Partida Rol por web

Treinta y cuatro días más tarde, el 11 de noviembre de 1918, a las 11:00 del se firmaba el armisticio y se ponía fin a la gran locura que había sido la guerra. Solo un minuto antes de las 11:00, las 10:59 de aquel día, moría Henry Gunther el último soldado en morir durante la Primera Guerra Mundial. Uno nombre más a la larga lista de casi 30 millones de muertos durante la guerra.

Muchos años despues...

Los ancianos, e historiadores por igual, cuentan la historia de la Gran guerra. Cuyo paso por el bosque de Argonne dejó sus imborrables marcas, las cuales perduran decadas después del cese del conflicto.

Pese a que el bosque recuperó su forestación y los animales volvierón con el tiempo a poblar la foresta, las cicatrices y el matíz sombrio se resiste al paso del tiempo.

Y en toda la panoramica, tanto turistas como lugareños, insisten en evitar al “loco del bosque”, cuyo pasado se remonta a finales del anmisticio.

En algún punto situado entre la decada de 1920 la historia relata como un ex-combatiente de esa terrible guerra regresó al sitio de sus pesadillas para “vigilar” el bosque. Desde luego nadie lo tomó en serio en aquellos años y mucho menos en la actualidad.

Algunas ancianas cuentan que el “loco” es un condecorado combatiente americano que perdió a su amor en ese bosque, otros relatan que es un irlandes oportunista que llegó a Argonne en busca de algun tesoro medieval olvidado pero en definitiva coinciden en su estado. El hombre del baston y la mano de madera.

Incluso el “loco” de Argonne es una historia de miedo que los adultos cuentan a los niños de alrededor para mantenerlos lejos del bosque. El hombre de la mano de madera y del ojo de vidrio, cuya barba y cabello rojizo proviene del mismo infierno atrapa a los niños perdidos para comerselos y ocultar sus huesos en su desvencijada cabaña en el interior del bosque.

Desde luego la verdad sobre el tullido habitante del bosque es algo que se ha perdido a lo largo de los años y que hoy en dia solo pertenece a la niebla del pasado y al turista curioso por capturar alguna fotografia del huraño hombre.

Una carta, una petición de auxilio y perdón, eso fue lo que me sacó de la guerra, ya había visto todo lo que necesitaba de la miseria humana, y mucho mas. Cual hijo pródigo, de las escrituras, mi padre perdonó mi locura juvenil ... mis ansias por hacerme un hombre, a mi manera, conocerme a mí mismo. Volví a la empresa, a las comidas y cenas por todo lo alto, nada de raciones de trinchera, a beber de los mejores caldos, nada de agua estancada y pútrida, a los baños de espuma, nada de esa fría gua de lluvia, día si día también,  suave tacto de las mujeres, nada de esa dura tela del uniforme militar, una vida de auténtico lujo.

Los días pasaban, metido en la realidad que se había vuelto mi vida, la literatura, mi sueño, se perdió por el camino. Las noches de descanso cada vez se hicieron más esquivas, mientras la bebida, se hizo cada vez más frecuente, primero para olvidar los horrores de la guerra y después para acallar las voces del cántico que Matin había realizado. Las pesadillas me atenazaban, pesadillas donde no conseguíamos salir de la cueva o que el ritual terminaba y todos los que conocía como zombies se alzaban, siquiera con el amanecer todos los temores se disipaban.

En mis últimos años, cuando ya dejé de decir, que habían sido solo visiones causadas por algún tipo de gas mostaza, y admití lo que vivimos, llevando la contraria a mis abogados y consejeros, cada vez gasté mas dinero en buscar información sobre lo que habíamos visto ... ese extraño el ritual, la piedra de extraños símbolos que había pisado, y sobre todo el libro y la gema que recuperamos, quería verlos una vez mas. Saber que no estaba loco ... y al menos desde su vitrina, este objeto lo atestiguaba.