El día amaneció despejado. Todo lo contrario que Sigfried, que estaba harto de hacer de vigilante. Pero bueno, era lo que tocaba.
Muchas gracias, capitán. Parece que, después de todo, no va a ser tan mal día. O eso espero. Despiértenme a la hora de comer, o si necesitan algo. Aunque uno solo no hará mucho, al menos, es una ayuda.
Sigfried se levantó, y recolocándose el vendaje en su herida y dejando sus armas y su armadura con el resto de pertenencias, se acostó.
Sigfried no tuvo demasiados problemas para descansar en cubierta, bajo el pequeño toldo de popa que le protegía de la llovizna que comenzó a caer sobre el barco conforme se acercaban a las montañas, cubiertas aun por negros nubarrones a pesar del cielo azul que se distinguía en el sentido contrario. Al cabo de unas pocas horas, Forel despertó a su pasajero amablemente y, con un gesto, señaló frente a ellos. Navegaban ahora por un lago, mucho más pequeño que el que habían dejado atras pero aun asi de buenas dimensiones, y a poca distancia de ellos se alzaba un gran islote, en el cual destacaba una pequeña montaña, como una roca que se hubiese caído de las montañas que se divisaban al otro lado del lago, quedando aislada de sus hermanas por el perseverante agua. Sobre esa montaña destacaba una gran mole grisacea, de cuyos torreones pendian estandartes negros y verdes. El lejano y grave aullido de un cuerno retumbó entre las rocas y surcó las aguas hasta el navio. Estaban llegando a Puntaférrea.
Desde cubierta, segun se acercaban al pequeño puerto de la isla, Sigfried pudo distinguir los 6 navíos de la flota de su familia, y a los trabajadores y curiosos que se estaban reuniendo para ver quién venia en un barco tan ostentoso. Desde la fortaleza podía verse cómo salia un pequeño grupo que se dirigía hacia el lugar, aunque estaba aun demasiado lejos para distinguir a nadie.
Hogar... Dulce hogar... Muchas gracias por despertarme, Forel.
Fue lo único que se le ocurrió decir al ver que estaban llegando a Puntaférrea.
Después de admirar asombrado, como si fuera la primera vez que viera aquel paisaje, estirar su cuerpo y buscar algo de agua con la que lavarse un poco la cara. Pidió un trago de algún licor que le despertara por dentro, y se decidió por preguntar a Forel.
Forel, al final no hemos tenido tantas complicaciones como se esperaban, por lo que veo. ¿No?
Sigfried miró al cielo, buscando nubes de tormenta, y luego miró al lugar donde se encontraba el prisionero. Tras recibir la respuesta, pensó en vestirse para la ocasión. Los colores del káiser y de los Rothgar, combinaban perfectamente, para dar cuenta de lo que era. Se puso la armadura, como protocolo, y los colores que representaba, buscando la carta que debía entregar a su padre, y el regalo para su hermano. Al pasar delante del prisionero, le saludó.
Buenos días.
Qué hora es más o menos? Me he fijado un poco al mirar al cielo.
Forel sonrió, pero no contestó a las palabras de Sigfried. En lugar de eso, se giró hacia la tripulación y comenzó a impartir instrucciones. Para cuando estaban entrando en el puerto, todos los de la tripulación vestían sus armaduras limpias y capas del verde oscuro de los Rothgar, y todos los que no eran imprescindibles para atracar formaron armados creando un pasillo alrededor del joven señor. Entonces Forel volvió junto a Sigfried y se cuadró.
Señor, todo listo para desembarcar... - hizo un gesto a dos hombres que se encargaron de coger al prisionero entre ambos - ¡Tended la pasarela! ... Detrás de ti.
Forel le indicó con la mano el camino mientras dos de los suyos tendían la pasarela que permitiría desembarcar en el muelle, donde esperaban Styrbjorn, Kendrick, Lilith y una escolta de 20 hombres.
Seguimos en la escena "Rothgar".