Partida Rol por web

Al entrar en la torre, Sophie sacó la linterna que llevaba en el bolso y la encendió, iluminando con su haz los toscos escalones de piedra que bajaban hacia el interior de la tierra. La luz se posó sobre los rostros demacrados de Williams e Isobel, que estaban subiendo en ese momento. 

Al verles, el pulso de la joven heredera tembló y desvió ligeramente la linterna para no cegarles. Sólo le había bastado un breve vistazo para percatarse del lamentable aspecto que ofrecían. 

Esperó a que terminaran de subir, mientras se apartaba unos pasos y enfocaba el resto de la estancia. No entendía por qué en su estado habían decidido bajar por aquella escalera y sospechaba que había cosas que Theodore no les había contado, pero prefirió guardar silencio mientras el resto desvelaba sus primeras impresiones. 

— Tienes razón, Isobel, este no es un buen sitio para hablar. Regresemos a la salita, allí podrás ponerte cómoda y nos podrás explicar qué ha ocurrido. Por cierto, ¿alguno de ustedes ha visto al señor Warhus? 

Preguntó, recorriendo con la mirada los rostros de todos los presentes, incluso la evasiva mirada de Williams y terminando en los ojos de Gianlucca. 

Sophie intentaba mantener la compostura y su voz sonó firme, pero la palidez de su rostro y el leve temblor de sus manos contradecían sus intenciones. La joven todavía llevaba puesto el abrigo, que había visto épocas mejores y tenía la pernera de los pantalones desgarradas y un pequeño arañazo cruzaba su mejilla. 

- Deberíamos llevar a Isobel en brazos, podría estar padeciendo una hemorragia interna y moverse por ella misma solo empeorará su estado - dije -. Vayamos a la salita para hablar - coincidí con Sophie.

El italiano escuchó la conversación a su alrededor, pero tan sólo miraba a los demás herederos de tanto en cuando, porque su mirada iba saltando hacia arriba y debajo de las escaleras, como si esperara que en cualquier momento pudieran ser atacados de nuevo. Sin embargo, cuando el detective hizo el comentario sobre sus propias heridas, una media sonrisa asomó a sus labios.

-Teniendo en cuenta que he conseguido abatir a tres demonios salidos de las fauces entreabiertas del averno, creo que he tenido incluso suerte con mis heridas. -Contestó, y en su tono de voz no había ni el más remoto rastro de broma.

-Pero vosotros sí estáis peor. -Añadió, observándolos. Él no era un experto en medicina, pero la palidez de Isobel y las heridas del otro hombre eran evidentemente graves. -Está bien… sí, llevadlos a la cocina. Hay agua caliente, y creo que queda algo de las vendas que he preparado con mi chaqueta para las quemaduras de Matthew.

-Pero yo voy a bajar. -Añadió en el instante siguiente, dando un paso hacia la oscuridad de la que habían salido los dos heridos. -Necesito estudiar ese altar y tratar de entender qué era lo que Seamus estaba haciendo aquí si queremos detener esto.

-Marvin, Theodore… me gustaría que uno de los dos me acompañara. Si aparece un cuarto demonio, tal vez necesite ayuda para abatirlo.

-Y Sophie… ve con ellos. -Añadió con más suavidad, mirando hacia ella. -Tal vez puedas hacer algo con esas quemaduras. Y esperadnos en la cocina.

Dio un paso más, pero entonces se detuvo, se giró, y sacando algo de su chaqueta, se lo lanzó a Sophie.

-Toma. Son las llaves del coche de Raban, está aparcado fuera. Si veis todo perdido, usadlo para ir al hospital y avisad al patriarca Massari de lo que ha pasado aquí. Es de vital importancia que lo sepa.

«Va a bajar...»

En cuanto Sophie posó su mirada en los ojos de Gianlucca supo que no tenía intención de acompañarles a la salita, antes incluso de que él llegara a expresarlo en voz alta. A pesar de ello, en cuanto lo dijo sintió una pequeña presión en el pecho. Desde que había llegado a la casa no se habían separado, permaneciendo juntos en todo momento. Se habían enfrentado a sus propios terrores y, a pesar de sus heridas, todavía seguían con vida. No soportaba la idea de alejarse de él, de todos los presentes era en la única persona en la que confiaba. 

Sus pupilas temblaron y se apartaron de él, dirigiéndose de nuevo hacia el agujero que se abría bajo tierra. Los escalones se veían traicioneros y podía sentir, o más bien imaginarse, el frío sobrenatural que ascendía desde sus profundidades. Pestañeó y su mirada regresó al italiano. Deseaba suplicarle que no lo hiciera, que fuera con ellos y escucharan lo que tenía que decirles Isobel. Deseaba rogarle que no la dejara... Pero en su expresión vio que estaba decidido y, por mucho que le implorara, él bajaría aquellos malditos escalones. 

— Iremos a la salita. Cogeremos el agua y la llevaremos allí. La chimenea todavía conserva el calor e Isobel lo necesita. Además, podrá recostarse y estará más cómoda. 

Le dijo, volviendo un instante su mirada hacia la heredera. Deseaba regresar a la salita por varios motivos, pero prefirió callarse su verdadera intención. 

Al intentar coger la llave al vuelo con la mano que sostenía la linterna, falló y ésta cayó al suelo. En su otra mano continuaba agarrando con fuerza el atizador de la chimenea. Al agacharse para recoger la llave, sintió una punzada en el costado y sus labios se apretaron con fuerza, ahogando un gemido de dolor. Se incorporó y guardó la llave en el bolsillo de su pantalón. 

— Tomad esta linterna... 

Dijo, ofreciéndole la luz a aquel que acompañara al italiano y se acercó a éste último para depositar un delicado beso en su mejilla y susurrarle unas palabras al oído.

— Te estaré esperando, por favor, regresa a mi lado...

-Es una buena idea. -Asintió el italiano a la propuesta de Sophie de dirigirse directamente hacia la salita, aunque luego frunció ligeramente el ceño y miró de nuevo a los dos heridos. -Tal vez ya estéis preparados para eso, pero… tened en cuenta que cuando he dicho que he abatido a tres engendros del infierno, no mentía. Uno de ellos yace en el recibidor… así que tratad de mantener la cabeza fría al verlo. No es una visión fácil de encajar.

Observó con ojo crítico la forma en la que Sophie se agachaba para coger las llaves del coche, recordando que a pesar de que parecía menos herida, también ella había sufrido lesiones.

-Aún tengo una misión que cumplir en este lugar, Sophie. -Susurró en respuesta, dedicando a la heredera una fugaz sonrisa. -Todos participamos en los designios del Señor, y ninguno de los dos ha acabado su papel todavía.

Se giró de nuevo hacia los demás, y miró a los dos que aún estaban lo bastante ilesos como para combatir si llegaba el momento.

-Theodore, Marvin… ¿quién me acompañará

-Deme un momento, señor Gianluica.- 

No es que la señorita Isobel pesara, mucho. Es que yo era un tirillas. Podía cargar con ella lo justo para que no andara y se pudiera a peor, pero necesitaba recobrar el aliento cada pocos tramos. Afortunadamente, nadie me metía prisa, pues el que más y el que menos, tampoco es que pudieran correr.

- Déjeme que los heridos se queden arriba y enseguida bajo con usted.- miré al profesor. Esperaba que él también bajara a ver qué narices había allí abajo. No es que se tratara de algo físico. Si como bien decían, quizá se necesitase de algo de inteligencia para cerrar lo que fuera por donde habían entrado esos bichos. 

Quizá cerrar un pasadizo a nuestra propia locura.

Una vez dispuestos los heridos* reuní fuerzas de donde no las tenía. La cámara a un lado, la grabadora en el otro bolsillo, la pistola pequeña en el interior y en mis manos el lápiz con la punta afilada. No pretendía apuñalar alqo que fuera que apareciera por allí, pero si encontraba algo interesante, no me gustaría dejar que se me olvidara nada.

- Tranquila.- Susurré al pasar al lado de la señorita Sophie.- Intentaré devolvérselo entero. - Sonreí de medio lado sin mirarla.