Partida Rol por web

      El largo invierno, aunque con retraso, llega a su fin. El deshielo ha silenciado temporalmente las voces de todos aquellos agoreros que aseguraban que un invierno tan largo y riguroso y la presencia de extrañas sombras en los bosques eran una señal del comienzo de una nueva tempestad. Tras más de 200 años sin acontecer, decían, era inevitable que al fin los espectros de las nieves, los despiadados esbirros de la diosa oscura Morrgath, regresaran para beber la sangre cálida de los mortales, acabando con todo rastro de vida a su paso, dejando un erial helado...

      Sin embargo, tan oscuros pensamientos no pueden mantenerse ante un amanecer tan hermoso. La temperatura, aunque el sol apenas ha comenzado a mostrar tímidamente sus primeros rayos, es fresca pero agradable; los pájaros cantan sus bellas canciones saludando al astro rey, el carro de Kirje; los prados que instantes antes parecían de un vago gris verdoso, se muestran en todo su verde esplendor, como una inmensa esmeralda moteada aquí y allá con los azules, rosas y amarillos de las primeras flores primaverales; los arroyos corren rápidos y cantarines hacia los ríos, cuyo caudal crece con gran velocidad, arrastrando bloques de hielo de vez en cuando, que los veteranos pescadores esquivan con facilidad por la fuerza de la costumbre, en su búsqueda de los primeros salmones de la temporada... 

       Las gentes de Deresla comienzan a amanecer, dirigiéndose a sus tareas con un ánimo que a cualquier extranjero le parecería antinatural, pero tras un largo y oscuro invierno, la llegada de la primavera y la próxima festividad doble en honor a Hölle y Kirkas hinchan los ánimos mermados durante las largas noches de frio e intranquilidad. Los leñadores y granjeros bromean y cantan, las mozas corren poniéndose flores en los cabellos mientras los muchachos las acechan y compiten por probar su hombría...

      "El Nido", el nombre con el que se había llamado durante muchas generaciones el antiguo Torreón que servía de último refugio a la familia Alberick se erguía en el último rincón accesible del espinazo de Grün, en lo alto de las montañas, muy por encima del Bosque Negro, que se extendía todo alrededor, hasta donde alcanzaba la vista.

      Ese era el paisaje que contemplaba Mime desde la terraza de sus aposentos privados, como tantas otras veces desde que el actual señor, su primo Finn Alberick, le concediese sin dudar el gobierno del lugar y un puesto como uno de sus más preciados consejeros, a cambio de que le sirviese a él y a sus herederos con lealtad y honestidad, manejando las finanzas del clan.

      Ante los ojos del anciano tullido, los primeros rayos de sol parecían devolver la vida al bosque, y la naturaleza parecía explotar mostrando de golpe todo su explendor. A sus espaldas, la lúgubre voz de Dorcas, su leal sirviente que le había acompañado desde Anglad, le sacó de su ensimismamiento.

Nueva carta de Finn, señor... su hijo partirá para entrevistarse con el Khül.

      Mime había pasado los últimos meses carteándose con su primo, tramando cómo mejorar la posición económica y política de los Alberick en la región. Finalmente coincidieron en que, atendiendo al actual estado económico del clan, era el momento de tratar de albergar en sus tierras una fiesta a escala regional, derecho que en principio correspondía al Khül. Si en la carta de Finn decía que iba a enviar a Sigfried, eso significaba que la ultima parte del plan ya se había puesto en marcha...

Cuan cansado se hallaba su cuerpo de gestas de antaño....y cuan renovado su espíritu parecía, cuando ponía en marcha planes, y podía observar cómo maduraban y hacían crecer su reino.

Aquella maravillosa vista había tenido como momento culmen una buena noticia de Dorcas, su fiel sirviente. Se giró hasta este con una sonrisa en el rostro, pues nada le gustaba mas que ver que sus riquezas y las del reino podrían ir en aumento dentro de muy poco.

-Entonces roguemos a los antiguos dioses que tenga éxito en su gesta. No nos queda mas que aguardar las respuestas que nos lleguen del lugar.

Tomó la carta con la mano buena, y procedió a leerla, sentado. Quería saber cuanta más información, mejor, para regocijarse con las palabras que hallara: Era curioso cómo un papel podía alegrarte mas un día que parecía, no podía ser mas alegre.

-Mi fiel sirviente, ¿Sabes qué puede significar esto? 

Trataba de disimular la excitación que le causaba solo tener una carta con tal augurio.

-Puede significar un nuevo periodo álgido para nuestras tierras: Un momento de esplendor y riqueza, que subirá gracias al gasto que los hombres de otras tierras cercanas depositarán en el reino. Significa...oro.

Se miró la mano derecha, y luego volvió a mirar a Dorcas.

-Retírate, me gustaría leer en silencio la carta.

Se sentó cerca de allí, dejando descansar su cansado cuerpo, gastado por la edad, y comenzó a leer.

      Antes de retirarse, Dorcas informó que el desayuno estaría listo dentro de poco, y se ofreció a subirlo a los aposentos de Mime, si al señor le complacía. A la tenue pero clara luz del amanecer, Mime se enfrascó en la lectura... todo parecía estar en orden, sin embargo, pronto un párrafo captó su atención y tuvo que volver a leerlo.

"...He decidido que junto a Sigfried partirán los mejores de nuestros hombres.

Enviaré junto a él a Herr Markus, nuestro maestro de armas, y a Herr Knut,

mi pupilo y paladín de los Alberick. Ellos serán su protección.

También irá junto a el Urza, nuestro veterano jefe de caza... solo el puede

encontrarles el mejor camino en tiempos de deshielo. Finalmente, para que

esté atento a los posibles engaños e intrigas, pediré al jefe del culto de Kuolema,

Fenrir de Alioth, que se una la comitiva..."

      Eran medidas inteligentes, sin duda. Estaba poniendo los mejores brazos, los mejores ojos y una de las lenguas más brillantes de la región como escolta de su hijo... algo comprensible, dado que era el último que le quedaba con vida y ya fué secuestrado por bandidos en el pasado. Sin embargo, había algo que no cuadraba... su hermano debía saber sin duda que los Bors alojaban en su castillo a Rodell, el asesino de la familia de Herr Knut... el mismo Mime había conseguido esa información para su señor. ¿Cómo podía Finn haberlo olvidado y enviar allí a Knut? Podría arruinarlo todo... o, quizá...

      Desde un comienzo, Finn se había situado en la línea de los señores que despreciaban a la nueva señora Niobe, la esposa ortiana del Valorg Sigor... debido a ello había tenido reiteradas discusiones con Günnar Bors, el Khül de la región... ¿podría estar su primo tramando algo a sus espaldas?

 Leyó y releyó aquello, varias veces.

La luz del amanecer amenazaba con ser una luz mas poderosa y destructiva: Una luz de razón, y de la verdad que no desea ser destapada. 

Era demasiado obvio como para que su primo no lo tuviera en cuenta. Tan obvio, que incluso parecía tener algo mas profundo. Enarcó una ceja, y luego se sumió a leer entre palabras.

...¿Qué sucedía si el paladín encontraba al hombre que asesinó a su familia? Probablemente, una masacre. Indudable. Y sin embargo, horrible.  No podía comprender cómo aquello podía beneficiarlos. Aquel individuo podría dar al traste con todo, si las cosas no iban tan bien como debían.

Sin duda alguna, era aquello algo a tener muy en estima. Podría ser un "Accidente", o algo no contemplado por los grandes de aquel reino. Estaría mintiendo, y aquello no daría dinero a las arcas.

Era sin duda consciente de que su presencia era importante cuidando de las arcas del reino, pero despertaba tal curiosidad aquel dato, y tal desasosiego la sola posibilidad de que todo se fuera al diablo, que no sabía bien qué hacer.

Habían muchas posibilidades de que todo acabara en algo malo, algo muy malo, tremendamente malo. Y alguien debía de evitarlo, no por honor, sino por salvaguardar toda la riqueza de su reino. Y, si no evitarlo, alguien debía de hacer ver que aquello había sido un simple desliz, y no algo premeditado. 

¿Qué hacer? Aquella era la cuestión pertinente.

Dejó a un lado la carta, abierta, y buscó su escritorio. Sus pesados y lastimados huesos se quejaron, pero le permitieron sentarse y cojer pluma y papel. Comenzó a escribir él mismo.

"Primo, con motivo de nuestro plan para beneficiar a todo nuestro reino, me ofreceré por última vez a embarcarme en una aventura que quizás, sea la última que mis cansados huesos experimenten. Iré en nombre de la economía de las tierras, para dar a entender al Khul los pros de nuestra idea, y cuantos beneficios traerá a nuestros territorios. Me reuniré con ellos y les aconsejaré. Los antiguos sabrán qué tramas, mi querido compañero, pero yo debo de preservar por ambos la cabeza, y otro motivo es el que ya habrás percatado, y tiene que ver con Rodell y su tenebrosa relación con Herr Knut.  Debo de evitar que ello ponga en peligro toda una nación, y si llega el momento de que suceda algo, sucederá como si fuera un suceso aislado, y que nada tiene que ver con nosotros, pues si se nos delatara en algun aspecto, todo iría al traste..

Un abrazo. 

Mime"

Luego de escribir aquello, se levantó, selló la carta con un sello real, y llamó a su mayordomo.

-Dorcas, necesito que envies esto a  Lord Finn, cuanto mas rápido, mejor. Y prepárame un traje de viaje, pues me marcho al terminar la mañana.

      Dorcas tomó el pergamino y, con una reverencia, se retiró a toda prisa. Cuando volvió con la ropa y comenzó a ayudar a su señor, no dijo palabra, aunque en su expresión podía notarse que desaprobaba ver a su señor metiéndose en extenuantes actividades a su edad. Cuando terminó, desapareció a la carrera para volver a aparecer con su vieja y desgastada armadura de cuero y su espada colgando de la espalda. Entre unas y otras cosas, se había pasado la mañana. Si la comitiva de Finn había partida a la vez que el mensaje, a esas alturas deberían encontrarse cerca del rio, pero si habían esperado... a caballo, le separaba algo más de medio dia de la fortaleza principal de los Alberick, pero era el camino opuesto al que debía tomar si quería interceptarles a mitad de camino.

 Si quería llegar a donde estaba la expedición, debía de marchar ya. Presto, colocó sus cosas en la bolsa de cuero del caballo: Víveres, comida, y algo de oro, por si había algún problema. Partió casi sin despedirse de Forcas, aunque le pidió atención en un momento determinado.

-Forcas, no te preocupes por mi. Puede que sea mi última aventura, pero me lo pide el cuerpo. Creo que he de salvar el reino, proteger su riqueza: Ese es mi mayor objetivo, y solo así lo conseguiré. No espero que lo comprendas, aún. Es incluso posible que mañana esté aquí, si no consigo alcanzarlos. Espérame, y otra cosa, hasta que yo esté aquí, dirige este lugar, no quiero que se venga abajo por las manos de aquellos que desconocen el valor del oro. Hasta pronto.

Dicho esto, partió sin mas dilación. Miró la hora, y con ello partió a la fortaleza, rogándole a los dioses que la expedición no hubiera partido aún, no sin el. Un día de ventaja podría hacerse eterno, en una carrera que sabía, no podía ganar.

      Mime apenas había abandonado el nido cuando escuchó un galope tras de sí. Pronto se vio alcanzado por Roland, el hijo de Dorcas, que cabalgaba armado con la espada de su padre y una armadura de cuero que parecía recién salida de la diminuta armería de la fortaleza.

Mi señor, mi padre vino a buscarme y me explicó que le habíais ordenado dirigir la fortaleza en vuestra ausencia... pero sentía un gran dolor al no marchar junto a vos para protegeros, asique me envió a mí, si no os molesta...

 Lo miró, altivo. Observó su porte de guerrero, y sonrió.

-No tengo alternativa. Ven conmigo...espero que hayan asegurado el territorio una vez nos marchemos.

Con ello, se giró nuevamente y comenzó a galopar con el caballo, bastante concentrado en el camino, pero también en lo que les diría a la comitiva para unirse a ellos.

-No tenemos mucho tiempo, Roland, tenemos que llegar a la fortaleza principal para unirnos a la comitiva. Y debe ser lo mas rápido posible. 

      Roland, al igual que su padre, demostró ser un compañero silencioso... aún estaba por comprobar si igualmente fiel. Cabalgaron juntos durante unas horas, en las que apenas intercambiaron palabra, descendiendo con lentitud hasta internarse en el bosque, por un terreno que cada vez se volvía más llano. La suerte sonrió a Mime, pues cuando habían recorrido cerca de la mitad del camino, escucharon los cascos de un caballo que avanzaba raudo en su dirección, y pronto, en un giro del camino, surgió repentinamente un joven a caballo, que tenía todo el aspecto de ser un mensajero.

 Alzó una mano haciendo detener a Roland. Entonces se acercó al mensajero, y detuvo el caballo completamente.

-¿Traes nuevas? Marcho para el castillo de los alberick, su sede.  No tengo demasiado tiempo, asi que se raudo, mi joven amigo.

      El mensajero, sobresaltado, tiró de las riendas deteniendo al caballo tan bruscamente que este relinchó a modo de queja y se encabritó, de modo que casi tiró al joven al barro que estaba comenzando a formarse, pues se habían formado nubes de tormenta. El joven no tardó en reaccionar y, al mirar a su interlocutor, se le abrieron los ojos como platos y se quedó inmóvil unos instantes, antes de bajarse del caballo de un ágil salto.

¡Mi señor Mime! Traigo nuevas de Lord Finn - corrió para arrodillarse frente al caballo y sacó algo de entre sus ropajes. Mime vio el destello del oro antes de que el joven le tendiese una moneda - Esta moneda fue hallada en manos de unos bandidos que atacaron al hijo del señor, no es uno de los dragones de Deresla, pero no conocen su procedencia.

 Extendió la mano y sujetó aquella moneda, observando y analizándola. Si, sin duda, era oro. Su destello era inconfundible. 

-Desconocen su procedencia. Si consiguieramos, tan solo....conocer de donde proviene. Nos daría mucha información.

Trató de fijarse en los pequeños detalles de la moneda, dándole vueltas en su mano, frunciendo el ceño.

-Creo que puedo haberla visto antes...

      Mime se quedó dando vueltas a la moneda, no porque no supiese su procedencia, sino meditando las implicaciones... esa moneda era claramente un Áureo ortiano, hacía mucho tiempo que no se veían monedas de esas tan al norte de Deresla, y siempre solían encontrarse única y exclusivamente en manos de mercaderes muy ricos...

Los bandidos tenían cinco monedas semejantes. El señor esperaba que usted pudiese proporcionarle alguna información al respecto... si lo desea puedo ir yo mismo a informarle, o si prefiere acudir en persona, yo me encargaré de seguir a la comitiva de Sigfried, pues partieron esta mañana...

      El tiempo estaba cambiando, y mientras el mensajero hablaba comenzaron a caer las primeras gotas. El día amenazaba tormenta.

      A pesar de lo turbador de sus pensamientos, Mime decidió centrarse en el hecho de que la comitiva había partido ya, y debía seguirles pues era más acuciante... Tendió la moneda nuevamente al joven, y, con voz imperiosa, le dio las instrucciones pertinentes.

Llévasela de vuelta a tu señor, hijo, y dile que se trata de un áureo ortiano. Dile que yo voy a acompañar a su hijo a negociar y ya me encargo yo de informarles de este intrigante asunto... hablaremos cuando vuelva. Ahora, dime, ¿qué camino tomaron?

      Antes de partir de vuelta al galope, el mensajero le dio las instrucciones pertinentes, de modo que Roland y Mime emprendieron a buen ritmo el nuevo camino. Desde donde se encontraban, era posible que les interceptasen durante el alto nocturno, aunque corrían el riesgo de adelantarse... Para empeorar más las cosas, cuando se acercaba el anochecer estalló una fea tormenta, y el agua comenzó a caer como si Wolkë hubiese decidido ahogarles.

      Cabalgaron lentamente durante un breve espacio de tiempo, buscando algún refugio aceptable, temiendo que nunca parase de llover y les tocase pasar la noche al raso bajo el diluvio, hasta que un destello entre las sombras captó la atención de Roland. Fuego. El campamento que encontraron resultó ser la improvisada protección contra el temporal de la escolta de Sigfried, unas pocas tiendas y algunas lonas tendidas entre los arboles protegían a los hombres de la lluvia e incluso permitían mantener alguna fogata elevada sobre varias rocas. Los guardias, al reconocer a Manodorada le informaron de que los señores estaban dormidos y se aseguraron de proporcionarle una tienda y se ofrecieron a secar sus ropas junto a la hoguera.