda contigua. Gritando que a ella no le hicieran daño. Gritando "no, no, no" muchas veces. Pero aquella figura en la sombra que la pegaba le decía que cuando su padre llegara todo el sufrimiento acabaría. Eran la moneda de cambio para conseguirle a él. Ese hombre terrible las había secuestrado, tras embaucar a su hermana y ahora pretendía hacer daño a su padre. No logró hacerlo. Porque su padre nunca se presentó. Cuando la policía dos días después encontraron el sótano y rodearon el lugar, su captor decidió no esperar más y acabar con ellas. Primero violó a Muffy delante de su hermana pequeña. Afortunadamente, se distrajo lo suficiente como para que Muffy pudiera al fin usar su poder y volar el ventanuco tapado con tablas para que Shell escapara. Mientras la niña le decía que no se iría a ningún sitio sin ella, Muffy le gritaba "No, no, no" y después aquel cuchillo cortó su garganta. Shell gritó y siguiendo los ojos suplicantes de su hermana escapó por la ventana.
Su padre nunca apareció y la policía jamás supo quién era aquel hombre que logró escapar.
La fotografía fue terapéutica, según dijo aquel psicólogo infantil. No quiso darle el alta pero su opinión cambió cuando Shell se lo pidió. También su madre accedió a comprarle la mejor de las cámaras cuando apenas tenía dieciséis años, aunque el vendedor finalmente decidió regalársela. Los chicos accedían a posar para ella. También a salir con la joven, que se fue volviendo más fuerte y segura con los años. ¿Cómo no hacerlo si había descubierto que con solo tocar a las personas éstas obedecían todos sus deseos? ¿Cómo no volverse caprichosa, dominante, falsa si no había nada que se resistiera a su toque?
La memoria de su hermana y la desesperación de su madre le sirvieron para no embriagarse demasiado. Para no pasarse como aquel mes de camping rodeada de esclavas y esclavos sexuales que hacían todo lo que ella pedía como si fueran marionetas haciéndoles sufrir cuando les soltaba de su contacto y les hacía ver lo que habían hecho para luego volver a tocarles y que continuaran con su labor. O como cuando robó veinte mil dólares de aquel banco. No. Debía ser más sutil. Debía tener cuidado. Y sobre todas las cosas, debía no convertirse en una secuestradora de mentes, porque más que nadie sabía lo que era ser una rehén.
No. Debía sólo dar pequeños empujones a la voluntad. Sólo pequeños actos que le facilitaran las cosas, pero no apropiarse de los cuerpos y vidas de otros. Si lo hacía así, la víctima ni siquiera recordaba porque había accedido a darle el puesto de trabajo o a dejarle su sitio en el cine. No había sensación de secuestro. No había daño en ceder. Tampoco había ningún "no".
Así fue como una chica traumada, criada en un barrio corriente de una ciudad aburrida, llegó a ser una gran fotógrafa, amante, y glamourosa mujer que, además, para mayor suerte, ya no envejecía. Cuando Australia se le quedó pequeña fue cuando viajó a los Estados Unidos. Su madre, bastante anciana ya, había rehecho su vida con otra señora ¿quién lo iba a decir? y ya no se sentía mal de dejarla sola.
En Nueva York, con su toque, fue fácil abrirse camino, y casi sin querer, pero sin que ninguna voluntad pudiera oponerse a ella como descubrió que su padre estaba por allí. Él tampoco había envejecido pero le conocían por otro nombre: Cédric, también llamado "El Cuco".
Hace unos meses llegó a encontrarse a otro como ella. Se hacía llamar Proctor y era un hombre de color corpulento y con porte autoritario que se ofreció a darle respuestas si se unía a una especie de "Consejo". Pero ella rehusó y abandonó su apartamento, tratando de borrar sus huellas. No confiaba en nadie que pudiera darle respuestas.
No sirvió de nada porque Proctor volvió a encontrarla una tarde en Central Park
"No sabes lo difícil que ha sido encontrar tu rastro. Cuando supe que eras hija de Cédric quise, más que nunca, volver a dar contigo... Pero al parecer has heredado la habilidad de tu padre de no poder ser rastreada mentalmente. Y eso ha resultado fatal. Hoy te hallo pero solo para comunicarte algo siniestro: Tu padre ha muerto, Shell. El funeral será en dos días y creo que es importante que acudas"
Shell sintió un vuelco en el estómago. Se dio cuenta que no podía odiar a su padre pese a todo lo que había hecho. No podía juzgar la conducta de alguien que caminara sobre la Tierra con un poder como el que ella había portado. Sintió pena y rabia y le dijo que "Sí". Sí que iría.
Pero no lo iba a hacer sola. Tiempo atrás había descubierto que su padre tenía otro hijo en Japón, que explicaba parte de las mentiras que había vivido de niña. Logró ponerse en contacto con él.
- Nuestro padre ha muerto en los Estados Unidos. El funeral será en dos días. Pensé que deberías saberlo.
De nuevo esperando la respuesta de un hermano. De nuevo sin poder tocar para asegurar un sí por respuesta. Pero lo obtuvo
- Allí estaré... hermana.
Joffrey Khodan
Cedric
El Cuco
Julius Próctor, miembro de El Consejo