Partida Rol por web

Tercera Génesis: Los extraviados

Ethan Grey y la dosis perfecta

Cargando editor
11/04/2013, 03:04
Director

Aquel día de Septiembre en la cárcel tuvo tiempo, al fin, de pensar qué hubiera sido de su vida si hubiera sabido antes de sus poderes. Antes de ser detenido, antes de sus contactos con la mafia, antes de las drogas y del poker. Antes. 

Cuando en 1988, con dieciocho años y toda una vida por delante que se le antojaba prometedora, hubiera sabido del inmenso poder que tenía. Podría haber sido un excelente médico. O mecánico. Incluso escultor. Y no un yonki jugador con precio a su cabeza y sin futuro entre aquellos barrotes. 

Pero la vida no midió bien cuándo suministrarle el don y cuando le confirió aquella manera de transformar la realidad, todo lo que Ethan Grey ansiaba era olvidarse de sus fracasos y agarrarse al frío abrazo de la ardiente droga. 

Su padre, que le visitaba a veces en prisión, echaba toda la culpa al juego: A aquellas partidas inocentes de la universidad que le hacían no ir a clase y granjearse las peores compañías. Que le permitieron ser de repente único y popular y conocer chicas, y poder darse algún lujo. La primera raya se la metió con diecinueve años y no le pareció en absoluto atractiva. Una dosis mínima de placer, en nada comparable a la adrenalina que desprendían aquellas madrugadas interminables de naipes y dinero. 

Así pasó sus años universitarios hasta que finalmente le echaron de la Universidad Pública de Maine. Pero para entonces ya tenía una salida laboral. Pronto empezaron los torneos y la preparación. También el contacto con su representante que se convirtió en su mejor camello. Las anfetaminas le permitían estar despierto. La marihuana relajarse antes de los torneos. El alcohol socializar cuando su timidez no se escondía detrás de un tapete. 

A decir verdad, su poder sí le salvo la vida. ¿Cómo podría haber sobrevivido si no a aquel balazo cuando a la salida de una exhibición trataron de robarle? Aquella sacudida dolorosa cerró la herida, sanó la carne, desprendió la bala de su cuerpo. Ethan ya había comprobado que envejecía más lento de lo normal, pero aquella fue la primera vez que había logrado revertir su cuerpo a un estado anterior. Hacer retroceder literalmente la materia herida en el tiempo. 

Tal vez ese fuera el momento justo. El momento en que si algún día Dios bajaba a verle y le diera respuestas sobre sus poderes pudiera pedirle que le llevara a ese instante. Ni más ni menos. Esa medida exacta. 

Porque tras este milagro, las cosas empezaron a complicarse. Las drogas trastocaban su capacidad de discernimiento y con ello las deudas de juego aumentaron. En su descenso a los infiernos supo que su poder también le permitía hacer daño. Si bien podía revertir procesos fisiológicos, también acelerarlos. No llegaba a hacer envejecer a nadie, puesto que aún no sabía "dar hacia adelante a todo el sistema" pero sí podía provocar compulsiones y dolor cuando se concentraba en el cuerpo de otros. 

Le hubiese gustado decir que cuando el peligro se volvió real y unos mafiosos trataban de matarle, no sabe si por tema de drogas o de dinero o de ambas cosas, su poder volvió a serle útil al descubrir que también la materia inorgánica cedía ante su poder. Una puerta de madera se pudría y le abría paso, cuando su poder de envejecimiento actuaba sobre ella. O rompía una ventana y al salir por el hueco, su poder de rejuvenecer la dejaba como nueva cerrándola tras él. O que cuando otros se enteraron de que tenía esos poderes le consideraron más valioso vivo que muerto. Pero no. Ethan viajó a Rusia con estos nuevos socios, sin enterarse siquiera del viaje en avión. Porque había encontrado la utilidad perfecta de su poder. Una sola raya de coca metida en su cuerpo y entrando en bucle le proporcionaba un placer infinito durante horas. El paraíso. Un Nirvana que nadie podía alcanzar puesto que la naturaleza misma del placer era su fugacidad. Salvo en su caso. 

Un orgasmo también podía perpetuarse horas pero había algo en él que le recordaba la terrible ausencia de estar sólo, marginado, desecho. La droga no. Podía tirarse días lejos de su cuerpo, con su mente viajando en paz. Embriagarse hasta perder la conciencia y en un último soplo de voluntad hacerse retroceder para volver a experimentarlo desde el principio. De sus años en Rusia sólo puede constatar que alguna vez ayudó a matar gente. Y que fue menos discreto con su poder de lo que le hubiera gustado, por lo que acabó atrayendo miradas poderosas y adquiriendo una identidad de asesino colocado y loco que hubieran hecho que su padre pensara que el póker era un juego de niños y que el suyo nunca debió salir de allí. Tuvo suerte y acabó en la cárcel. Dicen que sólo el ejército ruso pudo frenarle cuando los policías caían con convulsiones a sus pies y sus armas se tornaban cenizas en sus manos. Él no lo recuerda y, probablemente, no fuera capaz de repetir aquello estando sereno. 

Al deportarle a los Estados Unidos estaba casi limpio y desintoxicado. Pero bastaba con pasear su mano sobre los restos de la cocaína que otros consumían a oscuras para volver a tener una papelina entera para él. La dosis perfecta que podría tenerle ocupado días.

Alguien vino a visitarle y le dijo que le sacaría de allí limpio y centrado. No era su padre lloroso. Tal vez por un impulso de jugador de poker, decidió aceptar la apuesta y jugar con las cartas que le quedaban. El trato era, a cambio, participar en un encargo. Subió la apuesta y pidió que fuera sin sangre. No sabe por qué propuso eso. Tal vez aún quedaba un rastro de dignidad en aquel cuerpo imperturbable. Le aseguraron que así sería. Sólo un encargo para alguien como él. 

Aquella persona introdujo algo por la rendija del bis a bis. Era un insecto. Una inmensa polilla que se introdujo con horror en su boca antes de que los guardias le redujeran por ponerse a gritar histérico. Pero aquella noche estaba lúcido. Y el día después. La droga que se metía dejó de hacerle efecto como si aquella polilla que anidaba en sus tripas absorbiera todo. 

El miedo, el arrepentimiento, la culpa, la pena, las ganas de luchar volvieron a él los sucesivos días, desintoxicado al fin de aquella droga que ya no llegaba a su mente. 

Ayer cumplió su condena de cinco años. Un buen abogado le había conseguido la condicional. Al salir, estaba de nuevo aquel hombre. No se acordaba de su aspecto pero sí del olor a salsa barbacoa. Era el mismo hombre que le había metido aquella polilla en el cuerpo

- Soy Moth. Ahora es cuando te toca cumplir tu parte del trato. Mañana por la noche en el teatro cerrado de la tercera con la décima, en Manhattan. Tendrás que reparar una cosa

Ethan Grey respiró profundamente. Ahora es cuando discernía que apenas tenía control de su poder. Vida/Muerte, Renovación/Destrucción, todo era demasiado azaroso como para no acabar destrozando aquello que quería arreglar. Pero ya no podía echarse atrás. Ya encontraría la manera de salir bien librado de aquello. Volvía al juego. 

Y esta vez iba de farol.