Dag no se amilanó a pesar del encierro, las palabras del guardia le llenaban de esperanza, pero no había sobrevivido a las incursiones en territorio ortiano gracias a la esperanza de las palabras ajenas. Así que empezó a mirar a su alrededor, para hacerse una idea mejor de su situación, también buscó en sus ropas, por si los guardias habían olvidado quitarle la daga.
¡Muchachos!, buscar alguna forma de salir. No intentaremos huir inmediatamente, pero quiero que esteis preparados si es menester.
Apenas habían pasado unas pocas horas, en las que Yber no había parado de rezongar mientras los demás procuraban guardar silencio, cuando escucharon pasos procedentes del pasillo... De la dirección opuesta a la que habían utilizado ellos para llegar a la celda. En la penumbra de sus "aposentos", Dag determinó que, si el eco no le estaba jugando una mala pasada, se acercaban cinco hombres, todos ellos armados y con armaduras.
La luz de las antorchas se acercó y no tardó en deslumbrarles con su repentina intensidad cuando sus portadores se detuvieron ante los barrotes. Efectivamente, cinco figuras fornidas destacaban tras los barrotes, dos de ellas portando antorchas. Los ojos de Dag se acomodaron rápidamente a la nueva iluminación y no tardó en distinguir al hombre que se encontraba en el centro de los 4 fornidos guerreros. Era Segestes.
Bien, creo que te debo una disculpa, joven Dag.
El gran legnar se acercó a los barrotes y extrajo, con un tintineo, un pesado manojo de llaves. Tras unos instantes rebuscando, dio con la que buscaba y abrió la puerta de la celda, entró en ella y se aproximó al capitán, extendiendo la mano a modo de saludo.
Si... - dijo, sonriendo mientras esperaba a que el otro tomase su antebrazo - Te conozco. Te recuerdo de mi última visita a las puertas, mi buen amigo Hrafnkell hablaba muy bien de ti. Espero que no os importe si me siento aquí con vosotros, pues hay mucho de lo que tenemos que hablar, y tenemos muy poco tiempo.
Disculpa, pero con los examenes y eso ando justo de tiempo.
A Dag le pilla muy sorprendido esta visita, Segestes es la última persona que esperaba ver en los calabozos. Tome asiento señor, póngase cómodo para explicar lo ocurrido en la superficie. Dag queria parecer amable, pero la sorpresa por el trato diferente dispensado por Segestes en un plazo de tiempo tan corto, le hacen olvidar los pocos modales que había aprendido.
Esta partida creo que la podré mantener con los examenes (tengo menos que pensar como jugador que como master).
Antes de sentarse, Segestes hizo un gesto a uno de los guardias, que avanzó y entregó a Dag un cuerno de cerveza en el que este no había reparado antes. Entonces, el Gran Legnar se sentó frente a Dag, sin preocuparse por limpieza o comodidad... se notaba su amplia experiencia militar y su fama de austero.
Bien, veamos, por donde empiezo... - Una mueca de amargura acudió a su rostro antes de comenzar a hablar - Si, creo que lo justo es deciros que lamento mucho la pérdida de vuestros hermanos... todos ellos han muerto, y no supe intervenir a tiempo de impedirlo... y que mi indecisión y la idea de arreglar las cosas yo solo llevase a la muerte también a mi propio hijo no creo que os sirva de consuelo... Bien. Ahora el por qué de toda la precaución de arriba... me temo que entre mis hombres hay informadores de Sigor, nuestro "bien amado" Valorg, que mal aconsejado por esa víbora ortiana se ha perdido más allá de cualquier posibilidad de rescate. Los muy ingenuos y arrogantes me tenían engañado, pero sé perfectamente lo que están tramando... llevan tiempo comunicándose con nuestros ancestrales enemigos del sur del muro, y planean una invasión conjunta que dejaría a la parejita como gobernantes de toda Deresla... como provincia ortiana. No sabía cómo hacerlo para informar al káiser sin levantar sospechas de que se lo que realmente está pasando, pero ahora que habéis caído en mis manos... En fin, antes de seguir hablando, imagino que después de todo esto tendrás preguntas.
Tu no te preocupes que asi andamos todos. Con calma. ;)
Dag tomo el cuerno con gratitud, durante todo el discurso lo soltuvo cómodamente.
Tengo muchas preguntas, pero ahora quiero saber más sobre esta nueva situación. Cuénteme acerca de la muerte de su hijo y los emisarios del muro, cómo ocurrió, a manos de quién.
Dag estaba molesto, estos juegos de cobardes, por la espalda, confabulando, sin una espada de por medio, sin ver la cara de tu enemigo, le ponían enfermo. Abandonó Puntaférrea, entre otras razones para alejarse de estas intrigas. Ahora, cuando sólo lleva medio día lejos del muro, en territorio "civilizado", tiene que aprender a lidiar con ellas.
Un gesto de dolor se mostró en la expresión de Segestes antes de que respondiese a las preguntas de Dag.
Quién, concretamente, no puedo decirte nombres... Pero todos murieron por orden del Valorg, Sigor, mal aconsejado por Niobe, esa ramera sureña a la que convirtió en su esposa... - por si no había quedado bastante claro el odio visceral que sentía hacia la mujer, escupió al suelo antes de continuar - La excusa para todos los arrestos y detenciones era que se trataba de traidores y desertores. En cuanto a mi hijo... yo personalmente le pedí que se hiciese cargo, si se avistaba a otro mensajero de la guardia, de detenerlo y traerlo a mi presencia, pues no terminaban de encajarme tantas deserciones seguidas y, para colmo, viajando por los principales caminos sin cambiar de ropas ni nada. Parece ser que esto no le sentó muy bien a los hombres de Sigor, pues... ¿crees acaso posible que uno de tus hermanos, enfrentándose a una docena de guardias, de muerte a 5, tres de ellos por la espalda? No sé cómo pudieron pensar que no me daría cuenta de que habían sido asesinados a traición, pero... el caso es que lo hicieron, y montaron el teatrillo de torturar al pobre hombre, mientras yo dormía ajeno a todo, hasta que consiguieron que dijese palabra por palabra lo que ellos querían, y solo entonces me convocaron... Al menos, me dieron una excusa para reunir a mi ejercito sin levantar sospechas, pues abandoné la capital como padre despechado clamando venganza contra la guardia... Y debo mantener esa imagen hasta que yo esté listo y tanto Hrafknell como el Káiser estén informados. ¿Entiendes mi situación y lo que he tenido que hacer arriba, joven Dag?¿Aceptarás mis disculpas y harás llegar mi advertencia hasta nuestro gobernante?
Dag se quedó pensativo. Demasiada información, demasiadas conspiración, no sabía que hacer en estas situaciones. Bien Segestes, ¿cómo tienes pensado que abandonemos la hospitalidad de tu mazmorra? Hemos de ser rápidos si no queremos convertirnos en ciudadanos, o esclavos del imperio Despues de hablar Dag miró el interior del cuerno que sostenía, contempló la espuma que se formaba en la cerveza mientras trataba de averiguar cómo se había metido en medio de tanto barullo, y lo más difícil, cómo iba a ser capaz de salir de una pieza de él.
Al fin, Segestes sonrió, aunque seguía siendo una sonrisa triste, la sonrisa de un padre que había perdido a su hijo, la de un señor que se sabia engañado y traicionado, la de un amigo que se veía obligado a conspiraro contra el hijo de su ser querido... Con esa sonrisa, se acercó a Segestes y le agarró de los hombros con fuerza.
Es una lástima que no todos los hombres sean como tu... Es mucho lo que estoy poniendo en juego, pero algo en mi interior me dice que puedo confiar en ti. Seguidme, tu y tus hombres, iremos por una salida secreta... Hay caballos frescos esperandoos, os aconsejo la ruta del norte, las demás están controladas y tratarán de daros muerte... pero debeis ser raudos, o quizá las nuevas lleguen demasiado tarde. No confieis en nadie, y dormid lejos de las grandes poblaciones siempre que podais.
Tras esas palabras, el señor emprendió el camino a toda velocidad. La dirección era la contraria a la de la puerta por la que entrasen con anterioridad, y pronto comenzaron a bajar por empinadas y sinuosas escaleras, la mayoría de ellas bien disimuladas en las paredes o en falsas celdas bajo trampillas de madera ocultas con desperdicios. No parecía el tipo de camino que emplearia un señor como Segestes, pero la ciudad era más antigua que el señor, y no todos los Kaerdan habían sido tan honorables. Al final, salieron a la fresca brisa de la noche. Cuando Dag miró a su alrededor, agotado, se dió cuenta de que habían descendido por el interior de la colina y ahora se encontraban en las afueras, a buena distancia de las murallas. La salida estaba oculta por arbustos, tras los cuales se encontraban atados dos corceles para Dag y cada uno de sus hombres, con las pertenencias que les fueron confiscadas y provisiones para varios dias mas. Segestes habló una vez más.
Os deseo suerte, y espero, por todos nosotros, que la misión llegue a buen termino. ¿Puedo hacer algo por vosotros?
Bueno, te dejo opción para un post final de despedida y cerraré la escena. La siguiente sigues solo... Lo siento, pero esque escogiste la parte mas jodida. xD
Dag se ajusta meticulosamente sus armas. Sube al caballo a la vez que una sonrisa se dibuja en su rostro, se gira dirigiéndose a Segestes Gracias por todo Lord Kaerdan. Espero que nos volvamos a ver en mejores condiciones.
Dag está contento, el viaje a Puntaférrea se le plantea más atractivo ahora que tiene enemigos en cada encrucijada.