Partida Rol por web

Mientras Niles aplicaba presión notó como a su lado Lady Lovisa se envaraba, un gato arqueando el lomo, más con el buen tino de no traicionar sus movimientos. Øystein la observó de reojo. Aquel cuchillo estaba afilado como una molécula. No tenía duda alguna acerca de la capacidad de la cazadora para destripar un pescado, incluso cuando el pescado en cuestión fuera el propio Barón Arenque —quien de manera curiosa dedicaba bastante esfuerzo en disimular el hedor natural al cual su ostentoso mote daba derecho. Por otra parte Agnetha presentaba, si cabe, un semblante más incoloro que de costumbre, pero sus grandes ojos continuaban escrutando con ahínco los confines de la habitación y de sus ocupantes.

—Nadie insinúa nada —aseguró con aplomo— Conduciremos la investigación de manera objetiva, como de costumbre. Le agradecemos por su tiempo, Barón Amundsson, y reiteramos nuestras disculpas.

Salvo por una dudosa higiene personal y sentido de la moda, el Barón no acusó en ningún momento de la noche grandes cambios de humor. El enfado con el cual concluía la cena estaba, en principio, justificado. No tenían evidencia en su contra, ni motivos probables para el crimen. Era un callejón sin salida, uno que el detective no se veía inclinado a compartir en compañía  tan aciaga como la de Pete, Pace y la madre de Satanás.

Se incorporó con cautela, aguardando por sus compañeros, mientras comenzaba a darle vueltas a un asunto algo tangencial que había captado su atención:  el supuesto secreto de su mayordomo.

Algo había confesado el barón al fin y al cabo: que era un hombre que guardaba muchos secretos. Por qué insinuaba que el mayordomo también lo hacía era algo que a Agnetha se le escapaba. Tal vez fuera solo un tiro al aire, al igual que había hecho el propio Niles, una treta para ver cómo respondía al respecto, pero para una treta así el chambelán tenía que importar para algo al barón y no le pareció que ninguno de ellos resultara de tanto interés para Amundsson, más allá de ser como insectos molestos y en parte ofensivos. Él sin embargo era allí el rey del hedor a pescado y familia del perro de dos cabezas y la bruja del mar. Que no les resultaran demasiado amenazadores le pareció a la monja fundamental y esperó que siguiera siendo así aunque tampoco era tan inocente como para pensar que no los tendrían más o menos supervisados mientras estuvieran allí, incluso aunque pudieran ser inocentes del asesinato del vicario. Recordó entonces que en la familia había un integrante más al que todavía no habían visto y se preguntó si habían pensado que no hacían falta más para amedrentarlos o si es que este último tendría una correa más larga que los demás o si incluso pudiera no tenerla. En aquel momento pensó que sería interesante saber quién era el tal Paul y si vivía en el archipiélago o qué pensaba de lo ocurrido con el vicario. Como fuera, Agnetha suspiró no demasiado ostensiblemente y se levantó en cuanto Wegerland lo hizo, dispuesta a salir de la casa. Se despidió del barón con una leve inclinación de cabeza y otra un tanto más pronunciada dedicada a la mujer.

Desde luego que había algo el semblante de la matriarca que inquietaba a Agnetha, pero no solo eso. Al contrario que la madre abadesa a quien le recordaba, esta mujer parecía haber tenido una vida realmente difícil que si no justificar, al menos sí podía explicar aquel carácter suyo y esa dureza cortante que marcaba cada uno de sus gestos . Se preguntó si su marido habría sido un déspota o si la vida antes de los "cambios de las corrientes" habría sido muy dura o si habrían sufrido mucho por las guerras. En cualquier caso se atrevió a cruzarle la mirada como quien se atreve a mirar a una fiera a los ojos, no solo por saber si será capaz de atacar, sino con curiosidad genuina. Y cabía añadir que, para ser Agnetha, su mirada sorprendentemente carecía de ningún juicio. Se podría decir que había algo en la mujer que atraía vivamente su curiosidad desde que la había visto dirigir los vítores de los parroquianos de la taberna a golpe de bastón.

Lady Lovisa reconocía en sus adentros que había sido útil el papel de mujer de su casa mientras lo había interpretado y se contuvo de mostrarse dura, irónica, ríspida e inquieta como quería mostrarse en aquel instante en el que las máscaras habían caído. Se levantó con una graciosa floritura de sus caderas y sus manos, con las que se alisó el faldón de montar, atenta a los movimientos de todos en el salón listo para actuar como un gato que se estira por el placer de la pereza misma, pero al mismo tiempo saca las uñas.

Sería de buen tino ir al pueblo vecino a indagar al médico que se había llevado el cuerpo pues así su fachada de que estaban investigando siguiendo los pasos de la ciencia y de la policía se asentaría y borronearía el de lo sobrenatural que se había comenzado a dibujar en sus cabezas.

Miró al barón y asintió con una suave inclinación, se puso de pie dispuesta a seguir a su grupo en cuanto se pusiera en marcha. -Ha sido una encantadora velada, aunque corta -apostilló, sin embargo. -Que tenga buenas noches.

Sus ojos fueron directo a Pete y Pace no queriendo perderlos de vista mientras se iban.

En Capítulos anteriores...

@Barón: Primero permítame decirle que su sagacidad es francamente impresionante para un hombre cuya mirada parece perdida.

Niles, por una afortunada mezcla de genética y británica apostura, tenía lo que los ingleses llaman "DEADPAN". Esto es, un rictus inexpresivo, perfecto para dedicarse al humor negro y a la sátira en general. Precisamente, su campo de actuación predilecto. En especial, con su joven amo, ya acostumbrado a resultar zaherido con tus pullas.

El chambelán fue el último en levantarse de la mesa. Y antes de hacerlo, quiso dedicar una cortesía al barón, al que había identificado como un igual en lo que a estilo humorístico se refiere.

-Bueno, Barón, primero, permítame aclararle que soy inglés-, explicó el mayordomo aclarando su natural-born sagacity. A estos vikingos cualquiera con algo de luces le pasaba por zorro de ocho colas. -Y en segundo lugar...-.

Seccionó la cabeza del arenque que les habían servido con un hábil tajo del cuchillo, atravesó la cabeza del pez con el tenedor y lo devoró de un solo bocado. Masticó lenta, muy lentamente. El crujido casi reverberaba en la silente habitación. En todo momento, Niles mantuvo sus ojos vacíos posados en el Barón. Tragó con ostentación. Se limpió las comisuras de los labios de forma exagerada al tiempo que esbozó una tenue sonrisa al tiempo que agachaba el rostro lo justo para sumir su mirada en un velo de sombras.

-Not all who wander... are lost...-, dijo en su lengua vernácula con perfecta dicción.

Se levantó con primoroso decoro, se alisó la levita y encaró el lugar donde intuía estaban sentados los dos salvajes que habían abordado a su amo en la taberna y esa EVIL W (o B)ITCH de Abela Amundson.

-Señorita-. Saludó con una ensayada reverencia a Abela manteniendo una prudente distancia de seguridad.

-Caballeros-. No hizo reverencia a Pete y a Pace. Solo ladeó la cabeza con una ácida sonrisa en la cara. 

-Barón-. Culminó con una cortés y alambicada despedida al anfitrión.

-Gracias por tan exquisita cena-. Giróse sobre sus pasos, siguiendo a su amo, a la lady y a la ursulina. -Estoy empezando a cogerle el gusto al arenque...-, musitó con una risilla lúgubre.

—El placer ha sido mío— Responde el Barón de la forma más seca y neutral que puede pese a que Niles parece empezar a sacarle de sus casillas. —Pete, Pace, acompañadlos a la puerta. No querémos que se pierdan de camino a la salida.— Estas últimas palabras las dice como si estuviera sugiriendo que alguno se pudiera escabullir a rebuscar entre sus enseres o entre sus documentos a la más mínima oportunidad. De hecho, quizás fuera una buena idea siempre y cuándo os aseguraseis de que nadie os ve o de que no hay nadie más en la mansión. Podría ser interesante bajo vuestro punto de vista el hablar con la sirivienta, pero para eso, tendríais que volver, claro.

Desde luego parece que habéis tenido una buena dosis de protocolo y parece que habéis sacado algunas cosas en claro con esta reunión. ¿Es posible que el Barón oculte algo además de su marcado y fuerte olor?. ¿ Por qué Abela, pese haber estado presente no ha pronunciado palabra alguna? ¿ Acaso Pete y Pace se hicieron con alguna de las posibles pertenencias del Vicario Eric? De alguna manera os váis casi con más preguntas que respuestas, aunque algo es seguro. El Barón sabe más de lo que cuenta. Pero, entonces...¿qué oculta Niles? ¿ Porqué se han enzarzado en esa batalla dialéctica?.

Ahora parece que viene el grueso de la investigación. Poner comparativas en común, quizás ir a ver a Orvar, o al forense y el cuerpo del Vicario. Si toda la familia arenque está aquí, la taberna puede estar atendida por Justine, y ella quizás sepa algo más. Al menos, algo más sobre la Luna Nueva. Mensaje que parece ser importante aunque aún no sabéis cómo, dónde o por qué.

Los dos hermanos gemelos os acompañan hasta el Umbral sin mediar palabra. Su cara es seria, y sus ojos parecen estar motivados por la inminente violencia que esperan aplicar. Aunque de momento, no atacan. Se quedan justo en el umbral, esperando que alguien se revuelva ientras crujen los nudillos de sus manos. Con una sonrisa macabra que revela una enorme falta de higiene dental, varios huecos en las encías y algún diente podrido. Solamente su alma, a ojos del dios de Agnetha podría estar más contaminada que esas bocas.

Hablar de secretos y Niles en una misma frase casi constituía un ejemplo de pleonasmo (el detective lleva tres días aguardando el momento propicio para asombrar al mayordomo con ésta palabra). Como mínimo era un enunciado incompleto. Arañar la superficie, rasguñar las piedras. Porque si Niles era algo, era ante todo un tipo con muchos secretos. Un tío extraño, un individuo shady que sin embargo se negaba a renunciar a las impecables maneras de un caballero (o a una generosa copa de brandy al finalizar el día).

Por ejemplo, todos saben que los detectives son una especie particular de voyeur (otras especies incluyen a escritores, monjas con pretensiones de pureza pero que a la menor oportunidad se sonrojan ante la visión de fuertes y desnudos torsos masculinos e incluso cazadoras de elegantes e irreverentes maneras con un velado fetiche por los cuchillos afilados). Ésa necesidad de inspeccionar a otras personas (o animales) sin que éstos tengan noción de estar bajo escrutinio. Lo cierto es que el detective era un soberbio observador, pocos conseguían escapar de su analítica mirada. Lo verdaderamente irónico del asunto es que uno de esos pocos ejemplares era precisamente aquel ciego y británico mayordomo de fino mostacho (oxímoron, de las anotaciones al margen del diccionario privado del detective: oxímoron <-> pleonasmo). Por más que Øystein lo intentara, incluso cuando el anciano asumía un aire de inocencia existencial como por ejemplo cuando regresaba al almacén aduciendo haber olvidado el pan, el detective sabía que sabía. Sabía que el mayordomo se sabía observado. Y sabía que él sabía que sabía (ad infinitum). Casi podía adivinar la sonrisa irónica debajo de la fina línea recta de sus labios marchitos, esos labios agrietados como un lienzo antiguo cuyas grietas el detective inspeccionaba individualmente, incrementando el aumento de sus binoculares. Lo peor es que en el caso de Niles, como todo tipo irónico que jamás quiere decir lo que decía, era sumamente difícil saber qué pensaba realmente, o qué causas apoyaba (exceptuando ciertas ideas en extremo conservadoras/retrógradas y cierto principio de superioridad inglesa).

—¿Jugando una mano en solitario, Niles?

Luego se dirigió a las damas, deteniéndose un instante en Agnetha. Le fastidiaba no haber entendido buena parte de su oratoria en latín. Sin dudas debía practicar más de aquel culto lenguaje.

—Mis señoras, habéis estado impecables, soberbias. Está claro que el Barón oculta algo. Tal vez el éxito de su negocio tenga relación con lo que le ocurrió al vicar. ¿Qué pensáis?

El detective alzó los ojos hacia la oscuridad de la bóveda nocturna, en aquella desolada isla donde tanto los pájaros como ellos mismos daban vueltas en círculos sin saber dónde ir a continuación.