Fue en el segundo cambio de guardia cuando la cosa se complicó.
Al despertarse Ostap, Jack y la Jesús y enfilar el pasillo de La Casa del Elíseo en dirección al lugar del aislamiento, el reconocible brillo rojizo les alertó. Una vez más, fuego.
No necesitaron ir a comprobarlo, pues el calor, el crepitar de las llamas y el humo no dejaban lugar a dudas. Regresaron corriendo a por el resto.
¡Fuego, fuego, fuego!
Rápidamente todos reaccionaron. Agarrando extintores y toallas humedecidas, como habían hecho el día anterior, corrieron a apagar las llamas conscientes de que no estaba solo en juego la vida del aislado, sino también de los tres guardias.
Al llegar, se encontraron con Lyra, Jonathan y Mia, los tres guardias, tendidos en el suelo con el humo flotando sobre sus cabezas escurriéndose por la rejilla de ventilación. Estaban muertos, inconscientes o dormidos, pero no mostraban signos de violencia. Como si los tres se hubiesen muerto, dormido o perdido la consciencia a la vez.
Al correr hasta ellos, podían comprobar que aun respiraban. Probablemente el único motivo por el que no habìan muerto asfixiados era la proximidad de la rejilla de ventilación. Había sido providencial que el día anterior no hubiera prosperado la idea de taponar los conductos de ventilación. Arrastraron los cuerpos lejos del infierno en llamas que emergía de la puerta de la sala donde Susan Weaver había muerto calcinada.
Mientras unos se esforzaban en reanimar a los caidos, otros se afanaban en extinguir las llamas. Llevo largos minutos, pero fue cuando aquello ya se había extinguido que pudieron revisar la zona.
Dos conclusiones pudieron sacar de lo ocurrido. Cada cual más alarmante que la anterior.
Susan había sido un ser humano hasta su fin.
Y también, cerca de donde habían estado los compañeros caidos inconscientes, encontraron una botella de gas somnífero abierto. Óxido nitroso. Alguien había incapacitado a los guardias con aquel producto químico dispuesto a tal efecto. Sacado del laboratorio de biología que había sido de Blair y Sara. Aquello arrojaba cierta luz acerca del psicópata vengador que se había propuesto acabar con lo que el resto había empezado.
Tremendamente afectados por lo ocurrido y conscientes de que aun quedaba una larga noche por delante y que las guardias ya no serían necesarias, todos volvieron a los barracones a recuperar fuerzas e intentar descansar.
Los pasos de las siete mujeres en dirección a la Casa del Paraíso y de los siete hombres en dirección a la Casa del Elíseo retumbaron pesarosos por sendos pasillos enterrados mientras la ventisca y la nevada silbaban a pocos centímetros de sus cabezas, al otro lado del techo.