Tantos años solo. Tanto tiempo perdido, malviviendo en edificios públicos como un delincuente. Tanto tiempo buscando algo de compañía... Y tras los tres peores días de una vida llena de malos días, por fin ha aparecido la compañía que tanto se deseaba. ¿O no?
La noche se presentaba tranquila. O al menos eso anunciaban en los telediarios, que iba a ser tranquila y despejada y que la Luna brillaría en lo alto de un cielo estrellado.
Bandadas de aves nocturnas cruzan el cielo abandonando sus nidos y saliendo de caza, buscan pequeños insectos con que alimentar a sus crías. Vuelan sin emitir sonido alguno, deslizándose como acompañantes de la muerte, silenciosas.
Una ligera y fría neblina se levanta desde el río y los estanques para envolver la ciudad con un místico velo que parece de la mas fina gasa. Como una mortaja se va extendiendo por las calles, cubriendo aceras y carreteras, envolviendo Boston como si de vendas mortuorias se trataran.
Tocan entonces las doce campanadas.
Nadie que haya vivido en Boston mas de dos días ha presenciado nada similar, pues el retumbar de las campanas se extiende de calle en calle, rebotando en las fachadas de los edificios hasta esparcirse como un bálsamo por toda la ciudad, que aguanta la respiración, expectante, a la espera de que algo suceda.
Se levanta un fuerte viento que sopla desde la bahía cargado de malos presagios. De la nada surge una violenta tormenta que azota la ciudad con sus truenos y su lluvia cruel, formándose en cuestión de segundos. Como si de una pesadilla se tratara el cielo se encapota y un manto de color púrpura oculta la Luna y sume a la urbe en la oscuridad, dejando su iluminación a las frías luces eléctricas.
Los truenos son terribles, su sonido es aterrador y retumban sobre las cabezas de toda la población como una amenaza de muerte inminente. Con cada nueva sacudida el cielo se ilumina de color rojo sangre, como si Dios estuviera descargando su ira sobre todo el condado. Las descargas chocan contra los edificios en estallidos de chispas que se pierden en la noche tragadas por la atmósfera de horror que lo inunda todo. Algunas escapan de los pararayos y se precipitan hacia la tierra para encontrarse con ella en una terrible explosión de sonido que hace que el suelo tiemble como en un terremoto. Las alarmas de los coches saltan al unísono y las calles se convierten en una cacofonía enloquecedora.
Y de repente... El cielo se torna fuego y este comienza a descender hacia las calles, mezclado con la lluvia que no cesa y golpea con insistencia todo aquello que no en encuentra bajo cubierto. Las nubes rojizas lloran ardientes lágrimas que perforan los toldos y hieren los árboles, que se consumen en una lenta agonía por causa de la espesa lluvia que apaga los fuegos.
Las calles son ríos cuyo caudal incontrolado se mueve de un lado a otro, arrastrando en su camino todo lo que encuentra y convirtiendo la ciudad, por segunda noche consecutiva, en una representación de lo que debe ser el infierno.
Y en medio de todo ese caos, de toda esa locura se puede ver, desde detrás de las ventanas tras las que se oculta la buena gente, una figura que camina tranquilamente sobre las aguas que fluyen sin control. Se capta no solo con la mirada, sino también con el corazón y se sabe que mira directamente a cualquier observador. Como si buscara almas para devorarlas.
Un sentimiento de necesidad crece en los corazones de todos, un sentimiento tan fuerte que llevaría a hacer cualquier locura por satisfacerlo. Un sentimiento de terror a la soledad. Un instinto que dice que la unión hace la fuerza y que estando solo, con ese hombre suelto por las calles de la ciudad, nadie sobrevivirá.
La tormenta duró tres días. Tres largos días en los que no paró de llover ni un solo segundo y en los que has estado mas aterrorizado que nunca antes. Todo te pilló por sorpresa. La tormenta, los rayos y los truenos... El caos desencadenado a tu alrededor. Como una pesadilla sin final.
La biblioteca te ofreció un buen refugio aún cuando sus enormes ventanales estallaron en mil pedazos con el retumbar de las descargas más cercanas. La planta baja, cubierta de cristales y trozos de marco, comenzó a llenarse de agua en cuestión de horas. Si un edifico de tal calibre estaba sufriendo semejante castigo, las calles deberían ser imposibles.
Armado con toda la paciencia del mundo, lograste colarte en el archivo de la primera planta y hacerte fuerte ahí arriba sobreviviendo a base de botellines de agua y comida empaquetada de algunas de las máquinas que pudiste localizar. La electricidad se cortó el primer día, al igual que el agua potable y toda señal de comunicación. El mundo se había ido al diablo y tu estabas completamente solo.
Durmiendo de cualquier forma te despiertas la mañana del cuarto día con una tenue luz que llegaba de más allá de tu refugio. Al salir, comprobaste con alegría que la tormenta ya había pasado y que todo parecía volver a la normalidad. Aún así, cuando te asomaste para comprobar el estado de la ciudad, viste que los destrozos eran terribles y las pérdidas millonarias.
Dos días después, aún si fuerza ni valor para salir de tu escondite, comenzaste a escuchar un nuevo sonido. Esta vez retumbaba con potencia mecánica e iba acompañado de voces humanas. El primero contacto con personas reales después de aquellos aterradores momentos. Enormes palas excavadoras. Grúas montadas sobre plataformas móviles. Camiones inmensos, del tamaño de pequeñas casas. Toda esa maquinaria pintada de pulcro blanco y con un gran emblema en su lateral.
Docenas de personas se movían al compás de los vehículos, actuando como avanzadilla. Equipos de hombres con perros, otros vestidos con equipos de aislamiento químico, algunos armados. Helicópteros sobrevolaban las zonas por las que se iban moviendo...
Se acercaban a la biblioteca que había sido tu baluarte durante tanto tiempo y apestaban a autoridad, algo con lo que nunca te habías sentido especialmente a gusto. Tras un primer momento de duda, el instinto se sobrepone a la racionalidad y huyes. Escapas como alma que lleva el diablo sin rumbo fijo, sin saber si tus padres seguirán con vida, sin conocer el destino de tus pocos amigos o de los contactos con los que solías trabajar. Sin duda, tendrías que ir a recoger los pedazos de tu vida para ver si con ellos puedes empezar de nuevo.
Dos días mas para moverte por la ciudad. Tras cada esquina uno de esos comandos de la empresa de Control de Daños acompañados por las autoridades locales. Por lo que habías podido escuchar, el gobierno federal había recurrido a Jeri.Corp como medida desesperada ante la imposibilidad de hacerse cargo de la reparación de la ciudad tras los inmensos daños sufridos. Ellos estaban levantando de nuevo Boston, apoyando a los equipos de la policía, los bomberos y hasta la Guardia Nacional. Sus recursos parecían infinitos.
Cae la noche y el cansancio acumulado por la falta de sueño y una mala alimentación te coge en las alcantarillas de la zona norte, dónde apenas había presencia de Jeri.Corp o la policía y dónde muchos de los sin techo se han refugiado tras las inundaciones. Ahora parecían mas limpias e incluso se habían bloqueado y arreglado algunos conductos. Cada reparación llevaba el sello de aquella empresa de Control de Daños.
Pero la gente, a pesar de todo, seguía muriendo de forma natural. Sin práticamente nada a lo que llamar posesión, cualquier fuente de bienes materiales era aceptable. Y más cuando estabas acostumbrado a una vida de latrocinio y estafa. Un cuerpo sin vida recostado sobre un colchón, al lado de una pequeña hoguera contenida en el fondo de una olla oxidada era una mina de oro. Los escrúpulos los habías perdido hacía tiempo... así que pasaste la noche allí...
Y al despertar por la mañana... Tenías compañía...
- Pobre, pobre, pobre Reeves... Al final murió... - Murmura cargada de tristeza una voz que proviene de algún punto a tu espalda. Una voz suave y melodiosa, aterciopelada incluso. Una voz atractiva de mujer.
Rápidamente tanteo mi riñonera, hasta ahora cumpliendo la función de cabecera, y chequeo mis botas mientras pienso: "¿quién coño se me ha acercado tanto?", olfateo el ambiente, una costumbre adquirida de las noches en que mi padre se acercaba a mi habitación, ebrio, alto e imponente, rodeado por un aura, un hedor etílico, con un claro significado: problemas. Tras comprobar el resto de la estancia y esgrimir una mueca de asco por la peste reinante, me ato mis botas y riñonera, tras quitarme el abrigo que hacía las veces de manta de encima y recogiendo todo, preparado para huir si fuera necesario, le pregunto a la plañidera: "¿Y tú quién coño eres?"
Acciones:
Revisar local
Oler
Ponerse botas y envolver el resto de cosas con el abrigo
Solo lleva los pantalones
Aunque el olor reinante es el típico de las cloacas, llega hasta ti un perfume peculiar, agradable. Quizá podrías definirlo como la antítesis del olor de los problemas. Parece extraído de tu propia memoria, de un tiempo mejor y mucho mas tranquilo en el que las cosas no iban tan mal.
A la tenue luz de la mañana, que llega desde un par de bocas de alcantarilla abiertas en lo alto del túnel y unos pequeños focos que hicieron las veces de guía para los que por ahí abajo se estuvieron moviendo, revisas la pequeña abertura en el lateral de un pasillo principal. Es poco más que hornacina abierta para un propósito que hace ya mucho tiempo que dejó de ser útil. Al lado del colchón sobre el que dormías una mochila vieja que no llegaste a registrar por el cansancio acumulado, a los pies, las botas del pobre hombre, que te quedaba grandes y desechaste en un primer momento. Todas tus cosas siguen en su lugar y, aunque hace frío, la presencia de la desconocida parece hacer que tu piel se sienta tibia.
Cuando por fin te vuelves para prestarle atención a la recién llegada, lo que ves ante ti te deja un poco fuera de lugar. En cuclillas, a un metro escaso del colchón, una mujer de vivo cabello rojo te observa con intensidad. Su melena ondea con una brisa inexistente y parece arder como si fuera fuego. Sus labios, carnosos como fresas, esbozan una sonrisa triste que te parte el corazón. Sus ojos, azules como el hielo, parecen glaciares que poco a poco se derriten derramando lágrimas heladas. Pero lo mas impactante es el color de su piel. Las zonas descubiertas que no cubren los harapos que lleva puestos son de un intenso color azul. Un color que lejos de parecerte repulsivo o extraño, se te hace... atractivo.
Se levanta al momento en cuanto le hablas, con gestos inconexos, casi producto del azar, y sus ropas, compuestas de trozos de telas variadas en textura y color se mueven a juego con ella creando un efecto visual impactante.
- Podría preguntarte lo mismo... Tu que estás durmiendo en el colchón de un hombre muerto...
Trago saliva, pero mi boca aún arde con la furia de la resaca. Reprimo las necesidades fisiológicas más típicas de la mañana, pero le pego un trago a la botella que robé hará un par de días, ya va siendo hora de robar otra. Los muertos ya no necesitan nada - digo, mientras le ofrezco la botella a la desconocida. ¡Joder! !es azul! ¡joder! es todo lo que atino a pensar. Por cierto, me llamo Keats, y es tu turno.
- ¡Qué poético! - Exclama divertida, esbozando una sonrisa pícara como si la muerte de su conocido no tuviera ya más importancia para ella - ¿Tu también eres un tipo triste y melancólico que escribe versos en las noches sin luna? - Sus sonrisa se esfuma y apoya mas manos en las caderas, redondas y extremadamente femeninas, colocando los brazos en jarras.
- Puedes llamarme... Chica Azul. - Se presenta con sencillez - Si, entiendo que no es un nombre tan original como el tuyo, pero bueno, cumple su función, ¿no? Siempre lo asociarás con mi cara... - Te guiña un ojo y, sin moverse del sitio, de repente parece mas cercana a ti. - Gracias por el trago, cariño, pero creo que es demasiado temprano para mi...
No vayas al Leteo ni exprimas el morado / acónito buscando su vino embriagador; - trago ligero - no dejes que tu pálida frente sea besada / por la noche, violácea uva de Proserpina. - trago largo- ¿Sabes qué?, a la mierda, yo no escribo, ni leo, ni demás gilipolleces, yo robo, estafo y sobrevivo, y los poetas tienen una peligrosa tendencia a morir jóvenes, y viendo el panorama, creo que no me conviene, así que si me disculpa, señorita Índigo, tengo cosas que hacer - tras lo cual haré una sentida reverencia. Más vale que me busque un sitio más seguro, no dudo que esté buena, pero a saber qué cosas tiene para ser azul...probablemente sea una puta infectada de algo, y no me gustaría pillar una infección.. además, hace frío. Quizás en el metro haya algún sitio mejor...creo que está inutilizado y la sala de personal tiene que ser cómoda...
Acciones:
Seguir vistiéndose, comer una chocolatina de galleta, chocolate y caramelo e intentar asearse con una pequeña cantimplora que lleva.
- Buah... ¡Cómo quieras! - Responde a tu petición de espacio mientras se aparta unos pasos que, por su ejecución, hubieran hecho caer a cualquier persona de bruces contra el suelo. Parecía que existiera un elemento de azar en todo lo que esa chica llevaba a cabo. - Pero te advierto, muchachito, de que si no quieres morir joven, más te vale venir conmigo a ver a un hombre que te podría ayudar con eso. - Te señala el pecho desnudo, cubierto de cualquier manera por las cinchas de la mochila y las solapas de la gabardina desgastada. - ¡Ah! y También podrás asearte un poco mejor que con una cantimplora... - Añade con una cierto asco haciendo que sus labios se frunzan en una graciosa sonrisa.
¡Se mueve como el gato de mi abuela! - ¿Ayudarme con qué exactamente? - responde y pregunta, con un claro tono ofendido - Lamento que mi higiene personal no esté a la altura de sus gustos, señorita Añíl, pero por si no se ha percatado aún, la sexta trompeta ha sonado, y restan cinco meses de sufrimiento, lamento que su infierno personal sea mi propio olor personal, pero nadie la obliga a quedarse, y parece ser usted quien anhela compañía tras la pérdida de quienquieraquefuera - da otro trago, esta vez de agua, mientras señala las botas - sin obviar, por supuesto, el hecho de que hay olores peores que el mío - señala el resto de la cloaca - así que, dígame, si no le importuna, ¿cómo demonios pretende ayudarme en esta situación?
Acciones:
Quedarse a medio vestir, levantarse ofendido, beber agua
La chica alzo las cejas haciéndose la sorprendida y se llevo una mano al pecho de la forma mas teatral y falsa que jamás se había visto por aquellas alcantarillas. De nuevo, sus movimientos parecían realizados al azar, pero empezaban y acababan donde debían, transmitiendo justo lo que debían transmitir.
- ¿Es que ya nadie confía en una joven de piel azul? - Pregunta directamente sintiéndose algo ofendida por el trato del chaval - Llevo unos días en los que todo el mundo rechaza mi ayuda. Los dos últimos que lo hicieron están muertos o desaparecidos. Y tu has dormido en el catre del muerto... - Se acerca tranquilamente. El sonido de sus pasos se extiende por la cavernosa alcantarilla y se deja caer sobre el colchón, rebotando sobre los muelles gastados sin emitir el más mínimo quejido.
Observa la cloaca por unos instantes en los que también guarda silencio. Una rata recién llegada corretea unos metros mas allá y la chica de piel azul la contempla fascinada, mordisqueándose las uñas, hasta que desaparece en el interior de un tubo oxidado.
- ¿Te has preguntado de qué ha muerto el bueno de Bicho?... Podría haber sido de algo contagioso, algo que ahora tu podrías haber contraído...
Le cambia la cara instantáneamente - ¿algo...infeccioso? - pregunta con voz temblorosa, mientras la sangre abandona su cabeza, dejando su inteligencia reducida a la mitad. Se desploma sobre el colchón mientras suspira y murmura algunas cosas ininteligibles, alcanzando a oír la frase: "sería irónico, que murirera de tuberculosis..."
- Si, si que lo sería... Si es que fuera la tuberculosis y no algo mucho peor lo que te fuera a matar, claro...- Comenta con voz pausada y felina, apenas un murmullo. Te palmea el hombro con ternura y sientes un escalofría que te recorre la espina dorsal desde la base del cráneo hasta la base de la columna, como una descarga eléctrica. Cuando retira los dedos, finos y cálidos, tu piel anhela mas de aquel contacto electrizante. - Me voy, chico... Y tu verás si quieres venir conmigo. Tengo muchas cosas que hacer y muy poco tiempo para hacerlas.- Explica al tiempo que se levanta de un salto y se agacha a los pies del colchón para recoger las botas del hombre muerto que antes las ocupaba con sus pies cansados de caminar. Ata las cordoneras, se hecha las botas por encima del hombro derecho y echa a andar hacia la salida del túnel, sin volver la vista atrás.