En el hospital hay mucho movimiento; como siempre, hiede a fenol, a pus y a sudor. Uno se acostumbra a muchas cosas en los barracones, pero aquí nos sentimos desfallecer. Preguntamos dónde está Kemmerich; lo tienen en una sala, y nos recibe con una débil expresión de alegría y una agitación impotente. Mientras estaba inconsciente, le han robado el reloj.
Tiene un aspecto horrible; en la cara, pálida y amarillenta, asoman ya aquellas extrañas líneas que tan bien conocemos de haberlas visto centenares de veces. No son propiamente líneas sino más bien señales. Bajo la piel ya no late la vida, que se ha replegado a los límites del cuerpo; la muerte se abre paso desde su interior y ya se ha adueñado de los ojos. He aquí a nuestro compañero Kemmerich, que hace poco todavía asaba carne de caballo con nosotros y se acuclillaba dentro de los cráteres de obús. Es él y, sin embargo, ya no es él. Su fisonomía se ha difuminado, se ha hecho imprecisa, como aquellas placas fotográficas sobre las que se han tomado dos instantáneas. Incluso su voz tiene un tono ceniciento.
“Sin novedad en el frente” Erich M. Remarque
1 de octubre de 1918
Un oficial entra en la iglesia, que había sido habilitada como hospital de campaña, imponiendo su voluntad a gritos. ¡Todo el que pueda andar conmigo al frete! Mañana comenzamos una nueva ofensiva. ¡Necesito brazos fuertes para terminar con esta guerra! Solo los lisiados y los enfermos muy grabes se libraron de subir al camión camino del frente.
2 de octubre de 1918
Avanzas con la segunda oleada. La primera oleada ha conseguido romper el frente alemán y penetrar en el boque de Argonne, también ha dejado la llamada “tierra de nadie” cubierta de cadáveres.
Te llama poderosamente la atención uno de los cadáveres, es un joven teniente. Se encontraba sentado en una alambrada, como si estuviese concentrado en la lectura de un libro, solo la mancha negra a la altura del pecho indicaba que estaba muerto.
3 de octubre de 1918
El Mayor Whittlesey, jefe accidental de la unidad, confirma lo que muchos ya temíais. La unidad ha sido copada. No hemos podido establecer contacto con la unidad francesa que cubría nuestro flanco derecho ni con nuestra retaguardia. Los alemanes nos han rodeado.
Ante tan desesperada situación, se decide formar una patulla para tratar de establecer de nuevo contacto con la líneas de suministro. Desgraciadamente ese día sacas la pajita más corta del mazo, al igual que otros tres chicos.
No me sorprende sacar una de las cuatro pajitas más cortas, y aun que hubiera sido solamente una entre todo el regimiento igualmente la habría sacado también. Estos últimos meses voy de mal en peor.
La muestro sin mostrar ninguna emoción procediendo a equiparme para la misión encomendada.
La patrulla se desarrollaba con normalidad, ya llevabais andado más de dos millas, hasta que el inconfundible silbido de los proyectiles rompió el silencio del bosque. ¿Alemanes, francés o estadounidenses? ¿Qué más daba? No se trataba de una descarga completa, eran pocos disparos, seguramente se tratara de un grupo de artilleros calibrando sus cañones. Algo normal que en principio no revestía importancia. Pero el silbido de los proyectiles fue en aumento, la intuición te decía que no iban a pasar de largo, y efectivamente a los pocos segundos la tierra comenzó a temblar con las detonaciones.
Todo se volvió negro, y luego solo verdor. No recuerdas que paso. Te encuentras caminando entre los verdes aboles del bosque con el equipo echo jirones. No hay rastro de tus compañeros de patrulla, tampoco hay rastro de los impactos de los proyectiles. La cabeza te duele al igual que las piernas. ¿Dónde estás? no lo sabes… ¿Qué ha pasado? tampoco lo sabes...
Me quedo completamente desconcertado tardando un buen rato deambulando por el bosque hasta lograr pensar con un poco de claridad.
Intento orientarme mínimamente, aunque solamente logro ver arboles a mi alrededor. Como siga teniendo la misma suerte que estos últimos meses apareceré delante de un nido de ametralladoras prusianas, seguro.
Las ramas de los árboles se mueven y se escucha el inconfundible sonido de las pesadas botas militares. Frank camina arrastrando el fusil por el suelo solo sujetándolo por la correa y con las polainas totalmente desatadas. Frank era uno de los afortunados que había sacado la pajita más corta y había tenido la suerte de participar en la patrulla.
Sabías que ere un chico joven, nacido en Australia pero que a los pocos años se había trasladado a los Ángeles. Siempre estaba bromeando que con su físico insuperable y su cara llegaría a ser un gran actor de Hollywood, y su primera película seria sobre esta estúpida guerra.
¡Dustin! ¡Dustin! ¿Estás bien? Grita con su curioso acento de la tierra de los canguros. Creo que nos han dado
Me tranquilizo al darme cuenta de que es uno de mis “afortunados” compañeros de patrulla.
– Si Frank, soy yo Dustin.
Una vez lo he mirado y no parece estar herido me relajo un poco. – Estoy desorientado, ¿tú sabes en que dirección están nuestras líneas?
No, no sé dónde estamos. Creo que veníamos de ahí. Y señala con el dedo a una zona llena de árboles. O de ahí. Señala en dirección contraria o una zona llena de árboles y muy parecida a la otra zona donde había señalado antes. ¿Dónde está el resto?
Pasa el tiempo, los segundos y los minutos, y nadie más de la patrulla aparece. Sin que nadie diera la orden, sin que nadie aceptara realmente que estabais perdidos en mitad del bosque, por iniciativa propia comenzasteis a caminar. ¿Hacia la línea aliada, o hacia la línea enemiga? ¿Qué más daba? En ese momento lo único que podíais hace era caminar.
A medida que la noche avanza y la oscuridad os rodea, una densa niebla aparece. Comenzáis a estar exhaustos aminorando la marcha, tambaleándoos a través de la bruma y los frondosos árboles. El color comienza a desaparecer a vuestro alrededor, tornando el mundo en blanco y negro. Una ligera llovizna comienza a caer. A medida que las sombras lo absorben todo.
Frank se acercan a uno de los árboles para tratar de orientarse por el musgo, una de las técnicas que os habían enseñado en el campamento, supuestamente el musgo siempre crece hacia el norte, o esa era la teoría.
Al acercaros a uno de los árboles y encender una cerilla para poder ver mejor, el terror atenaza vuestros cuerpos. ¡No son árboles! Lo que os rodean no son árboles, sino hombres muertos, cientos de hombres muertos. Hombres muertos de pie en guardia, con heridas abiertas en su pecho y abdomen, con los ojos abiertos fijos en el horizonte. Muchos son sondados, tanto americanos como boches.
Tirada de Cordura: si tienes éxito solo pierdes 1 pt, si fallas pierdes un 1D8.
Después de horas deambulando por el bosque vamos a parar una arboleda de cadáveres de los dos bandos, lo tétrico es que están de pie no caídos juntos. Tras un combate hay bajas de los dos bandos y los muertos caen allí donde han perdido la vida. Para aumentar lo irreal es como si hubieran participado en una antigua batalla con espadas, o por lo menos es lo me viene a la mente al verlas sin examinar ninguna de ellas.
– Frank, Frank dime que no son cadáveres sino una pesadilla que estoy teniendo despierto.
Motivo: Tirada de cordura
Tirada: 1d100
Dificultad: 65-
Resultado: 34 (Exito)
¿Dustin conserva sus armas y munición? Sino buscaría un fusil, bayoneta y munición entre los cadáveres de su país.
Tirada de cordura 65 1/1d8
Le arrebatas de las frías manos a uno de los muertos un fusil, munición y la bayoneta. También encuentras un mapa de la zona y una brújula en el cadáver de un oficial alemán. El mapa esta señala la posición de la 308.
Frank permanece catatónico mirando el cadáver de uno de los soldados, es el cadáver de un soldado americano. Ha sido alcanzado por la metralla de un obús y tiene la mitad del cuerpo destrozado, a pesar del destrozo en la guerrera aún se puede distinguir el pin de la unidad, “la 308”, y la insignia de la compañía B. Es uno de los miembros de las compañías perdidas.
Entre la niebla escuchas gritos y pasos.
Fin de Escena.