Susan miró a Jesus con cara de sorprendida. ¿Quién ha traído a este hombre, pensó mientras negaba con la cabeza en silencio.
- Coincido con usted, John. Como científica necesito validar las teorías antes de darles credibilidad. Es más posible que sea algún tipo de paquidermo glaciar o incluso el mismísimo yeti antes de pensar que sea un extraterrestre cuya nave, precisamente, ha sido hecha desaparecer...
Amigos...me dirigí a estos dos últimos que habían hablado, pues a menos que alguna vez hayan visto un oso o una foca con tres ojos su teoría podría tener validez.
Aunque bueno -musité- no se me haría raro encontrar un especímen de este tipo ya que no es la primera vez que escucho que experimentan con animales por estos lados.
Me acerqué para poder observarlo mejor, y en realidad se veia asqueroso.
Ejmm, ejmm, qué tal si....mientras deciden si cogerlo de Cobaya, comerlo o devolverlo al hielo lo llevamos a otra habitación?- lo dije con una risita nerviosa esperando alguna aprobación
Esa cosa estaba muy cerca de las patatas y barritas de Rhonda y la verdad me parecía algo muy poco salubre.
A propósito, me voltée a mirar a Rhonda y al rarito de Hawainana.
-Que tendremos de cenar :)
Mascarillas, guantes, gafas y todo tipo de medidas biológicas.
Sentenció. Miró a Rhonda por un momento y sonrió, se sentía contento de no ser el único al que no le apetecía una diarrea intergaláctica mutante celestial en descomposición. Miró en algún momento de reojo a Ostap y casi hubiese dejado ver una ligera sonrisilla de no ser por la preocupación y la gravedad de la situación.
Algo que algunos no parecían ver y parecían querer seguir con una discusión sin sentido sobre la divinidad de lo que quiera que fuese eso.
Y aunque tampoco quería añadir más, la intervención de Maika le hizo preguntar, pero más con confusión que otra cosa.
Aunque no hayan bacterias, hay elementos químicos. Como con el gluten y los celiacos. ¿No? Quiero decir, claramente no es seguro.
El resto de cosas científicas de aclarar orígenes y otras cosas no le llamaron mucho la atención. Y pese a que de nuevo su parte más bromista le invitaba a hablar del pez de muchos ojos de una conocida serie de personas amarillas, aunque de nuevo la seriedad se impuso. Sintió un escalofrío por la espalda, aquello iba a traer muchos problemas.
- Bah!- deshice con un gesto todo argumento de Jesús. - Ser feo como vómito de gato, mirrrar por donde mirrar.
No era mal tipo, pero tenía cierto puntito de fe extraña que más bien podría considerarse sectaria. De todas formas no estaba allí para discutirle cosas sobre su dios o los ángeles.
Para mi Dios solo había uno: Chuck Norris!! Y a falta de él, el maestro de las camisetas interiores: Bruce Willis.
-Seh!- Añadí al comentario de la jefa.- Luego no vengan con sabor malo en comida: "Oh, Ostap no lava manos", "Ostap cambiar tenedor que caerr suelo?"- Gruñí cruzándome de brazos poniéndome al lado de Rhonda.- Pero luego que no quejar de aguardiente caserro de Ostap!- Bufé- Menos mal que no preguntar de donde sacar...
Así que al final se decidía descongelarlo y mantenerlo allí para su estudio, al menos preliminar. Y sin embargo no podía estar en tal desacuerdo con ellos. Estos chupatintas no sabían nada del frío. Negue a la vez que sonreía y ponía una de mis manazas en el cubito de hielo gigante con regalo sorpresa en su interior.
- A verrr, creo que ustedes no darrse cuenta de algo. ¡Estos amerricanos creerr que están en California en invierno...- Eché el vaho a nuestro alrededor de forma exagerada tan solo para que todos lo vieran.- Aquí hacer frrio de cojones! ¡Eso no descongelarrrse fácilmente! Esta mañana yo dejarr palitos de cangrejo en encimerra, fuerra de camarra frigorrifica y aun durros como piedrra. Ostap no mucho listo del colegio perro saber que el hielo es cerro grados. ¿Aquí hacerr -10? Ese palito de cagrejo no descongelarr. Necesita calor! ¡Estufa pequeña quizá.... aaaaaa, Niet!!!
Di un paso al frente y me di un golpe en el pecho.
-Ostap se ofrrece para vigilar bicho. Yo muchos videos en móvil parra entretenerme aún. Aun 5ª temporrada de Simpson por verr.- Sonreí ofreciéndome para el puesto. - Y si alguna chica gustar yo muchas historrias de Madrre Russia, mejor que peliculas Amerricanas.. o al menos parrecidas.
Esta bien. Parece que tenemos una decisión.
Indicó Mayor con suavidad pero con firmeza cortando la conversación sin esfuerzo como un cuchillo caliente cortaba la mantequilla o como la visión de aquella criatura encerrada en su prisión goteante cortaba la respiración.
Primero se volvió hacia Mia Stuart y con el mismo tono amable le contravino.
Que mi delicadeza no la confunda, señorita Stuart. En Estados Unidos su departamento puede tener cierto peso interno, incluso no siendo usted nuestro superior. Sin embargo, aquí el máximo responsable soy yo. Así que si quiere un informe, tendrá que escribirlo y firmarlo usted misma. No se preocupe, que no dudo que lo hará.
Tras esta breve aclaración acerca de la jerarquía que les ataba en el Gran Imán, prosiguió exponiendo una serie de órdenes.
McReady, coja un par de hombres y encárguense de trasladar el hallazgo a la Casa del Magnetismo. Después reúnase con Blair y conmigo en el gabinete médico para que la doctora Takeno pueda examinarnos.
Jack, ya que parece que la criatura le ha dejado un poco indispuesto, venga usted también a que la doctora le reconozca.
Ellis, ocúpese de conseguir el material que propone y de llevarlo a la entrada del edificio donde dejaremos a la criatura.
Sara, Zhou y Blair, podrán continuar el deshielo e investigación allí.
Ostap, de momento no será necesario. Ben y Lyra ayudarán a mantener una temperatura estable allí, por el día los biólogos se encargarán de vigilala y por la noche se encargará de echarle un ojo de vez en cuando quien esté de guardia. MCready, hoy será usted.
Repartidas las órdenes, se encaminó al gabinete médico para atender a la petición de la doctora.
El campamento se puso en movimiento según lo indicado. Algunos ayudasteis a trasladar el inquietante bloque de hielo a la Casa del Magnetismo antes de retiraros a vuestras tareas.
Las horas fueron sucediéndose unas a otras y la expectación reinante debida al descubrimiento se mezclaba con cierta sensación de intranquilidad indescriptible. Era el efecto de aquél ser encerrado en su prisión de hielo que goteaba lentamente. Un goteo que casi parecíais oir retumbar en vuestras cabezas incluso después de que el bloque fuera trasladado, como el péndulo de un carillón en una impaciente cuenta atrás.
Finalmente llegó el momento de irse a dormir y unos y otros acudisteis a vuestras respectivas literas en las Casas del Elíseo y del Paraiso. Todos menos McReady, que debía hacer la guardia mientras tomaba mediciones de los rayos cósmicos.
Algunos tardaron en conciliar el sueño y muchos tuvieron pesadillas. Pesadillas con esos terribles tres ojos o con esos gusanos que tenía por pelos que surgían de debajo de vuestras almohadas y os atacaban.
Y las horas continuaron pasando con su particular goteo constante.
Blair surgió bruscamente de las profundidades del sueño, acosado por pesadillas. El rostro de McReady flotaba borrosamente allá arriba: por un momento le pareció que se prolongaba el salvaje horror de la pesadilla. Pero el rostro de McReady denotaba cólera y cierto susto.
-Blair... Blair... Maldito tronco... Despiértese.
-¿Quéeee? -preguntó el biólogo, frotándose los ojos, mientras su huesudo y pecoso dedo se curvaba hacia un mutilado puño infantil.
Desde las literas circundantes, otros semblantes se alzaron para contemplar absortos a ambos. Era avanzada la madrugada. McReady se irguió.
-Levántese... Su maldito ser se ha escapado.
-¡Se ha escapado!
La voz del doctor bramó las palabras con un volumen que estremeció las paredes.
Otras voces gritaron repentinamente desde los túneles de comunicación. Las habitantes de la Casa del Paraíso irrumpieron dando tumbos, bruscamente.
-¿Qué diablos sucede? -preguntó una entre las recién llegadas.
-Su maldito ser se ha escapado. Me pasé por Magnetismo hace unos veinte minutos y, cuando regresé, había desaparecido. Oiga, doctor... Usted había dicho que esos seres no reviven. La vida latente de Blair se ha convertido en otra muy efectiva y nos ha burlado.
Blair le miró absorto, con aire ausente.
-Ese ser no era... terrestre -dijo, con un repentino suspiro-. Yo..., yo creo que las leyes terrestres no rigen para él.
-Pues pidió licencia y se la tomó. Tenemos que encontrarlo y capturarlo de algún modo -dijo McReady, que profirió una furiosa blasfemia, con los hundidos ojos hoscos y sombríos-. Es un milagro que ese ser infernal no me haya devorado durante mi sueño.
Blair se echó atrás con un sobresalto, los apagados ojos animados bruscamente por un fulgor de miedo.
-Puede que ese... Hum... Este... Tendremos que encontrarlo.
Se interrumpió. Desde el pasillo llegó un aullido salvaje y alucinante. Los hombres se tornaron rígidos, bruscamente, y se volvieron a medias.
-Creo que lo han localizado -concluyó McReady
En los oscuros ojos de Blair brillaba un raro malestar. Se lanzó hacia su litera y se hizo con un pesado revólver calibre 45 y un hacha para hielo. Esgrimía ambos cuando se lanzó por el pasillo hacia la sección de los perros.
El casi aterrorizado aullar de la jauría se había convertido en un salvaje alboroto propio de una cacería. Las voces de los animales retumbaban de una manera atronadora en los angostos corredores, y entre ellos se distinguía un grave gruñido de odio. Un grito penetrante de dolor, una docena de ladridos furiosos.
-Habrá tomado por el pasillo que menos le convenía... Y habrá ido a parar entre los perros. Escuchen... Los perros han roto sus cadenas...
Blair se lanzó hacia la puerta. Pisándole los talones, lo siguieron McReady, y luego el encargado de seguridad Ellis, que nunca había pensado enfrentarse a una amenaza real en un entorno como aquel. Algunos hombres y mujeres más les siguieron. Otros se lanzaron hacia el edificio de la administración y en busca de armas... a la casa de los trineos. Jonathan, que estaba a cargo de las cinco vacas del Gran Imán, se lanzó por el pasillo en dirección opuesta: tenía en mente una horquilla de dos metros, de largos dientes.
Lyra se detuvo en plena carrera al ver que la gigantesca mole de McReady se apartaba bruscamente del túnel que llevaba a la sección de los perros y desaparecía en un recodo. Indecisa, la mecánica vaciló durante un instante, con el extintor en las manos, no sabiendo a qué lado correr. Luego siguió a Blair. Sea cual fuere la intención de McReady, se podía confiar en que la pondría en práctica con éxito.
Blair se detuvo en el recodo del pasillo. Su respiración se escapó repentinamente de su garganta, sibilante.
-¡Santo Dios...!
Su revólver se descargó atronadoramente; tres ondas sonoras envaradoras y tangibles retumbaron a lo largo de los angostos pasillos. Luego otras dos. El revólver cayó sobre la endurecida nieve, y Susan vio que el hacha para hielo adoptaba una posición defensiva. El cuerpo de Blair le bloqueaba la visión, pero más allá oía algo maullante y que reía con una risita demencial. Los perros estaban más tranquilos: había una mortal seriedad en sus graves gruñidos. Escarbaban en la endurecida nieve y las cadenas rotas tintineaban sonoramente.
De pronto, Blair se movió y Jack pudo distinguir qué había más allá. Durante un instante permaneció petrificado; luego profirió una vigorosa maldición.
El ser se avalanzaba sobre Mayor, que estaba armado tan solo con un extintor. Los poderosos brazos del hombre descargaron un golpe con el grueso de la bombona de plano sobre lo que podía ser una cabeza. Se oyó un horrible crujido, y aquella carne hecha jirones, desgarrada por media docena de perrazos salvajes, se levantó nuevamente de un salto. Los ojos encarnados ardían con odio ultraterreno, con una vitalidad ultraterrena, imposible de matar.
Mayor, consciente de estar luchando por su vida, proyectó hacia el ser el extintor: el cegador y ampollante chorro de sustancia química pulverizada lo desorientó y lo detuvo, impidiendo al propio tiempo los salvajes ataques de los perros, que no temían durante mucho tiempo nada viviente o capaz de vivir, y lo mantuvieron a raya.
Mayor aprovechó el momento para retroceder y buscar un lugar donde refugiarse y reagruparse con el resto. Según parecía, había sido el primero en llegar al escándalo de los perros y las cadenas. No lo habíais visto en las literas así que quizás ni siquiera sabía que allí se encontraría a la desaparecida criatura. Esta le debió sorprender y arrinconar. Probablemente recurriendo a su entrenamiento militar había conseguido hacerse con un arma improvisada. A juzgar por los cuerpos de un par de animales que se desangraban sin vida cerca de él, seguramente aquello no hubiera sido posible sin la ayuda y el sacrificio de los perros. Finalmente el extintor hizo las veces de arma.
El grito de Sara debió prevenir al Mayor cuando la criatura volvió a la carga, cegada y apartando en fuertes golpes a los animales que la rodeaban. Mayor se volvió de nuevo esgrimiendo su extintor y golpeó, pero un brazo rígido como una piedra asestó un manotazo haciendo caer a Mayor y haciendo salir despedido el extintor. De un salto cayó sobre él y asestó un golpe certero que atravesó con dos punzantes estacas de carne el cuello de Mayor y le hizo caer inconsciente.
La criatura iracunda se volvió y avanzó hacia los que acababan de llegar.
McReady apartó a los demás de su camino y corrió por el angosto pasillo atestado de hombres que no podían llegar al lugar donde ocurrían los hechos. Proyectaba un ataque sobre base segura. Una de las gigantescas antorchas fuelles usadas para calentar los motores del avión estaba en sus bronceadas manos. El aparato bramó ruidosamente cuando McReady abrió la válvula. El frenético maullido se acrecentó con sus sibilantes notas. Los perros se apartaron en confuso tropel del cálido lanzazo de llama azul.
-Ellis, consiga un cable de alta tensión y tiéndalo como pueda. Y un asa. Podemos electrocutar a este... monstruo, si yo no lo reduzco a cenizas.
McReady hablaba con la autoridad que da la acción planeada. Ellis se encaminó por el largo pasillo a la planta de energía, pero Rhonda y Maika ya se le habían adelantado a la carrera. Ellis halló el cable en el armario eléctrico de la pared del túnel. Al cabo de un minuto, lo había desprendido y volvía. La voz de Maika resonó con el agudo grito de advertencia de ¡Alta tensión! cuando se puso en marcha la dinamo de emergencia accionada con gasolina. Ahora habían bajado ahí el resto de la expedición: arrojaban combustible en la caldera de la planta. Rhonda estaba trabajando con dedos rápidos y seguros en el otro extremo del cable de Ellis con uno de los alambres aislados de conexión de energía eléctrica.
Los perros habían retrocedido cuando el cable llegó al recodo del pasillo, acobardados por aquel furioso monstruo que los miraba con unos siniestros ojos encarnados, profiriendo maullidos, con su odio de fiera acorralada. Los canes formaban un semicírculo de hocicos ensangrentados con una orla de relucientes dientes blancos, y gemían con una maligna vehemencia que corría pareja casi con la furia de los ojos encarnados. McReady se detuvo con aire confiado en el recodo del pasillo, con la antorcha fuelle pronta para la acción en sus manos. Se hizo a un lado sin apartar la mirada de la bestia cuando Jack se adelantó. En su rostro enjuto y bronceado se veía una débil y contenida sonrisa.
La voz de Maika gritó desde el otro extremo del pasillo, y Ellis avanzó. El cable fue enrollado al largo mango de una pala para la nieve y los dos conductores fueron divididos y mantenidos a medio metro de distancia por un trozo de madera atado en ángulo recto sobre el otro extremo del mango. Conductores pelados de cobre, cargados con 220 voltios, centellearon a la luz de las lámparas de presión. El ser maullaba y pregonaba su odio y esquivaba los ataques. McReady avanzó hasta el costado de Ellis con la antorcha fuelle dispuesta.
Los gemidos de los perros se hicieron más penetrantes, más agudos, y sus ágiles pasos los acercaron más. Bruscamente, un enorme perro de Alaska, negro como la noche, saltó sobre el acorralado monstruo. El ser se apartó de él chillando y pataleando, con sus pies como sables dentados.
Ellis saltó hacia adelante y descargó su golpe. Se oyó un horripilante y agudo grito, que se estranguló. El olor a carne quemada se acentuó en el pasillo y se elevó una espiral de humo grasiento. El eco del martilleo de la lejana dinamo se volvió sordo.
Los ojos encarnados se velaron y convirtieron el rostro en una rígida y convulsionada parodia de facciones. Aquellos miembros, que parecían brazos y piernas, se estremecieron y ejecutaron movimientos espasmódicos. Los perros saltaron hacia delante. El monstruo, tendido sobre la nieve, no se movió cuando lo desgarraron los brillantes dientes de los perros.
Los miembros de la expedición presentes formaron un círculo en torno a la escena. Una histérica calma se apropió del campamento solo rota por los gruñidos de los perros desgarrando a la criatura y el sordo repicar en la distancia de la dinamo que había alimentado el arma improvisada. Poco a poco, este sonido se fue amortiguando cuando Rhonda apagó la máquina.
Uno de los Huskys, que había sufrido un golpe en una pata al comienzo de la reyerta, se alejó de la manada y cojeó acercándose a donde estaba Ungâk buscando sus cuidados.
La doctora Taneko había alcanzado al yaciente Mayor cuando se había despejado el camino. Ahora seguía sobre él. Levantando su cabeza, la doctora buscó con los ojos a McReady y, al cruzarse sus miradas, negó lentamente. McReady bajó al fin la antorcha fuelle que sostenía.
Repentinamente, el gruñido de los perros se volvió un lastimoso chillido y todas las cabezas se volvieron de nuevo hacia ellos. Un constante y ensordecedor chillido de dolor brotaba de sus gargantas desbocando nuevamente los corazones de los presentes. Al principio no era fácil distinguir qué estaba ocurriendo, pero pronto, a medida que crecía, se hizo evidente. La carne chamuscada de la criatura que hasta hacía unos segundos se limitaba a dejarse devorar mientras soltaba hilillos de humo al aire frío se había erguido de nuevo en un amasijo informe que recordaba vagamente a la silueta de la criatura. De este amasijo salían cabezas peludas, cuerpos y patas de lo que antes eran perros. La criatura había comenzado a fundirse con sus agresores de modo que el cuerpo de los perros había pasado a ser poco más que nuevas extremidades. Mientras la infernal fusión de cuerpos cobraba forma, las cabezas de perro aun vivas y conscientes gemían, ladraban, chillaban o emitían sonidos distorsionados cuando la masa fundente alcanzaba sus cuerdas vocales. Las cadenas rotas que antes habían sostenido los cuellos de los perros tintineaban contra sí mismas y se arrastraban por la nieve.
Un golem de carne y pelo, híbrido entre aquella Cosa y la manada de perros se terminó de erguir ante la aterrada mirada de todos vosotros. Dos de sus tres ojos se abrieron en donde había tenido su cabeza la criatura, el tercero no era más que una desagradable pulpa de carne allí donde uno de los Alaskan Malamuts había desgarrado, probablemente el mismo cuyos cuartos traseros pataleaban al aire a pocos centímetros de distancia. En aquellos ojos había odio. Un odio tan profundo y desgarrador que removía vísceras y despertaba las peores pesadillas. Era un odio de otro mundo.
Un chasquido retumbó rompiendo el efecto petrificante de la escena y una gran lengua de fuego manó de las manos de McReady. Avanzó un par de pasos descargando la muerte desde la antorcha fuelle gritando enloquecido y prendiendo fuego a aquella masa informe que comenzó a gritar con chirridos impropios de gargantas terrestes.
Unos interminables segundos después, el golem había caído en la nieve calcinado. Aquella criatura se había cobrado la vida de Mayor y de todos los perros (a excepción del herido junto a Ungâk). La llama del arma que sostenía McReady continuaba lamiendo a intervalos la carne calcinada, como insegura ante el hecho de que estuviese definitivamente muerto. Ningún ser terrestre podría haber sobrevivido a aquello y teníais bastante convicción de que tampoco ese ser lo habría hecho.
El descanso nocturno se había quedado partido en dos, pero no podríais volver a conciliar el sueño después de aquello. Aun así, volvisteis a vuestros barracones a intentar calmar vuestros pensamientos. Incomodos en vuestras literas, rogasteis a la ausencia de Dios que el día siguiente os deparara la tranquilidad robada en la noche de hoy.