Iskal primero abró mucho los ojos con sorpresa, luego formó una linea recta con las cejas. De no tener la cara cubierta de pelo se le habría puesto roja por lo incómodo del comentario. ¡Vaya ocurrencias tenía aquella mujer!
—Por amor de los dioses. No sé qué clase de cerdos sin empatía has conocido—sacudió la cabeza—. Pero he venido porque he querido, no porque te deba nada. Y menos aún buscando eso otro.
Fue a sacudirse el peto pero cayó en la cuenta de que aquello era mejor lavarlo que sacudirlo o lo pondría peor, así que no hizo nada salvo sentirse un poco tonto y volver a bajar los brazos.
—Yo pensaba lo mismo hasta que me quedé solo de verdad—añadió torciendo el gesto—. Y no se está bien. Es una completa mierda.
En ese momento se percató del conflicto entre necesidad y realidad que tenía Corianne, agarró su odre de agua y se lo dio.
—Oye, estás hablando con un tío que parece un tigre caminando a dos patas y que viene de una tribu en una maldita isla. Tengo una idea bastante clara de lo que es “no saber qué decir” desde que puse un pie en Rhovesia. No le des importancia a eso—suspiró—. Me río con tus ocurrencias sobre conejos, y capas, y las funciones de la secretaria de Veiner. Y me gusta cómo vacilas a todos los cretinos que se nos cruzan antes de fregar el suelo con ellos—gesticuló un poco con las manos conforme enumeraba—. Me gusta viajar contigo. Y no eres una desgraciada, más bien creo que te has topado con demasiados que sí lo son y va tocando que cambie. El caso es que si esto que ha pasado te jode, a mí me jode que te joda.
Se rascó la barbilla con una garra al percatarse de la cadena de redundancias que acababa de salirle. Terminó resoplando y aplanando las orejas con un expresivo gesto de fastidio.
—Eso último había sonado mejor en mi cabeza... —masculló.
- Te ayudo... - Se prestó la sacerdotisa.
Evidentemente no podían dejar aquellas marmitas allí y sin vigilancia. Separarse para ir a buscar ayuda para transportarlas a la ciudad, tampoco era buena idea. Cabía recordar que al menos un matón había huido y también un elfo. Si se dividían y eran atacados, todo el esfuerzo podía irse al garete. Pero Nekaua tenía razón, tenían que haber llevado hasta allí las marmitas de alguna forma.
Fue a decirle algo a Corianne, que les ayudara a buscar y también a Iskal, pero prefirió no hacerlo. Corianne había sacado toda su furia y toda su ira y estaba en un momento difícil. Cualquier cosa que dijera Daha, seguramente sería tomada como una ofensa y no quería escuchar más grititos y amenazas. Ya tenía suficiente. Esperaba que entre ella y Nekaua pudieran resolver lo que tenían entre manos.
- ¿Y qué vas a hacer ahora que hemos acabado con ésto? - Le preguntó a la goliath,
Aún no hemos acabado, replicó. Tenían que encontrar la manera de sacar de allí el polvo de escorpión, llevarlo hasta el ministro, encontrar a Clea... Se detuvo y miró fijamente a Daha. Cogió aire en profundidad y siguió caminando.
Prometí que ayudaría aquí, en las tierras bajas, en lo que pudiera. Aún faltaba mucho para que sintiese que era capaz de compensar el daño que había hecho. Y tengo que volver a buscar a mi hermana.
Esperaba que Balaka y Doña Clavilda no se hubiesen matado mutuamente. Había arrojado una carga pesada y letal sobre su mentora.
Tenía que volver a Ark Durandor, enfrentarse a su hermano y a su clan, y a Kurg, si todavía conservaba el mando de la tribu. Pero todavía no estaba preparada. No era lo bastante fuerte, no tenía la convicción suficiente.
Y me gustaría viajar. Ver otro lugares y otras gentes, para aprender a comprenderos.
¿Y tú? devolvió la pregunta. ¿Quieres seguir con esta forma de vida, o volverás al templo?
- ¿Yo? - Preguntó extrañada.
Hacia tiempo que no le preguntaban acerca de lo que quería y dejaba de querer. El último que lo hizo fue Veiner. Le dio la opción de aceptar aquella misión que ese día concluía o seguir atendiendo a los ancianos y los desfavorecidos en el Templo. Sin duda su vida antes era mucho más aburrida, pero también más agradecida y mucho menos peligrosa.
- Sinceramente, todavía no le lo he planteado, pero... - Sonrió. - Le debo mi vida a los demás. Iré allí donde más me necesiten. Aunque antes me gustaría ir a ver a mi hermano. Es una de las personas más buenas que he conocido y le echo de menos...
Nekaua reprimió una mueca de angustia. Ella amaba a sus hermanos, a ambos, más de lo que amaba a ningún otro goliath o humano, salvo tal vez a su mentora, y el camino que había escogido la había puesto en rumbo de colisión con los dos.
Ve a buscarle pronto, dijo, antes de que os hayáis convertido en desconocidos.
- Puede que yo cambie mucho, pero él no lo hará. - Sonrió recordando a su buen hermano. - De hecho, tengo tres hermanos mayores. - Le comentó a Nekaua. - Golvan es el mayor. Siempre me trató bien, aunque guardaba las distancias. - Bajó la mirada apesadumbrada. - Solo compartimos a mi padre. - Resopló. - Negala es la segunda. Ella me odiaba. Y Docrich es con el único que mantengo contacto. Nació terriblemente deformando y bueno... Fue abandonado por mis padres al nacer. Me reencontré con él en la abadía donde empecé a servir.
No fue casualidad que os encontrarais, dijo la goliath. No creía en el destino. Para los suyos, semejante concepto era anatema. Cada uno en solitario, y como parte del grupo, caminaba por el sendero que elegían sus ojos y sus pies. Nada en las tierras bajas le había hecho cambiar de opinión. En el influjo de los dioses, sin embargo, sí creía. Ella y los suyos, y el tanatocultor y todos ellos, eran parte del conflicto entre Kurnath, Izar, Beltegeuse y Alcor.
Las deformidades en un bebé delataban debilidad. Los suyos no hubieran sido más compasivos con un niño como aquel que los padre de Daha; no le hubiesen dado la oportunidad de crecer y fortalecerse, de aprender y proveer al clan de formas que, tal vez, ninguno otro había conocido antes.
¿Es sacerdote de Alcor también? preguntó.
- Yo tampoco creo que sea casualidad. - Sonrió. - La voluntad de los dioses, el destino, llámalo como quieras, pero algo hay que guía nuestros pasos.
Debería haber tenido antes aquella charla con Nekaua. Lo cierto era que aunque se conocían hacia tan solo unos días, parecía como si llevarán años juntos persiguiendo a los izaritas y buscando aquella droga y sin embargo, todavía no había tenido tiempo de pararse a hablar así con ninguno de sus compañeros.
Y ya no lo haría. Con Corianne parecía que no había vuelta atrás. Estaba convencida de que la pirata no la soportaba y ese sentimiento era difícil de cambiar. Quizás con compasión lo lograra, aunque no estaba segura de querer obtener el favor de aquella delincuente. Y con Iskal... Parecía majo, pero la alcorita no tenía nada en común con un gato enorme y nada de lo que hablar. Aunque tampoco lo tenía a priori con una goliath y estaba teniendo una agradable conversación con una.
- El no es sacerdote. - Sonrió con cierta pena. - Hubiera sido uno muy bueno de tener la mente sana. Pero lo cierto es que le cuesta. Aunque ha encontrado su sitio entre los monjes. En el huerto es feliz. - Se encogió de hombros. Tenía ganas de verle. - Su necesitas ayuda con lo de tu hermana, puedes contar conmigo. - Posó su diminuta mano sobre la cadera de aquella mujer azul. - Te ayudaré encantada en lo que necesites.
La tensión se ausentó de sus hombros, y el peligro de su mirada.
—Gracias, Iskal —dijo en un hilo de voz—. Yo con esto he acabado. Me he ganado el indulto con creces, y no pienso volver a hacerle el trabajo sucio a una República a la que me han dejado claro una y otra vez que no represento. No sé qué voy a hacer a continuación, aparte de partirle el corazón a mi padre contándole quién era realmente Gordon y qué pretendía hacer con la ciudad. Y el detalle de que ahora está criando malvas, claro.
Suspiró.
—Si tuviera dinero compraría un barco con el fondo de cristal y pasearía a mercaderes adinerados —soñó en voz alta—. Estoy harta de peleas, de sangre, de muerte y de fregar el suelo con las entrañas de los cretinos.
No hubiese sobrevivido entre los suyos, y sus padres lo habían rechazado, pero en las tierras bajas había buenas gentes que le habían permitido encontrar un propósito a su vida. Tal y como Doña Clavilda había hecho con ella, devolviéndole la vida que podía haberle arrebatado, a costa de cargar ella misma con la responsabilidad del daño que pudiera hacer, y guiándola en un nuevo camino.
Te lo agradezco, dijo Nekaua, de veras. Pero esto es algo que tengo que hacer sola. Lo que había sucedido con su clan, y la Tribu, podía concernir a las autoridades de la República, y a individuales preocupados por el bienestar de las gentes de las tierras bajas. El destino de Balaka y Nekaua debían resolverlo ellas.
Ya había involucrado a su mentora, porque el problema del polvo de escorpión era más urgente que el de su hermana, y no se había atrevido entonces a darle a la disputa el fin que todavía temía. Concluido aquel asunto, debía regresar y confrontarla de nuevo, sin nadie más que pudiera recibir daño.
No por orgullo, quiso aclarar, sino por responsabilidad.
- Mi oferta sigue en pie si cambias de opinión. - Le ofreció la sacerdotisa con una sincera sonrisa. - Y ahora vamos a ver cómo hacemos ésto. - Dijo mirando a las marmitas.
No tenían prisa realmente. El destino de la gente de Mena de Oro estaba ahora en manos de Clea y las autoridades locales. Ellos ya habían hecho su parte, por lo que lo que debían hacer en esos momentos era acabar el trabajo de la mejor manera posible. Así que, o buscaban un transporte para la droga, o se arriesgaban a que alguno de ellos fuera a dar el aviso a la ciudad. Con suerte, Clea mandaría a alguien para aque se hiciera cargo de todo. Al menos era lo que Daha hubiera hecho.
Iskal sonrió de forma gatuna cuando le dieron las gracias. Aunque cuando Corianne hizo mención a la República lanzó un sonido a medio camino entre el resoplido y la risa sin ganas haciendo rotar los ojos en redondo.
—... ya somos dos.
Podría haber hecho perfectamente lo mismo que ya había hecho solo que sin necesidad de estar oyendo aquella cantinela a intervalos irregulares. No era como si Veiner les hubiera ofrecido una serie de valiosísimos recursos que marcasen la diferencia. Aunque en el caso de la pirata no parecía haber tenido más remedio que aceptar.
No quiso mencionar nada sobre el padre de Corianne, tan solo esperaba que fuera tan víctima del engaño de Gordon como ellos o de lo contrario iba ya a ser el colmo. Así que se limitó a asentir a aquello, no obstante, se rascó la cabeza pensativamente con lo segundo.
—Bueno, no tienen porqué ser siempre mamporros, aunque puedes emplearlo una última vez para conseguir el barco—comentó—. Tengo entendido que los aventureros consiguen toneladas de oro en poco tiempo. Y yo de todos modos vine a Rhovesia porque tengo que recorrerla. Si quieres podrías acompañarme; así tú consigues el dinero el doble de rápido haciendo lo que te apetezca y yo no ando más perdido que un pulpo en medio del desierto cada vez que me tope con quien sea. Todos felices.
Rió entre dientes con lo último aunque le costó un poco. Él no recorría Rhovesia por turismo, ni por oro, ni por nada remotamente similar. Pero el caso era que tenía que recorrerla así que, ¿qué más daba?
Aparte, la idea del barco sonaba bien como alternativa a ir sacándole las tripas a acólitos de cultos lunáticos en nombre de la República sin representarla, le apetecía echar una mano con ella.
Corianne guardó un silencio.
—¿Salir de aventuras como en los cuentos de los bardos, siguiendo mis propias normas? —rumió—. ¿Sin obedecer a un capitán, sin servir a los intereses de una República a la que no intereso lo más mínimo?
Alzó la mirada.
—Quizá. No sé. Tengo la cabeza hecha un lío. Sólo quiero beber hasta perder el control y despertarme en una playa vistiendo únicamente unos zapatos y una toalla. Después, ¿quién sabe? Quizá acepte tu oferta.
Recogió sus espadas del suelo y dio un cabeceo en dirección a los demás.
—Creo que todos esos barriles de alcohol me pertenecen legalmente. ¿Quieres un trago? Yo invito.
Sonrió.
Era una sonrisa bonita.
Daha y Nekaua no tardaron en encontrar un carromato, escondido entre unos arbustos. Comenzaron a cargarlo, pero no tardaron en darse cuenta de que iba a ser insuficiente para poder transportar la droga. Por suerte, media hora más tarde apareció Clea acompañada por un pequeño grupo de sacerdotes y acólitos de Garl, con dos carretas más. Había conseguido movilizar a los clérigos de Mena de Oro para que trabajasen en la purificación de las aguas del río, pero no tanto por la ayuda prestada por las autoridades, sino por los habitantes del barrio gnomo. Era bien sabido que ellos eran los dorados en los que más se podía confiar, así que era una opción lógica confiar en ellos, sobretodo siendo servidores del Genio Brillante.
Cuando la asistente se enteró de la realidad de la identidad del tanatocultor, quedó horrorizada para luego mirar con dolor a Corianne. Posiblemente la hubiera intentado reconfortar, de no saber que la pirata la habría rechazado. Con más transporte, comenzaron a cargar los otros carromatos restantes. Cuando toda la mercancía estuvo asegurada, los tres carromatos emprendieron el camino de vuelta a la ciudad.
Misión cumplida.
El grupo continúa aquí.