Aquel dormitorio abandonado, lleno de polvo y arañas, no era el mejor sitio para detenerse y hablar, pero la curiosidad de Sophie era superior a la prudencia y la animadversión que sentía.
Había parado de registrar, se encontraba delante del arcón, acuclillada y había levantado su tapa, pero su mirada estaba fija en la figura de Gianlucca. Sus labios habían formado un ligero mohín cuando el italiano reconoció que había tenido sus sospechas sobre las actuaciones de Seamus.
— Yo apenas le conocía... — Le confesó y un suspiro salió de sus labios. — Era un buen amigo de mi padre y, cuando yo era una niña, recuerdo que venía muchas veces por casa y siempre me traía alguna muñeca... Creo que siempre me vio como esa niña pequeña... — Su voz sonó triste y se fue apagando poco a poco. Desde que había muerto su padre no había vuelto a saber nada de Seamus. Había heredado el gran imperio de zapatos y había estado tan sumergida en la batalla de llevar, siendo una mujer, el negocio adelante, que apenas había tenido tiempo ni de acordarse del viejo amigo de su padre.
— Es curioso que ambos le conociéramos y no los supiéramos... Y habernos encontrado aquí...
Su mirada soñadora se había quedado prendida en algún punto del infinito. Pestañeó, despertando de sus recuerdos y de nuevo volvió a la tarea de registrar el dormitorio.
Un escalofrío recorrió su espalda cuando Gianlucca mencionó al abogado. Volvió a mirarle.
— Si no es un hombre... ¿Qué podría ser? — Tras lo que había visto, ya cualquier cosa era posible y ahora estaba abierta a cualquier hipótesis, fuera lo descabellada que fuera.
-Ya no eres una niña pequeña, Sophie. -Dijo Gianlucca, y una sonrisa pícara cruzó sus labios, recordando que su habitual fachada de despreocupado vividor no se había esfumado del todo. -Te has convertido en una mujer increíble.
Sin embargo, sus siguientes preguntas hicieron que la expresión del italiano volviera a ensombrecerse.
-El Maligno se presenta de muchas formas. -Respondió con severidad. -A veces, son formas aberrantes como esta con la que he acabado. Pero otras veces… otras veces es más insidioso y toma formas bajo las que no podemos reconocerlo. Toma forma de hombres. O aún peor, los engaña para que le sirvan.
-Una herencia inesperada… es una llamada a la avaricia. Yo estoy aquí por el alma de Seamus, tal vez tú por la conexión de tu padre, como un homenaje. -Aunque hablaba en voz baja, de alguna forma lograba que sus palabras se escucharan, nítidas y graves, por todo el dormitorio. -Pero… ¿y el resto? ¿No son acaso como cuervos tratando de festejarse con las supuestas riquezas? ¿Qué tipo de gente es Luger Raban salvo un asesino?
-El espíritu de Seamus nos ha advertido que nos fuéramos. Y además, estoy seguro de que en el fondo él sabía que lo investigaba. -Su ceño se frunció aún más. -Así pues… ¿quién entonces ha querido que nos reunamos?
El elogio de Gianlucca la pilló desprevenida. Sophie le miró a los ojos, con las pupilas ligeramente dilatadas debido a la escasa luz que se colaba a través de la puerta y sus mejillas se sonrojaron con delicadeza. Pero no se le ocurrió ninguna respuesta, se había quedado sin palabras y tan sólo una suave sonrisa asomó a sus labios.
De nuevo volvió su atención al arcón, mientras seguía escuchando la voz de Gianlucca. Él tenía razón, ¿qué motivos podían tener el resto de beneficiarios para haber acudido a la reunión? Quitando a Helena Blavatsky y a ellos dos, el resto eran todos unos buitres. Ya había visto como el profesor Hopkins bajaba tranquilamente de la buhardilla, cargando una serie de trastos, sin haberse preocupado porque Isobel se hubiera caído hacía unos instantes. No había ido a socorrerla, prefiriendo no soltar los paquetes y bajar tranquilamente.
Suspiró.
— Yo tenía la intención de donar a alguna asociación benéfica mi parte de la herencia. Pero si todo va a estar corrompido por el maligno, quizás lo mejor sería quemar la casa hasta sus cimientos, junto a todas sus pertenencias y deshacernos de toda su presencia e influencia.
Propuso, devolviendo su mirada hacia él. Por un instante había vuelto a ver en él su fachada de despreocupado vividor, aquella con la que se había reído tantas noches y con la que había compartido momentos más íntimos bajo las sábanas. Pero de nuevo volvió a ser ese Gianlucca que no conocía, o quizás que no había querido ver cuando lo tuvo delante tanto tiempo. El hombre culto y valiente, o puede que más bien temerario... Que se había enfrentado sin pestañear a las fuerzas demoníacas que se escondían en los lugares más recónditos de aquella casa.
Sus siguientes palabras hicieron que se estremeciera.
— Se fue corriendo del dormitorio principal y no hemos sabido nada de él, al igual que de ese reportero... ¿De verdad pretende sacar noticia de lo que está ocurriendo aquí? Es un sensacionalista y lo único que conseguiría es atraer la curiosidad de otros incautos... —
Mientras hablaba, su mente había estado dándole vueltas a lo último que le había dicho el italiano. ¿Quién podía estar detrás de aquella extraña reunión?
— Todos vimos el testamento firmado. — Retomó la conversación, tras haber estado meditándolo durante unos segundos. — He visto su firma muchas veces, la última cuando murió mi padre, me envió una carta para darme las condolencias y estoy casi segura de que es la misma. Él sabía a qué se estaba enfrentando, el por qué lo hizo no lo sé, pero era consciente del peligro que corría y por eso debió recurrir a todos vosotros, para que podáis dar fin a toda esta locura. Confiaba en ti, sabía que lucharías por la salvación de su alma. Madame Blavatsky en teoría es una experta en casos paranormales, el profesor Hopkins por sus conocimientos y el señor Williams y Raban lucharían contra lo que fuera para sacar un pellizco de su herencia...—
Volvió a silenciar unos segundos su voz, con la mirada todavía fija en el rostro de Gianlucca. ¿Por qué la había añadido a ella en su testamento? Ella no necesitaba de su dinero y no tenía nada que ver con lo oculto. Hasta aquel día había dudado que existieran los espíritus, ella poco podía hacer para ayudarles a derrotarlo, si es que de verdad aquella había sido su intención... — Mejor será que terminemos de registrar y vayamos a reunirnos con los demás.
Terminó diciendo y sus labios se curvaron suavemente en una mueca. Aquello implicaba tener que juntarse de nuevo con aquel mafioso y prefería no tener que volver a enfrentarse a aquella fría mirada que sólo traía la muerte.
Sophie empezó a registrar la habitación, mas la oscuridad de la estancia y el tapete restante de arañas no hacían la tarea fácil. Debido a esto, la chica tampoco pudo encontrar nada de valor. ¿Tanto trabajo para que lo único que albergara ese tétrico lugar fuera una criatura salida de los cuentos de terror del medioevo?
Si realmente todas sus sospechas eran ciertas, había alguien más interesado en llevarlos allí, pero ¿quién sería? ¿Quién tendría la fuerza para controlar lo oculto? ¿Quién podría tener el poder de controlar a esas bestias del Inframundo y comandarlas para que los atacaran? ¿Entonces en realidad era una fachada todo lo de la herencia? ¿Y si Seamus estaba siendo controlado por algo o alguien y por eso el testamento tenía su caligrafía?
Eran muchas hipótesis, pero era posible que la mejor manera de obtener respuestas fuera trabajar en grupo. Estaban solos y Theodore no había vuelto, así que tal vez estaba en la planta baja. ¿Irían a buscarlo? ¿O a los otros? ¿A dónde irían? Aún no conocían bien la distribución de la casa, de todos modos.
Recuerden decirme en notas a dónde se dirigen. Si quieren, pueden quedarse en el distribuidor de la planta baja y ya allí determinar a dónde ir.
Cuando el rubor tiñó las mejillas de Sophie al escuchar el cumplido de Gianlucca, la sonrisa del italiano se ensanchó con traviesa satisfacción. Con dos pasos, cruzó la distancia que los separaba, y se inclinó sobre ella, hasta que sus labios quedaron cerca del oído de la mujer.
-Definitivamente estás más guapa cuando sonríes. –Susurró, tan cerca que casi podía sentir el calor de su aliento sobre el lóbulo de su oreja.
-Y aún más cuando eres valiente y regresas por mí. -Añadió, y sus labios depositaron un fugaz beso sobre su cuello.
Aún sonriendo, se separó de ella, mirándola con unos ojos que parecían brillar a la escasa luz que entraba por la puerta, y luego continuó buscando con una mirada que parecía sugerir algo más.
Gianlucca se detuvo cuando Sophie sugirió que tal vez fuera mejor idea reducir aquel lugar a cenizas en lugar de repartirse la herencia que les ofrecían. Su sonrisa, que se había mantenido hasta ese entonces, fue esfumándose.
-Lo pensé. -Admitió en voz baja, pensativo, con el ceño fruncido. -Cuando supe que Seamus había muerto, pensé en reducir este lugar a cenizas. Pero…
-Pero esa solución no será suficiente. Ya se probó en Branshaw Manor, pero la corrupción sobrevivió a aquel lugar. -Negó con la cabeza, y luego miró a Sophie con esa extraña determinación que parecía haber aflorado en aquel lugar y que antes nunca había visto. -No, si queremos arrancar de una vez las raíces de esta enfermedad, tendremos que desenterrarlas primero antes de limpiarlas con fuego.
Pero fue la siguiente parte de la conversación, la que tenía que ver con los motivos de Seamus para invitar a cada uno de los presentes, la que hizo que el hombre se detuviera, con una repentina turbación en su rostro.
-¿Confiaba en mí? Yo… tal vez… -Musitó, con una evidente confusión.
-No estoy seguro. -Terminó por decir. -Nos apreciábamos, y disfrutaba mucho el tiempo que compartíamos, pero creo que los dos sabíamos el juego del otro. Cazador y presa.
Suspiró, y pareció alejar esos pensamientos de su mente retomando la búsqueda. Pero cuando tras unos minutos no parecieron encontrar nada, se irguió y devolvió su mirada a Sophie.
-Estoy seguro de que estamos pasando algo por alto, pero… da igual. Vamos abajo.
Con un gesto enérgico, en el que canalizó además su frustración por no haber encontrado nada, el italiano hundió aún más la improvisada estaca en la criatura, y la levantó en el aire para llevarla abajo y mostrársela al resto.
Resultaba bastante macabro, como un cazador exhibiendo su presa, pero no quería arriesgarse a perderla de vista. De alguna forma, era como si sospechara que la misma casa trataría de esconderla si lo hacía. Aún así la mantuvo todo lo lejos de él que podía, con su brazo extendido mientras se preparaba para salir de la habitación.
Ofreció su brazo izquierdo a Sophie, recuperando su habitual sonrisa, que contrastaba vívidamente con el demonio muerto que llevaba con la derecha.
Bajamos abajo, ¿no?
Si no fuera por la situación en la que se hallaban inmersos, Sophie se habría incorporado al sentir la cercanía de Gianlucca y le habría besado en los labios. Pero no era el momento, no con todas esas arañas correteando por el suelo, una criatura infernal muerta, atravesada por un palo como si de una brocheta se tratara y el espíritu de Seamus apareciendo cuando menos se lo esperaban y dándoles un susto de muerte.
Tras asegurarse de que no había nada en el arcón, se incorporó y cerró la tapa antes de volverse nuevamente hacia Gianlucca.
— Espero que sepáis cómo acabar con todo esto... — Un escalofrío recorrió su espalda y su mirada se dirigió rápidamente hacia uno de los rincones. Respiró aliviada al comprobar que no había nada y que la sensación que había tenido había sido producto de los nervios que sentía. Volvió a mirar a Gianlucca, formando un pequeño mohín con los labios.
— Si se os va de las manos, te juro que aunque sea con el mechero le prendo fuego a la casa... — Le advirtió de cuáles eran sus intenciones si no conseguían liberar la propiedad de Seamus. Confiaba en él y quería creer que sabía lo que se hacía. Le había impactado verle enfrentarse él sólo a aquella cosa, pero... No estaba dispuesta a morir y si eso sólo era el comienzo, no quería ni imaginarse qué podían encontrarse más adelante.
— Apenas tenemos luz, es difícil encontrar algo a oscuras. Sí, bajemos y reunámonos con el resto. — Confirmó y una sonrisa traviesa asomó a sus labios cuando él le ofreció el brazo. Se cogió sin dudarlo y juntos empezaron a caminar hacia las escaleras.
Sí, vayamos para abajo ^^
Gianlucca, ahora con cierta facilidad, logró hundir aún más la estaca en el cuerpo de esa cosa, lo cual ocasionó un ruido desagradable y pegajoso, como aquel que se escucha al aplastar a un enorme insecto. Aquel líquido parecido a la savia chorreó hacia el suelo, desprendiendo ese desagradable olor que empezaba a hacer difícil la labor de tener los ojos abiertos e incluso respirar muy profundo era un enorme incordio.
Con nuevas determinaciones y con hipótesis más sólidas de lo que sucedía, se dirigieron abajo. Esta vez no fueron interrumpidos por nadie en el distribuidor, así que pudieron descender las escaleras sin problema.
Seguimos en la escena "Planta baja - Distribuidor".