La orden de Pershing de avanzar a cualquier precio llega a manos de Whittlesey, comandante del Primer Batallón del 308 regimiento de Infantería. Para ese entonces, la mitad de la unidad de Whittlesey había sido hecha pedazos y los supervivientes se encontraban desnutridos y exhaustos. Para empeorar aún más las cosas, su flanco izquierdo estaba desguarnecido y el ataque que debía liderar sería el primero en esa parte de Argonne desde el comienzo de la guerra. El enemigo había tenido cuatro años para atrincherarse.
Después de discutir la situación con el capitán George McMurtry, comandante provisional del segundo batallón, los dos oficiales formularon una protesta formal ante su comandante de división, el General Alexander. Las preocupaciones de ambos cayeron en oídos sordos y los batallones reciben la orden taxativa de atacar pase lo que pase. "Muy bien", respondió Whittlesey al coronel Stacey, comandante de regimiento, "atacaré, pero no sé si volverá a oír nunca más de mí".
El primer batallón comienza la marcha a las 6:30 am bajo una espesa niebla y lluvia ligera. Whittlesey en persona lidera el avance justo detrás de los exploradores con McMurtry y el segundo batallón cubriendo su flanco derecho. Sobre las 10:00 son atrapados bajo fuego intenso procedente de una colina supuestamente tomada por los franceses. Whittlesey despliega su unidad hacia la derecha y finalmente consigue romper las líneas alemanas y alcanzar el objetivo al atardecer.
Noventa hombres habían perecido y dos compañías enteras (más de 150 hombres) estaban desaparecidas, perdidas en algún punto entre la niebla.
Whittlesey envió algunos correos solicitando refuerzos y provisiones, sin saber que eran los únicos batallones que habían logrado penetrar las líneas alemanas. Al mismo tiempo establecían un perímetro defensivo y se preparaban para esperar.
Estaban escasos de munición, casi sin provisiones y no disponían de equipo para cavar trincheras profundas. Al caer la tarde los alemanes se habían apostado por todos sus flancos y Whittseley comprendió que estaban aislados. Al anochecer la artillería enemiga y el fuego de mortero comenzó a caer sobre las desventuradas tropas...
El coronel Stacey envió un batallón entero para liberar a Whittlesey pero solo una compañía de fusileros, la compañía K bajo el mando del capitán Nclson Holderman, logró alcanzar la posición. Holderman confirmó que el enemigo estaba frente a Wittlesey y preparado para el asalto. Desesperado, Whittlesey envía al teniente Karl Wilhelm y una fuerza de cincuenta hombres arrastrándose en la oscuridad de la noche para encontrar a las dos compañías perdidas. El resto de los soldados aguanta cómo pudieron el bombardeo sin cobertura, preparándose para el asedio. El equipo de búsqueda de Wilhelm se encuentra con una feroz resistencia alemana y solo veinte de sus hombres consiguen arrastrarse de nuevo hasta la posición.
Por la mañana solo quedan 550 hombres vivos. McMurtry envía un mensaje a todos los comandantes de las compañías. "Nuestra misión es mantener la posición a cualquier precio. No hay posibilidad de retirada. Dejen esto bien claro entre los hombres bajo su mando". Whittlesey envía un mensaje acerca de su posición y otro ruego de ayuda al comandante de división mediante palomas mensajeras. Por la tarde atacan los alemanes pero son repelidos, las últimas provisiones son precintadas. Un tercio de los hombres de Whittlesey están muertos o heridos y los suministros médicos agotados. Durante la noche McMurtry pasa de puesto en puesto murmurando "Todo está prácticamente correcto".
Whittlesey envía dos palomas más a la División con mensajes describiendo la situación de la tropa: "Estar en esta posición aislada diezma rápidamente nuestras fuerzas. Los hombres sufren hambruna y los efectos de estar a la intemperie; los heridos están en muy malas condiciones. ¿No pueden enviarnos refuerzos de una vez?". Se prepara una gran ofensiva americana para liberar a Whittlesey y Stacey ordena un bombardeo con artillería pesada para destruir las posiciones alemanas que tienen atrapado a Whittlesey.
La esperanza surge al atardecer cuando un avión sobrevuela el campamento y lanza una bengala para marcar su posición. Los soldados sitiados se regocijan, ¡por fin han sido encontrados! Sus gritos de alegría mueren tan pronto como los proyectiles comienzan a estallar demasiado cerca y terminan por caer directamente sobre ellos. Whittlesey se pasea valientemente a cielo abierto para calmar a sus hombres, mientras McMurtry grita "¡Tomáoslo con calma muchachos! Esto no durara mucho". Tras algunas horas de intenso bombardeo Whittlesey envía otro mensaje: "Nuestra propia artillería está lanzando proyectiles directamente sobre nuestra posición. ¡Por todos los cielos cesad el ataque!". La nota es enviada mediante "Cher Ami" la última paloma mensajera de la unidad. A pesar de la tormenta de fuego y una herida de bala que termina por ser fatal para el ave, "Cher Ami" entrega el mensaje. Para cuando termina el bombardeo ochenta hombres, incluidos dos capitanes, han muerto o están fatalmente heridos.
Sin embargo los problemas para el batallón están lejos de terminar. A las 21:00 horas de la noche varias bengalas surgen de todas partes lanzando granadas. Una voz grita en alemán solicitando la rendición. "¡Venid y cogednos, bastardos alemanes!", es la respuesta. El ataque alemán que siguió fue el peor hasta el momento y el campamento casi se pierde.
Aviones aliados sobrevuelan la planicie y lanzan las tan desesperadamente necesitadas provisiones, con tan mala fortuna que van a quedar justo fuera del alcance de las tropas. Whittlesey se pasa el resto del día recorriendo el campamento asegurando a sus hombres que los refuerzos llegarán pronto: "Ahí fuera hay dos millones de soldados americanos viniendo en nuestra ayuda. Conseguiremos pronto ese auxilio". Mientras, los alemanes habían vuelto a sus posiciones arrasando la llanura con granadas durante toda la tarde, muchas veces lanzando hasta seis granadas atadas con cables a un tiempo. Para ese entonces, los periódicos se habían hecho eco de la historia del "Batallón Perdido" y añadían presión al Coronel Stacey y el General Alexander para su pronta liberación. Otro intento de abrirse camino hasta el campamento fracasó... Whittlesey veía como se agotaban rápidamente las municiones, así como los hombres útiles que tenía bajo su mando. Así pasaron otra desdichada noche sin alimentos.
A media tarde los alemanes lanzan su peor ataque hasta el momento, avanzando hacia la desolada planicie con un escuadrón de lanzallamas en vanguardia. Enfrentados a chorros de fuego de más de 30 metros de longitud, los americanos abandonan el perímetro presas del pánico. "Fuego líquido", grita un hombre a Whittlesey... "Infierno líquido, vuelva a su puesto", fue la respuesta del mayor. A pesar de los fragmentos de metralla de una granada alojados en su espalda, el Capitán Holderman, usando dos rifles a modo de muletas, logró reagrupar las dispersas y aterrorizadas tropas y lideró un contraataque que acabó con todos los operarios de los lanzallamas e hizo retroceder a los alemanes. Aun así se habían perdido dos ametralladoras más y seguían sin alimentos, salvo las provisiones abandonadas a las afueras de la llanura, tan cercana y a la vez demasiado lejos...
Justo antes del amanecer nueve de los hombres de McMurtry se deslizan silenciosamente fuera del campamento en busca de las provisiones lanzadas por el avión. Por el camino se cruzan con una patrulla alemana que acaba con cinco de ellos y toma prisioneros al resto. El teniente Fritz Prinz, un oficial alemán que había vivido durante seis años en Seattle se hace cargo de los interrogatorios. Prinz envía de vuelta al soldado raso Lowell Hollingshead con un mensaje para su comandante en el que le solicita la rendición. Prinz dice que las tropas alemanas llevarán a cabo un nuevo ataque con los incineradores esa misma tarde y que solo quiere dar a los americanos atrapados la oportunidad de rendirse.
Hollingshead regresa de mala gana y entrega la nota donde se pide a Whittlesey que se rinda en nombre de la compasión. "El sufrimiento de sus soldados puede oírse desde las líneas alemanas, apelamos a su humanidad. Una bandera blanca enarbolada por uno de sus hombres nos confirmará que aceptan nuestras condiciones. Por favor le ruego trate a Lowell R. Hollingshead de forma honorable. Es todo un soldado".
Whittlesey manda a llamar a McMurtry y Holderman enseña la carta. Tras leer su contenido los oficiales se ríen. "Están suplicándonos la rendición", dice McMurtry. "Están más preocupados que nosotros". Whittlesey reprende a Hollingshead por abandonar su puesto y envía de nuevo al soldado a sus labores en el campamento. Ordena que las páginas blancas sean dispuestas a modo de señal para la aviación aliada, deseando que no fuesen confundidas con una señal de rendición por el enemigo.
El contenido de la misiva va corriendo de trinchera en trinchera y la clemencia de Printz tiene el contraproducente efecto de llevar a casi la totalidad de los soldados a adoptar la interpretación optimista de McMurtry. "¡Eh apestosos bastardos, venid a por nosotros!", grita alguien, y pronto el aire se llena con un ensordecedor coro de obscenidades.
Los alemanes replican con un feroz ataque. Al frente de la batalla está Holderman, cojeando sobre su rifle y abriendo fuego con la pistola. Holderman acaba él sólo con cinco alemanes y recibe otras cuatro terribles heridas pero consigue desbaratar el asalto en su flanco. Después de una terrible batalla que acaba con una pelea en cuerpo a cuerpo, el enemigo vuelve a ser puesto en fuga. Tras otra fría y lluviosa noche, los hombres de los batallones se preguntan cuánto más podrán resistir sin comida ni munición.
Sus dudas no durarán mucho más. Las avanzadas hechas anteriormente por la Primera División a través del Valle de Aire finalmente habían debilitado lo suficiente las posiciones alemanas en Argonne. Y tras abandonar el asedio las tropas alemanas desaparecen bajo la lluvia. Justo después del anochecer una patrulla de fusileros americana alcanza la planicie sin disparar un solo tiro. El asedio ha terminado.
Por la mañana Whittlesey sale por su propio pie del campamento con 194 de sus compañeros, 190 más están tan malheridos que deben ser transportados, 107 han muerto y otros 63 han desaparecido. El paradero de las compañías perdidas es aún un misterio.
Whittlesey se reunió con el General Alexander en la vieja vía romana que conducía fuera de la planicie que habían defendido. El general le saludó de forma amable "¿Cómo se encuentra? De ahora en adelante es usted el Teniente Comnel Whittlesey". A lo que éste respondió con un murmullo ciertamente poco entusiasta. 34 días más tarde, el 11 de noviembre de 1918, cesaron todas las hostilidades en el frente oriental. La guerra había terminado.