El día posterior al primer juicio amanece gris y desapacible. El cielo está cubierto de nubes de un gris plomizo. La gente se arrebuja en sus ropas y aprieta sus sayos a medida que pasan, caminando rápidamente para evitar estar al descubierto si fuese a llover.
Sobre la plaza del pueblo se levantan un par de estructuras nuevas que no estaban allí antes. Tres picotas- dos posters de madera recia sujetando un bloque del mismo material en el que se han practicadoa agujeros para poder introducir la cabeza y las manos de un reo, de modo que quedase permanentemente doblado por la cintura, incapaz de moverse. El anciano encuadernador que se encaró anoche con Förner estaba en una de ellas. Tenia los dos ojos amoratados e hinchados a golpes de tal forma que la carne se cerraba sobre ellos, casi cegándolo. Pegotes de sangre seca y costrosa en el labio superior, el mentón y debajo de los oídos le daban un aspecto grotesco a su rostro magullado, y su cuerpo temblaba como si estuviese a punto de derrumbarse. Un letrero que leía "Falso Profeta" pendía sobre el instrumento de tortura.
La niña a la que el guardia había golpeado para arrastrarla ocupaba el otro. Su rostro estaba pálido como la cera, su cabello rubio desordenado le caía sobre la cara como el pelaje de un perro salvaje, y entre toda la mugre pegajosa por el sudor que le cubría el rostro. brillaba el blanco de los ojos, vidriosos y fijos hacia adelante, que miraban sin ver realmente nada ante ella. Un cartel que leía "Bruja" había sido colocado ante ella.
El tecer preso, un hombre, era uno de los propios guardias de ayer. Su rostro macilento tenía una tonalidad grisáceo, el frontal de su gambesón estaba cubierto de costras de vómito reseco, y la parte trasera estaba pegada a su espalda por un enorme pegote de sangre reseca, bordeada por un halo de algo pastoso y amarillento que recorría los bordes a a veces asomaba entre el rojo. El rótulo- "Borracho"- no hacía difícil adivinar como esa sangre había llegado ahí.
La gente se congregó alrededor de la plaza, en parte para ver el espectáculo, y en parte para murmurar. Todo el mundo intercambiaba miradas. "Esto no está bien", se oía repetir. "Somos gente sencilla, el rebaño de Dios". “¿Qué sabemos nosotros de brujerías".
Los comentarios se fueron acalorando y subiendo de nivel con la indignación, hasta que finalmente, una voz se alzó desde el lado de uno de los cadalsos, como si hubiese dado palabras a los pensamientos de todos.
El jugador con el número más bajo revela su Clase a todo el mundo. Por lo tanto...
Wilhelm Schlingel se revela a todos vosotros como Ayudante (Aldeno o Familiar). Siéntete libre de narrarlo en esta escena si quieres a tu manera.
Desde que William revelase sin quererlo sus secretos ante el pueblo, un frenesí se apodera de todos. Como si esa chispa de confesión hubiese encendido un fuego interminable, la gente que se cruza por las calles se acusa y se grita sin parar.
- ¡Bruja! ¡Puta de Satanás!
- ¡El único Satanás que hay aquí es ese hijo tuyo! ¿Qué buen cristiano nace que se maneje con la siniestra!
- ¡Yo sí soy Satanás!
- ¡No, yo soy la bruja! ¡Tú eres el gato! ¡Miau miau! ¡GATO GATO GATO GATO!
Entre carcajadas, risas y altercados, la gente que empezó acusándose de cosas más o menos normales- brujas, chivatos, delatores, corruptos, ladrones- poco a poco empiezan a ser presa de un frenesí dantesco, en el que cada cual parece competir por acusarse a otros o a si mismo de cosas a cada cual más dantescas, algunas de ellas claramente imposible. Al mediodia, el estruendo de los gritos hace salir a los guardias de sus cuarteles. Frömer se pasea por las calles rodeado de guardias, observando impasible con una mirada irónica, como diciendo "¿No os lo avisé?"
- ¡Padre obispo! ¡Dejad que os toque para alzaros de los muertos! ¡Soy Lázaro!
- ¡Atrás, hereje! ¡Paso a San Pedro!
- ¡Flechas! ¡Flechas para San Andrés! ¡Muriel! ¿Dónde están tus flechas?
La gente parece haber perdido completamente la razón, el reciocinio y el ridículo. Estallan altercados cuando los vecinos que aún parecen tener control de si mismos intentan calmar los ánimos. En su delirio, la gente arroja a las calles sus útiles de trabajo. Pastores montan en cabras y se atacan con sus palos proclamando ser desde Roldán hasta Carlomagno. Los parrocos de la posada insisten en montar la Ultima Cena al lado de donde un grupo de gotardos de la univesidad están oragnizandole un aquelarre al mocho. Es solo con dificultades que la guardia consigue, ya al final del día, contener al populacho y restaurar el orden, aunque muchos parecen ahora convencidos hasta el fondo de su ser de ser algo distinto a lo que fueron...
Todos los jugadores con números impares (1, 3, 5, 7 y 9) intercambian posiciones entre ellos.
En mesa, meteríamos todos los roles en una bolsa y cada uno sacaría uno. Aquí, he cogido el numero de cada uno y creado un codigo que genere aleatoriamente numeros impares entre 1 y 9 para saber qué rol tiene ahora cada uno. Os informaré personalmente del resultado.
La partida continua en Día 2: Juicio.
Sigues siendo un Aldeano. Perteneces al Grupo de El Pueblo y tu clase es Ayudante. Vamos, como hasta ahora.
Sigues siendo una Niña. Perteneces al Grupo de El Pueblo y tu clase es Protagonista. Como hasta ahora.
Pasas a ser una Bruja. Perteneces al grupo de El Culto y tu clase es Protagonista.
Pasas a ser un Aldeano. Perteneces al Grupo de El Puebo y tu Clase es la de Ayudante.
Pasas a ser un Familiar. Pertences al grupo de El Culto y tu clase es la de Ayudante.
La pesadilla vivida durante la sesión con Förner dio paso a otra pesadilla, no por ser menos real fue menos vívida. Muy al contrario, tuvo el dudoso honor de dejarme con los nervios a flor de piel. Y al despertar tras un sueño de todo menos reparador, la realidad que se había instalado en Bamberg era más tenebrosa si cabía.
El día acompañaba. Gris, pesado, hasta parecía que el color de los árboles era menos intenso, como si se negaran a agradecernos la vista. Y... ese olor.
Podía percibirse. Incluso en la forja, donde el ambiente opresivo y caluroso de las chimeneas y metales al rojo apenas si dejaban sentir algo más. Inclusive allí dentro se podía sentir ese olor tan extraño.
Era el miedo.
Flotaba en el ambiente.
Había miedo. Un miedo primigenio. Tal fue el logro de esta caza de brujas.
Mis pies comenzaron a andar, siguiéndoles el resto de mi cuerpo, como un autómata. Acabé sin saber bien como de nuevo en la plaza, y el espectáculo era lamentable. Tres artilugios sacados de algún cuento de horror. Y en cada uno de ellos, un pobre diablo y ¡¡una niña pequeña!!
Por mucho que pusiera delante un cartel indicando que se trataba de una bruja, no podía por menos que lamentar que le hubieran arrancado la inocencia de ese modo.
Incapaz de contenerme por más tiempo exclamé, a nadie en particular y a todos en general...
¡Estamos perdiendo la cabeza! Oh, buenas gentes de Bamberg... ¿cómo es posible? Deberíamos... deberíamos hacérselo saber al señor Förner, somos trabajadores, honrados, temerosos de dios, aquí no tienen cabida siervos del maligno... yo... yo... solo soy un pobre herrero, entiendo de metales, de herramientas, hojas y herraduras, que me aspen si se de temas oscuros, más allá de la escoria que suelta el acero al golpearlo contra el firme yunque.
Solo soy eso... un ayudante de Dios... y...
Bajé la cabeza, incapaz de continuar hablando...
Miré a la chiquilla y sonreí... ingrato reconocimiento el que le dispensaba...