Partida Rol por web

Patroclus descansaba bajo la sombra de un imponente olivo, sus ramas eternas inclinándose con una brisa que no pertenecía al mundo de los vivos. El guerrero no portaba armadura ni empuñaba lanza, solo vestía una túnica ligera y una melancolía serena en su semblante. Sus ojos, reflejo de mares antiguos y recuerdos lejanos, se alzaron al notar la presencia de una nueva sombra.

-Vaya, un viajero... -murmuró con voz tranquila, pero con la firmeza de alguien que alguna vez gritó órdenes en el fragor de la batalla- No muchos llegan aquí sin un propósito. ¿Cuál es el tuyo?

Ephydel apenas tuvo tiempo de responder cuando Patroclus ya se incorporaba, con la paciencia de quien ha esperado siglos. No había hostilidad en su postura, solo una curiosidad tranquila.

-Si buscas pelea, me temo que no encontrarás un rival en mí... -continuó, dejando escapar una risa breve- Esa es más la ocupación de otros por estos lares. Pero si necesitas ayuda... bueno, tengo algunas cosas que pueden serte útiles.

Entre las ruinas cubiertas de musgo y los cristales resplandecientes de Elysium, Patroclus señaló un pequeño espacio donde descansaban objetos reunidos con el tiempo. Nada bélico, nada agresivo. Solo aquello que podía ofrecer consuelo a quienes aún recordaban el peso de la vida.

-Dime, viajero… -preguntó entonces, su mirada volviéndose más profunda- ¿Has visto a Aquiles?

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Era mi delirio de aquellas heridas o realmente alguien estaba aquí ofreciendome ayuda - No puedo contarte mi propósito Pero lo que si puedo contarte es que Aquiles está en la casa de Hades, bueno, ahí estaba cuando lo conocí - pongo atención en lo que tenía para ofrecerme

Patroclus observó a Ephidel con una calma inquebrantable. Había visto a muchos guerreros caer en Elysium, algunos con resignación, otros con furia o desesperación, pero este en particular aún tenía algo ardiendo en su interior, una chispa que no se había apagado por completo.

-Entonces, Aquiles sigue en la Casa de Hades... -musitó, su voz cargada de nostalgia. Su mirada se perdió por un momento en el horizonte etéreo de Elysium, pero pronto volvió a concentrarse en su tarea.

Con un movimiento fluido, Patroclus sacó un cuenco con agua cristalina y un paño blanco. El agua resplandecía con un fulgor sobrenatural, infundida con la esencia de la paz eterna de Elysium. Con cuidado, sumergió el paño y comenzó a limpiar las heridas de Ephidel, su toque tan ligero como una brisa de verano.

Las heridas desaparecieron una a una. Donde antes había cortes, ahora quedaba piel limpia. Donde había moretones, ahora solo un recuerdo vago. No era solo un alivio físico, sino también un bálsamo para el alma, una sensación de tranquilidad que pocos podían experimentar en la batalla constante de la vida y la muerte.

-Esto es todo lo que puedo hacer por ti, viajero. No puedo unirme a tu lucha, pero puedo asegurarte que tus pasos no serán frenados por el dolor. -Se puso de pie, contemplando a Ephidel con una leve sonrisa. -Ve, sigue tu camino. Espero que cuando todo termine, encuentres el lugar que te corresponde...

Y con esas palabras, Patroclus se dio la vuelta, regresando a la quietud de su descanso en Elysium, mientras Ephidel, renovado, se preparaba para seguir adelante.