Partida Rol por web

La pistola rugió de nuevo, haciéndose eco de la justa furia del italiano. La primera bala impactó de lleno contra la criatura, pero ésta se limitó a lanzar aquel chillido enloquecedor, lista para atacar, y el pulso de Gianlucca vaciló por un instante, antes de que pudiera volver a enfocar su propósito.

Al Señor y a sus serafines nunca les había temblado el pulso. No lo había hecho cuando hizo que Miguel expulsara al que antaño había sido su hermano a los infiernos. Tampoco cuando Adán y Eva lo traicionaron. Ni siquiera cuando encargó a Uriel tomar las vidas de todos los primogénitos de Egipto.

Así que él no podía permitirse fallar en ese momento. Por mucho que el horror mordiera su determinación, o el miedo pusiera a prueba la solidez de su determinación.

La segunda bala atravesó al demonio y en esa ocasión, sí que llegó al momento en el que éste se deshinchó como un globo, segadas las malignas energías que lo sostenían. Sólo entonces se permitió bajar el cañón del arma, contemplando la horrenda escena que se entreveía en el sótano. Tanta muerte, y toda porque se habían negado a escuchar y obedecer la voz de la razón.

Fue entonces cuando Sophie regresó de la biblioteca, pertrechada con el atizador de la chimenea que él le había sugerido, y de algún modo la forma en la que lo sostenía le hizo pensar al italiano en viejos cuentos de caballeros de las viejas edades de Europa que había escuchado en su niñez. Una sonrisa orgullosa se abrió paso entre sus labios. Ella era todo lo que los idiotas de abajo no habían sido. Inteligente, y valiente sin llegar a ser imprudente.

-E così, il cavaliere dall'armatura scintillante venne ad aiutarmi. -Dijo sin dejar de sonreír, pero luego la alegría pareció esfumarse de su rostro cuando miró hacia las escaleras. -No podemos perder el tiempo.

-Voy a bajar ahí abajo. –Anunció, y guardó de nuevo su pistola entre los pliegues, ya arrugados, de su antaño impecable traje de importación. -Tenemos que despertar a ese imbécil de Kitterman, ver si Helena sigue viva, recuperar el arma de Raban y poner a buen recaudo ese objeto que habían robado como unos descerebrados.

Mientras hablaba, el italiano cogió entre sus manos un gran puñado de tierra de la maceta que se había roto en el suelo, y la lanzó por las escaleras para que cubriera el viscoso líquido que habían soltado las criaturas, creando una superficie menos traicionera para pasar.

-Así no resbalaremos tan fácilmente. -Explicó, y se preparó para bajar hacia los infiernos del sótano, hasta que se detuvo, como si hubiera pensado en algo, y se giró para colocarse frente a Sophie.

-No hace falta que vengas si no te sientes preparada. -Dijo con voz más suave, y la tomó de los hombros para poder mirarla directamente a los ojos.

-Es normal. Nadie con una buena vida debería estar listo para esto. Mientras te quedes en las escaleras para avisarme si algo pasa, será suficiente para mí.

Sophie había guardado la linterna en el bolso y regresó a donde se encontraba Gianlucca sujetando el atizador con ambas manos. Alguien había utilizado recientemente aquel atizador, podía sentirlo en el calor del metal. ¿Por qué lo habían dejado de nuevo en su sitio? 

Mientras cogía la improvisada arma, había escuchado los disparos que había realizado el italiano y regresó con el corazón en un puño. Nada más llegar, dirigió la mirada hacia la escalera y vio que había acabado con la otra criatura. Se permitió respirar, aliviada, aunque le sobrevino una arcada al recibir el nauseabundo olor que desprendía la sangre de esas bestias. 

Miró de nuevo a Gianlucca y una pequeña sonrisa se perfiló en sus labios. No había entendido nada de lo que le había dicho en italiano, pero le gustó ver su sonrisa despreocupada.

— Creo que ya no debe haber nadie en la cocina... O eso o se han callado al escuchar los primeros disparos.

Le comentó, mientras observaba como lanzaba la tierra para hacer menos peligroso el acceso por las escaleras. Se mordió el interior del labio y volvió a enterrar su mirada en sus penetrantes ojos, cuando él la cogió de los hombros.

— Por lo que dijo Kitterman, lo que sea que descubrieron lo ocultó antes de bajar... No creo que esté ahí. 

Pestañeó suavemente y negó con un leve gesto de cabeza

— No me voy a quedar aquí, esperando que lo hagas todo. — Tragó saliva y nuevamente dirigió su mirada hacia las escaleras. — Puede que me necesiten allí abajo. Tengo ciertos conocimientos en medicina y... y podría ser útil...

De nuevo sus ojos volvieron a los de él. Estaba muy asustada, pero en sus pupilas se podía ver un leve brillo de determinación.

La sonrisa de Gianlucca se ensanchó aún más cuando ella también esbozó una al llegar. A veces, los diamantes en bruto podían encontrarse en lugares inesperados.

-No me interesan los cobardes. -Contestó con un encogimiento de hombros cuando ella mencionó lo de la cocina. -Esta casa es una batalla entre las fuerzas del Mal y los que defendemos nuestra humanidad. Si se han escondido en los primeros momentos… no nos servirán más tarde.

Y, cuando instantes más tarde, él le ofreció quedarse atrás y ella negó, supo que no se había equivocado con ella.

-Está bien. -Aceptó, tras un instante pensativo, reconociendo tal vez la determinación que se abría paso a través del miedo para brillar en sus ojos.

-Mentiría si dijera que no agradezco que estés a mi lado. Pero ten cuidado, y no olvides lo que te he dicho antes. -Añadió con seriedad. -Si algo me pasara, debes avisar a mi tío para que haga lo que hay que hacer. Y sólo confío en ti en esta casa.

— Sí, buscaré a tu tío, pero... Procuremos salir de aquí los dos con vida, ¿de acuerdo? Prométeme que no harás ninguna locura. 

Sophie estaba dispuesta a cumplir su palabra, pero temía por el italiano. 

— Ahora vamos a bajar y salvaremos a los que podamos. Mientras yo compruebo sus estados, tú registra a Raban. Busca el arma y la llave de su coche y... Si vemos que todo esto nos supera, saldremos juntos y ya volverás con tu tío si lo deseas... Pero sabrás a qué te estás enfrentando y podrás venir más preparado... Prométemelo, Gianlucca.

Le pidió sin apartar la mirada, decidida e implorante, de sus ojos. 

La tierra que Gianlucca esparció en las escaleras absorbió al instante parte del líquido que había regado por todas partes, mas bajar con cuidado debía ser su prioridad. La tormenta seguía rugiendo con fuerza afuera de la casa, mientras se decidían a bajar al sótano otra vez. Al menos se tenían el uno al otro para ayudarse, aunque quedaba la duda de dónde estaban Warhus y todos los demás herederos que, hasta donde sabían, seguían vivos.