Tras la caída durante la noche anterior de dos de los infiltrados, parecía que las tensiones se habían aliviado entre los supervivientes. La muerte de Joyce supuso un desahogo para todos ellos; la actitud perturbadora de aquel hombre no hacía más que agravar el estado de tensión en el que ya estabais.
Al ver que la puerta seguía truncada, decidisteis ir a dormir; resultaba bastante evidente que, de seguir habiendo algún infiltrado entre los que quedaban con vida, éste no se descubriría tan fácilmente, por muy cerca que estuviera el desenlace de toda aquella locura.
Quizás fuera la preocupación por ver el círculo cada vez más reducido; quizás el no saber qué encontraríais mañana al despertar. Tampoco hacían falta más motivos para no poder conciliar el sueño aquella noche, después de todo lo que habíais vivido en esos cinco días. Todo había resultado demasiado intenso, a la vez que irreal.
La que fuera la reunión que podría hacer cambiar las cosas, conducida al mayor desastre que habíais presenciado en vuestra vida. Casi veinte personas reunidas por un mismo propósito, para intentar buscar una solución al grave problema al que debía enfrentarse la sociedad actual; el mismo que defendían y por el que comulgaban las grandes esferas de poder del Capitolio.
La falta de sentimientos que profesaban todos los individuos de aquella Era podía resultar -y de hecho, era- lo más natural. Perfectamente se hubiera podido pensar que aquella práctica se llevaba realizando desde los tiempos de antes de Ford. ¿Quién iba a negarlo?
Ah, pero vosotros sabíais que en el mundo se estaban perdiendo valores; emociones diversas, más o menos agradables, pero sensaciones al fin y al cabo. Habíais descubierto una forma de haceros sentir vivos, más allá de la típica rutina a la que se veía sometido cualquier individuo modelo.
Era una pena que aún no pudierais salir de allí...
Despertáis de un sueño profundo, aturdidos por la somnolencia que aún manifestáis, y completamente desubicados. ¿Qué era aquello? ¿Dónde se suponía que estabais?
Era imposible haber salido del apartamento; la puerta estaba cerrada.
Cuanto más tiempo mirabais a vuestro alrededor, más macabra se volvía la habitación.
Vuestra reacción es salir de allí lo antes posible. Queríais salir de allí. Teníais que salir de allí. Tensar una pierna; luego la otra. Levantarse y salir huyendo. Cuanto antes. Esa era la estrategia a seguir.
El problema era que vuestro cuerpo parecía no reaccionar ante las órdenes de vuestro cerebro. Ni siquiera el parpadeo, algo tan básico, os era permitido. Vuestros ojos empezaron a escoceros; no tardaron mucho en llenarse de lágrimas. En parte por un acto involuntario, en parte por la situación en la que, nuevamente, os veíais inmersos sin quererlo.
¿Pero qué sitio era ese? En vuestra mente no dejaba de formularse esta pregunta. No podíais ver sobre qué estabais sentado; no podíais sentirlo siquiera. Sólo vuestros ojos respondían a vuestras súplicas por tratar de encontrar respuesta y solución a tan rocambolesca situación.
Podéis ver claramente a vuestros compañeros, los que quedaron vivos tras toda la masacre; los inocentes. Para vuestra sorpresa, Charlotte parecía haber resucitado de entre los muertos, pero parecía tan perdida como vosotros. De todas formas, nada podíais hacer por hablarle, ni nada podría haber hecho ella por responderos. Nada.
La habitación sigue volviéndose un espacio más lúgubre; las formas cada vez están más distorsionadas. ¿Qué era esa sombra de allí? ¿Acaso eran imaginaciones vuestras? No... ¡estaba allí! Si la habitación era real, también lo era la sombra.
Pero, ¿qué...?
Rostros desfigurados aparecían donde antes estaban las caras de vuestros compañeros. Un miedo, que difícilmente podía ser explicado, os invade por completo. El temor a lo desconocido, el no poder hacer nada; el conjunto de circunstancias que se presentaron os hicieron entrar en un estado de paranoia, donde el límite entre lo real y lo irreal era más bien difuso, como separado por una delgada línea. La misma línea que podría separar, dada la situación, vuestra cordura de la locura a la que estabais empezado a sucumbir.
Con el corazón acelerado, intentáis mover algún músculo de vuestro cuerpo. Más lágrimas anegan vuestros ojos, y la realidad se distorsiona aún más si cabe. No podía estar pasando aquello. No podía ser real. Los asesinatos cometidos no podían haber sido reales. Todo era una desagradable pesadilla, demasiado vívida, pero irreal.
Entonces, en un momento, todo pareció volverse oscuro. En vuestra mente se escuchaban sonidos desagradables, como el de cientos de abejas revoloteando sobre vuestras cabezas; como mil escolopendras corriendo bajo vuestros pies. Y un olor...
A pesar de no haber leído mucho sobre el tema, habíais escuchado mencionar alguna vez el Infierno. Aquello no debía de ser muy diferente a donde estabais vosotros, pues parecía que el mismísimo rey de los Avernos era el que ahora se encontraba delante de todos vosotros.
La voz era chirriante; demasiado aguda, demasiado grave. Demasiado dispersa entre tanta oscuridad, pero la simple fricción de esos labios al hablar calaba en lo más hondo de vuestra psique.
- Yo soy Joyce.
Un rostro monstruoso, complaciente ante el caos que había alrededor. Parecía regocijarse de vuestro inexpresivo temor. Era como si pudiera penetrar en vuestras mentes y saber el horror que estabais sufriendo.
Ante tal afirmación, desististeis por completo en buscar una respuesta lógica a todo aquello. La batalla estaba perdida: la locura había ganado. No os quedaba más que aguantar. Soportar el miedo; aceptarlo. Si aquel ser era real no podía significar otra cosa que todo lo vivido hasta entonces era mentira. ¿Sería esto por lo que habían pasado todos los que habían fallecido durante los días anteriores?
- Bienvenidos a vuestras últimas horas de vida - anuncia, arrastrando las palabras.
- Si aún no habéis sucumbido a la locura - emite una macabra carcajada -, no importa. Mejor... así podréis ser conscientes de vuestra realidad mientras aún mantenéis un poco de cordura.
- Desde mucho antes que recibierais las invitaciones, esta reunión era conocida por los altos cargos del Gobierno. Ellos ven y oyen todo cuanto pasa: en la calle, en el trabajo, en vuestros hogares... - hace un extraño movimiento de cabeza, tras el cual su rostro gira 180º. Ahora hablabais con un orificio craneal manchado de sangre reseca y pelo apelmazado. - Todo.
- Pero, a pesar de que el Gobierno sólo quería aleccionaros, mis propósitos iban mucho más allá -. Comienza a pasearse entre vosotros, con paso lento y atolondrado.
- Tenía curiosidad por saber si el concepto "sociedad" tenía cabida entre aquellos que se consideraban más reticentes en cuanto al sistema actual. No me malinterpretéis; me da igual lo que piensen los de arriba. Vuestras vidas no debieron de durar más que unas horas desde que entrasteis en este apartamento.
- Fue divertido ver cómo Martin, que había sido citado estratégicamente tiempo antes que el resto, asumió el rol de líder en apenas cinco minutos. No hizo falta mucho esfuerzo; sólo había que hacerle creer que él era Joyce. Y nada mejor que un "mesías" sin rostro para aceptar tal afortunada confusión. En cuanto admitió ser Garden corrió a su apartamento. La verdad es que el pobre no tenía carisma; tuve que dejar algún guión extraviado en el apartamento para que así él supiera qué deciros.
Hace una pausa, en la que podéis escuchar lucha por respirar. Cada vez que inhalaba aire era como si vientos infernales azotaran las hojas secas de un árbol muerto, que aún están por caer.
- Sin duda, la solución que propuso al ver a Rebecca muerta me dejó muy impresionada. Os sorprenderá, pero jamás pensé que eso pudiera ocurrir. Y, lo que fue más asombroso: aceptasteis el trato - ríe macabramente. Un miedo, aún más palpable, se adueña de vuestra mente, al reconocer como familiar aquella risa, aun distorsionada.
- Y, poco a poco, empezasteis a mataros entre vosotros. Entiendo - dice, moviendo lentamente las manos, mientras cada uno de sus dedos parecen irse enrollando sobre sí mismos - que los supuestos infiltrados -que no eran más que marionetas de las que deshacerse- tuvieran que seguir su "código moral" y que, cada noche, decidieran matar. Pero ha habido... ocasiones en las que me he sentido profundamente anonadada. Os habéis matado sin compasión ni miramientos; incluso cuando no estaba el estúpido de Martin azuzándoos para votar, ¡votasteis!
- Creo que ha quedado demostrado que no estáis preparados para otra cosa que no sea la vacía sociedad a la que seguís perteneciendo; a la que pertenecíais, a pesar de vuestra convicción de ser moralmente más aptos que el resto.
- No sabéis marcar vuestro propio camino, sin que ello conlleve la destrucción. ¿Entendéis ahora porqué es necesaria la felicidad hueca? No sois capaces de vivir en libertad.
Tras esta sentencia, el abominable ser que hace llamarse Joyce se desplaza entre vosotros, que no podéis hacer nada para seguir su movimiento.
- Al dormir, os he inyectado un paralizante y un potente alucinógeno. Si la demencia no acaba con vosotros, quizás lo haga el hambre o la sed. O un paro cardíaco. Llegados a este punto - un sonido metálico empieza a oirse - no sabría qué elegir. Para vosotros, cualquier elección ya queda demasiado tarde.
Un haz de luz se hace ver en la pared que tenéis en frente vuestra. Pero nada importa: la paranoia se ha adueñado de vuestra mente. Sólo podéis ser conscientes del temor que sentís; vuestro corazón no deja de latir vigorosamente. Esa angustia de no poder escapar, de no poder hacer nada, a pesar de sentir que el miedo supura por cada poro de vuestro cuerpo. Una siniestra forma de morir.
- Doy por concluida esta reunión.