Demasiado revuelto interiormente por la experiencia recién vivida como para que me importe lo más mínimo salvar las apariencias, aprovecho la excusa prestada por el señor Frisk para decir:
—Traiga una botella o dos de lo más fuerte que haya. Todos lo agradeceremos. —Y después, con una sonrisa un tanto forzada—: Gracias, señor Frisk.
La febril exaltación de la sangre frente al peligro va cesando, dejando en su lugar una extraña sensación de abatimiento e incomodidad de la que deseo deshacerme a toda costa. «Una o dos buenas copas no hacen daño a nadie», me digo a mí mismo mientras me llevo a la boca una de las cosas traídas por el mayordomo, sin apenas pararme a masticarla o siquiera a saborearla. Intentando abstraerme del desagradable hormigueo que siento en los labios, vuelvo a dirigirme a los demás:
—Bien, a quien le quede algo por decir, este es el momento.
¿Por qué tarda tanto ese Frisk?
El encuentro con el Draugr me dejó llena de admiración y una electricidad inquieta dentro del cuerpo, como si hubiera sido alcanzada por un rayo. Entré de nuevo al castillo con mis compañeros de la Sociedad repasando en mi mente los hechos que acababan de ocurrir visiblemente conmovida. Sin mediar palabra asentí mudamente hacia Frisk cuando el coronel pidió algo más fuerte y levanté una mano indicando que me unía al pedido, lo observé ligeramente preocupada por los pensamientos que rondarían su cabeza.
Agradecí al mayordomo el té que me había servido y mientras daba cuenta de él a pequeños sorbos dije -Qué cosa más excepcional acaba de ocurrir, que un alma encuentre paz eterna a causa de nuestra labor es algo enteramente conmovedor -apostillé con la voz suave pero firme mirando en derredor, queriendo medir el estado en el que se encontraban mis pares -Y eso no hubiera sucedido si no hubiéramos salido o si lo hubiéramos hecho con ánimos de destrucción, hermana Agnetha -la miré directamente y di un sorbito al té que escondió mi sonrisa -Espero que de ahora en más recuerde más las enseñanzas de Jesús y no las del Antiguo Testamento, no todos los enemigos se ven como tales -clarifiqué mi postura.
Luego dirigí mi mirada hacia el señor Wergeland y su mayordomo -Agradecería que nos informaran sobre lo que han averiguado en la Universidad en cuanto puedan, señor Øystein, señor Niles.
Castelferro acompañó a Lady Lovisa del brazo hasta el salón. Asintió cortés ante los halagos de la dama antes de responder a su pregunta sobre su conocimiento del noruego antiguo.
—Oh, bueno, no recuerdo bien dónde, quizás en mi visita a Oslo poco antes de venir a Uppsala —mintió con algo de remordimiento, pero tampoco era cuestión de hablar abiertamente de los lugares en los que había estado y el precio que había tenido que pagar a veces para aumentar sus conocimientos.
Castelferro, o mejor dicho, Yrjo Kalliokuusi había dedicado buena parte de sus tres años de viajes por el mundo a investigar acerca de la maldición familiar: por qué solamente afectaba a los hombres y qué debía temer realmente de aquel extraño poder. Para ello había contactado en ocasiones con otros miembros de su pueblo que vivían diseminados por toda Europa y el imperio otomano; todos o la mayoría de ellos sometidos a la misma discriminación y amenazas que los kaale finladeses.
Curiosamente había obtenido la mayor cantidad de información en España donde, a pesar de todo, los romaníes formaban una parte intrínseca de la cultura de aquel país; al menos de su mitad meridional. Había escuchado historias muy interesantes sobre casos similares al suyo, pero la dificultad de la comunicación y el amor de su pueblo al romance y a la fantasía (los payos lo calificarían simple y llanamente como propensión a la mentira) no le habían aportado toda la ayuda que necesitaba. No obstante, fue del pueblo calé hispano del que obtuvo algunas de las mejores artes para entrar en comunión con el más allá.
Castelferro regresó al presente cuando escuchó a algunos de sus compañeros solicitar bebidas espirituosas.
—No me vendría mal un trago a mí también, señor Frisk. Y espero que me cuente dónde estuvo embarcado —susurró al oído del mayordomo a la vez que señalaba el tatuaje—. Igual resulta que he viajado con alguno de sus antiguos camaradas...
Motivo: Manipulación (Empatía)
Tirada: 6d6
Dificultad: 6=
Resultado: 1, 6, 3, 3, 4, 1 (Suma: 18)
Exitos: 1
He dejado hecha una tirada de Manipulación para influir sobre el mayordomo... pero con un sólo éxito no sé si se reirá de mí en mi cara...
En Capítulos anteriores...
@Lady Lovi: -Agradecería que nos informaran sobre lo que han averiguado en la Universidad en cuanto puedan, señor Øystein, señor Niles.
Niles, situado junto a su amo, ladeó la cabeza y arqueó una ceja mirándole.
-Humm-humm-humm-hummmmmm...-, rio el mayordomo -THE ONE AND ONLY!- sin despegar sus británicos labios mientras sacudía ligeramente la cabeza, arrojando así la sospechosa sensación de que ocultaba algo. Algo ignominioso. Algo vil. ¿Quizás alguien había encontrado algo en la Biblioteca cuando se suponía que otro alguien debía encontrar ese algo porque, en fin, el primer alguien no era detective y el segundo alguien decía serlo?
Maybe... Maybe.
Pero Niles era un profesional -no como ese advenedizo de Friskkkkk- y no iba a dejar en mal lugar a su joven amo de melena indómita y tupé pronunciado.
-Oh, an excellent question, milady... Encontramos un libro que habla sobre Mölle y algunas de sus gentes más notables, entre los cuales algunos captaron la atención de mi señor, a saber: Algot Kransvikkkk, Nils, que no Niles, Corfitzon, Katarina Jönson y Magnus Lundin-, recitó de memoria el chambelán con las manos a la espalda. -Kransvikkkk es el clérigo local, Corfitzon es el regente del Mölle Inn, uno de los pocos negocios florecientes del lugar; Jönson es dueña del Mölle Seaside Hotel, y finalmente, el señor Lundin es el cuidador del faro.
Niles guardó silencio, aguardando la intervención de su amo, que seguro que refería las particularidades de la orografía del lugar que iba a atraer la próxima investigación de aquel pintoresco grupo de obsesos del ocultismo.
El detective se paró en un extremo del salón y dirigió una fugaz y entrenada mirada a su alrededor. Por delante iba Lady Lovisa, con ese andar liviano propio de los cazadores.
—¿Lo escuchas, Niles? —inqurió acercándose peligrosamente al mentón de su mayordomo— Son los pasos del predador antes de cernirse sobre su presa —advirtió un instante antes de alargar súbitamente el brazo hacia el paraguas que sostenía el mayordomo, a fin de asegurar la posesión del preciado objeto.
—Los hechos en lo que respecta a Oggo, antigua integrante de la Sociedad y vieja amiga de la señora Elfeklint, son los siguientes —comenzó ante la pregunta de la mujer.
Bajo la atenta mirada de su mayordomo, refirió en una cuidada narrativa todo lo acontencido en la biblioteca universitaria1, con excepción de la escandalosa y pública diatriba de Niles respecto a como algunos hombres eran más iguales que otros, una jerarquía donde no costaba adivinar a los hijos de Albión ocupando el primer y más privilegiado lugar.
—La señora Oggo —no pudo evitar imaginarse un troll de tres cabezas— ha sugerido llevar todas las armas, herramientas y objetos extraños que seamos capaces de encontrar. Al parecer han quedado atrapados en el hotel de la ciudad luego de que alguna especie de ritual saliera mal.
Los ojos acuosos del detective se posaron con cierta impertinencia sobre los de la cazadora.
—¿Es usted una buena observadora, Lady Lovisa? —preguntó, antes de agregar en un tono reflexivo— Con frecuencia este es el caso entre las mejores cazadoras. Si así fuera, nos complacerá sobremanera contar con vuestra presencia en el asunto que atañe a la señora Elfeklint. Os aseguro que estaríais en buena compañía. Nadie elabora mejores desayunos que el señor Niles —concluyó palmeando con cierta intensidad la rígida espalda del británico.
1 Palabra del master. (Sorry, muy perezoso para poner en las palabras propias del detective XD)
En efecto y con una inusitada calma que lleva al buen Niles al calentamiento de espalda de forma hercúlea y con una demostración de destreza pese a su aparente edad que deja boquiabiertos a los estupefactos jóvenes que allí estudian, el libro es sin duda alguna, el acertado para la empresa que se os ha acometido.
El Valle es una península situada al noroeste de Skane donde el lecho de roca se ha alzado hasta la tierra llevandolo a formar altos riscos y pequeñas bahías con playas a lo largo de la costa.
En el interior el paraje es mucho más dramático con riscos escarpados, cuevas y formaciones rocosas. Todo está cubierto por un bosque frondoso que alberga una gran cantidad de fauna. Se pueden encontrar pequeñas granjas aquí y allá, y en el borde más alto de la península se puede encontrar el Faro. Habrá unos 5 kilómetros entre Mölle y El Valle, y se ha construido un camino entre los dos por el bien de los turistas. A esto se le llama La carretera Romana.Mölle es una pequeña aldea, casi pueblo que cuenta, al menos en los registros actuales del libro, que datan ya de unos años, de al menos un centenar de casas construidas en semicirculo alrededor del puerto. Muchas de ellas os podrían recordar a las casitas hechas con galletas de jengibre. De al menos un piso, o piso y medio de altura con la planta más alta utilizada como dormitorio. Los edificios están situados en una colina empinada, y diez de ellos han sido catalogados como villas dada su magnitud sobre el terreno. En una de estas villas es donde la dueña del Hotel; Katarina Jönsson reside. Las bahías están llenas de playas arenosas que se discurren a lo largo de toda la costa. En el centro del pueblo se puede encontrar el Mölle Inn, una posada hecha de madera, de al menos dos plantas donde l bebida y la comida se sirve a los pescadores y turistas por igual.
Al sur del pueblo se encuentra la capilla; Una pequeña iglesia hecha de piedra labrada con un cementerio en la colina que gradualmente hace transición hacia los bosques de la zona.
Gente destacada de Mölle:
Algot Kransvik: El sacerdote local
Nils Corfitzon: Un caballero de mediana edad que regenta el más que beneficioso Mölle Inn.
Katarina Jönson: Dueña del Mölle Seaside Hotel
Magnus Lundin: Cuidador del Faro
PD: Narro de acuerdo a lo conversado en el off con respecto al armado de los dos grupos. Como cada grupo quedaría conformado por tres personas que han averiguado más sobre uno de los casos, dejo una propuesta del destino de cada uno, pero es sólo eso, una propuesta :P
Hoy has liberado un alma...
Las palabras de mi amiga no dejan de resonar en mi cabeza una y otra vez, una y otra vez, mientras camino tras los pasos de padre hacia el interior del castillo Gyllenkreutz. En el momento en que me las ha dicho, me han reconfortado sobremanera, devolviéndome esa tan característica amplia sonrisa que me caracteriza. ¿De verdad hemos liberado un alma? ¿Qué significa eso? ¿Es que acaso aquel vaesen no era una criatura sobrenatural, sino una reminiscencia de alguien que existió, un eco del pasado? ¿No era... malvado? ¿Acaso existe otra cosa más allá de las temibles "criaturas" con las que ya nos hemos encontrado cara a cara? ¿Almas atormentadas, en pena, atadas a este mundo, errabundas, sin poder trascender a su siguiente estado de consciencia por culpa de algo que no se ha completado, de algo que se les ha arrebatado o que han perdido?
Hoy has liberado un alma...
Mientras los demás hablan, mi mente, absolutamente ajena a lo que dice mi recién adquirida familia, merodea peligrosamente por los intrincados recovecos de la realidad, haciendo equilibrios sobre la delgada línea que separa esta de la locura, lo visible de lo invisible, la estabilidad de la vorágine de hipotéticas probabilidades de la que, si caigo en ella, sé que me será muy difícil escapar sin ahogarme primero. Y, sin embargo, no puedo dejar de pensarlo.
Ojos amarillos. ¿Tendría alguna otra finalidad oculta? ¿Necesitaría a mi sobrino para algo? ¿Para algún fin oculto, diferente, o no malintencionado? ¿Necesitaría... mi voz? Al tiempo que trago saliva simplemente para asegurarme de que mi garganta todavía sigue ahí, mi mano se posa inconscientemente sobre mi cuello al pensarlo. ¿Había sido simplemente un pago? ¿O algo más? ¿Habría desaparecido sin más o...? ¿Acaso aquel ser... la está utilizando para algo? Y entonces, caigo de la cuerda floja y comienzo a ahogarme en la vorágine.
Sin dejar de tocarme el cuello, una expresión de preocupación acude a mi rostro al tomar conciencia de cuán ínfimo es el conocimiento que poseemos sobre el otro lado del velo, cuán insignificante el alcance de nuestra visión... cuán pequeños somos todos nosotros, en nuestra grandeza, nuestros orgullos y nuestra fortaleza, comparados con todo aquello que nos espera de ahora en adelante, pergeñado por las complicadas energías que mueven el mundo invisible...
Me siento pequeña. Muy pequeña. Minúscula.
Hoy has liberado un alma...
Y, sin embargo, en este momento, esa frase no me reconforta en absoluto.
Parpadeó suavemente hacia el señor Wergeland y hacia su mayordomo -aunque este último no podía verle- y esbozó una sonrisa de lado de labios cerrados -¿Que si soy una buena observadora? -preguntó con voz mesurada y dejó la taza sobre la mesita un instante -Creo que conoce la respuesta, estimado Øystein -amplió la sonrisa y alzó ligeramente el mentón mientras juntaba ambas manos sobre su regazo, enderezando la columna -De hecho, aquel mensaje que le dejé aquella vez daba cuenta de ello -se jactó no pudiendo evitar hacer gala de aquel detalle -divertido, pero también desafiante-, que solo ellos y quizás Niles conocían. Lo observó devolviéndole una mirada con equivalente impertinencia, ya podía sentir en sus músculos de cazadora que se iba a divertir mucho.
Sostuvo su mirada en la del detective unos momentos en los que en sus ojitos oscuros brillaba una pizca de sana competencia y decidió romper el silencio ella misma, muy elegantemente volvió a tomar su tacita y le dio otro pequeño sorbo, luego afirmó -Será un placer acompañarlos y probar los desayunos del señor Niles -esto último lo dijo dirigiendo su voz hacia el no-vidente, dando en su tono un suave énfasis de complacencia ante la idea.
Luego miró a Ebba, la vio envuelta en sus propios pensamientos y sintió una suave punzada de preocupación, sus ojos pasaron al coronel, a Castelferro. Esperaba que estos viajes no los separaran demasiado tiempo...
Vale, necesito que alguien me resuma.
Grupo 1 Fjallbacka : Miembros-Ventaja ( Si )---¿Transporte y costo?-Armas y equipo para la misión ( Se pueden comprar antes de partir)
Grupo 2 Molle : Miembros-Ventaja ( Si)---¿Transporte y costo?-Armas y equipo para la misión ( Se pueden comprar antes de partir)
Recordad que tenéis a vuestra disposición un mapa de la zona aqui https://i.ibb.co/w7V6FGH/Mythic-North-Map-Feedback...
Y el listado del equipo aqui https://www.comunidadumbria.com/partida/vaesen-a-w...
Una vez adentro, el vagabundo buscó ubicarse a cierta distancia de todos, Geri volviendo rápidamente a su lado luego de haber rondado las piernas del detective. Al llegar el mayordomo con el carrito, se fue acercando lenta, sibilinamente, para tomar algunas de las nuevas y frescas pastas, rellenando sus bolsillos y dando algunos más a su amigo cuadrúpedo.
El coronel parecía impetuoso por tomar las decisiones sobre cuál sería el rumbo a seguir a partir de ese momento, y el resto compartía a viva voz lo que se había descubierto sobre la misión que su benefactora les había querido encomendar; por otro lado la pequeña Ebba parecía esconderse en sus pensamientos. Agarrando otro puñado de pastas, el Sin Raíces se acercó a su amiga, y extendió las pastas hacia ella. -Come.- Le dijo, mostrando aquella sonrisa que tenía siempre para la dulce pelirroja, una sonrisa que se reflejaba incluso en sus brillantes ojos azules. -Te hará bien algo de azúcar, hemos estado ante una situación que no se ve todos los días.- Él también se llevó una de las pastas a la boca, como si de ese modo le estuviera animando a imitarle.
Sus ojos se tornaron hacia donde Øystein, escuchándole dirigirse hacia la señorita Lovisa. -¿Nos dividiremos entonces? ¿Øystein, Lady Lovisa, y Niles a Mölle?- Preguntó, interesado en ver quién tomaría el liderazgo en ese caso, si habría una lucha entre poderes o si cederían a la sabiduría de alguno de los presentes.
xD el Master me pisó ^^u
Los ojos de sor Agnetha todavía brillaban con un fulgor febril. Había retornado al interior del castillo siguiendo a sus compañeros casi mecánicamente, hundida en reflexiones erráticas que parecían no conducirle a ninguna conclusión. Aquel espectro del infierno se había marchado, y aunque se empeñaba en calificarlo de ese modo, el cambio que había sufrido su aspecto en el último momento, esos ojos azules y rasgos humanos —y sobre todo esa sombra de agradecimiento en su semblante—, la habían desconcertado.
Sentía temblar su mano. Había estado preparada para que, en caso de que ese ser levantara sus armas contra ellos, alzar su crucifijo al cielo e implorar la intervención del Señor, al mismo tiempo que habría deseado empuñar ella misma una de aquellas armas para enfrentarle. O sus propias manos desnudas, tanto daba. Todo antes de dejar que hubiera tocado un solo pelo de Ebba.
Escuchó las palabras de lady Lovisa y clavó en ella sus ojos fulgurantes preguntándose si no tendría razón. Pero eso fue solo un instante porque a pesar de todo no podía concebir que aquella criatura fuera un alma que acabara de congraciarse con Dios, sino un pobre condenado que parecía necesitar sus armas para algún tipo de combate, quién sabe si una guerra perpetua en el Purgatorio (¿qué otra cosa podía ser el Valhalla sino?) Recelosa, miraba la mano de Ebba preguntándose qué de bueno podría haberle otorgado un pobre desdichado. Y ahí, sin darse cuenta, la roca de su corazón algo se había resquebrajado, pues en su mente confundida y presa en parte todavía de una sombría exaltación, aquel ser ya no era un demonio sino una pobre alma condenada a purgar sus pecados. Pero Agnetha no pareció darse plena cuenta de ello.
Para cuando sus oídos volvieron a atender a las palabras del resto, se encontraba en el salón donde se había servido el té. Se sirvió una taza a tiempo de escuchar al señor Rotløs preguntar si iban a separarse para poder atender a los requerimientos que les aguardaban. Ella suspiró y agarrando con tanta fuerza el crucifijo que colgaba de su cuello como para que sus nudillos empalidecieran, rogó a Dios que la llevara allá donde pudiera servirle mejor.
A medida que todos se van acomodando y empiezan a degustar el ciertamente delicioso refrigerio que el señor Frisk se ha tomado la molestia de prepararnos, Niles nos da un pequeño adelanto de los resultados de la investigación que Wergeland y él han llevado a cabo en la biblioteca de la universidad, poniendo nombre a las personas más destacables de Mölle. El detective no tarda en unirse a las explicaciones, complementando la información de su mayordomo con otra de su propia boca, acerca del enclave natural de la península del Valle y de la aldea de Mölle: un pueblo de alrededor de un centenar de edificios, de los cuales tan solo diez superan el tamaño de las construcciones más habituales. Una de estas es precisamente el Mölle Seaside Hotel, el lugar desde el que la amiga de Linnea Elfeklint y sus socios esperan la ayuda de la Sociedad.
Cuando Wergeland y Niles terminan su exposición, vuelvo a dirigirme a todos los presentes:
—Estaba a punto de sugerir que, dado el considerable tamaño de la actual encarnación de la Sociedad, podríamos considerar la idea de abordar ambos asuntos, el del vicario Hedqvist de Fjällbacka y el de la señora Olga, en Mölle… Pero veo que algunos de nosotros ya hemos llegado a esa misma conclusión —afirmo, dedicando al señor Rotløs una sonrisa. Mis ojos van un poco más allá; es entonces cuando veo a mi hija, cerrando una de sus manos en torno a su cuello como si se tratase de un cepo, el rostro demudado en una expresión de angustia. Trago saliva—. Si todos estamos de acuerdo, mañana podemos empezar con los preparativos que requerirán ambos viajes. Muchas gracias a todos. Hoy han demostrado ser un equipo formidable. Ahora creo que ha llegado el momento del merecido descanso.
Apenas termino de hablar, cruzo la sala en pos de donde se encuentra Ebba; evito caminar demasiado apresuradamente para no llamar la atención más de lo necesario o generar una situación incómoda para mi hija. Me conmueve ver que el noble Reidar se ha acercado a ella y está tratando de consolarla: claramente, su amistad con Ebba es sincera y valiosa. Muchos de los que juzgan al señor Rotløs por su condición social deberían aprender una lección de humildad y lealtad, si fuesen capaces de tragarse su orgullo y prestar oído. Cuando llego frente a mi niña, la tomo delicadamente de la barbilla y levanto su carita hacia mí, buscando sus ojos que son un reflejo perfecto de los míos.
—¿Te encuentras bien, pequeña? —murmuro, tratando de encontrar algo de privacidad entre tantas personas; no me molesto en gesticular en la lengua de signos al tiempo que hablo—. Dime, ¿qué pasa, qué tienes?
A pesar de mi preocupación, mi tono de voz es controlado, pausado y reconfortante. No quiero cargar a Ebba con mis temores además de los suyos.
Y sin embargo, esta vez no resulta tan difícil salir de la vorágine. Una ronca y familiar voz se cuela entre los jirones de remolino y tira de mí en dirección a la zona luminosa de mis pensamientos.
-Come.-
En ese momento doy un respingo, ni siquiera me he dado cuenta de que se me ha acercado, pero me giro, quitando la mano de mi garganta automáticamente cuando me percato de que la tengo ahí puesta. Con una sonrisa amplia y eterna, agradezco el gesto de Sin Raíces y, contemplando divertida cómo engulle la galleta que para él debe de ser todo un manjar, hago lo propio y le doy un bocado mucho más recatado a la mía. Lo contemplo durante unos instantes, por fin ha aceptado comida y ropa sin negarse antes cincuenta veces. Al final va a resultar que el castillo Gyllencreutz les va a venir bien a todos. De no ser por...
Trago la galleta con dificultad y clavo una sincera mirada en los ojos cobalto de mi amigo. Levanto las manos y con gestos temblorosos comienzo a decir: «Sabes que no lo hice yo... no... adrede, ¿verdad?» pregunto. «Jamás haría...» pero los gestos no me salen, así que lo vuelvo a intentar: «Yo no lo traje. Eso ya estaba aquí, habría aparecido tarde o temprano, quizá en el mismo momento... yo solo... solo escuché su mensaje».
«Jamás haría nada que os pusiera en peligro a Geri o a ti, lo sabes, ¿verdad?». Inquiere mi mirada, aún fija en el marcado rostro de Reidar, mientras me agacho para coger al cachorro entre mis brazos y achucharlo cariñosamente.
Entonces lo vuelvo a dejar en el suelo y cojo el platito de la taza de té que estoy bebiendo. Lo pongo en el suelo y, tras comprobar que Frisk no está por ahí para regañarme (aunque, realmente, si lo hiciera me importaría bien poco en ese caso), vierto sobre él un poco de leche de la pequeña jarrita de porcelana que hace juego con la delicada tetera. Me niego a darle galletas con azúcar a Geri, pero seguro que un poquito de leche también lo agradece.
Cuando me pongo en pie, escucho que mi padre ha terminado de hablar con los demás y veo cómo se acerca a nosotros. Me pregunta si estoy bien, seguramente me ha visto antes, cuando me hundía en la vorágine. Me fuerzo a sonreír sinceramente para tranquilizarlo, pero esta vez no me voy a callar, quiere saberlo... merece saberlo.
Con gestos mucho más pausados que previamente para que él pueda entender todo su significado, comienzo asintiendo a su primera pregunta y, después, hago un gesto inequívoco; señalo un bucle de mi pelo con un dedo índice que gira en espiral y después me toco el pecho, sobre el corazón: mamá. Estaba pensando en mamá, significa. Entonces miro alrededor y vuelvo a gesticular: «¿Damos un paseo antes de acostarnos?».
Entonces me giro hacia Reidar, que contempla cómo Geri relame el ya hace tiempo vacío plato, y le doy un cálido abrazo. «Gracias» le digo de corazón, con un sentido gesto. Después me despido del resto de la sala con un asentimiento y un sonrisa (y un leve roce con la mano en el hombro de Niles) y espero en la puerta a que mi padre termine de atar todos los asuntos pertinentes para la partida. Cuando finaliza y se acerca a mí, salgo con el al pasillo.
Vale, necesito que alguien me resuma.
Estoy un poquito saturada mentalmente ahora mismo master y esta parte del sistema no la controlo tanto (todo lo relativo al control del capital común y cómo se usa). Creo que voy a dejar que te resuma otro que lo tenga más fresco... ^^''
Una vez en el pasillo, mis pies se dirigen sin embargo en dirección a la biblioteca; después de lo ocurrido, no tengo demasiadas ganas de volver a salir al exterior, además, los libros me atraen demasiado y me siento cómoda entre ellos, tranquila, relajada. Padre lo sabe, así que supongo que no le sorprende que mis pasos se encaminen lentamente hacia esa sala. Mientras tanto, con los ojos perdidos en algún punto indeterminado de las tablas del suelo, mis manos gesticulan despacio, tratando de formar con los limitados gestos que conozco los complicados conceptos que bailan desde hace un rato esa macabra danza en mi cabeza. Hay muchas cosas que le quiero contar al coronel, pero se agolpan en mi mente y se suceden mucho más rápido que mis movimientos, así que me sereno y trato de compartimentalizar los temas, como hace él. Escojo el primero de ellos: mamá. Y entonces trato de explicarme:
«Todo esto» comienzo, haciendo el gesto de pasado cercano, «me ha hecho reflexionar... ¿y si? ¿Y si ojos amarillos tenía alguna finalidad oculta? ¿Y si había algo más detrás de sus actos? ¿Intenciones más complejas, que no alcanzamos a comprender? ¿Y si fue quien lo provocó... lo de mamá... para que acabáramos... para que yo terminara pidiendo...?»* pero no acabo la frase, no puedo, aún no soy capaz. «Si tenía una finalidad oculta... ¿qué querría?».
*Belgeval, no tengo claro si te he llegado a contar lo que me pasó a mí esa noche con detalle. Es decir, obviamente sabrás que la vi "descansar" por fin y sabes que desde entonces no tengo voz. Pero... ¿te llegué a contar que de hecho pedí ayuda a quien fuera y que ofrecí lo que hiciera falta a cambio? ¿Te he llegado a contar que creo que pagué con mi voz? Te pregunto porque este detalle creo que no lo habíamos hablado (al menos ahora mismo no lo recuerdo), pero lo que tú prefieras, si te lo he contado antes, genial, si no, te lo contaré ahora XD. Así que lo que tú prefieras^^.
Dire, ¿podemos pasar un rato a la escena de la biblioteca antes de "irnos a dormir"? Me gustaría contarle a mi papi on-rol un par de cosas en privado antes de acostarnos. :)
Chicos, por ahora no nos marquéis a Ebba ni a mí en vuestros posts (nos vamos a dar un garbeo), a menos que hagáis algún comentario o algo en un momento anterior a que nos vayamos.
Auri, estoy con tu post :).
A pesar de la sonrisa de mi hija, nuestros ojos no pueden mentirse. Asiento lentamente, comprendiendo, cuando me dice que ha estado pensando en su madre. Yo también lo he hecho, bien lo sé. No pasa un día sin que me suma en la profunda rememoración del amor que perdí, que ahora ha dejado un agujero frío y palpitante en mi pecho hueco. Amargo y cruel destino, que me ha quitado hasta su hermoso recuerdo. Porque, aunque jamás me permitiré decirlo en voz alta, por mucho que piense en mi Lisbeth, no consigo recordarla a ella. La imagen de su amado rostro, de sus cabellos rojos como el cobre, sobre los que los años habían derramado nieve de la forma más graciosa, han quedado borrados, trocados por esa cosa blasfema, esa parodia pálida y muerta que me miró con ojos encendidos antes de que le cortara su espantosa cabeza. Esa cabeza de cabellos rojos como la sangre, que la muerte había ensuciado con amarga ceniza.
Cuando supe lo que había pasado realmente aquella noche, lo que Ebba había hecho, me enfadé. Muchísimo. Me enfadé con mi hija, y me odié inmensamente por ello. Porque en realidad sabía que ella no tenía la culpa. No entendía lo que había pasado, pero de lo que estaba seguro era de que no había manera en el mundo de que Ebba supiese lo que iba a suceder. De lo contrario no lo habría hecho. Además, no habría supuesto ninguna diferencia: Lisbeth ya estaba muerta. Ojos Amarillos solo la trajo de vuelta, cambiada, antes de que yo la matase una segunda vez. Aquella ira iba en realidad dirigida a mí mismo, por no haber estado allí. Porque supongo que la ira es una emoción más fuerte que el dolor.
Mi hija y yo caminamos lenta y silenciosamente por el pasillo. Tomándola suavemente del brazo, puedo sentir claramente los pensamientos y las emociones que se agolpan en su cabeza y en su corazón, pero le doy tiempo. Si algo tendré siempre es tiempo para ella. Cuando finalmente se decide a compartir conmigo sus cuitas, la contemplo con serenidad. Sus primeros gestos son atropellados, volviendo en varias ocasiones sobre sí mismos; le resulta difícil hablar de ello. ¿Cómo no iba a serlo? Mirándola con una pequeña sonrisa, inspiro y espiro profunda y lentamente, recordándole que no pasa nada, que conmigo está a salvo y puede hablar con tranquilidad y franqueza. Al fin, Ebba se calma y consigue transmitirme sus preocupaciones de un modo más ordenado. Habla de aquella noche. De Ojos Amarillos. De las preguntas que asaltan su mente respecto al porqué de sus acciones. Vuelvo a sentir un leve eco de cólera al recordar lo que sucedió. Pero no hacia mi hija, no, sino hacia esa cosa. Esa cosa que la engañó, que le quitó tanto a cambio de falsas promesas, que solo le trajo la desgracia. Nos la trajo a todos.
Mientras sigo sus gestos con la mirada, me gustaría poder reconfortarla, poder dar respuesta a sus dudas. Pero solo soy su padre. Solo puedo compartir su carga y su angustia, por mucho que quisiera hacerlas mías y liberarla a ella.
—Niña querida —empiezo a hablar, suavemente, mientras gesticulo despacio. Mis cejas han adoptado la característica forma de la aflicción—. No podemos saberlo. Yo también lo he pensado. Muchas veces. Quizás fue él quien lo hizo. Porque si no, ¿por qué iba a acudir a ti después, ofreciéndote…? —Estaba a punto de decir «arreglarlo», pero mis manos se interrumpen con la misma brusquedad que mi voz. ¿Cómo puede llamarse «arreglo» a lo que hizo?—. Pero no lo sabemos. Puede que nunca lo sepamos. A no ser que… Lo que hemos visto esta tarde en el sanatorio… —Me detengo en mitad del pasillo, girando todo mi cuerpo hacia Ebba. Mis manos se posan delicadamente sobre sus brazos, y la miro fijamente a los ojos. Me muerdo ligeramente el labio. Mi hija es la única persona en el mundo a la que me permito mostrar mi duda, mi temor—. Ebba. Me doy cuenta de que ya eres una mujer, y no puedo decirte lo que tienes que hacer. Pero quiero prometerte una cosa: pase lo que pase, aunque a veces me cueste entender las cosas y por muchos que puedan ser mis defectos, siempre podrás confiar en mí. Solo te pido que si alguna vez vas a hacer algo peligroso… —Mi mirada va alternando de uno de sus ojos al otro—. Por favor, dímelo. Habla conmigo. Dame al menos la posibilidad de intentar quitártelo de la cabeza. Y deja que esté cerca de ti. No puedo protegerte de todo, pero al menos así podré intentarlo.
Acaricio tiernamente el rostro de Ebba con una sonrisa melancólica. Mi hija. Qué mayor se me ha hecho.
El detective se revolvió algo incómodo en su asiento. Intercambió una breve mirada con Niles, quien, desde las alturas, parecía inclinarse hacia adelante como el mástil de un navío azotado por el viento, con la expectación de furious gossiping dibujada en el rostro. Aunque también creyó detectar algo de "Touche, milady" en el brillo de sus ojos, por lo común apagados.
—Oh, ese asunto —dijo con una sonrisa de disculpa, como quien aparta una mosca molesta— Me temo que no tengo libertad para discutir mis casos en público —añadió evasivamente, extendiendo ambos brazos sobre la mesa con la palmas de la manos hacia arriba.
Apartó la mirada de la cazadora y fue testigo de como Geri abandonaba los restos de su comida en uno de los extremos del salón. El detective tuvo entonces una idea bastante aproximada de lo que consistiría el primer desayuno de Lady Lovisa en el trayecto hacia Mölle.
La cazadora parecía ronronear como un gato entre sorbo y sorbo de té, regodéandose en la situación. Carraspeó para añadir algo más, pero enonces Reidar intervino. No le sorprendió que su amigo se decidiera por Ebba. Hasta Geri parecía preferirla últimamente. Can y vagabundo eran espíritus libres, su pobreza sólo podía entenderse de esa manera. A veces pasaban temporadas enteras en las que Wergeland era incapaz de dar con el paradero del hombre. Y, sin embargo... aquella decisión le había disgustado. Reidar era útil cuando el mayordomo se ponía especialmente impertinente, entre ambos alcanzaban un delicado equilibrio en el que el detective podía balancearse con libertad. Además perdía otro aliado en su disputa con la cazadora.
Entonces su mirada se posó en el único miembro de la Sociedad que aún no había sido incluído por grupo alguno: sor Agnetha Löfgren. Sí, la monja con sus desvaríos religiosos sería ideal para paliar la actitud desafiante de la cazadora con una buena dosis de exacerbado celo cristiano.
—Sor Agnetha, nos complacería sobremanera contar también con vuestra presencia en este misterioso asunto.
Con toda seguridad Mölle era un destino preferible a Fjällbacka, sitio en el que el vicario había sido asesinado, y donde no era difícil imaginarse a Agnetha arribar para proceder a pasar por el hacha a todos los pescadores a varios kilómetros a la redonda.
Aún estaba medio absorta en una muda oración cuando tal vez Dios contestara a su ruego por medio del detective Wergeland. La mirada inicial que Agnetha le dedicó no parecía sin embargo reconocer este hecho. Más bien lo miró con aireada brusquedad achacándole que la había sacado de su conversación interna con el Señor. Hasta que, finalmente, entendidas las palabras que le dirigía en ese breve espacio de tiempo que necesitamos para saber qué se nos dice cuando no estamos escuchando, terminó por intentar sonreír, aunque lo que resultó no fue exactamente una sonrisa. Antes de que lo hubiera podido parecer habría necesitado unos buenos ejercicios para desentumecer hacia esos menesteres todos los músculos de su cara.
—Pueden contar conmigo, señor Wergeland —respondió inclinando levemente la cabeza hacia el detective en señal de reconocimiento.
Cuando volvió a llevar la taza a sus labios se formó sobre ellos la sonrisa a la que su rostro sí estaba habituado. Recordaba que en el asilo se había dicho que la mujer a la que tenían que auxiliar había decidido seguir los caminos de la brujería. Un escalofrío a medio camino entre el espanto y el deleite recorrió su espina dorsal.
No sé si estoy atropellando a alguien al volver a postear. Si es así borro el post sin problemas.
Cuando padre me coge por los brazos, colocándome en una posición en la que no puedo evitar mirarlo a los ojos, esos profundos océanos turquesa que he heredado, aunque mucho menos eternos, mucho menos sabios, me pierdo completamente esa reconfortante mirada en la que a pesar de todo, a pesar de las infinitas preocupaciones que le he provocado, de los miles de disgustos, de las inmensas decepciones, siempre encuentro un reconfortante remanso de calma, comprensión y confianza. Allí siempre me siento protegida. Puedo ver sus dudas, sus temores... emociones que no muestra ante absolutamente nadie más, ni siquiera Signe... creo. Solo conmigo. El valiente, sensato y fuerte coronel Björklund también es, en el fondo, humano. Y lo abruman los mismos pesares que a todos los demás. No puedo evitar sonreír comprensivamente, agradeciéndole en silencio que conmigo se muestre siempre tal y como es. Eso no hace sino que lo valore más aún como persona y como padre.
Mientras me fijo en cada uno de sus microgestos, en cada arruga de sus ojos, en cada detalle de su rostro, escucho todas y cada una de sus palabras, observando los gestos de sus manos con detenimiento gracias a mi visión parafoveal, porque no despego la vista de sus angulosas facciones. Asiento lentamente, varias veces, a medida que habla. Entiendo perfectamente todo lo que me está diciendo. Agradezco sus palabras y valoro mucho la visión que tiene ahora de mí. Pero entonces escucho su petición y, después de lo que ha ocurrido, espero que sepa que nunca he dejado de confiar en él... en ningún momento pensaba ocultarle lo de hoy, tenía intención de contárselo todo con calma, si tan solo el metomentodo de Frisk no se hubiera metido haciendo erróneas atribuciones de causalidad...
Las palabras de padre me conmueven, así que mis labios se abren mudos tratando de responderle, vocalizando las palabras que se agolpan en mi mente frenética, en un impulso, un acto reflejo que aún hoy todavía tengo cuando me emociono lo suficiente como para que se me olvide que de mi garganta no sale sonido alguno, como esta vez, como tantas otras veces. Entonces inspiro hondo, como Alvar me ha enseñado, dejo escapar el aire, calmándome, tratando de poner un poco de orden en medio de todo mi caos mental. Y comienzo a gesticular.
«Lo sé» le digo, en primer lugar, tocándome la cabeza con el dedo índice y mirándolo con serenidad. «Nunca te ocultaré nada» continúo, con una punzada aguda que aguijonea mi pecho un instante, «siempre hablaré contigo. Del mismo modo que quiero que hables tú conmigo. Cualquier cosa que te preocupe, cualquier cosa, puedes contármela».
Me quedo unos segundos mirando su sonrisa melancólica y sonrío yo también, devolviéndole la expresión. Sé que sabe que ya soy mayor como para cuidarme sola y que tiene claro que soy capaz de hacerlo, pero me gusta que todavía me proteja como hacía cuando era niña, como aquella vez que... no, aún no sé qué pasó aquella vez... ¿fue un sueño?
Sacudo la cabeza, volviendo al presente y a la conversación con mi padre, y vuelvo a dirigir mis pasos hacia la biblioteca. Hay algo más de lo que le quiero hablar, pero no allí, en medio de los pasillos. Ya no me fío un pelo del mayordomo, me lo imagino espiando a través de los ojos de los cuadros colgados de las paredes, desde un falso pasillo tras el pasillo de la planta baja, o vigilando todos y cada uno de nuestros pasos siempre desde las estancias de ese castillo escondido, espejo del real, que solo él conoce, como en las historias que escribo. Así que vuelvo a caminar en dirección a la biblioteca, entre sus vetustas estanterías y sus más ancestrales libros, me siento a salvo de oídos y miradas indiscretos.
Sé que es absurdo, pero es una sensación inconsciente que siempre he tenido, así que con una mirada indico a padre que hay algo más de lo que quiero hablar con él; mi intención es no decir nada, por si él quiere añadir algo más, pero en el último momento, sin poder evitarlo, mis manos se mueven solas y dibujan un bucle con el índice a la altura de mi cabello, luego señalo mi corazón y, después, hago círculos con el dedo en el centro de mi frente: «Yo también la echo mucho de menos».
Si no quieres tanta conversación, avísame XD, que yo quiero contarte muchas cosas con el ímpetu de Ebba, jajaja, pero si es demasiado, avísame. ;)
Con una calma casi solemne, mi hija responde a mi promesa con otra, asegurándome que jamás me esconderá nada y que los dos siempre podremos hablar de todo. Y sé que es verdad. Lo cierto es que, aunque adoro por igual a Signe y a Ebba, la cruz que nos ha tocado cargar a mi pequeña y a mí ha hecho que, de alguna manera, me acabe uniendo más a ella. Era inevitable. Signe es también mi orgullo, mi luz y mi vida, pero hay cosas que no sabe y que nunca debe saber. Ha tenido la suerte de que le haya sido permitido llorar la muerte de su madre como la lloraría cualquier otro; y no de esta manera en que nos vemos obligados a sufrir Ebba y yo, teniendo que escondernos entre las sombras, tratando de comprender no ya cuál es nuestro destino, sino quiénes somos y por qué vemos lo que vemos. Tanto Ebba como yo sabemos que eso debe continuar siendo así, aunque comporte mantener secretos con mi hija mayor y guardar cierta distancia. Por mucho que duela.
Ebba y yo, no obstante, no tenemos ningún secreto el uno con el otro. Ninguno que importe, al menos. He descubierto recientemente que nuestra maldición puede ser también una bendición. Gracias a ella, he podido encontrar un resquicio en mi armadura por el que dejar entrar a mi hija. Los dos nos vemos el uno al otro, de los pies a la cabeza, y aunque nos faltasen los cinco sentidos, y aun aquellos que van más allá del quinto, sé que nos seguiríamos viendo siempre.
Cuando la veo decir, yo también la echo mucho de menos, ocurre. Un dolor hondo asciende desde mi pecho por mi garganta hasta instalarse en algún lugar detrás de mis ojos y mi nariz, como un fuerte escozor, y mi rostro hace el amago de congestionarse durante un segundo. Solo un segundo. Pero logro pararlo a tiempo, dejando escapar un lento suspiro que parece desinflar todo mi cuerpo. Tomando la mano de Ebba, la llevo a mis labios y le doy un beso superficial entre los blancos nudillos, apenas un roce que se posa para volver a levantar el vuelo casi inmediatamente. Después, doy un par de suaves palmadas en el dorso de su mano antes de volver a tomarla del brazo, reanudando la marcha como si nada la hubiese detenido. Nuestros pasos terminan por llevarnos ante la puerta de la biblioteca.
—¿Cómo la recuerdas? —pregunto, la voz agravada por la emoción, al tiempo que abro la puerta, sujetándola para permitir que Ebba entre. Un instante después la sigo al interior de la ahora vacía y silenciosa biblioteca de Gyllencreutz. La penumbra reinante disimula la brillante humedad de mis ojos.
Dire, si te parece bien, a partir de ahora postearemos en la escena de la biblioteca, para dar más coherencia a nuestro paseo.
Niles sufrió ciertas dificultades para mantener su estoicismo habitual y reprimir una británica carcajada al comprender que la única persona que probablemente podía irritar a su joven amo hasta causarle ardor en el píloro era Lady Lovisa Swedenborg.
Pudo notar para su deleite personal las palpitaciones del joven Oystein, taladrando sus sienes en lo que parecían dos tambores africanos golpeados por dos salvajes en trance. Y es que Niles podía ser ciego, pero tenía un oído excepcional.
El chambelán de la casa Wergeland sonrió de modo visible cuando se confirmó que el soulless one no les acompañaría. ¡Mejor así! ¡Solo traería mal fario! ¡Odiaba a ese molesto hombrecillo de semblante mortecino siempre acompañado por un chucho acaparador de galletas!
Aún más entusiasmo logró albergar cuando la Lady se ofreció a acompañarles en ruta a bordo del carruaje del misterio. ¡Cuánta diversión prometía aquella excursión! ¡Cuántas oportunidades para el despliegue del más corrosivo sarcasmo contra su joven amo! Oh, Lord! “Acid Niles” incoming! HA!
Pero he aquí, oh, you bastard Fate, que por desgracia la monja, hermana entregada a Cristo y teórica portadora del Espíritu Santo, decidió anexionarse a la expedición también. DAMN IT! Y eso que el mayordomo confiaba en que se largase a proteger a Ebba, la hija del Coronel, del escurridizo, ladino y por lo demás viscoso de Castelferro…
A Niles no le gustaba el palpitar del corazón de la hermana Agnetha. Nunca le gustó, de hecho.
Era demasiado intermitente, con bruscos cambios de ritmo, como si sufriese taquicardias repentinas.
Como si escuchase voces.
Voces divinas.
Tampoco ayudaba que se imaginaba su rostro con una mirada torva.
Y flagelante.
E inquisitiva.
Y demoníaca.
DAMN IT! GOD ALMIGHTY! WHY? OH, WHY?!
Carraspeó.
-Amo, ¿Considera procedente que le prepare su baño con sales aromáticas? Mañana seguramente quiera madrugar…-, preguntó a traición para que tal cuestión llegase convenientemente a oídos de la Lady.
Al fin y al cabo… ¿Qué es un cazador sin munición en su rifle?