Hilos de luz se colaban por entre el tupido follaje de los árboles como elegantes columnas luminiscentes de un fantástico y etéreo palacio. Un perfume a tierra fértil, flores nuevas y verde vivientes lo inundaba todo, el aroma de la vida, el perfume del incipiente verano.
El ambiente estaba cargado de risas y buenas emociones y aquello no era extraño, con la venida de los primerizos días cálidos, la población al completo gustaba dejar sus oscuras moradas, los pesados abrigos y el asfixiante olor a hollín que las muchas chimeneas de la ciudad escupían al cielo.
Exultantes se volcaban a las calles y a las plazas, con espíritu festivo y el humor distendido.
Era entonces el tiempo para la risa y el gozo, bajar al rio, tomar un picnic, pasear tomados de la mano o, como el viejo ahora, simplemente sentarse en el césped y ver correr las cristalinas aguas del cercano rio.
Allí lo dejo para quien guste seguirlo.
:)
Reidar Rotløs (Maivelear):
La mañana era fresca aquel día, las copas de las arboles que poblaban la plaza se habían teñido de ocre por la presencia del otoño que ya estaba pronto a marcharse.
Invisible heraldo del invierno, una brisa juguetona hacia bailar en el aire las hojas muertas que, como la mejor alfombra, cubrían por completo el suelo. Poco se demoraban los transeúntes entonces, abrigados con sus mejores ropas y sombreros, yendo o viniendo esclavos de la urgencia, anhelando la comodidad del hogar y un buen fuego para espantar aquel claro presagio de días muy gélidos prontos a llegar.
Entonces viste llegar al viejo, con su espalda encorvada y el andar tranquilo, sus ropas raídas y viejas en tonos oscuros, magro reparo ante el frío y en claro contraste con la nutrida paleta de colores con los que la naturaleza había querido engalanar la temporada. Casi parecía una sombra o un recuerdo fugaz, de lo que pudo ser y no fue, de lo que quizás nunca seria.
A su lado, como viva representación de los mas altos exponentes de la lealtad y el compañerismo iba su inseparable amigo, Geri, saltando como una liebre, ladrando y rodando sin cesar nunca de, a su modo, enseñarles a todos que ser feliz es una cuestión de actitud como bien lo saben los mejores filosos del mundo, los perros.
El anciano levanto sus increíbles ojos color azul hielo hacia ti, en verdad la única cosa físicamente bella en su persona, y entonces su rostro se ilumino de cordialidad al reconocerte, saludó con su mano y se apuró a llegar a tu lado para no hacerte perder el tiempo intentando achicar las distancias entre ambos incluso, a través de la gran fatiga que ello le causaba.
¿Cuál era el nombre completo del anciano, lo sabias?, se notaba entusiasmado de verte, incluso moviéndose con esfuerzo como lo hacia ahora. ¿Cómo deberías saludarlo?, estaba claro que no era un noble y por lo tanto decirle señor no seria lo correcto, ¿o sí?.
El rostro del anciano era un mapa de penurias, ciertamente el mirarle a la cara no contagiaba emoción feliz alguna, pero el viejo sonreía, y su sonrisa era sincera y cálida como el abrazo de un ser querido. ¿le mirabas a los ojos, devolverías la sonrisa, seria aquello necesario entre ambos?
¿Qué sabias de su pasado?, ¿te habías interesado por ello alguna vez? El viejo era bastante conversador, aunque ciertamente dado a las frases cortas. Pero, si tenias la paciencia para esperar, podías construir a base de atención y una buena memoria, un relato puntillosamente detallado sobre lo que te hubiera contado en ese momento. Aunque a veces era un asunto complicado el esperar con paciencia sus largos silencios y aquella manía al pensamiento introspectivo tan suyo. ¿Le tenias paciencia o por el contario la tarea de esperar a un viejo y sus recuerdos era un asunto agobiante?
En cuanto a tus posesiones materiales, ¿dejarías al cuidado del viejo tus cosas?, ¿te inspiraba aquel vagabundo confianza?, nadie podría culparte por tener tus reparos el viejo parecía estar precisando cualquier cosa que pudiera caer en sus manos.
Finalmente, dos cuestiones, por extraño que ello parezca el anciano era propenso a las bromas, ¿compartías con él sus humoradas sanas o, preferías mantener una distancia afectiva segura?, después de todo solo los amigos íntimos pueden bromearse entre ellos ¿verdad?
¡Cuan castigado había sido el anciano!, que pocas cosas tenia en la vida. ¿Te preocupabas por ayudarle a solventar sus miserias, de qué modo?, eran muchas en vedad y ninguna de ellas tu culpa o deber.
La mañana era fresca aquel día. Ebba se arrebujó en su capa de lana gruesa y bajó de la rama del árbol en la que estaba sentada, en uno de los castaños que poblaban su parque favorito de Upsala. Los colores que más le gustaban, los del otoño, mezcla de carmesí, dorado y naranja, ya desaparecían, dejando entrever los desnudos esqueletos de los árboles, y no quería perderse las últimas pinceladas, retazos de una estación que, un año más, pasaba frente a sus ojos, inexorable como el tic tac del reloj.
Tratando de entrar en calor, bajó al suelo y se sentó sobre la hojarasca que, como la mejor alfombra, cubría por completo el suelo y la aislaba de la gélida tierra, guareciéndose de la juguetona brisa, heraldo del invierno, tras el grueso tronco del árbol. La tranquila muchacha extendió de nuevo sus pinturas, los carboncillos y un par de frasquitos de tinta a su alrededor, posando con mimo cada uno de ellos sobre las hojas muertas. Abriendo el sempiterno cuaderno que llevaba consigo de nuevo, se tomó su tiempo para escoger uno de los lápices, contrastando su pasmosa calma con los transeúntes que, abrigados con sus mejores ropas y sombreros, iban y venían esclavos de la urgencia.
Entonces te vio llegar, agachado, sosegado. Una mota de negros y grises en medio de los vibrantes carmines y los refulgentes azules de la fuente contra la que se reflejaba tu escuálida figura. Ebba sonrió. Encontró la inspiración y una página en blanco, escogió un par de lápices y comenzó a bocetar con una rapidez pasmosa.
En ese momento alzaste los ojos azul hielo hacia ella y cruzaste la mirada con la intensa y vivaz aguamarina de la de la joven pelirroja. Su sonrisa se ensanchó, indicando que el entusiasmo que mostraste al verla era mutuo, y esperó pacientemente a que llegaras junto a ella, sin dejar de dibujar, alternando la mirada entre tú, Geri y el cuaderno que apoyaba sobre sus rodillas, mientras llegabas. Conocía tu apellido, aunque nunca lo utilizaba, siempre te había llamado por tu nombre de una manera muy poco formal, sabes que no le gustan demasiado las convenciones sociales. ¿Cómo la llamabas tú a ella? ¿Por su nombre o utilizabas las formalidades?
Hacía alrededor de un año, se había quedado sin voz. Entonces te había enseñado cómo se deletrea tu nombre en lengua de signos y después te había mostrado el signo con el que te había denominado, metiendo el puño cerrado dentro de la otra mano y luego extrayéndolo de ésta hacia arriba, "Sin Raíces" decía que era el verdadero significado de tu nombre.
Ese día te saludó con la mano y te invitó con gestos a sentarte a su lado, bajo el castaño, sin preocupación alguna por lo que pudieran decir los viandantes de alta alcurnia que la contemplasen sentada junto a un vagabundo. ¿Te sentaste? Sentarte al lado de una joven noble podría resultar extraño a quienes lo vieran, quizás alguien pensase que pretendías robarle, o algo peor. Aunque, por otro lado, ella te lo había indicado. Cuando alcanzaste, fatigado, su posición, Geri ya había llegado y llevaba un rato lamiéndole el rostro a la muchacha mientras ella le acariciaba tras las orejas y reía, silenciosa. Siempre silenciosa, desde hacía casi un año.
Tras unos segundos más en los que se concentró en el dibujo y sus manos se movieron sobre el cuaderno con rapidez, arrancó la hoja sin ningún pudor y te la entregó, erais Geri y tú, dibujados en negro y gris, contrastando sobre un fondo de rojizas hojas de árbol que volaban a merced de la traviesa brisa. Hizo un gesto con el pulgar hacia su pecho y seguidamente con el índice hacia ti, para después cerrar ambos puños juntos y luego señalar el dibujo; te lo continuó ofreciendo: era un regalo. ¿Lo aceptaste? ¿Lo guardaste o te deshiciste de él porque es una de esas cosas materiales que no acostumbras a llevar? Ebba sonreía. Ya te había dicho alguna vez, cuando todavía hablaba, que le gustaba tu sonrisa, cálida como el abrazo de un ser querido. Ella nunca bajaba la mirada, siempre te la devolvía, alegre, vivaz, desafiante. En sus ojos llenos de vida encontrabas el candor de una amiga. Por eso, cuando se quedó sin voz, no le hicieron falta palabras. Ella seguía sonriéndote como antes, como siempre. Nunca le dio importancia a su "accidente", decía que fue necesario y no hablaba más de ello. ¿Insististe alguna vez en preguntarle? ¿Te entristecía o sentías lástima por su nueva condición aunque no tuviera nada que ver contigo?
Ebba te había conocido muchos años atrás. Prácticamente la habías visto crecer. Siempre sonriendo, siempre sobre o junto a los árboles, siempre con un cuaderno y algo para emborronar sus páginas y llenarlas de palabras de tinta y garabatos. A pesar del aparente torbellino, ella siempre había tenido paciencia para esperar, en medio de la tempestad de bucles rojos, siempre hacía gala de una impresionante calma para escuchar tus relatos y prestar atención a tus palabras. Conocía tu pasado, te había preguntado por él y se había pasado escuchándolo largas horas, durante días, semanas, meses y, finalmente, años. Siempre escuchaba y esperaba con paciencia tus largos silencios y aquella manía al pensamiento introspectivo, tan tuyo. Te tenía paciencia infinita y gustaba de esperarte y escuchar tus recuerdos, palabras que luego ella recogía, escribía, a las que daba forma, adornaba, rellenaba y transformaba en maravillosos relatos fantásticos, llenos de la sabiduría de la edad y la interpretación de la juventud. Nunca los vendió, siempre que terminaba un relato fabricado en base a tus historias, te lo regalaba. Te decía que eran tuyos, que podías hacer lo que quisieras con ellos. Incluso presentarlos en algún sitio y ganarte algo de dinero. ¿Lo hacías? ¿Dónde acababan esas historias, esos escritos?
Aquella vez, Ebba llevó uno de esos relatos a un periódico, la Upsala Gazzette, lo presentó bajo un pseudónimo, "Sin Raíces" y lo publicaron en un número de fin de semana. Aquel día Ebba llegó corriendo al parque, te localizó y te pidió que guardaras su fardo unos minutos, tenía algo que hacer. Te dejó al cuidado de su preciado cuaderno, sus pinturas y sus frascos de tinta y plumas y desapareció por una esquina del parque. ¿Qué hiciste con ellos? ¿Hurgaste en sus cosas o las mantuviste a buen recaudo? ¿La esperaste o ya no estabas cuando volvió? Al retornar, la joven Björklund llevaba en su mano un ejemplar de la Gazzette del fin de semana, te mostró orgullosa vuestro relato y te lo dio, junto con toda la suma que le habían pagado por el relato, íntegra, bien guardada en un pequeño monedero de cuero. No te lo había dicho, era una sorpresa. ¿Qué pensaste? ¿Cómo reaccionaste? ¿Te hizo ilusión o te enfadó que hubiese publicado la historia que le habías contado sin consultarte?
Esta era una de las maneras que la muchacha tenía de intentar ayudarte. No sabía si le habías hecho caso, si habrías llevado los relatos que te daba a algún lugar donde te los compraran, así que había tomado la iniciativa esa vez. Sentía lástima por ti y, aunque nunca lo había dicho en voz alta, tú lo notabas. En su mirada, en sus preguntas preocupadas, en los cestos con comidas variadas que te llevaba al parque siempre que podía y en sus intentos de darte algo de dinero de vez en cuando. ¿Aceptabas normalmente estos gestos o los rechazabas? Muchas veces te preguntó por qué no buscabas un trabajo. Te ofreció su influencia y la de su padre (sospechas que sin habérselo consultado a él antes) para presentarte a familias para las que pudieras trabajar y responder por ti. ¿Qué le contestabas en estos casos?
Eran ya muchos años y la joven había aprendido a entender tus bromas. Ahora incluso reía con ellas, aunque rara vez participaba. Al principio, abría mucho los ojos cuando escuchaba tus humoradas sanas y el vocabulario que utilizabas, a veces, en ellas. ¿La hiciste disgustar con alguna de ellas, al principio, por ser demasiado soez, o eran por el contrario bromas sin malicia ni groserías? Poco a poco, sin embargo, fue aprendiendo a entenderlas. Eran muchos años ya y te consideraba lo suficientemente amigo como para bromear.
ENCUENTROS PASADOS: REIDAR Y EBBA.
De haber podido hubiese corrido hacia ella.
La hubiera abrazado con dulzura para luego hacerla girar por el aire sitio al cual pertenecían las criaturas delicadas y bellas como Ebba.
Hubiera reído, feliz, mientras Geri saltaba y ladraba a su lado y el mundo con sus muchas taras hubieran detenido su avance, al menos de momento.
Ebba. La pequeña princesa. (¿Cómo la llamabas tú a ella? ¿Por su nombre o utilizabas las formalidades?)
Para Reidar aquella joven era la representación misma de todo lo que estaba bien el mundo. El impulso necesario para levantarse cada día y salir a trajinar por las calles en busca de un mejor futuro.
El viejo no ocultaba en lo más mínimo el placer que le causaba la compañía de Ebba, ¿Cómo poder esconder aquello que solo genera plenitud?
Ebba lo sabía, el anciano la adoraba y no perdía oportunidad de demostrárselo.
El amor de Reidar era puro y sin dobleces, en su mente y corazón esa jovencita era la hija que nunca tendría.
La única a la cual ponía sobre su inseparable Geri.
Se sentó a su lado sin mayor formalidad y con aquellos modos de los que en verdad comparten una amistad grande y pura. (¿te sentaste?)
Ni por un instante se planteó el viejo el preocuparse por aquellos que les rodeaban, que pensasen o dijesen lo que quisieran, a el no le importaba, solo quería estrujar hasta la ultima gota de tiempo que la fortuna le había obsequiado al permitir que el día de hoy ambos pudieran conversar sobre cualquier tema.
Para Reidar el mundo al completo se difuminaba cuando Ebba se hacía presente.
Nada más importaba.
La observo en silencio, atento a los trazos agiles y las formas que el ingenio y la habilidad de Ebba creaban sobre el papel, esperando, paciente y divertido, su rostro pronto se maravillo ante la sorpresa que ahora apreciaba.
El dibujo era increíble, ¡y más aún!, por su procedencia.
Reidar aceptó de buena gana el presente, Ebba conocía las costumbres del anciano y aquella reticencia tan suya a no conservar cualquier bien material, pero, y esto ella solo lo supo mucho tiempo después con el correr de los meses y años, el viejo fue juntando uno a uno cada bosquejo que Ebba le obsequió, resguardándolos todos como su mayor tesoro del cual solo la muerte le separaría y el cual siempre llevaba consigo, oculto bajo las ropas y sobre su corazón (¿Insististe alguna vez en preguntarle? ¿Te entristecía o sentías lástima por su nueva condición, aunque no tuviera nada que ver contigo? / ¿Lo hacías? ¿Dónde acababan esas historias, esos escritos?)
Fue imposible para Reidar el no sentir un profundo dolor cuando Ebba perdió la voz. No por que para el ahora fuese distinta, su amor hacia la joven no menguo nunca por ello. Sin embargo, que fuese alguien tan puro como Ebba, “su” pequeña princesa Ebba, quien debía sufrir las injusticias del destino, le atenazaba el corazón y la mente al punto de impedirle dormir durante mucho tiempo. De haber podido, Reidar hubiese ofrecido su propia voz para que Ebba recuperase la suya. Buscaría alguna manera, algo, lo que fuese para ayudarla incluso si debía exponerse a muchos peligros. Mas, este era su pensar y su dolor, ella no debía sufrir por él. (¿Insististe alguna vez en preguntarle? ¿Te entristecía o sentías lástima por su nueva condición, aunque no tuviera nada que ver contigo?)
Ebba era en extremo generosa con Reidar y aunque a menudo el viejo se negaba a aceptar dinero de mano de la joven, ella siempre conseguía romper sus defensas y el terminaba por aceptar. El viejo siempre decía que había otros verdaderos necesitados allá afuera, que el no precisaba tomar nada, que lo guardase para otros, que la amistad y el tiempo que le obsequiaba era lo más valioso para él. (¿Qué hiciste con ellos? ¿Hurgaste en sus cosas o las mantuviste a buen recaudo? ¿La esperaste o ya no estabas cuando volvió?)
Siempre terminaba cediendo y fingía enojarse, pero no podía mentirle nunca y ella siempre terminaba por descubrir su farsa. Como el origen de los obsequios que el viejo le hacía o que por norma general usara casi la totalidad del dinero para ayudar a cuanto otro necesitado hubiese en las calles.
Sobre todo, a los niños.
Reidar intentaba sorprender siembre a Ebba con algún humilde regalo, una corona de flores, algún pincel de segunda mano, pigmentos adquiridos con el fruto de sus eventuales trabajos o, y esto era en lo que más hincapié hacía, con el conocimiento adquirido durante todos sus años de derrotero por el mundo.
Por eso, cuando la joven creció, Reidar le hablo de los Vaesen.
Le enseño lo que el conocía, los signos usados por los viajeros como el mismo, las otras personas que sabían del tema y su propia experiencia con estos seres, de porque siempre estaba en movimiento, buscando y buscando sin cesar, aquello que le habían robado hacia ya tantos años. (¿Qué le contestabas en estos casos?)
Respuestas a Ebba.
Dejo algunas interrogantes abiertas por si lo quieres seguir.
También la posibilidad de incluir otros jugadores (las otras personas que sabían del tema), buscando en ello ir tejiendo las relaciones entre el resto de personajes.
Finalmente aprovecho para agradecerte tu tiempo y el hermoso post que me obsequiaste. Y por si no hubiese sido claro en mi breve relato, Reidar adora a Ebba, "su hija del corazón".
Unos sonoros golpes llamaron a su puerta y, en cuanto Alvar respondió, un torbellino rojo entró en el despacho del oficial. Su hija había estado más activa de lo normal los últimos días, en concreto, desde que le había preguntado por el suceso de la víspera de su séptimo cumpleaños.
Una vez dentro, en el suntuoso y cálido escritorio de su padre forrado en madera nórdica, la vivaz muchacha clavó una vibrante mirada aguamarina en los idénticos pero mil veces más serenos ojos de su padre.
"Me gustaría hacer algo" dijeron sus manos, llevándose los dedos índice y pulgar al cuello y luego juntándolos hacia abajo, para después dar vueltas con las dos manos en vertical y terminar pasando una de ellas por debajo de su barbilla y arrastrando hacia delante.
Entonces agarró el dedo índice de una de sus manos con la otra, agarró una insignia invisible de su pecho con el índice y el corazón y luego subió el índice hasta su mejilla e hico como si oteara algo, cruzó el mismo dedo de uno de sus hombros hasta el otro; después volvió a hacer el gesto del índice y el pulgar en el cuello, extendió una palma y arrastró un dedo sobre ella, se tocó una sien con el dedo, levantó las dos palmas hacia arriba, juntó las manos en vertical una encima de otra y movió una hacia un lado, luego se tiró de los lóbulos de las orejas y levantó las manos mostrando con los dedos el número siete. Su padre la miraba pacientemente, ella todavía estaba aprendiendo a hablar de aquella manera. Había dicho: "He encontrado un detective privado, lo quiero contratar para saber qué pasó la víspera de mi séptimo cumpleaños".
Después siguió hablando: "Se llama Øystein Wergeland", deletreó el nombre en primer lugar mediante las letras de dactilología y después le mostró el signo con el que lo había denominado: cerró el puño, lo acercó a su rostro, cerró un ojo e hizo como si mirara algo de cerca a través de una lupa, después se caló un sombrero, luego repitió el gesto más rápido, después más rápido, todo seguido y finalmente, con el puño cerrado, se tocó con el pulgar la mejilla bajo el ojo y la parte superior de la frente, llevando el gesto a su máxima simplicidad, dotando a aquel sencillo signo del significado "Øystein Wergeland" desde entonces en adelante.
Pero en ese momento, su rostro adquirió un tono compungido. Tan sólo fueron unos segundos, pero a Alvar no le pasó desapercibido. Ebba comenzó un gesto pero se quedó a medias... "Necesito...". Luego su expresión tornó en una de determinación y la joven Björklund volvió a sonreír. "Necesito ayuda para hablar con él", dijeron sus manos con las palmas hacia arriba, moviéndolas hacia delante y después moviendo los dedos índice y corazón enfrente de su boca. "¿Vendrías conmigo, padre?" terminó de preguntar, finalmente, quedándose después en silencio, aguardando su respuesta mientras sus manos no paraban de moverse, de manera inconsciente, sobre su regazo.
ENCUENTRO PASADO: ALVAR Y EBBA... Y PUEDE QUE ALGUIEN MÁS ;P.
La punta de la pluma se desliza sobre el papel con un susurro desigual e incisivo, trazando una caligrafía esmerada que no parece acusar la presteza de la mano que escribe, aunque sí su energía y su firmeza. Después de haberme pasado la práctica totalidad del día en mi estudio leyendo y respondiendo a todas las cartas que tenía pendientes, estoy exhausto. Es bueno observar la perfección del trazo, pero en este momento ya estoy deseando terminar. Además, el número de excusas que soy capaz de inventar al día para mi largamente pospuesto retorno a mis funciones habituales tiene un límite.
Es una cuestión que me preocupa. Al principio, cuando Lisbeth falleció, el brigadier Lundqvist se mostró comprensivo. ¿Cómo no iba a serlo? Acababa de perder a mi esposa, y todos sabían el afecto que le profesaba; era perfectamente natural que decidiese tomarme un tiempo apartado de mi cargo antes de regresar. Pero, con el paso de los meses, las misivas preguntándome cómo me encontraba se fueron volviendo más frecuentes, y las mentiras me han ido resultando cada vez más difíciles de mantener. Pues por mucho que digan las palabras que me miran desde la carta que estoy escribiendo, aunque sigo llorando a mi Lisbeth, ya no es ese el motivo que me mantiene alejado de mi deber. Y aunque cueste creerlo, la razón de mi retiro es mucho más siniestra.
Antes de que la culpa pueda persuadirme de lo contrario, mi mano busca instintivamente el tirador de uno de los cajones de mi robusto escritorio. Pero si el remordimiento no me disuade, los rápidos y secos golpes en la puerta del despacho me hacen volver a colocar las manos sobre la mesa.
—Adelante —canturreo en un tono que disfraza mi agotamiento.
La puerta se abre inmediatamente, y el rostro que esperaba ver asoma al interior. Mi pequeña Ebba entra en mi estudio como si fuese suyo, con esa audacia que la caracteriza y que tantas veces logra hacerme sonreír. Sin embargo, solo tardo un momento en darme cuenta de que, en este momento, Ebba está algo más agitada de lo habitual. Algo la inquieta. Y dada la conversación que ambos mantuvimos hace unos días, puedo imaginar el motivo.
Sus manos, sus gestos, empiezan entonces a hablar. Siempre he pensado que Ebba es como un pequeño pajarillo rojo, como uno de esos camachuelos cuyo vivo plumaje carmesí es tan fácil de ver en el blanco invernal, pero ahora, haciendo revolotear sus manos en el aire, es la viva imagen de una de esas aves. «Me gustaría hacer algo», consigo comprender a pesar de la velocidad de sus movimientos.
—Más despacio, por favor —le pido, al tiempo que trato de recordar y reproducir los gestos que equivalen a las palabras que estoy diciendo. Desde que aquello sucedió, y aunque sé que mi hija sigue pudiendo oírme perfectamente, Ebba y yo estamos aprendiendo juntos a hablar de esta manera que es igual de nueva para los dos. A pesar de que ambos llevamos el mismo tiempo practicando, ella es mucho más adepta y ágil que yo; algo que solo puede deberse al hecho de que, para Ebba, este es el único modo de comunicarse que no requiere escribir—. ¿Qué quieres decir?
Las manos de mi hija continúan volando con la misma rapidez, o eso me parece a mí. Pongo toda mi atención y esfuerzo en tratar de comprender sus palabras: «Encontrado… detective… quiero contratar… qué pasó… siete».
Siete.
Mi rostro adopta una expresión pétrea con la que intento ocultar mi preocupación. Conque era eso. Quiere contratar los servicios de un investigador privado para descubrir qué pasó aquella noche de la que me habló. O más bien, qué había estado sucediendo alrededor de aquella noche.
Hace un par de días, Ebba me preguntó si recordaba la noche anterior a su séptimo aniversario, cuando la encontré en el bosque después de que se escapara en un caballo negro que yo no le permitía montar. El hecho es que yo nunca he prohibido a mis hijas montar ninguno de mis caballos. Pero eso no es lo más extraño. Lo más extraño, lo peor, es que yo ni siquiera estaba en casa cuando Ebba cumplió siete años. Durante quién sabe cuánto tiempo, alguien que no era yo había estado viviendo en mi hogar, vistiendo mi rostro y mi voz. Así fue como supe que mi hija menor conoció a los vaesen muchos años antes que yo, aunque en aquel momento no fuese consciente de ello.
—Øystein Wergeland… —pronuncio en voz alta antes de llegar a la conclusión de que ese nombre no me resulta familiar. Durante unos instantes, la expresión de mi cara no deja entrever nada. Por un lado, me gustaría decirle a Ebba que no conviene volver la vista a un pasado que solo puede traernos desazón. No obstante, al final me sorprendo a mí mismo asintiendo. Porque yo también quiero saber quién, o qué, estuvo tan cerca de mi familia sin mi conocimiento, y cuáles eran sus intenciones—. Iré contigo. Quiero conocer a ese Øystein Wergeland en persona y saber qué clase de hombre es. No me gustaría que nadie se aprovechase de la esperanza de mi hija.
Me levanto entonces de mi escritorio, rodeándolo para encontrarme con mi Ebba, y poso mi mano en su brazo, acariciándolo con ternura. Esas cartas que me quedan por responder pueden esperar unos días más. O unas semanas.
Y lo que hay en el cajón del escritorio también.
Para mi niña Ebba <3.
Con los brazos cruzados detrás de la espalda, Øystein Wergeland contemplaba el castillo desde el descuidado jardín, un enmarañado rejunte de hierbas altas, árboles y roedores varios. A su lado se encontraba su fiel mayordomo, Niles. A su diestra le escoltaba su leal amigo, Reidar Rotløs. Pese a la forma desgarbada y algo encorvada del andar de éste último, la figura del detective era al menos un palmo más baja que la de sus dos acompañantes. Sonreía al sentir el cálido aliento del sol sobre su rostro cuando notó la llegada del Coronel Björklund en compañia de su hija, Ebba. El detective asintió levemente a modo de saludo.
A continuación se acercó a su mayordomo, ladeando la cabeza de forma tal que su rostro casi tocaba el cuello del británico, y comenzó a olfatear como si se tratara de Geri, el perro del vagabundo.
—¿Usando mi colonia otra vez, Niles? —inquirió alzando las cejas. Aquel endemoniado mayordomo, el padre que la naturaleza debió darle, tenía un talento especial para encontrar su perfume predilecto sin importar cuántos obstáculos empleara Øystein en su afán de esconderlo. Incluso, pese a la falta de visión del hombre. Precisamente, debido a la falta de visión, se corrigió mentalmente.
Su cabeza se ladeó a continuación hacia el otro lado, en dirección al vagabundo. Olfateó también, arrugando un poco la nariz.
—La proxima vez le prestas un poco a Reidar —sugirió en voz baja de forma tal que sólo sus dos amigos pudieran oirlo, riendo despreocupadmente, con la confianza que trae años de chanzas entre viejas amistades.
Allí, entre tanta flor marchita y descuidada, se sentía menos fuera de lugar. Pocas personas conservaban aliados tan improbables como un mayordomo ciego británico y un vagabundo que parece tener un pie en la tumba, pero Øystein se vanagloriaba de ser un gran juez del carácter y no sólo les consideraba sus mejores amigos, sino que les respetaba por los misteriosos e inmensos talentos que ambos hombres habían demostrado a lo largo de varios años de convivencia. En el caso del mayordomo, de toda una vida.
—Disculpadme —se excusó frente a los Björklund— Las mañanas suelen ponerme de buen humor —añadió mientras contemplaba como Geri corría en pos de una rata, dejando escapar un suspiro— Es una lástima el deplorable estado en que se encuentra este jardín. Deberíamos hacer algo al respecto.
Tras presentar brevemente a su mayordomo, añadió.
—Me temo que mi buen Niles adolece del sentido de la vista, de lo contrario os diría lo radiante que estáis, mi señora —apuntó con una leve reverencia en dirección a Ebba— Y mi señora ha perdido, tengo entendido, su dulce voz. ¿Como salvar el desencuentro entre ojos que no hablan, y voces que no ven? Ah... un interesante problema, sin dudas —añadió juntando los dedos, más para sí que para sus interlocutores. Nada estimulaba tanto el ingenio del detective como un dilema aparentemente irresoluble— Coronel, es un gusto contar también con vuestra compañía. ¿Me acompañaríais a dar un paseo por el jardín? He visto unas esculturas bastante peculiares en aquella dirección —dijo señalando hacia el frente.
ENCUENTROS PASADOS: ALVAR, EBBA, ØYSTEIN... Y ALGUIEN MÁS? ;P
No presento a Reidar porque asumo que ya os conocéis. Sé que es así en el caso de Ebba, pero como hija de Alvar, imagino que éste último también ha entablado conocimiento con él.
Introduzco a Niles en caso de que quiera intervenir :D
Niles era como un largo clavo de acero al lado de su señor. Firme, impávido, la espalda recta, erguido como un poste y, en apariencia, difícil, muy difícil de doblar.
Vestía elegantemente. De hecho, muy elegantemente. Guantes de tela blanca incluidos. Era un contraste perceptivo bastante brusco con el atuendo del señor Reidar, el otro individuo que escoltaba al detective Wergeland. Había también un contraste de tipo olfativo, sin duda. Y es que Niles se había procurado dolosamente la colonia de su señor porque, no merecía la pena mentir, era la de mejor calidad en el castillo y la única que no le irritaba la piel al mayordomo.
-Touché-, dijo ante la aguda acusación de su señor, confirmando su culpabilidad. Hablaba un sueco bastante bueno, aunque con un ligero acento. -Compruebo que su olfato está bien afinado esta mañana, amo Oystein. Comprenda que es mi deber mantenerle en continuo estado de alerta para preservarle en forma en su lucha contra el crimen. Un día no demasiado lejano, le propondré un juego para incentivar su instinto detectivesco, my lord. Le ocultaré la cena en algún lugar recóndito del castillo. Geri será su competidor directo. Y he de decirle que apostaré por el perro.
Apenas perceptible, una leve, levísima sonrisa se dibujó en el rostro del mayordomo.
A la mención de que debía prestar algo de colonia al señor Rotlos, Niles asintió con un preciso movimiento de cabeza.
-Definitivamente, my lord. El señor Reidar precisa de un consistente almizcle para librarse de ese aroma a... Eau de Tombeau, si me permite la expresión-. El mayordomo giró la cabeza en dirección al vagabundo, uno de los mejores amigos de su señor. Los ojos glaucos de Niles estaban perdidos en el éter, pero no los necesitaba para localizar a Reidar. Su olor era inconfundible.
-Me encargaré de ello. Personalmente-. Confirmó con un tono neutro mientras arqueaba una ceja, una forma de enmascarar su desaprobación. No le gustaba el vagabundo. Prejuicios de clase, claro. ¡Qué se esperaba! ¡Niles era un auténtico británico! ¡Un hijo de Albión!
Al parecer, tenían invitados. Algo había mencionado el señor hacía unos días. Un Coronel y su hija muda.
-My Lord, ¿invitados a las doce en punto? ¿Once en punto, decís? De acuerdo-. Niles giró ligeramente hacia la izquierda con mecánica precisión. Intuyó una presencia algo más baja de lo normal frente a sí. Una mujer, a buen seguro. No podía verla, pero sí captó su característico olor.
-Mi señora, si el olor ha de juzgar a las personas, vos deslumbráis transportando el fresco aroma de la primavera en el último anochecer del invierno-, recitó el mayordomo con cadencia de dramaturgo mientras hacía una lenta, lentísima reverencia.
Habría sido una calamidad que por el irreverente y descarado humor de su señor, sus indicaciones le hubiesen hecho mirar al Coronel al pronunciar aquellas palabras, pero confió en la suerte y en ese agradable perfume que emanaba de la piel de la joven para ubicarse correctamente.
Niles se irguió de nuevo y saludó cortés al Coronel.
-Coronel Björklund, my honor-.
Cuando el amo Oystein mencionó el paseo por el jardín y la contemplación de las obscenas esculturas que habían perturbado su juicio días atrás, Niles se situó sigilosamente tras su señor y giró el rostro ligeramente hacia Reidar.
-Grrrrrr...-, gruñó el mayordomo tras una incómoda pausa dramática.
No le gustaba nada aquel vagabundo usurpador. ¡Nada de nada!
No iba a escribir aquí, peeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeroooo... ¡MA'LIAOELAMO! xDDD
El sol brilla alto en el cielo cuando, cruzando el río Fyris desde la calle de la Escuela, Ebba y yo llegamos al lugar donde supuestamente estábamos citados con el detective Wergeland: el castillo Gyllencreutz. Arrugo el entrecejo, levantando la vista para contemplar sus destartaladas torres que, como los huesudos dedos de una mano cadavérica, se alzan tratando de alcanzar un cielo del color de un hematoma. Extraña elección para una reunión. Los restos ruinosos de un castillo abandonado, cuya historia pocos conocen y casi nadie cree, no parecen el entorno más propicio para una negociación satisfactoria. Aminorando el paso, echo un vistazo a la imponente y afilada verja de hierro forjado, en el centro de la cual se abre una entrada sobre la que se ciernen, amenazantes, las desgastadas esculturas de dos… ¿Dragones? ¿Gárgolas? Me resulta difícil determinarlo desde esta distancia. Sea como fuere, no parece haber nadie frente al enrejado. Lo único que se oye, aparte del constante fluir de las aguas del cercano río, es el susurro de las hojas de los árboles que, movidos por la brisa, se mecen en las laderas de la colina sobre la que el castillo Gyllencreutz parece estarnos observando.
—Ebba, ¿estás segura de que es aquí?
Tan pronto como estas palabras abandonan mis labios, me parece ver movimiento al otro lado de la cerca, en el descuidado jardín del castillo. Lentamente empiezo a caminar de lado, buscando un buen ángulo que me permita ver a quién se le ha ocurrido meterse ahí dentro sin la necesidad de acercarme demasiado. No tardo en descubrir un trío de hombres que, cuando menos, resulta curioso: uno de ellos, un hombre de edad respetable, verdaderamente alto y de postura erguida, va vestido al modo de un criado, aunque excepcionalmente refinado para lo que es habitual; un segundo, el más joven de los tres, nos observa de un modo que me hace sospechar que ya hace rato que nos ha visto llegar; el tercero, y el que quizá más desentone, es un… ¿anciano?, encorvado, de aspecto desharrapado y de larga barba desgreñada, que bien podría parecer un pedigüeño si no fuera por los dos que lo acompañan. Un pequeño perro blanco y negro retoza entre las abundantes malas hierbas, ajeno al desorden que lo rodea.
Tratando de disimular el desconcierto que toda esta situación me produce, echo a caminar en pos del extraño grupo. De manera imperceptible para los desconocidos, la mano que sujeta el brazo de mi hija se cierra ligeramente, apretando un poco más que antes de ver a nuestros contactos. A medida que nos acercamos, la sensación de extrañeza crece: el anciano, que no es tal, no va únicamente desarreglado, sino que sus ropas están tan viejas y desgastadas que a buen seguro no cambia de muda desde hace años; el caballero de apariencia respetable tiene una mirada desenfocada, como si mirase sin ver, lo que me hace sospechar que es invidente; el último, el joven que está en el centro del trío, nos espera con una sonrisa que casi podría resultar insolente. Øystein Wergeland, sin duda.
—Usted es el detective Wergeland, supongo —saludo con tono firme, mirando fijamente al hombre a los ojos, examinando su expresión, cada movimiento de sus cejas y cada sonrisa, genuina o impostada—. Soy el coronel Alvar Egil Björklund. Encantado de conocerlos a usted y a sus adláteres, espero.
Los desconocidos proceden al acostumbrado ritual de elogios y cumplidos que suele producirse cuando hay una dama presente, en este caso mi hija. A pesar de la aprendida cortesía de los presentes, la irónica elocuencia del señor Wergeland cuando habla de la mudez de mi Ebba y de la invidencia de su propio acompañante, me causa cierta tirantez que decido ignorar por el bien de la conversación. Sonrío con una cordialidad que deja traslucir un deje severo cuando el detective me invita a acompañarlo en un paseo por el jardín del castillo.
—Por supuesto, señor Wergeland. ¿Debo entender que ha situado su establecimiento en un lugar tan pintoresco? Es una carta de presentación que dota a su negocio de un carácter singular, no voy a negarlo. —Miro brevemente a mi alrededor antes de volver a centrar mi vista en el joven—. Dígame una cosa, detective: ¿está usted relacionado de algún modo con el ámbito policial, o ejerce su profesión de manera, digamos, independiente?
Ahí estaba ¡por fin! el lugar en el que habían acordado reunirse con el detective tras varias semanas tratando de localizarlo. Cogida fuertemente del brazo de su padre, Ebba caminaba, debía admitir, no sin cierta emoción que se reflejaba perfectamente en su rostro y su mirada vivaz, ascendiendo la pequeña colina sobre cuya cima se encontraba el castillo Gyllencreutz.
La joven escritora no cabía en sí de emoción. Y no se debía (al menos, no únicamente) al hecho de que por fin iba a poder indagar más a fondo acerca del suceso de la víspera de su cumpleaños, con la ayuda de un buen detective que, por lo que había escuchado, debería saber de lo que estaban hablando; no. Se debía a que conocía infinidad de historias, relatos y leyendas referentes a la imponente y al mismo tiempo casi siniestra edificación que tenían frente a ellos. Sobre el castillo Gyllencreutz, con sus minaretes, su arbotantes y sus torreones, que ahora aparecían en completo desuso, otorgándole un aura más fantasmagórica incluso, si cabía, se relataban cientos de cuentos... y Ebba los conocía todos. Hasta hacía poco, sin embargo, siempre había pensado que se trataba de ficción, historias que las madres contaban a los niños antes de ir a dormir para que no corrieran demasiado lejos cuando salían a jugar...
...y, sin embargo, ahora creía que muchos de ellos podrían ser verdad.
Ensimismada con las gárgolas de las cornisas y las retorcidas sombras de los recovecos que la transportaban a lejanos lugares de su mente que pugnaban por escribir cuanto antes todo aquello que volaba en su imaginación en ese momento, mientras avanzaban hacia el lugar del encuentro, la muchacha dio un respingo cuando la pregunta de su padre la sacó de sus ensoñaciones. Asintió con vehemencia, pero se dio cuenta, por la mirada del oficial, de que Alvar ya había atisbado a alguien, casi en el mismo momento en que le respondía.
Siguiendo con la vista el lugar al que se dirigían sus ojos, la joven Björklund percibió lo mismo que él y se fijó en quién acompañaba a los dos hombres que no conocía: era Reidar. La expresión de sorpresa de la joven se convirtió en una amplia sonrisa y dio un pequeño salto, llamando la atención de su padre con unos toquecitos frenéticos en su brazo. Luego señaló al viejo encorvado y después metió el puño de una mano dentro de la otra y lo sacó: «Sin Raíces. ¡Ese es Reidar!» decía. A medida que se acercaban, a duras penas contuvo las ganas de salir corriendo y abrazarlo, saltándose por completo el protocolo, pero fue capaz de controlarse porque su padre no estaba tan visiblemente emocionado como ella y Ebba pudo percibir el ligero apretón en su brazo. Así que se contuvo y simplemente saludó al hombre con un gesto de la mano, para después extender frente a sí las dos manos con los dedos separados y las palmas hacia el hombre, dándoles la vuelta de golpe y volviendo las palmas hacia sí misma: «¡Qué sorpresa!» dijo.
El que no pudo contener su alegría, sin embargo, fue Geri; el perro salió corriendo en dirección a la joven, quien se agachó y le rascó tras las orejas como siempre, mientras dejaba que le lamiera las manos alegremente. No llegó, sin embargo, a lamerle la cara, porque Ebba no era capaz de agacharse demasiado, como hacía normalmente, ya que ese día llevaba un vestido fino, lleno de bordados y adornos, e incluso se había puesto un refinado corsé, vistiéndose acorde a la situación y muy diferente a sus usuales paseos por el campo o por el parque, donde se encontraba normalmente con el vagabundo y su fiel amigo. Hasta se había peinado con un intrincado recogido. No sabía cómo sería ese tal Øystein Wergeland, ni cómo reaccionaría y no quería perder la oportunidad de averiguar qué le había pasado hacía trece años por una poco decorosa primera impresión. Así que se agachó como pudo a saludar al cachorro y después se levantó, estirando los pliegues de la falda de nuevo y recuperando la capacidad de respirar (al menos, levemente).
Avanzó junto a su padre e hizo las reverencias pertinentes a modo de saludo cuando fueron presentados. Omitió por completo la ironía sobre su mudez (y su propio mayordomo) del detective, preguntándose si su padre la habría encontrado fuera de lugar al percibir el músculo del brazo de Alvar al que se aferraba ligeramente más tenso de lo habitual. Sin embargo, cuando le presentaron al señor Niles y éste la saludó, dirigiéndose de manera precisa en su dirección sin ver, de una manera admirable, se soltó de su querido padre y se acercó al hombre. Lo tomó de la mano y realizó de nuevo la inclinación a modo de saludo, para que él percibiese su presentación con el movimiento. Después dejó la mano entre las del hombre, pues sabía que las personas invidentes utilizaban no sólo el olfato o el oído, sino también el tacto, para conocer a los demás.
Las manos de Ebba eran suaves, tersas y delicadas, pero contaban con el característico callo que todo escritor que se precie tiene en el dedo corazón, en su caso, curiosamente, de la mano izquierda. Tras unos segundos, alzó la mano del hombre y la colocó sobre su mejilla, permitiendo que reconociera la forma de su rostro. Después, se retiró y volvió a enlazar su brazo con el de su padre, a quien miró sonriente. Sus manos se movieron hacia delante con las palmas extendidas, como si empujara algo. Después, poniéndolas boca arriba, juntó todos los dedos, apuntando al cielo, y también ambas manos y las movió de un lado al otro, acto seguido, cerró el puño y se tocó con el pulgar en la mejilla bajo el ojo y en la parte superior de la frente para terminar añadiendo un último gesto al nombre del detective, poniendo dos dedos frente a sus labios y moviéndolos arriba y abajo repetidamente, tan sólo medio segundo, mientras esbozaba media sonrisa inteligente.
«¿Vamos?» decían sus gestos «Acompañemos al elocuente señor Øystein Wergeland».
ENCUENTROS PASADOS: CONTINUANDO EL PRIMER ENCUENTRO CON WERGELAND Y NILES.^^
Al final no he podido resistirme... ¡Muchachos, no escribáis tanto, que me tentáis y tengo que currar! XD
—La proxima vez le prestas un poco a Reidar —sugirió en voz baja de forma tal que sólo sus dos amigos pudieran oirlo, riendo despreocupadmente, con la confianza que trae años de chanzas entre viejas amistades.
El anciano se había reído con ganas ante la chanza de Øystein quizás por un lapsus de tiempo mas de lo normal pues, astuto como un zorro, el viejo buscaba en su mente la frase más precisa y satírica posible con la que redoblar aquel duelo verbal que los tenía a ambos, ahora, como participes.
Y yo no me permitirá aceptarlo querido amigo, dijo con una fingida expresión de pena en el rosto y mirándole a los ojos mientras apoyaba la palma de su mano abierta sobre donde anidaba en su pecho el corazón, puesto que ya sabes lo que dicen, “los mejores perfumes y los venenos vienen en envase chico”, y si la botellita de tu elixir se asemeja en algo a su dueño, su contenido no ha de ser mayor a dos o tres gotitas finalizó sonriente.
Entonces quiso sumarse al asunto el sirviente ciego de Øystein, aportando con su acento aflautado un conjunto de opiniones no solicitadas por Reidar. Y, aunque a decir verdad no entendió el significado de aquello de “Eau de Tombeau”, las palabras le sonaron a insulto en el idioma de los afeminados franceses.
El viejo le hubiera mirado con su mejor expresión asesina, pero siendo el otro tan ciego como un topo, la reprimenda visual hubiera sido un desperdicio de intención. Reidar se planteó dejarlo estar mas que nada, porque “su” pequeña princesa Ebba había llegado acompañada de un hombre de buen porte y ceño severo.
El padre de Ebba.
Pronto todo perdió importancia pues con la joven presente Reidar se impacientó por buscar el modo de compartir un momento con su querida amiga.
Mientras el resto de los presentes hablaban, rumores bajo el agua, los ojos cielo del viejo hombre quedan atrapados entre los dedos agiles como colibríes que crean invisibles palabras en el aire.
“Sin Raíces” …ese soy yo.
Pero la magia del momento de pronto se rompe, puesto que a su lado el ciego ahora gruñe como un perro asustado y aunque Reidar quiere ignorarlo, la cercanía del otro le molesta en demasía y no puede evitar pensar en lo pronto que los ingleses han olvidado a temer a los del norte. De todas formas, le consuela en parte reconocer que el ciego entiende su lugar en el orden de las cosas, como siervo, de un hijo de la helada Suecia.
«¿Vamos?» decían sus gestos «Acompañemos al elocuente señor Øystein Wergeland».
Asintiendo con la cabeza en respuesta, Reidar comienza a marchar junto a Ebba, mas, antes de iniciar un momento que seguro atesorará en sus recuerdos junto a tantos otros, le susurra a Ebba pero lo suficientemente alto para que el ciego escuche, pequeña princesa, seria mejor adelantarnos al siervo de Øystein, indica señalando al mayordomo, el hombre no podrá ver pero tiene una lengua muy suelta, finaliza acompañando sus palabras con su mano que abre y cierra como si fuera la boca de un pato.
Me reservo la munición gruesa para cuando la pequeña Ebba no este presente jajaja.
La sonrisa del detective apenas flaqueó unos instantes ante la insolencia de sus compañeros, pero desestimó la oportunidad de continuar aquella batalla dialéctica por deferencia a los recién llegados.
—Øystein —pidió escuetamente al Coronel mientras hacía un gesto de ahuyentar una mosca con la mano, un intento con toda seguridad fútil por reducir las formalidades.
El Coronel Alvar Egil Björklund era dueño de un porte que imponía, una actitud que se trasladaba tanto en la firmeza de su voz como en la severidad de su mirada. Su hija empero conservaba un desenfado en el rostro digno de quien sonríe con frecuencia. Tampoco le pasó inadvertido la algarabía con la que el can de Reidar le había recibido, moviendo su corta cola con efusión.
Observó en silencio y con un gesto pensativo el ritual de reconocimiento de Ebba con su mayordomo. Curiosidad que se fue incrementando al notar aquella rápida sucesión de gestos manuales con los cuales la mujer se comunicaba. Aquello complicaría las cosas.
—Mi estimado Coronel, ruego que me disculpéis. A veces, en mi profesión, consideramos las cosas de manera más... abstracta, y perdemos de vista —alzó las cejas en la dirección de su mayordomo— los aspectos más íntimos del sufrimiento ajeno. Os ofrezco mis disculpas si con mi brusquedad os ha ofendido, a vos o a vuestra hija.
La rigidez del hombre frente a sus anteriores palabras, así como el ligerísimo gesto de acercamiento de la hija contra el cuerpo de su padre, fueron señales suficientes para comprender que no se bromeaba con aquel hombre. Comenzaron a pasear por el camino indicado cuando Björklund volvió a demostrar esa saludable dosis de desconfianza que todo hombre de mundo que se precie debe manifestar. Background checking, le llamaría Niles.
—Mm —abarcó con una mirada de ojos claros y acuosos el castillo y los alrededores— Ciertamente es un lugar pintoresco, aunque, por fortuna para mi estimado Niles, no es aquí donde nos alojamos. ¿Podéis imaginaros el trabajo de mantener un sitio así? Aunque no dudo de la lealtad de mi mayordomo, a fe mia apostaría varias coronas a que me abandona antes de concluir nuestra primera semana —rió despreocupadamente ante tal perspectiva sin revelar aún la causa de su presencia en aquel abandonado castillo.
La altura de un hombre puede juzgarse por la longitud de su zancada. Tal ver por ello el detective Wergeland caminaba de manera tan extraña, intentando acompasar inútilmente los pasos a los de su mayordomo, como si quisiera cubrir sus propias huellas. Lo cierto es que ni siquiera podía imitar a las del vagabundo.
—Diez años como inspector en la policía de Christiania —informó a padre e hija— Mayormente investigando banalidades. Un robo. Una mujer. Un rival político —se encogió de hombros, aparentemente aburrido— Las fuerzas de la ley suelen resolver estos casos de manera satisfactoria. Simplemente es necesario enfocarse en lo extraordinario, aquello que distingue a un caso de otros cientos.
Bajó la voz un tanto antes de proseguir.
—Y sin embargo, hay casos tan extraños, tan misteriosos, que lo que debería ser una ventaja se vuelve una complicación. Es entonces cuando se busca un chivo expiatorio; algún mendigo poco afortunado —se volvió hacia Reidar— al cual encerrar tras las rejas. Para salir del paso, como suele decirse.
No profundizó en el tema, dejando que el Coronel atara los cabos restantes respecto a la identidad de sus «adláteres». Sea lo que fuera que aquel término significara. Tal vez algún dialecto local. Aunque Niles era extranjero en aquella tierra, confiaba en que su mayordomo podría dilucidar aquel misterio más tarde.
—Renuncié a mi puesto en la policía hace cinco años y desde entonces me desenvuelvo como detective privado. Los casos suelen ser más interesantes. La paga, también —añadió alzando las cejas— Pero ya basta de mi —se interrumpió alzando las manos con las palmas extendidas— Estoy seguro que no habéis venido a escucharme hablar de mis experiencias, ni de las de mis compañeros. ¿En qué podemos ayudaros, Coronel?
En el denso bosquecillo lindante con el viejo castilo Gyllencreutz reinaba una calmada tensión que vibraba en el aire como el llamado de un amante, sus besos se desgranaban en el viento tibio y sus palabras, dulces e ininteligibles, perfectas en su imprecisión, acariciaban el corazón de la cazadora que atento oía y latía animado ante las perspectivas de la emoción de un nuevo encuentro con la hermosa dama, una cita secreta llena de miradas esquivas encendidas y promesas, como todos los encuentros entre enamoradas.
Tigre, tigre, que te enciendes en luz
por los bosques de la noche
¿qué mano inmortal, qué ojo
pudo idear tu terrible simetría?
Sus pasos eran acallados por la hierba alta y mullida que se alzaba hasta más allá de sus pantorrillas, lamiendo el cuero chocolate de sus botas de montar, algunas hierbas insistían en aferrarse a sus pantalones de amazona. Acechando entre los arbustos jóvenes la luz se filtraba en esporádicos haces filosos en medio de la penumbra aromática del follaje de los robles, perfume a hierba al sol, a flores mustias, a viento herido de hielo, a agua de glaciar, a corazón de montaña antigua.
¿Y qué hombro, y qué arte
pudo tejer la nervadura de tu corazón?
Y al comenzar los latidos de tu corazón,
¿qué mano terrible? ¿Qué terribles pies?
Escrutando con su mirada caramelo a su futura presa, arma en mano, a veces le dejaba tomar ventaja solo por saborear la expectativa de volver a encontrarla y ultimarla, un baile que solo tenía un final señalado: como todo vals algún día la melodía se extinguiría y con ella, el ritual. Claro que a veces la presa escapaba; el corazón de la parca entonces experimentaba un súbito arranque de júbilo, un subidón pecaminoso y placentero. Otro día, otro baile, querida. No adiós, hasta luego.
¿Qué martillo? ¿Qué cadena?
¿En qué horno se templó tu cerebro?
¿En qué yunque?
¿Qué tremendas garras osaron
sus mortales terrores dominar?
Súbitamente, su mirada precisa y terrible la ve. ¡Te tengo! El intercambio de energías, una que se cubre y otra que descubre presagia el cruce de la invisible barrera y la mano alza el rifle mecánicamente, el ojo señala el suave punto y el gatillo se acciona implacable. La descarga se oye en todo el pequeño bosquecillo asustando a las aves que desprevenidas emprenden la huida ante el susto fatal... pero el arma sigue resonando en cada latido de la mujer que se acerca a contemplar al conejo, en cada bombeo que sube por su garganta y le seca la boca. Le ha dado mal, el pobre animalito está sufriendo. Si hubiera podido le habría disparado en el corazón.
Cuando las estrellas arrojaron sus lanzas
y bañaron los cielos con sus lágrimas
¿sonrió al ver su obra?
¿Quien hizo al cordero fue quien te hizo?
Se mordió el labio y tomó al conejo en sus brazos, una furtiva lágrima se arrojó desde sus tupidas pestañas al oír el "crack" del peludo cuello. Y así, rodeada de ese silencio ominoso de la muerte que era ella misma, Lady Lovisa respiró una, dos, tres veces recuperando la calma, dejando que el dolor se esfumara con los últimos rastros de calor de aquel conejo que no era ahora sino carne.
Camina con el sol del ocaso alma de conejo. Aléjate, conejito, huye. Vuelve a ser uno con la naturaleza de la que saliste, este mundo de los hombres es muy cruel para ti y los misterios que acechan en la negra noche son demasiado aterradores. Acarició las orejas con las yemas de sus dedos… y recordó una mirada azul en un fondo azul en una muerte azul mientras un escalofrío le recorría la espalda.
Era hora de volver a casa.
¿En qué profundidades distantes,
en qué cielos ardió el fuego de tus ojos?
¿Con qué alas osó elevarse?
¿Qué mano osó tomar ese fuego?[...]
Tigre, tigre, que te enciendes en luz,
por los bosques de la noche
¿qué mano inmortal, qué ojo
osó idear tu terrible simetría?
Al volver sobre sus pasos hacia la civilización descubrió que no estaba sola, vio un grupo de gente junto a la verja del viejo castillo… ¡Genial! ¡Otro escándalo! Pero… ¿Aquella no era Ebba? ¿Y ese no era el coronel Björklund? Ya podía escuchar la retahíla de retos… ¿Y ese… el señor Rotløs? De seguro que los otros dos eran el nuevo dueño y su criado. ¡Demonios! Su confusión iba en aumento junto con su curiosidad.
Avanzó hacia el variopinto conjunto de seres humanos, una mujer alta, de porte elegante pero algo tosco, como desdeñoso, vestida con su falda desmontada a un lado de su cadera, pantalones y botas altas. Iba de un azul oscuro como el mar de invierno tanto en la chaqueta corta como en la falda y llevaba blusa de mangas abuchonadas con chaleco a todas luces masculino que le quedaba algo holgado.
Con una mirada escrutadora y los labios suavemente apretados iba a alzar la voz cuando fue interceptada por dos policías que estaban de ronda y que, indudablemente, habían escuchado los tiros también. Se los veía discutir acaloradamente, llegaron algunos reclamos a los oídos de los espectadores: “Una mujer sola y de su alcurnia no puede…”-una objeción-; “No, claro, que no, por supuesto...” -una disculpa-; “Pero qué mal puedo hacer con tan simple e inocente divertimento…” -una excusa-; finalmente, señaló al grupo de hombres -y Ebba- tras la verja.
La acompañaron con paso marcial mientras la mujer exhibía un rostro dignamente pétreo y airado que ponía de relieve su humor. Cuando estuvo cerca dirigió la sonrisa cómplice y astuta a Ebba y al coronel Björklund, luego inclinó la cabeza a los demás presentes y se detuvo a darle una mirada más larga al señor Rotløs, inquisitiva.
Finalmente, uno de los policías preguntó al grupo -Hemos llegado hasta aquí alertados por los disparos en el bosquecillo aledaño cuando hemos visto a la muj… -mirada fulminante -Lady Lovisa sola, quien asegura que estaba cazando bajo su supervisión, ¿Es esto cierto? -los ojos de la muchacha se abrieron y se cerraron vehementemente, luego desvió la mirada alzando el mentón gravemente ofendida por las dudas hacia su persona.
-Le dije al oficial que estaba cazando la cena -alzó con su mano un conejo y una perdiz, fingió una sonrisa que pretendía ser tonta pero salió feroz y ligeramente amenazante mientras los miraba de lado. Todo su aspecto traslucía una fuerte dignidad pero sus ojos pedían una ayuda en su pequeña fechoría.
Bueeenas...
Blake, W. (1794): "The Tyger", Songs of Experience.
Nota: el orden de las estrofas está mezclado.
La noticia de que el hombre con aspecto de pordiosero no es otro que Reidar Rotløs me pilla francamente por sorpresa. En más de una ocasión, mi hija me ha hablado de un amigo al que conoció durante una de mis ausencias, el señor Rotløs. Sabiendo que Ebba es de naturaleza gregaria y sociable, o quizás porque estaba demasiado ocupado en esos momentos, no pensé en preguntarle tanto acerca de esta persona como normalmente habría hecho, asumiendo que Rotløs sería simplemente uno más de los muchos amigos y conocidos de mi pequeña. Ahora, viendo ante mí su rostro ajado, sus ropas viejas y su cabello y barba desaliñados, no puedo por menos de preguntarme si acaso se trata de una broma. Por suerte, tengo la prudencia de no formular esa pregunta en voz alta. Rotløs, «Sin Raíces». Qué apellido tan tristemente adecuado. Ligeramente conmocionado por el descubrimiento, me esfuerzo por mantener una expresión neutral mientras tiendo mi mano al hombre.
—Señor Rotløs —lo saludo, dándole un apretón firme mientras clavo mis ojos en su profundo y vertiginoso azul, tratando de determinar si pudiera ser alguien peligroso—. Mi hija me ha hablado de usted. Al fin nos conocemos. —Todavía es pronto para saber si es un placer—. Ya tendremos ocasión de hablar usted y yo.
La respuesta del detective Wergeland a mi interpelación se asemeja mucho a la que esperaba, y por el momento me satisface: policía en Cristianía durante una década, dimitió hace cinco años. El motivo oficial de su abandono sería su disconformidad con la política del departamento de hacer pagar a justos por pecadores, con la que, a juzgar por la insinuación que queda en el aire, el señor Rotløs parece más que familiarizado. Oh, un hombre de principios. Por supuesto, pienso verificar su versión.
—Así que un agente de la ley, desilusionado por políticas oportunistas e injustas —resumo, mirando al hombre con suspicacia desde mi mayor estatura—. Sería de mal gusto poner en duda su palabra, detective, así que digamos que lo creo. No sé hasta qué punto está usted al corriente de los detalles de la consulta que quiero hacerle, de modo que voy a hacerle una pregunta, una pregunta muy sencilla. De su respuesta dependerá que nuestra conversación tenga futuro o no lo tenga. —Hago una pausa, preguntándome si estaré haciendo lo correcto—. Señor Wergeland, ¿cree usted en lo sobrenatural?
Casi como respuesta a mi pregunta, el viento trae a mis oídos los retazos dispersos de una discusión. Cuando giro la cabeza, veo a cierta distancia a dos policías interrogando a una mujer joven y esbelta, que va ataviada con un atuendo de caza. Según creo oír, los agentes tienen reparos a que la cazadora, «una mujer de alta alcurnia», ande sola por estos pagos. Razón no les falta: viendo la cantidad de matojos y raíces que pueblan estas colinas, no debe de ser difícil torcerse un tobillo en los terrenos agrestes que rodean el castillo. Sea como fuere, uno de los hombres se acerca a nosotros, afirmando haber venido al oír los disparos de la mujer. Mis ojos se abren con sorpresa al oír el nombre de la dama, aunque solo durante un momento; levanto la vista para echar un mejor vistazo a la cazadora, que no es otra que lady Lovisa Swedenborg, la tan imaginativa como rebelde amiga de infancia de mis hijas Signe y Ebba. ¿Por qué no me extraña que se haya metido en problemas con agentes del orden? Al escuchar de boca del policía que la joven les ha dicho que estaba cazando bajo nuestra supervisión, poco me falta para echarme a reír, aunque logro mantener el rostro completamente serio. Muy propio de Lovisa engatusar a sus víctimas con una excusa que involucre a unos pobres inocentes que pasaban por allí, en este caso nosotros.
—Por supuesto, agente —respondo sin titubear—. Coronel Alvar Egil Björklund, para servirles. Lady Lovisa Swedenborg es una amiga de mi familia. Dado que esta es una zona poco frecuentada, habíamos pensado que no habría nada malo en que se divirtiese un poco. —Sonrío, mirando de soslayo a Ebba, aunque sin perder mi postura erguida y digna—. ¿Hemos quebrantado alguna ley, señor?
Aguardo la respuesta con absoluta calma. Si hay algo cierto es que algunas cosas nunca cambian.
Ebba ensanchó su sonrisa observando el intercambio de palabras educadas entre su padre y Reidar. Pensándolo bien, estaba claro que el hecho de que "Sin Raíces" fuera literal iba a sorprender al coronel, pero cuando le había hablado de él, la muchacha ni siquiera se lo había planteado, así que sus ojos no pudieron evitar lanzar una mirada a su padre, apenas un instante cargado de significados diferentes. "Lo siento", "no lo pensé", "siempre me pasa lo mismo", "no pasa nada", "confía en mí", "dale una oportunidad"... tenía claro, sin embargo, que no hacía falta decir nada pues todo aquello Alvar ya lo sabía.
Entonces la atención del coronel Björklund se desvió hacia el detective y aceptó su explicación. Así que ella también. Les valdría, por ahora. Mientras ambos realizaban aquel intercambio de inteligente ingenio disfrazado de educadas formalidades, Reidar se colocó a su lado (Geri también) y Ebba le sonrió. Y entonces su padre hizo al detective privado la pregunta que Ebba sabía que tenía que hacer. Ella ya conocía la respuesta, o la intuía, porque precisamente había dado con el nombre del detective indagando acerca de ese tema, pero sabía que su padre debía preguntarlo.
Sin embargo, algo les interrumpió. Sus agudos oídos percibieron una discusión a lo lejos. Giró el rostro al mismo tiempo que su padre, justo a tiempo para ver a quien claramente era Lady Lovisa, señalando hacia ellos. Los ojos de Ebba se abrieron mucho, imaginándose enseguida lo que estaba sucediendo a raíz de las palabras inconexas que el viento había llevado hasta ella y del arma que la mujer tenía en las manos, pero su rostro adoptó la expresión de la más brillantemente educada compostura cuando los agentes se acercaron a ellos con su amiga, pareciendo de pronto con su rostros serio y su severa mirada perfectamente fingida bastante mayor de lo que era. Ante las palabras de los agentes, se giró con calma hacia su padre, ya que ella no podía decir nada, pero este ya había tomado la iniciativa respondiendo con toda seriedad, para después lanzarle un esbozo de sonrisa de soslayo, al que ella respondió con disimulo cómplice.
Apoyando sus palabras, miró a Lovisa con una fingida y exagerada mueca de preocupación en el rostro, levantó la mano y movió los dedos en una rápida sucesión, movió el índice de lado a lado, después giró la muñeca y alzó el meñique, luego volvió a extender el índice y levantó el pulgar, en un gesto parecido a una pistola, y movió la mano de un lado a otro, apuntando hacia el lejano bosquecillo, para terminar poniendo la mano boca arriba y cerrando todos los dedos juntos, apuntando al cielo: "No debías alejarte mucho" decía, con rostro severo. "Ven aquí" terminó, señalando a la joven Swedenborg y después a un pedazo de suelo vacío a su lado, confiando en que Lady Lovisa "obedeciera" y se acercara a ella, alejándose de aquellos agentes de la ley, confiando plenamente en que el coronel Alvar Egil Björklund lidiaría sin problemas con ellos.
No fue tanto el olor como el tacto lo que despertó en él la fuerza imparable de la evocación. El ritual de reconocimiento de la hija del Coronel ofreció a Niles una imagen mental muy precisa de su rostro. Y algo más...
El pasillo está a oscuras a salvo de la débil luz de luna que se filtra por la ventana al fondo.
Aun malherido, camina rápido, ignorando los cuerpos.
Huele a sangre.
Y a muerte.
Alcanza la puerta con los pulmones en llamas.
Está entreabierta.
Quizás sea demasiado tarde, piensa aterrado.
Pero al escuchar su llanto, decide irrumpir en la habitación sin importar el coste.
Y allí está... Sana y...
¿Penélope...?
El mayordomo prestó especial atención a la forma de caminar de la joven según los invitados de su señor -al parecer hoy estaría muy ocupado- atravesaban el jardín que rodeaba el lúgubre castillo de Gyllencrutz. Como bien sabía el ciego sirviente del detective Wergeland, cada persona tiene una particular forma de caminar. Solo había que prestar atención para distinguir a alguien por sus pasos.
Abstraído como estaba en su tarea de memorización, las palabras del Viejo Sauce Reidar le distrajeron, causándole un imperceptible -pero enervante- enojo que disfrazó con un ligero fruncimiento de ceño. Fue su sentido del deber el que le recordó que debía de preparar el té para los invitados del detective, ya que de lo contrario el honor y prestigio de su amo, por naturaleza poco preocupado por los convencionalismos sociales, quedaría a la altura de Reidar. Lo cual era como decir muy... muy... muy... muuuuuuy... MUUUUUUUUUUUUUYYYYYY... devaluado.
-Amo Oystein, salvo que precise de mis, por otro lado, incuestionables dotes de guardaespaldas para su paseo matinal por el jardín de las esculturas dantescas, prepararé el té a nuestros distinguidos invitados-. Asintió con un gesto mecánico, lo que podía tomarse como una solemne forma de despedirse del grupo allí congregado. Su fino y cuidado bigote plateado pareció erizarse como el manto de un gato cuando miró, en sentido figurado, al vagabundo. Estaba claro que tenía un problema de aceptación con aquel tipo. Claro que por otra parte igual le debía dinero...
Tras su educada despedida, se dispuso a desplazarse haciendo gala de su inigualable dignidad británica y sus largas zancadas rumbo al castillo para dirimir con la competencia la ubicación exacta de la tetera de mayor lujo. Fue entonces cuando escuchó un terrible estruendo en la lejanía. Un estruendo que su fino oído tradujo al instante...
-¡Un snaphaunce*! ¡Amo! BE CAREFUL! IT'S A TRAP!-.
Niles intuía un inminente atentado sobre la persona de su protegido y no pensaba permitir al tirador que lo abatiese con facilidad. Desplegando una arrancada prodigiosa, el mayordomo -Oh, My! ¡Que tenía unos cincuenta años!- se lanzó en plancha embistiendo a Reidar -Oh, sí... ¡A REIDAR!- con un placaje fulgurante cubriéndole con su imponente físico y aguardando una segunda descarga que, a buen seguro, terminaría con su vida. Pero así era la vida del criado, siempre velando por la integridad física de su amo.
Al comprobar que no había segundo disparo, Niles cayó en la cuenta de que, quizás, no se tratase de un atentado después de todo. Al fin y al cabo, el castillo lindaba con una densa foresta en la que se adentraban algunos cazadores. Además, había otro detalle inquietante en el suceso: comprobó que la fragancia corporal que rezumaba su amo se había... ¿Agriado? ¿Era probable que hubiese placado al vagabundo en lugar de al señorito Wergeland? Era, sin duda, una posibilidad a tener en cuenta.
¿Remordimientos? Ni sombra. Niles se alzó cual resorte, se dio unos manotazos en la chaqueta para retirarse el polvo -¡Y las liendres!-, fingió toser diplomáticamente para evitar disculparse de inmediato con el homeless, tendió la mano a Reidar con algo de desgana para ayudarle a ponerse en pie y giró su mirada vacía al detective.
-El protocolo de seguridad**, amo. Mis disculpas por la contundencia de mi reacción, señores. Y señorita. Convenimos en su momento que había de ser estricto en la observación de su cumplimiento. Prepararé de inmediato al señor Rotlos una infusión para que recupere el aliento-.
Niles se volvió sobre sus largos pasos hacia el castillo y se alejó del grupo mientras una sonrisilla maliciosa se dibujaba en su rostro.
Aún sabía distinguir la distancia a la que se efectuaba un disparo. Y ese había sonado muy lejano. Con todo, como simulacro no había estado nada mal, reconoció para sí mismo muy satisfecho.
* Rifle de caza.
** El protocolo de seguridad Amo-Criado ha sido diseñado celosamente para proteger a Oystein de cualquier elemento potencialmente letal como un hacha -Tos, tos-, un rifle de caza -Tos, tos, tos-, conjuros malignos -¡Tos, tos!-, o Reidar -¡TOS, TOS, TOS!-.
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Hilos de luz se colaban por entre el tupido follaje de los árboles como elegantes columnas luminiscentes de un fantástico y etéreo palacio.
Ebba corría sobre la fresca hierba, en dirección hacia las cristalinas aguas del cercano río, tirada de la mano por su enérgico sobrino que daba lo que para él eran enormes zancadas, tratando de alcanzar la zona de picnic en la orilla. Su hermana, Signe, y su padre Alvar caminaban tras ellos, a cierta distancia, con paso tranquilo y sosegado, llevando una gran cesta cubierta con un mantel a cuadros blancos y rojos. Sin embargo, el crío no tenía la paciencia para esperar a que llegaran a su paso lento y apacible, así que había agarrado la mano de su tía y había salido corriendo en dirección al río.
Al llegar, hizo un rápido gesto con la mano y la muchacha le contestó, sonriendo y asintiendo. El niño estaba a punto de salir corriendo de nuevo, pero ella lo detuvo, sujetándolo por un brazo, para hacer un último gesto: "ten cuidado". Entonces se quedó quieta, se tapó los ojos con una mano y levantó la otra en el aire, con ella comenzó a contar, abriendo dedos uno a uno, en una cadencia constante. Cuando terminó, abrió los ojos de nuevo y comenzó a otear en la dirección en la que había escuchado salir corriendo a su sobrino.
Dio un par de vueltas entre los arbustos cercanos a la orilla, miró en las copas de los árboles más altos y bajo los setos, las mesas y las bancadas, pero su sobrino sabía esconderse más que bien.
Entonces su mirada se cruzó con un más que conocido azul gélido que los observaba desde la distancia, a la sombra de un árbol. La joven Björklund levantó el brazo y lo agitó en el aire, sonriendo, pero en ese instante, un recuerdo le vino a la mente: los Vaesen. Los sucesos vividos recientemente (y no tanto), las historias que Sin Raíces le había contado a lo largo del tiempo y que ella había atesorado en su memoria... la historia del propio Reidar, los signos de los viajeros como él, su propia experiencia con esos seres, su constante movimiento, su búsqueda, la búsqueda de aquello que tantos años atrás le habían robado y que ella le había prometido ayudar a encontrar en reiteradas ocasiones... y su mente no pudo evitar solapar aquellos pensamientos con su sobrino, escondido solo en algún lugar de prado junto al río. La sonrisa se le congeló en los labios.
Echó esos pensamientos de su mente sacudiendo la cabeza y se dispuso a buscar al pequeño con más ahínco y a encontrarlo pronto. No podía ser que un crío de esa edad la ganase a ella, a Ebba Björklund, jugando al escondite.
Finalmente aprovecho para agradecerte tu tiempo y el hermoso post que me obsequiaste. Y por si no hubiese sido claro en mi breve relato, Reidar adora a Ebba, "su hija del corazón".
Queda claro, queda claro. Voy a tener que cuidar mucho a Ebba, a este paso, como le pase algo malo, os va a dar algo a varios de los otros PJs XD.
Y aprovecho para pedirte disculpas, Reidar, tenía este post pendiente y no me había dado tiempo aún, no me da la vida. Con esto creo que contesto las últimas preguntas de tu post ;) .