Buena pregunta, alguacil. Sugiero que todos mediten seriamente sobre su respuesta, y examinen sus consciencias. Algo me dice que algunos de ustedes pueden tener sobre ellas más de lo que dicen. La confesión es una gracia divina, y sus efectos sobre el alma exceden con mucho sus perjuicios para nuestra soberbia.
Las miradas de algno de los presentes a Förner parecen sugerir que piensan que debería aplicarse sus propios consejos más a menudo. Pero nadie dice nada.
Escribas, procedan.
Las figuras encapuchadas de nuevo salen de detrás de Förner y se mueven para cumplir su cometido, extendiéndose como una mano que se cerrase. En más de un sentido, la imagen no es del todo incorrecta.
Se cierra el debate y empieza el día de votaciones, hasta las 13:00 del sábado.
Querría matar a Harby con todo mi amor, pero me jodo y me voto a mi mismo por furro
Seguro que salgo yo y todo XD
Voto contra 9: Horst “mataosos”
4: Edaltraut.
Los escribas vuelven a ocupar sus lugares. El recuento se hace en silencio, y Förner envía a uno de los hombres encapuchados, que mantiene unas breves palabras, no más de dos frases, con cada grupo. Cuando el encapuchado vuelve, el vicario cierra su libro con un suspiro.
Todo a continuación sucede a toda velocidad. Los guardias se lanzan como una sola persona sobre Horst, empujando y derribando a cualquiera en su camino en su impetu por alcanzar al hombre lo antes posible. La lucha es corta, pero intensa. La descomunal fuerza del amplio torso y los potentes brazos del leñador envía a dos guardias volando con estrépito contra los bancos y la gente allí congregada, con el consiguiente caos de ruidos. Un puñetazo lanzado al aire aplasta la nariz de otro guardia con un crujido como de madera podrida al ceder tumbándolo de inmediato. El leñador gruñe como los osos a los que tiene fama de abatir, y sus zarpazos son poco menos peligrosos que los de estos, pero son muchos guardias, y en cuestión de segundos le hacen agachar la cabeza y le sujetan los brazos.
Aún y así, la fuerza animal de Horst- o más que animal, acaso proviene quizás, de otro lugar más oscuro- es tal que por unos segundos parece que va a sacudirse de encima a todos los guardias ante la mirada despavorida de los que, incapaces ya por falta de espacio para actuar, observan, cuando el propio Förner, que le ha levantado y caminado a paso enérgico hacia el lugar, toma la espada que uno sostiene y, sin una palabra, la clava en la pierna del leñador, que ruge de dolor y, ahora sí, se desploma.
El eclesiástico observa la espada en su mano con disgusto, casi como si fuera algo obsceno, y se la devuelve sin miramientos al guardia de quien la tomó.
Horst, a quien llaman "mataosos", con una fama plenamente justificada por lo que veo. Tu fuerza es grande, pero la determinación de las gentes temerosas del Señor lo es más aún. Y ellas te han pronunciado culpable. Te sugiero que medites sobre tu vida y encuentres la fuerza de espíritu para alcanzar el perdón y salir indemne de esta prueba. Guardias, prepárenlo. El pueblo ha hablado.
Varios hombres arrastran, no sin esfuerzo, a Horst fuera de la sala.
Se levanta la sesión. Congreguense a medianoche en la plaza, como hasta ahora.
La salida de Horst "Mataosos" del mundo es casi tan estruendosa como la llegada. A los llantos del bebé y los gritos de dolor de la madre lo sustituye un torrente de aullidos, gruñidos y blasfemias que conforman el discurso más largo que nadie recuerda haber oído al taciturno leñador, culminados en un aullido final que se corta cuando el aire hirviente, finalmente, al entrar por su boca, abrasa las cuerdas vocales e impone el silencio. Aún después de que deje de moverse, el fuego tarda lo que parecen horas en derribar el inmenso corpachón del hombre, como si ni siquiera su fuerza pudiese apagar ese corazón... o ni siquiera el poder purificador que Dios le da sea suficiente para lavar tanta oscuridad.
¿Cuál de las dos es? Si los ángeles o los demonios que observan conocen la respuesta, o si alguno de los simples humanos la intuye, se la guardan para si mismos.
Horst ha muerto.