Partida Rol por web

El enorme porcino recibe un par de tiros y algunos golpes propinados por los investigadores que ante la amenaza de no salir vivos de esta cueva, plantan cara desconociendo el terrible destino que pueden afrontar.

Reidar, aparentemente cuerdo toma una decisión desesperada. Se avalanza contra el cerdo que sse sigue agitando violentamente para deshacerse de la zona superior del cadaver del padre Kransvik. Sus entrañas quedan esparcidad por todos lados y la sangre salpica a borgotones el suelo de tierra y polvo, que se va convirtiendo es una especie de barrillo a medida que es cadaver sufre una exanguinaación masiva.

Gloson, que recibe un golpe con la palanca de Reidar se encara con él con la intención de atacarlo al igual que hizo con el Padre Kransvik. En un momento de amistad incondicional, de valentía suprema y de lealtad soberana, Geri aparece para distraer a Gloson en el último momento, haciendo que el cerdo fantasmal cargue directamente contra el perrito, que frente a todo peligro, superpone su vida para salvar a su amigo, amo, dueño y señor. De alguna forma Geri ha conseguido escapar al ataque, pero la suerte no suele acompañar demasiadas veces, y menos con una criatura así.

Y, efectivamente, ahí está otra vez. Eso. Glosson. Mi cuerpo está a punto de paralizarse de miedo al ver cómo el padre Kransvik es despedazado exactamente de la misma manera en que lo fue Sanguina… pero entonces algo se rebela en mi interior. Mi rostro adopta una expresión de determinación y  me niego rotundamente a volver a sentirme inútil. Inútil como me sentí en el camino de la arboleda. Inútil e impotente, a merced de esa horrible criatura venida de otro mundo. No.

Nunca más.

El cuerpo de padre se interpone sutilmente entre Glosson y yo, protegiéndome como siempre ha hecho y  la visión de ese intenso azul topacio que siempre me inspira su presencia, me aporta la calma y la serenidad que necesito para no desfallecer. De hecho, más bien al contrario, esta vez me crezco ante la adversidad y la amenaza que supone el sobrenatural jabalí y pongo la mano en el hombro de Alvar, tratando de aportarte esa misma estabilidad que sin saberlo él me ha regalado. Azul. El intenso, profundo e imperturbable azul se extiende a mi alrededor como un estoico mar, sin olas ni marea, que abre mis sentidos y despierta mi mente analítica.

En ese momento escucho la voz de Castelferro, lejana y apagada en algún rincón de mi mente, diciéndole a padre que me saque de aquí. Y piensa que los vamos a abandonar a ellos a su suerte. Por un momento mi comisura izquierda esboza un amago de sonrisa. ¿De verdad no nos conoce todavía? No pienso permitir que se sacrifiquen para que nosotros nos salvemos. Padre sabe que no existe forma de convencerme de que me vaya dejándolos atrás. Y yo sé que a él tampoco. Por eso mis ojos empiezan a recorrerlo todo a nuestro alrededor. Ya no me fijo en el animal, ni siquiera en los demás, en lo que hacen o dicen. Porque no.

Porque nunca más.

Nunca más voy a verlo en rojo y negro.

El azul se sobrepone a esta caótica mezcla de sensaciones y, de pronto, al tiempo que se hace la luz en mi cabeza y mi mente ata rápidamente algunos cabos que quedaban sueltos, siendo plenamente consciente de lo que debemos hacer cuando salgamos de esta, al tiempo que padre, Castelferro y Reidar (¡incluso Geri!) encaran a Glosson y tratan de herirlo, al tiempo que la sangre y las entrañas del pobre Algot Kransvik forman en el suelo regueros con extraños patrones y un charco de barro funestamente rojizo cada vez más grande, mis ojos recorren las paredes y el techo del vano de entrada de la cueva.

Lo primero que se me ha ocurrido es que los jabalíes no pueden trepar a las copas de los árboles y que, quizás, subidos a algunos de ellos estemos seguros… pero dada la fuerza y la velocidad que le atribuyo a eso (y seguramente no voy desencaminada), lo más probable es que sea capaz de tumbar un árbol de un par de embestidas. Así que me centro en lo único que creo que puede detenerlo: la misma piedra. La tierra.

Busco una grieta, un resquicio, una roca desprendida, un pedazo de tierra más suelto. Lo que sea. Trato de encontrar una fisura en algún punto de la boca de la cueva que permita, mediante uno o dos tiros, provocar un desprendimiento. Si lo encuentro, se lo señalaré al coronel para que le dispare. Nos quedaremos encerrados en una cueva sin salida, sí. Pero quizás de este modo la criatura se marche cuando no pueda alcanzarnos y, en estos momentos, la perspectiva de buscar una manera de salir de las entrañas de la tierra me parece mucho más halagüeña que la de morir a merced de Glosson.

Respiro hondo. Retengo el aire y me tranquilizo. Azul. Azul marino, azul turmalina, azul índigo. Exhalo lentamente. Continúo mirando. Buscando. Tiene que haber algo. Un mínimo punto de apoyo ligeramente más débil que el resto. Debe haberlo. A mi modo de ver, nuestras vidas dependen de ello.

Gloson vuelve a encararse hacia el hombre que acababa de hacerle daño. La criatura se movía como si estuviera hecha de furia, motivada por la ira.  Gloson apunta sus colmillos hacia la parte más baja de la pierna de Reidar que aunque intenta escapar y esquivar, no es lo suficientemente rápido. Esta crituara, como ente sobrenatural parece excesivamente rápida para su tamaño. Reidar comienza a sangrar al haber recibido un tremendo corte a la altura del músculo Soleo, seccionando parte de su gemelo en dos. EL vagabundo tardará en recuperarse de una herida así si no recibe un tratamiento propio, pero al menos su vida no corre peligro por culpa de la herida. La presencia de Gloson indica todo lo contrario.

A pesar de mis disparos y de los denodados esfuerzos de Reidar y Ludovico, el monstruoso jabalí no parece retroceder lo más mínimo ante nuestros embates. ¿Es posible que esa cosa sea invulnerable a las armas convencionales? Mi corazón late desbocado, viendo cómo todo a mi alrededor se mueve ante mis ojos como una sucesión de instantáneas. Y entonces, ocurre lo que temía. El tiempo parece detenerse durante un instante eterno cuando el engendro infernal alcanza a Reidar, hiriéndolo gravemente, como si su pierna no fuese más que una tira de trapo que pudiese ser desmadejada con demasiada facilidad. La visión de mi compañero, mi amigo, recibiendo una herida tan dolorosa, me hace cobrar consciencia de lo fútil de nuestra resistencia. No hay manera de que podamos derrotar a Glosson.

Vamos a morir aquí.

De pronto, vuelve a venirme a la mente el diario del jefe Johnsson. Las manzanas, las nueces. Es nuestra única posibilidad. Tomando la manzana que Ebba me dio, la arrojo con todas mis fuerzas por encima de la cabeza de la bestia, todo lo lejos que puedo. Esperando que el monstruo vaya a buscarla, me giro hacia los demás.

—¡Corran, ahora!

Mientras me dispongo a emprender la retirada, paso un brazo bajo la axila de Reidar para ayudarlo a correr con nosotros. Con ese terrible tajo en la pierna, es harto improbable que sea capaz de hacerlo solo.

No hay nada. Alrededor no hay nada, nada que me pueda servir para taponar la entrada de la cueva. ¡Mierda! No hay manera de que Glosson nos dé un respiro ahora mismo, ni siquiera unos instantes para pensar qué hacer a continuación. 

¿Es posible que no haya manera de dañar a ese bicho? ¿Los disparos de padre, la puñalada de Leo y los golpes de Reidar no le han hecho más que un simple rasguño? ¿Qué clase de criatura es esa a la que nos estamos enfrentando? Por un momento, el imponente (y terrorífico) semental azabache de mi infancia me viene a la cabeza, recordándome que entre las criaturas sobrenaturales hay entes cuyo poder no alcanzamos a imaginar. Pero entonces el verraco se enfurece (más todavía, si cabe) y se vuelve contra el vagabundo. En ese momento no soy capaz de ver nada más que a eso atacando a Sin Raíces. 

«¡No!» profiero en un grito mudo, pero no soy capaz de moverme a tiempo.

Ese animal tiene una velocidad muy superior a la de cualquiera de nosotros y pronto la pierna de Reidar sangra profusamente. Antes de que pueda siquiera reaccionar a ello, padre, como siempre el más rápido, lanza su manzana y nos ordena correr en dirección contraria, tomando a nuestro compañero por un brazo para servirle de apoyo.

Sin pensar ni una milésima de segundo más, reacciono y le hago caso, sin dudarlo, corriendo en dirección a los arbustos en busca de Geri, sin el cual sé que Reidar no se iría jamás, silbando alto para llamarlo. Padre puede encargarse de Sin Raíces, así que yo encontraré al cachorro y me lo llevaré en brazos. En esos momentos agradezco infinitamente a la escurridiza Lovisa que metiera un par de pantalones suyos en mi maleta... 

El grito del coronel hace saltar a Castelferro como un resorte y hace lo que su instinto le lleva gritando desde hace un buen rato. Pero descubre que Ebba se entretiene a buscar a Geri y entonces se detiene y corre hacia ella, arrojando mientras tanto más nueces hacia Glossom.

—¡Ebba, Ebba! —se atreve a tutearla—. Deje a Geri. El chucho sabe valerse por sí mismo y corre más que nosotros.

Está perdiendo unos segundos cruciales, pero no puede dejar a la chica sola. Reidar está herido y el coronel le está ayudando. Ebba es ahora mismo la prioridad del ocultista, aunque le cueste la propia vida.

Había logrado que la atención de aquella criatura cayera en él, y aún cuando su instinto de supervivencia le había hecho saltar para intentar evitar lo inevitable, parte de su ser daba gracias de que el terrible jabalí no hubiera intentado atacar a nadie más. La visión de Geri en una pieza fue otra de las cosas que le hicieron sentir alivio incluso encima del dolor. La dulce Ebba cuidaría del cachorro, sabía que ella lo haría...

Pero sus compañeros parecían no estar dispuestos a dejarle perecer en ese lugar, incluso si eso les hubiera permitido escapar. Antes de darse cuenta, sintió la presencia del coronel junto a él, tirando para ayudarle. Hizo un intento de protestar, pero ya estaba siendo arrastrado fuera de allí. El dolor de su pierna, sin embargo, no le iba a permitir seguir el ritmo del resto. -¡Alvar, dejadme ahora, insensato!- Le riñó al coronel en voz baja. -Son vuestra hija y Leopold quienes más corren peligro ante este ser. Alejaos. ¡Marchad ahora!- Instó de nuevo, intentando liberarse del hombre.