Durante lo que duró aquel encuentro no hubo momento en que el vagabundo dejara de sentirse tenso por la situación. Sus manos apretaban con fuerza los dos objetos que había seleccionado para ofrecer, más al ver como la forma semi-traslúcida de aquel guerrero de antaño se acercaba peligrosamente a la pequeña Ebba, el hombre sin raíces casi dio un paso hacia adelante para interponerse en el camino. Más no hizo falta, pues tal como habían augurado los tres jóvenes de aquella compañía, el ser de ultratumba venía a por sus armas, y nada más.
Un largo suspiro de alivio salió de Reidar, mientras daba una vuelta en su mano a la hoz. En realidad, no le molestaría llevar ese arma consigo para un futuro, no todos los Vaesen serían tan honorables como aquel ante el que acababan de interactuar. Aunque quedaba en el aire tantas preguntas, era mejor dejar que aquel antiguo guerrero descansara por fin sus viejos huesos. El vagabundo avanzó entonces hacia la joven Ebba luego de que su padre la felicitara por su acción. -Has sido muy valiente, pequeña.- Murmuró cuando estuvo muy cerca de ella, y le dedicó una mirada aliviada que revelaba cuando había estado preocupado por lo que pudiera pasar.
Igualmente le dio una fuerte palmada en la espalda al señor Castelferro, quien era el que había sostenido la espada que el Vaesen había terminado por reclamar. Si no había terminado mojando sus pantalones era que había algo de agallas en aquel joven. Ya sin prisas, el vagabundo avanzó casi renqueante y entre suspiros hacia el interior del Castillo. ¿Cuál sería su siguiente aventura?
Finalmente salimos al exterior y todo de pronto toma un cariz casi místico, sé que en ese momento somos como uno solo, somos una cofradía, una sociedad, pero también somos una hermandad, quiero creer.
En un primer momento fui dispuesta a todo, a cuidar el Castillo cuyas entrañas llenas de secretos nos tocaba proteger y desentrañar, a enfrentar a un posible y espectral enemigo, a proteger a aquellos que ahora son mi gente. Mi mirada de lado fue a un costado y al otro, trataba de recorrer los rostros como si de pronto temiera que aquel no-muerto de hueso y voluntad ancestral pudiera hacerme beber del Lete y olvidarlos.
Mi expresión fue cambiando a medida que la carne espiritual iba tomando densidad en aquel esqueleto que se nos acercaba, hasta que pude reconocer las facciones y el andar del hombre que fue… No pude evitar sentir que aquel hombre podría ser como mi Baldur, cautivo de una maldición que había tenido su alma retenida, mi mente divagó alrededor de la posibilidad de que algún día pueda reencontrarme con mi prometido, de que algún suceso sobrenatural pudiera devolverlo a mí bajo una forma ominosa, bajo un pedido de piedad y paz tan contundente como este.
El corazón se me había encogido en el pecho y la emoción me atenazaba los pulmones. Entonces, contemplé cómo el ser daba a Ebba unas piedras cuyo brillo no era de este mundo y contemplé su desaparición con las notas del cuerno vibrando todavía en el aire. El día de hoy se me había enseñado una lección importante sobre el valor de la misericordia y sobre el poder de voluntad de ciertos espíritus que vagaban por la Tierra.
La voz del coronel hablándole a Ebba me llegó aunque estaba con los ojos cerrados, reteniendo las lágrimas que me anegaban sin tregua lo más hondo de mi alma, me volví hacia Ebba y le puse ambas manos sobre los hombros antes de que se marchase con su padre: -Valiente amiga mía, ¿No te das cuenta de que lo que ha ocurrido hoy? -sonreí apenas doblando la comisura de mis labios y la abracé -Hoy has liberado un alma -le susurré al oído con la voz quebrada y una lágrima se me escapó para perderse en su cabello.
Deseaba decirle muchas cosas pero no logré hacer que ninguna más salga de mis labios, sonreí y me miré la punta de las botas al escuchar a Castelferro -Y yo admiro su temple y sus conocimientos compañero - mis ojos fueron hacia su brazo para ver si me lo ofrecía para entrar o para darle la excusa de ofrecérmelo -¿Dónde aprendió noruego antiguo? -inquirí desviando la atención de mis ya desaparecidas lágrimas: ellas habían vuelto a ese rincón de mi espíritu en el que todavía ardía lo poco que quedaba de mí lenta y dolorosamente vivo.
-Yo también quisiera panceta para el desayuno si me comparte la suya señor Øystein -declaré mientras nos poníamos en marcha. Compartí una mirada con Reidar para asegurarme de que estaba bien, la tormenta anterior había provocado verdadero terror en Geri y en él.
—El paraguas habría sido todo un detalle, Niles.
Y la sombra se cernió sobre Oystein Wergeland, cubriéndole de todo mal en forma de gélida lluvia.
-Vivo para servir, your Highness-. En el rostro del ciego, una sonrisa astuta.
-Si no lo he abierto antes ha sido para no restar dramatismo a la estampa-, dijo con cierto halo misterioso. -Me refiero, por supuesto, a la de esta sociedad de la que ahora somos parte, integrada por individuos con cierto grado de egolatría, como usted bien habrá apreciado.
Guardó un instante de silencio. Se aproximaba el sarcasmo.
-¿Ha notado cómo oteaban el horizonte con mentón pronunciado cuando se ha retirado nuestro invitado? Ni que fuera la Reina de Inglaterra, oh, My...
—Bien, al menos sabemos que no venía por una taza de té del señor Frisk.
-Lamentablemente. Me habría gustado escuchar su a buen seguro sutil crítica a ese envenenador...-, apuntó Niles frunciendo el ceño.
-"Subtle" as an axe... To the face-.
Como siempre, fiel a su negrísimo humor británico.
—Niles, ¿queda algo de panceta del desayuno?
-Temo advertirle de que Geralt, el can del encorvado señor Rotlos, devoró las últimas existencias, si bien encuentro probable que en los bolsillos del antes indicado interfecto encuentre restos de lo que podríamos considerar "la prueba de convicción". If you follow the trail, you'll get the prize...-.
Yo creo que el señor Frisk podría servirnos ese té calentito que nos merecemos, aunque casi preferiría un Assam de la vieja Inglaterra, acompañado de scones and some finger sandwiches, I think you'll agree with me, Mr. Niles
El mayordomo se giró con su dignidad habitual al escuchar su nombre y arqueó una ceja.
-Indeed... Son las primeras palabras con sentido en este día gris y lluvioso en el frío Norte, Mr. Castelferro-.
Paradójico que proviniesen del tipo más sospechoso del elenco.
En silencio, siguiendo a su amo al interior del castillo, Niles meditó en qué puesto de su particular blacklist situaría a Castelferro. Hubo de admitirse a sí mismo que no era una tarea fácil. Y es que Frissssk y Reidar ponían el listón muy bajo en su escala de mezquindad.
Por un momento, padre se detiene en su paseo y entonces, justo antes de besar el dorso de mi mano, en ese ínfimo segundo previo, ese instante que solo los ojos expertos de quien escribe los suspiros del alma pueden captar, una fugaz expresión de angustia cruza su rostro, surcado de vestigios del paso del tiempo. Apenas un momento que ahora ya es pasado. Pero lo veo. Veo ese fuego interior que a mí también me quema y arde por dentro. Veo ese relámpago que recorre los músculos de manera incontrolable, haciendo muy difícil no reaccionar con un salto, un grito, un puñetazo a la pared o una maldición exclamada al aire. Veo esa punzada aguda que le atraviesa el corazón, como tantas otras veces ha hecho conmigo, esa daga afilada, ese maldito puñal.
Apenas un instante fugaz.
Siento el impulso de decirle que llore. Que no es malo. Que conmigo puede hacerlo y que el llanto es un proceso de liberación, de catarsis, de sanación. Pero contengo mi impuso. Lo conozco demasiado bien y sé que no lo va a hacer aunque se lo diga... no lo va a hacer, si se lo digo... pero quizás...
Entonces él continúa nuestro paseo, como si nada hubiera pasado, como si estas décimas de segundo no hubiesen existido, o hubiesen desaparecido en ese ínfimo lapso de tiempo que tarda el cerebro en percatarse de algo en lo que ya se han fijado nuestros sentidos y que nos deja con esa extraña sensación de déjà vu. Abre la puerta de la biblioteca y me cede el paso caballerosamente. Así que entro, no se lo voy a negar. Entro y me dirijo hacia el centro de la biblioteca, la zona más alejada de las paredes de la estancia, entre el mayor número de estanterías posibles, pero no lo hago directamente, sino que mis pies vagan en errabundos devaneos primero, dando un rodeo en el que dejo volar mis manos, gesticulando palabras en la inmensidad del silencio de la vetusta biblioteca, evocando recuerdos...
Porque, con su última pregunta, me ha dado pie a intentar remover sus sentimientos, a provocarle ese proceso catártico sin decírselo... y, al mismo tiempo, me ha dado alas para rememorar yo también. Algo que no hacía desde tiempo atrás. ¿Cómo la recuerdo? pienso. Y en mi mente, así como en mis manos, las imágenes, los sonidos, los olores, se empiezan a gestar.
«Recuerdo una cabellera de fuego, de llamas aún más rebeldes que las mías, pero también mejor domadas» empiezo a relatar, gesticulando ampliamente mientras mis botas levantan ecos en la añeja madera de las paredes, «recuerdo unos ojos vivaces, centelleantes, como luciérnagas, como el jade del bosque vivo*» en mi rostro comienza a dibujarse una amplia sonrisa a medida que voy adentrándome cada vez más en mi memoria. «Recuerdo su olor, afrutado, siempre fragante, de lilas y grosellas en invierno, de melocotón y azahar en verano y el jazmín de los momentos especiales, el que yo le robaba siempre que podía, ¿te acuerdas?» mis labios se abren y una silente carcajada escapa de ellos; «Recuerdo cómo me envolvía en su abrazo, metiendo los dedos en mi pelo y hundiéndome en su fragancia, sus abrazos cálidos, largos, eternos...». Entonces un par de lágrimas comienzan a recorrer mis pómulos, prófugos reos fugados de esas prisiones cristalinas en las que no los quiero encerrar; me aseguro de que padre las vea, pero no pierdo la sonrisa y clavo en él esos ahora más brillantes ojos marinos que él me dio.
«Dicen que lo primero que se olvida de alguien que se ha ido es su voz». Comienzo, con gestos trémulos que poco a poco van tomando cada vez más fuerza, convirtiendo los pesares en fortalezas y los sentimientos de nostalgia en felices emociones, «pero yo la recuerdo. Recuerdo exactamente cómo era, cada tono, cada nota. Cuando se enfadaba, cuando reía, cuando cantaba... y cuando venían visitas importantes y ponía esa voz forzada de alta aristócrata que a Signe y a mí nos hacía reír, ¿lo recuerdas? Tú siempre nos mirabas severamente cuando eso pasaba».
Un largo silencio sigue a esas palabras mientras por mi cabeza se suceden frenéticamente muchas más imágenes, secuencias, recuerdos... mucho más rápido de lo que mis manos aún inexpertas pueden seguir, pero en mi rostro se reflejan todas esas cálidas sensaciones que estoy sintiendo y la sonrisa se amplía. Ni siquiera me molesto en limpiar las lágrimas que surjan mis sonrojadas mejillas. Son necesarias, son sanadoras.
«Así es como la recuerdo».
No lo he hecho conscientemente, pero mi subconsciente se pregunta si habré sido lo suficientemente empática. Si habré conseguido decirle que llore, sin decírselo.
No sé si en algún momento hemos dicho cómo son sus ojos, he estado ojeando las historias pero no lo he visto. Así que me los he imaginado verde oscuro, verde bosque, pero si tú te los imaginas de otra forma, eres libre de corregirme ;).
Las palabras gestuales de Ebba son al aire lo que al cielo las estrellas, dibujando como una constelación retazos de los recuerdos que aquella noche enturbió. La observo en silencio, completamente inmóvil, mientras imágenes de otra vida pasan ante mis ojos como una bandada de pájaros volando frente a mi ventana; puedo verlas, pero jamás volverán a ser mías.
De repente, un sonido brusco y ahogado, parecido a un único acceso de hipo, surge de mi pecho. Miro a Ebba a los ojos con una expresión casi confundida, como si no fuese consciente de lo que pasa. Solo dura un instante; el rostro surcado de lágrimas de mi hija es lo que acaba por quebrarme. Un segundo sonido, este más fuerte, y aparto la mirada a un lado, dejando que las sombras bañen mi semblante.
Levanto la mano para cubrir mis ojos, como si eso fuese a evitar que lo que llevo dentro salga rompiendo y desgarrando al exterior. El aire que me rodea me aprieta, me sofoca. Ya no tengo gobierno sobre mi cuerpo, que por su cuenta hace una fuerte inspiración, cuya correspondiente exhalación suena trémula y frágil. Débil.
—Por favor, perdóname…
No puedo soportar el sonido de mi propia voz, pequeño y patético, así que decido no hablar más. Y allí, de pie, completamente impotente, lloro.
Apufffff, entre pitos y flautas hoy llevo ya nosecuántos posts (eso y terminar mi PJ de The Witcher). Pero ha merecido la pena.
Entonces ocurre. Padre me mira y en su rostro veo todo aquello que reflejan mis vidriosos ojos... eso y mucho más. Y es en ese momento cuando me doy cuenta de que va a suceder. A pesar de todo, a pesar de mi rostro húmedo y de mis sentimientos encontrados que, en ese momento, taladran mi corazón cual ojo de tifón sobre las aguas embravecidas del mar, sonrío. Le sonrío a él. Sé lo que está ocurriendo en su interior.
Y dejo que suceda.
El coronel Alvar Björklund rompe a llorar frente a mí. Sin embargo, en un acto reflejo se vuelve y se cubre, acción que yo no voy a impedir, no hoy, no aquí, en medio de la inmensidad del conocimiento. Esa intimidad es suya y la respeto. Es como debe ser.
Pero entonces escucho como si se ahogara y de pronto pronuncia esas palabras. Frunzo el ceño, perpleja por unos instantes. ¿A quién se las dice? ¿Se está disculpando por llorar? ¿O es... a ella? ¿Acaso no entiende que él no ha hecho nada malo? No hay nada que se le tenga que perdonar, más bien todo lo contrario, él no tuvo culpa alguna... en todo caso, la tuve yo. Pero tampoco digo nada, porque veo cómo sus hombros se agitan y en ese instante se me rompe el corazón.
Es un proceso sanador, catártico... sí. Pero nadie dijo que no fuera infinitamente doloroso.
Así que, sin mediar palabra, me acerco por detrás de él y, en mi poca altura comparada con la suya, en mi pequeñez respecto a sus anchos hombros y sus fuertes brazos, paso los míos alrededor de su pecho y lo abrazo, apoyando mi rostro sobre su espalda y cerrando los ojos. Respiro profundamente, calmándome, calmándonos.
Sin poder evitarlo, mis labios sonríen a su espalda. Puede que así, en ese momento tan vulnerable en medio de un llanto que no está acostumbrado a dejar ver, ni siquiera ante sí mismo, se sienta débil, lamentable. Sin embargo a mí, en ese instante, afrontando sus más ocultos sentimientos, me parece la persona más fuerte y valiente del mundo.
Alvar Egil Björklund.
Mi padre.
Y no puedo evitar sentirme la persona más afortunada sobre la tierra.
Madre mía, pobre... cuando pase eso, espérate al día siguiente, que yo puedo esperar...^^''
En cualquier caso, pedazo de post. Corto pero brutal.^^