La catedral de Upsala se encuentra alzada en el centro de la ciudad, junto a varios edificios gobernados por el clero. En este lugar de culto al dios cristiano se lleva a cabo el ritual semanal de comer la carne de su mesías en forma de oblea de pan y beber su sangre en forma de vino dulce. A menudo los responsables de un lugar así suelen ser gente adinerada y favorecida por la organización que es la Iglesia. Una organización corrupta desde el interior pero de la que nadie se atreve a ir en contra ya que la creencia mayoritaria de Europa es que el Papa es el emisario de Dios en la Tierra. Su palabra es ley y sus fanáticos abundan. No obstante todavía hay gente buena que realmente cree en lo que dicen sus escrituras y se dedican en cuerpo y alma a ayudar a los necesitados y atender a los heridos sea cuales sean sus circunstancias.
La Iglesia mantiene un gran poder. El archi-obispo de Suecia, Henrik Reuterdahl ha hecho se Upsala su asiento oficial y se dice que es un hombre de carácter y un fanático como pocos. Se sabe que es uno de los siguientes candidatos a Papa y suele estar bajo el escrutinio constante de los suyos, que buscan la más mínima oportunidad para conspirar contra él. La catedral gótica es una de las más grandes de Escandinavia, con un campanario llamado Storan que puede ser oído a través de toda la ciudad.
Al ser una escena de preparación para el misterios intentaremos mantenerla hasta cierto punto breve para que podáis reuniros con vuestros compañeros cuánto antes.
Agnetha, aquí deberías tomar el rol de líder al ser el personaje más relacionado con la Iglesia. Proponme tus ideas, roléalo, dime qué queréis buscar, y más o menos cuanto tiempo planeáis estar aquí. Desde luego Alvar también puedes aportar ideas y sugerencias.
A pesar de los más y los menos que he tenido con Dios en los últimos treinta años, no se puede negar que la catedral de Upsala es un lugar que invita al recogimiento y la reflexión, que sume a uno en una serenidad casi inmediata. No tengo claro que esto se deba a la programación de nuestra educación cristiana o a que el edificio posea alguna clase de significación espiritual especial; ya hace mucho tiempo que decidí no entrar a juzgar tales cuestiones. Nada más cruzar el umbral de la catedral, me santiguo, más como un automatismo inconsciente y aprendido que como un gesto de verdadera devoción. Otro asunto a cuya valoración no dedico atención.
Los arcos y bóvedas de piedra blanca y desnuda reverberan con las murmuraciones de aquellos que todavía se demoran entre sus anchas columnas. Mis zapatos de suela dura chirrían en el damero de mármol del suelo, y mis ojos se centran en la pila bautismal de piedra dorada que domina el centro de la nave principal. Probablemente me resultaría más fácil creer la historia que la Iglesia trata de vender si evitaran revestirse de tanta opulencia. No avanzo demasiados pasos; soy consciente de que en este lugar soy como un pez fuera del agua. No tengo claro que a estas horas sea posible encontrarnos con el arzobispo Reuterdahl, o siquiera si es probable que tuviese algo que contarnos del vicario de Fjällbacka.
Lentamente, me doy la vuelta para mirar a Agnetha Löfgren. Decido tratar de dejar a un lado la sensación de desconcierto que me provoca la mujer desde el día mismo que la conocí y esforzarme por conocerla sin prejuicios, pues sin duda habrá cosas interesantes que aprender de ella.
—La casa de Dios. ¿Este lugar le trae recuerdos, hermana Agnetha? —digo, echando un vistazo a mi alrededor, como evaluando el lugar, intentando comprender la perspectiva de mi compañera—. He de admitir que aquí me siento en desventaja. En su opinión, ¿quién podría ayudarnos a saber más acerca del vicario Carl Hedqvist y del… —no sé qué título utilizar, así que opto por el más seguro—… padre Uddgren de Fjällbacka?
La catedral de Upsala era lo único realmente interesante del pueblo. Causaba admiración en todos los que entraban por primera vez allí. Incluso mi acompañante se santigüó, a lo que acompañé con un asentimiento conforme y una santigüación similar desviando la mirada a la figura del Señor.
Sin embargo, nada más hacerlo, escuché la voz de Alvar...
—Es la primera vez que visito la Catedral de Upsala, si le soy sincera... pero como Casa de Dios, claro que me trae recuerdos —le dije en voz baja, respetando la intimidad de aquéllos que rezaban—. En cualquier caso, no debería sentirse en desventaja. Este es mi hogar, pero también el suyo; pues todos somos hijos del Señor... Y eso siempre será así pese a que algunas «ovejas descarriladas» se obcequen en no querer verlo.
¿Era una indirecta? ¿Una directa? ¿O realmente no me refería a él? Sería difícil de discernir, pues en mi rostro apenas se mostraba expresión más allá de una mirada austera, pero fría y silenciosa.
—Si alguien sabe algo de lo que ha ocurrido con el vicario, debe ser el Padre Henrik Reuterdahl —añadí—. Y es a él a quien deberíamos visitar primero.
Mañana escribo sin falta... fin de semana de no parar ToT
El frío se colaba por las rendijas que los enormes portones de madera de nogal de la entrada dejaban pasar. La piedra con la que estaba hecha la catedral no ayudaba a que el clima fuera menos consolador. Sin embargo, una vez pasados los 15 primeros metros, se podía notar algo más de calidez. Las velas y los candelabros daban un aspecto acogedor y los enormes bancos de madera tallada asumían un cierto toque de elegancia y destreza artística que en pocos sitios se podría encontrar. La capilla central cubierta por una enorme bóveda de piedra labrada y pulida se situaba justo al fondo del recinto. Allí una serie de puertas se sucedían de forma estratégicamente pensadas. Una gran cantidad de sacerdotes, monaguillos, emisarios y demás suerte de gente iba de un lado para otro, con prisa, pero un silencio extremo que solo rompían con algunas pisadas fuertes. El bullicio dentro de la catedral era cuanto menos sorprendente, aunque por otro lado era de esperar que un lugar tan importante e imponente, tuviera este nivel de actividad.
Tras preguntar a un despistado cura, que parece haber tenido la misma impresión inicial que vosotros, por el despacho del Padre Reuterdahl, conseguís, no sin cierta dificultad llegar hasta su secretario. Aún habiendo llegado sin cita, y tras identificaros como miembros de La Sociedad, os dejan pasar tras una breve espera de tan solo 20 minutos aproximadamente.
—Hermana Agnetha, es un placer verla por fin. Caballero. Por favor tomen asiento.—
El candidato a Papa parece ser alguien de carácter abierto y mantiene una cierta amabilidad y educación pese a que Alvar no parece partidario de la clerecía.
—Tengo entendido que son ustedes miembros de La Sociedad. Sinceramente pensaba que esa secta se había extinguido hace tiempo, aunque veo que me equivocaba. No obstante tengo ciertas preguntas e intrigas sobre cómo, cuándo y porque se han establecido ustedes aquí. Y sobre todo me gustaría saber cómo es posible que no haya denunciado ya sus acciones paganas en contra de la naturaleza de dios, hermana. ¿ Exactamernte, qué hacen aquí ?.—
Pese a su aspecto afable, habla con una rudeza intensa, versado en talante, pero cada palabra os hace sentir un ataque de puñal contra vuestras entrañas.¿ Será esto por lo que tienen que pasar todos aquellos que optan a tener un título importante en la Iglesia ?. Si es así, todo lo que diga podría considerarse un ataque, y todo lo que digáis vosotros, podría considerarse un intento de iniciar una violenta y cruel guerra de palabras. Andaos con ojo.
Las cartas de presentación adecuadas pueden llevar lejos, y anunciar la resurrección de la Sociedad consigue que en menos de veinte minutos estemos hablando con el ilustre arzobispo Reuterdahl. A pesar de que su actitud inicial parece amable, esa aparente gentileza pronto se ve traicionada por una serie de afirmaciones, preguntas y denominaciones desafortunadas que más bien parecen acusaciones veladas. La expresión de mi cara no cambia en absoluto mientras escucho el ignorante discurso del pontífice, pensando ya en la respuesta que voy a darle. Si hay algo que disguste a un hombre es que traten de convencerlo de que sus creencias son erróneas, y eso es especialmente cierto en el caso de los hombres de fe, más aún si ostentan poder. Y aunque el señor Reuterdahl no me da ningún miedo, opto por ser prudente, toda vez que el único motivo para dicha prudencia sea la longevidad de nuestro proyecto.
—Permítame presentarme: soy Alvar Egil Björklund, coronel del Ejército del Reino de Suecia. Es un placer conocerle, excelentísimo y reverendísimo señor —lo saludo, sin que mi voz trasluzca en ningún momento la hilaridad que me produce la exagerada ampulosidad del obligado tratamiento con el que uno debe dirigirse al arzobispo—. No se equivocaba usted. La Sociedad llevaba tiempo desaparecida; tan solo hace unas semanas que ha vuelto. O, bien, que nosotros la hemos traído de vuelta. Estoy seguro de que le resultará interesante saber que su resurrección coincidió prácticamente con el momento en que supimos de su existencia. Sin embargo, por el bien de esta conversación y de nuestra mutua confianza, me permitiré esclarecer ciertas confusiones razonables sobre nuestra organización. Para empezar, quiero dejar meridianamente claro que la Sociedad no es ninguna secta. —Al afirmar esto, mi mirada se endurece, como para dar más peso a la aseveración—. No nos une ninguna creencia particular, y preferimos mantenernos alejados de cuestiones tales como la política o la religión, que podrían poner en peligro nuestro tan necesario trabajo. Yo la definiría más bien como una logia: la delicada naturaleza de aquello que sabemos hace necesarios el secreto y la discreción. Estoy convencido de que estará de acuerdo con eso: ¿quién sabe qué ocurriría si los asuntos que tenemos que tratar llegasen al conocimiento de las masas?
Cambio de postura en mi asiento, cerrando la mano derecha sobre el reposabrazos, formando un puño. Me permito esbozar el amago de una sonrisa para distender un poco el ambiente, aunque no dejo de tener la sensación de que el arzobispo y yo nos estamos midiendo el uno al otro, en busca de la menor debilidad, de una rendija en la armadura por la que colarnos.
También le aliviará saber que nuestro objetivo no es otro que combatir, precisamente, esas acciones paganas en contra de la naturaleza de Dios que tanto le preocupan. Lo crea o no, ese deseo ferviente es si acaso lo único que tenemos en común los miembros de la Sociedad. Todos hemos sufrido algún encuentro terrible que ha dejado su marca indeleble en nuestras vidas. Así que, si me pregunta, diría que nadie desea más que nosotros poner fin a esas cosas heréticas. Por eso, creo firmemente que la naturaleza de nuestros propósitos nos posiciona como aliados en el mismo bando.
Hago una pausa para dejar que mis palabras calen hondo, sin hacer más aspaviento que un levísimo gesto de asentimiento.
—Sepa que, además, nuestra primera labor nos lleva precisamente a tratar de hacer justicia al vicario Carl Eric Hedqvist. Asumo que ya conoce la triste noticia de su fallecimiento. —Escudriño los ojos del arzobispo, en busca de cualquier señal que confirme o desmienta su conocimiento del deceso—. El sacerdote Oscar Uddgren de Fjällbacka nos ha solicitado que investiguemos el misterio que hay tras su a todas luces extraña muerte. En su carta habla de la remota isla de Wrecker y de ciertas actividades reprobables que se llevan a cabo ahí. Pensamos que es nuestro deber prestar a tales cosas la atención que merecen. —Remate final—. Y para ello, necesitamos cierta información: ¿qué puede decirnos del vicario Hedqvist y del padre Uddgren? Cualquier cosa que pueda decirnos acerca de ellos nos será de gran ayuda, teniendo en cuenta el largo viaje que nos aguarda.
Exhalo profundamente por la nariz, sin apartar mis ojos de los de Reuterdahl. Esta es la cuota máxima de adulación de la que soy capaz en todo un mes; espero que sirva de algo.
Asumo que ya me puedo borrar la condición de Asustado, ¿no?
Disculpad si el coronel Alvar es demasiado proactivo y es siempre el primero en hablar y tal, pero es que su carácter hace que tenga tendencia a tomar la delantera siempre. Si resulta molesto o inconveniente, avisadme, porfa, y doy un pasito atrás :P.
A mi personalmente me parece magnífico que le des al coronel ese carácter de "echao pa´lante", por mi parte no vas a tener problema. Respecto a la condición de asustado, técnicamente deberías de recibir atención mental, pero podemos usar la regla del máster, esa que dice que las reglas se pueden torcer un poco siempre y cuándo sea coherente con el contexto. Por eso mismo, y aunque puedas seguir intranquilo, anotaremos que en el viaje en carruaje hasta la catedral os habéis podido relajar un mínimo y sois muy conscientes de que el peligro puede rondar en cada esquina. Así que en resumen, sí, podéis quitaros la condición de Asustado.
Edito: En cuánto Agnetha haga su post, actualizo escena
Iba a abrir la boca para hablar y convencer al Padre Reuterdahl sobre nuestra visita; sin embargo, Alvar se me adelantó y... su discurso, contra todo pronóstico, fue justamente lo que yo quería transmitirle al Padre. Es más, me atrevería a decir que se estaba explicando mejor de lo que yo jamás hubiera podido hacer...
Una ceja se me enarcó ligeramente, al tiempo que miraba a mi compañero mientras hablaba. Finalmente, cuando terminó, decidí tomar la palabra:
—El Señor Alvar está en lo cierto —añadí—. Como siervos del Señor, nuestro deber es hacer frente a la herejía...
No hacía falta añadir nada más. Alvar era un hombre con facilidad para hablar... no necesitaba mi ayuda. Por el contrario, en mi cabeza solo rondaba una idea: ¿Estaba equivocada con Alvar? ¿Acaso no era un apóstata?
Si Alvar no le convence, no creo que Agnetha pueda... xD ¡Menudo discurso se ha marcado!
—Ciertamente tiene usted una buena capacidad de oratoria Coronel, le felicito en eso. No obstante, su logia, secta, cónclave o reunión de brujas, cómo quiera llamarlo, para la Iglesia siempre ha sido preocupante. No me malentienda. No somos sus enemigos, pero tampoco somos sus aliados así que eso nos convierte en...—toma una breve pausa— conocidos de conveniencia.—
—Que ustedes estudien y hagan lo que sea que hacen por el bien común es algo loable, más me temo que eso solamente nos podría dejar de aumentar nuestros adeptos, y por ende, el peso que tiene la Iglesia y la religión sobre sus vidas. Es más preocupante sin embargo que un grupo de personas con diversos talentos pero de tan variopinta creencia religiosa como me está dando a entender, se reúnan libremente en los campos benditos por nuestro señor.—
—Sor Agnetha — dice mirandote con una gelidez casi palpable en los ojos— Confío en que una sierva de Dios como es usted sabrá que formar parte de este tipo de...cábalas puede traer consecuencias, así que espero que este segura de saber donde se está metiendo y de cuales son sus prioridades. Aunque me fíe plenamente de la palabra del Coronel y del fin último de La Sociedad para el exterminio de eso que dicen ver, sepa que va a ser vigilada de cerca, y que cualquier paso en falso....supongo que se pueder hacer una idea.—
Reuterdahl se retira un momento y trae un libro de casi un metro de largo por medio metro de ancho. El libro con cubierta de cuero rojo tiene decoraciones que presuponéis es oro, o pan de oro. Sus páginas estás amarillentas y parecen haber sido hechas a mano, cual pergamino antiguo, pero apiladas para formar un libro como tal. Debe pesar al menos 9 o 10 kilos. Lo abre y comienza a ojearlo y a buscar alguna referencia.
—Respecto a su petición les diré:
Al igual que su mentor, Carl Eric Hedqvist, el sacerdote Oscar Uddgren es discípulo del gran evangelista Henric Schartau. La de Schartau es una doctrina cristiana conservadora muy estricta que se está abriendo paso rápidamente por Suecia en la actualidad. Uddgren es un fanático en su persecución por la fe y muy leal al Vicario Hedqvist. Estoy seguro de que haría lo que fuera por proteger su honor, sea lo que sea que haya pasado.
Sobre su viaje, mucho me temo que es un lugar lejano y que necesitarán carruaje y más adelante tomar un barco por el Canal de Göta, y tras eso, otro carruaje más. NO quiero ser yo quien les traiga malas noticias, pero pinta a que será un viaje costoso. Tras varios días llegarán a Fjälbacka. No puedo decirles mucho más que esto ya que no dispongo de más información sobre ese paraje tan alejado. Quizás, si van, puedan venir a la vuelta y actualizar mis registros sobre qué es posible encontrar allí y de qué manera puede la Iglesia ayudar. —
Si tenéis alguna pregunta más. no dudéis en plantearla, aunque el tiempo de vuestra "cita" con el señor Reuterdahl parece estar llegando a su fín. Si no tenéis nada más, podéis volver a postear en el castillo ( misterio primero ), pero no marquéis a Ebba, Reidar, Castelferro, Lovisa, y para que no haya sorpresas, al propio pj del castillo.
Como no podía ser de otro modo, el arzobispo Reuterdahl no puede evitar la tentación de intentar quedar por encima (¿no era la soberbia un pecado capital?), buscando argumentos y amenazas donde no las hay para poder mantener una postura neutral y abstenerse de respaldar nuestras operaciones, a pesar de que su amada Iglesia va a ser la primera en intentar colgarse la medalla de nuestros logros, en caso de haberlos. El pontífice incluso tiene el descaro de admitir que la mayor objeción que tiene a nuestras actividades es la posible repercusión que el conocimiento de lo oculto podría tener en la actitud del pueblo y su confianza en la Iglesia. Tuerzo la boca, intentando contenerme, al tiempo que dedico una mirada de soslayo a la hermana Agnetha. Fue precisamente este tipo de cosas lo que me ayudó a decidirme a buscar en otra parte el consuelo a los horrores de la existencia. ¿Acaso una mujer de fe tan firme como Agnetha Löfgren no se da cuenta de lo corrupta que está su institución, de lo manipuladores que son sus dirigentes?
—Y ese es el principal motivo por el que conviene que nuestra actividad se lleve a cabo en secreto, monseñor. Por nada del mundo querríamos que el rebaño pensase que algo va mal y dejase de tener fe en su pastor —respondo, aunque en esta ocasión sí resulta perceptible cierto sarcasmo.
Las nada sutiles amenazas que el hombre lanza a mi compañera me parecen de mal gusto. Nadie debería tener el poder de hablar a nadie de ese modo. Sin embargo, por lo poco que conozco a la hermana Agnetha, me consta que tiene fortaleza suficiente como para ignorar esos comentarios y que estos no la afecten, de modo que permanezco en silencio hasta el momento en que el arzobispo sugiere que lo pongamos al corriente de nuestros descubrimientos en Fjällbacka.
—¿Oh? —murmuro, fingiendo sorpresa—. Dado que había manifestado su intención de supervisar nuestra labor, daba por hecho que alguno de sus hombres de confianza nos acompañaría en el viaje. Bueno, otra vez tendrá que ser. —Me doy una leve palmada en los muslos antes de levantarme de mi asiento, adelantándome un paso para estrechar con firmeza la mano del arzobispo. Lo miro fijamente a los ojos mientras me despido—: Ha sido un placer, excelentísimo y reverendísimo señor. Esta conversación, aunque breve, ha sido muy edificante e ilustrativa. Espero que nuestro desempeño en la aldea de Fjällbacka pueda al fin disipar sus dudas respecto a nuestra humilde organización. Ahora, si nos disculpa, tenemos un largo y costoso viaje que preparar.
Qué ganas tengo de salir de aquí de una buena vez…
Las frases que me dedicó el Padre Reuterdahl ciertamente podría hacer temblar hasta al cristiano más recio. Sin embargo, en mí no causó reacción ninguna. Ni siquiera parpadeé mientras le miraba, escuchando atentamente todas y cada una de sus palabras.
Finalmente, cuando terminó, asentí con la cabeza.
—Soy consciente de las consecuencias que puede tener, Padre —le contesté—. Pero es precisamente mi deber como sierva del Señor guiar a las ovejas hacia un pasto seguro. No es otra sino ésa mi inteción: evitar que los miembros de la Sociedad pierdan el rumbo y se alejen de la Palabra de Dios.
No tenía miedo de ser vigilada. Después de todo, nada escapaba al escrutinio del Señor, y bien sabía él que mi Fe era absoluta y real, y mi devoción inquebrantable. No tenía nada que ocultar a la Iglesia.
—Ha sido un placer compartir mi tiempo con usted, Padre.
Finalmente, me santigüe y salí tras los pasos de mi acompañante; guardándome para mis adentros cualquier posible pensamiento que hubiera podido sacar del encuentro con el arzobispo.