No había máquina complejas en los años sesenta, cuando John desarrolló su poder. Es decir, había radios, y televisiones y vehículos... Pero aún el dinero no se había automatizado. O toda la información del mundo dependía de las computadoras. A veces echaba de menos esos tiempos sencillos, cuando su trabajo en una empresa de publicidad le hacían casi llevar una vida normal. Cuando su poder era un truco de prestidigitación que lograba embaucar a mujeres de labios finos y faldas cortas. Pero los tiempos cambiaron y su aspecto no. Aquello empezó a llamar la atención demasiado y tuvo que divorciarse de su mujer, abandonando a sus dos hijos, allá por los finales de los setenta y cambiar su identidad, empezando de nuevo en otra punta de la ciudad. O tal vez lo hizo porque los cajeros automáticos empezaban a poblar la gran manzana y una orden suya bastaba para enriquecerse. Tal vez lo hizo porque las putas de lujo, los coches caros, hacían que su grandota mujer se le antojara demasiado poco.
Años después John estaba en la cárcel tras perder su lujosa mansión, su jet privado y todas sus acciones en tecnología por una inspección fiscal. "La ley ha acabado con tu gallina de los huevos de oro, Marx. Ahora tendrás que explicar de dónde ha aparecido esa fortuna". Pero no tuvo que explicarlo porque su gallina era mecánica. Como lo fueron a los pocos meses todos los antecedentes penales y los sistemas judiciales. Solo estuvo unos pocos meses cuando de nuevo su poder le permitió borrar de nuevo su rastro y estar limpio.
Volvió a casarse con una guapa modelo colombiana y se preparó para que el mundo se abriera a la era digital. Su gallina de los huevos de oro navegaba ahora en internet. Ya no le hacía falta sacar dinero de los cajeros. La información también era riqueza y su emporio empresarial volvió a crecer. Con él, de nuevo, las tentaciones, la coca, el alcohol y más mujeres. Con una de ellas, una fotógrafa, fue sorprendentemente descuidado y la llevó a su mansión donde su mujer acabó pillándoles y pidió un divorcio millonario.
"Si te vas te borraré y te arruinaré la vida ¿lo entiendes? ¿qué vas a hacer cuando ningún ordenador guarde ninguna de tus fotos? ¿qué vas a hacer para impedir que compre cualquier agencia para que no vuelva a contratarte?"
Su respuesta fue una paliza por parte de una red de matones que casi le dejan sin volver a andar. Tenía dinero, posición y poder pero parecía que siempre tenía que estar huyendo y volviendo a empezar de nuevo. Cuanto más tenía más le codiciaban y más en peligro se ponía. Cuando su don de hacer obedecer a las máquinas más le acercaba a la omnipotencia, más cuidado debía de tener de no perderlo todo de golpe.
¿Pero en quién confiar para protegerle? ¿Quién podría entenderle si no eran otros como él? Con su acceso privilegiado a la información había sabido hacía tiempo de que existían otros como él. Los había evitado porque no le interesaban pero conocía de sobra que había dos facciones, al igual que una especie de secta humana que trataba de borrar el rastro de cualquiera de los dos bandos en guerra.
No se enorgullece de admitir que fue él quién contactó primero con La Sombra y no al revés. No ansiaba la muerte de nadie, ni la destrucción, ni el dominio del mundo. Solamente disfrutarlo. Pero aquellos tipos se encargaron de todo. De protegerle de un atentado, de una investigación bastante extraña dirigida específicamente hacia él. Y el coste sólo se cobró ayer por la noche.
Un monstruoso gigante que solía ejercer de vigilante de su mansión se acercó a él extralimitándose en sus funciones de guardaespaldas.
"La Sombra necesita finalmente de tus servicios, John. Es hora de que cumplas tu parte del trato"
John se estiró incómodo sabiendo que no podía hacerse el esquivo con esta gente
- Claro, grandullón, claro... ¿Qué queréis saber? Dime qué quieres que busque en el ciberespacio
- Mañana por la noche en el teatro cerrado de la tercera con la décima. Allí te esperan"
John se dirigió a su enorme dormitorio
- Luz, ponte ténue. Persianas, bajaos. Temperatura de 21 grados. Jacuzzi en marcha y crea especial de burbujas... Por último, televisión, enciéndete. Sí, eso es, quiero ver una película.
Una antigua en blanco y negro, por favor"
El despertador sonó con su polifonía estruendosa.
John abrió los ojos, miro al techo y se tapó un poco los oídos, era demasiado temprano, o al menos tanto como lo había imaginado, disfrutaba de la vida y a instancias en las que se encontraba, deseaba descansar hasta tarde que preocuparse por el mundo en la mañana.
- ¿¡Puedes callarte de una vez!? Te dije 6:00 P.M. no A.M. – la alarma guardo un silencio instantáneo –No se porque te sigo conservando…-.
John estiró sus brazos, bostezó nuevamente y se levanto de su placida cama pensando en lo que el gorila de ayer le habia relatado, daba igual lo que fuera a suceder, lo averiguaría por la noche.
- Radio, hoy no me siento de mucho humor, dame algo animoso -.
- Buena elección radio, buena elección –dijo mientras se dirigía a darse un baño mas refrescante y elegante, después de todo, la presentación ante la sombre había que hacerse como caballeros-.
Después del baño, elegir el traje y anudarse la corbata y tomar su desayuno preparado por las maquinas; John salió de su mansión a la cochera para tomar su primera decisión difícil del día.
¿El Lamborghini o el Ferrari?
Un chasquido de sus dedos y el Ferrari carmesí se acerco sin dudarlo; dio unas vueltas por la ciudad, arreglo unos pequeños y aburridos asuntos en su “empresa” y finalmente tomó un poco del dinero del cajero, con el pasar del tiempo, el sol fue cayendo en vela y finalmente la luna apareció en todo su esplendor: hora de visitar al sujeto.
-Carro-susurró- ve despacio y las luces bajas, no espero problemas, pero con esta gente es difícil saberlo nunca…-bajó del carro mirando la inmensidad del teatro y lo terroríficamente gótico que podía ser en las noches –Espérame aquí ¿esta bien?- dijo para continuar su paso al curioso teatro cerrado-.