-¡Pues claro! - Exclamó la muchacha. Ahora lo recordaba todo, las palabras de Jack le habían ayudado a recordarlo, en cuanto mencionó a la niña le vino todo a la cabeza como un flash. Aquel incidente de la niña en los túneles del metro había traído mucha cola. Los héroes anónimos de unos pocos días, aclamados con tanto fervor como rapidez para olvidarlos al cabo de unos días. Sólo unos pocos los recuerdan durante un mes y son muchos menos los que los recuerdan más tiempo, pero si alguien podía recordarlos por más tiempo que nadie ese parecía ser Jack.
Pero la respuesta a aquella pregunta le traía nuevas preguntas a la infatigable mente de la periodista: ¿Por qué Scott tenía una reunión con un héroe olvidado?, ¿Cómo un detective de policía consigue reservar en un lugar tan sofisticado como el Datboka?. Pero aquellas preguntas, y muchas otras, no eran para Jack. Ya habría tiempo de buscarles respuesta.
Kate desarrugó el ceño que había fruncido por unos segundos mientras su mente trabajaba sin tregua y compuso otra sonrisa para el vagabundo. -También has encontrado mi pensamiento, ya lo recuerdo todo. -Aseguró contenta.- Gracias Jack. Ojala hubiera más personas como tú. - le dijo con sinceridad. - Sería un mundo curioso pero tendría más bondad.
El ceño de la periodista volvió a arrugarse, con preocupación esta vez. Abrió la boca para ir a decir algo pero pareció pensárselo dos veces porque ninguna palabra salió de sus labios. Quería preguntarle qué tal se encontraba, qué había sido de él todo ese tiempo, quería tomar un café con él como haría con cualquier otro amigo y charlar sobre su vida, quería saber como había llegado a vivir de ese modo, quería saber porque decía que había perdido el rumbo, quería preguntarle acerca de los puentes y los ríos que había mencionado, de las personas a las que había ayudado, pero su mirada había sido tajante: no quería hablar de ello. Apenas sabía nada de él salvo que se llamaba Jack y era un comodín de información que le servía de mucho. Pero Kate sentía que le debía mucho a aquel semidesconocido, a aquel amigo.
-¿Puedo ayudarte en algo?. -La pregunta se le escapó con un tono serio cargado de preocupación mezclado con todas las cosas que pasaban por su mente.
-Algún día -se dijo, -tendría que escribir sobre Jack. Sería una gran historia.
El vagabundo respondió a las palabras de la periodista con una sonrisa, antes de que desapareciera lentamente tras su oferta de ayuda. Parecía que el hombre la fuese a rechazar de malas maneras, cuando sucedió todo lo contrario.
- Lo cierto es que si, Katherine. Vaya, aquello si que era una sorpresa. Jack había sido siempre para la periodista un ser independiente y totalmente libre que le entregaba información de manera gratuita sin saber muy bien por qué motivo. Era la primera vez que pedía algo a cambio, pero su voz sonaba como si aquello fuera algo habitual en él, aunque también estaba cargada de seriedad.
- Me gustaría que acudieras en mi nombre a la inaguración de la nueva exposición del Museo Antropológico.
Y aquí llegaba una de las peculiares del vagabundo. El Museo Antropológico de Nueva York era una eminencia museológica. Kate no estaba muy puesta en el tema, pero los compañeros dedicados a los articulos del cultura le habían comentado alguna vez que en América los museos de ese tipo solían ser criticados por no tener una colección lo bastante amplia. Aquel era la excepción que confirmaba la regla, y no solo tenía una gran cantidad de objetos en salas sino que organizaba multitud de exposiciones temporales.
La última, hasta donde sabía Kate, se inaguraba la semana que viene o algo así. No estaba muy al tanto, dado que no era su sección del periódico, pero al parecer venían grandes piezas de Egipto para tratar el tema de la muerte a lo largo de la historia del hombre. Un tema un poco macabro, especialmente para la época navideña, pero que congregaría a multitud de personajes de la esfera cultural para su inaguración.
Y por eso mismo aquella petición era tan...desconcertante. Estaba claro que el vagabundo no estaría invitado y aún así le pedía a la chica que acudiese en su lugar a un momento tan brillante socialmente hablando.
- No puedo estar en todos los sitios y necesito unos ojos voluntariosos en ese lugar. Con esas últimas palabras, el vagabundo sonó incómodo, como si no disfrutase con aquella condición, y metió la mano en el bolsillo interno de la chaqueta. Con su enorme mano tatuada le tendió a Kate un sencillo sobre de papel, algo arrugado por la humedad, pero cerrado con una especie de lacre mugriento. Me gustaría que hicieras llegar esto al comisario de la exposición en mi nombre. Y os rogaría que no lo leyeses. Sus ojos se clavaron en los de la chica con una gráfica advertencia. Por vuestro bien.
Dejo el sobre en la mano de la periodista, antes de volver a recuperar algo de tranquilidad perdiendo la mirada en el reloj de la estación. No quedaba demasiado hasta que el metro de Kate hiciese su aparición.
- Insistid en que es mio. O mejor aún, conseguid que se lo entregue otro. Jack comenzó a contemplar al resto de traseuntes que esperaban el tren junto con ellos, como si fueran solo piezas de un escaparate, con un frio distanciamiento. Desde luego, el vagabundo parecía estar sufriendo uno de sus habituales ataques. El cambio de trato lo dejaba bastante claro. Pero acudid a aquel evento, os lo suplico.
Kate no estaba preparada para lo que Jack iba a decirle unos segundos después. Esperaba escuchar que quería un café o un billete de cinco pavos para comprarse algo de comer, pero jamás se hubiera imaginado todo aquello. Lo cierto es que se habría sorprendido gratamente cuando el vagabundo le dijo que sí que quería algo de ella. Aquello ya de por si era algo extraño, ya que el hombre nunca le pedía nada, pero Kate estaba deseando devolverle un favor por los muchos que había recibido por su parte.
Su mirada pasó de expectación cubierta de ternura a sorpresa mayúscula cada vez más exagerada conforme el hombre hablaba. Incluso llegó a quedarse con la boca abierta sin comprender lo que le decía mientras él le tendía un sobre y se lo colocaba en las manos sin que ella reaccionara.
La primera frase ya la había demolido por completo. -¿Acudir en tu nombre? ¿A.. Al museo?- No sabía cual de las dos cosas le sorprendía más, si lo del respetable museo o lo de acudir en su nombre a una inauguración. -P..pero ¿qué nombre diré?. - Kate hubiera pensado que el hombre le estaba tomando el pelo si no fuera porque lo conocía desde hacía mucho tiempo y nunca le había dicho una cosa que fuera falsa, así que por qué no creerle ahora también. Sin embargo no logró borrar en ese momento la sonrisa de incredulidad que se había dibujado en su rostro.
Pero la historia se fue tornando más extraña por momentos para mayor sorpresa de la perpleja periodista. Entonces le dio la carta y fue cuando ella quedó boquiabierta y la miró como si sujetase algo peligroso mientras negaba con la cabeza. -No. -Dijo. -No la leeré. -Pero aquello no se detenía allí. El hombre le pedía que insistiera en que era suyo, o mejor aún que fuera otra persona quien se lo entregara al comisario de la exposición. -¿Por qué? - Se escapó de su boca en un tono que casi podría ya decirse que rozaba el susto.
Katherine asintió con la cabeza cuando el hombre le suplicó que acudiera y miró alrededor. El metro llegaba. La gente se iba colocando en el andén para no quedar rezagados a la hora de subir al tren. Los chirridos de las ruedas contra las vías comenzaban a escucharse por el oscuro túnel por el que aparecería a no mucho tardar la maquina, cada vez un poco más fuertes. Aquello no ayudaba al comportamiento de Jack y Kate lo sabía. Pero justo en ese momento tenía tantas preguntas para él...
-¿Qué es lo que ocurre Jack?, ¿Por qué esto es tan peligroso?- Dijo alzando el sobre en la mano refiriéndose a lo que había dicho él sobre que no tenía que leerlo por su propio bien.
- Oh, no tienes que dar ningún nombre para significarte por mí. Aquello cada vez era más surrealista, pero el tono del vagabundo dejaba bien claro que iba absolutamente en serio. Solo estar allí siendo Jack aunque el resto vea a Katherine. Sus estúpidas listas de asistencia significan poco para mí, pero alguien como tú accederá más facilmente que alguien como yo. Predican la cultura libre, pero nunca dejarían entrar a un vagabundo.
Era dificil enfrentarse a la lógica del hombre, aunque no por ello era más facil comprender el hilo de pensamiento que seguía su enferma cabeza. El fuerte sonido del tren ahogaba sus palabras y solo Katherine parecía capaz de escuchar al vagabundo, lo que hizo que su confianza aumentase. Su voz se tornó un torrente, completamente distinto al habitual. Jack parecía estar en un ataque importante, su visión del mundo completamente cambiada por un momento.
- New York es un lugar peligroso, un vertedero de lo peor de la humanidad. Los fariseos brillan en sus tronos de obsidiana traicionando al pueblo que gobiernan. Llevan máscaras de oro pero están hechos de muerte y mugre. Parecía escupir las palabras, sus ojos con ira malamente controlada clavados en los de la periodista. El tamaño y la actitud del normalmente amable vagabundo se habían convertido en algo temible. La gente parecía huir providencialmente, subiendose todos a la maquina subterranea con rapidez. Y yo te estoy dando algo peligroso, algo que podría lanzar sus ejercitos contra tí injustamente, pero han de saber que alguien les vigila, Kate. dijo, como si aquello justificase el supuesto peligro al que su turbia mente pensaba que mandaba a la joven periodista. Han de saber que hay muchos ojos contemplando sus sucios crímenes, que hay gente a quién no engañan sus brillantes gemas...Han de saber que estamos nosotros...acabó, en apenas un susurro.
Las puertas del metro comenzaron a pitar con fuerza y los ojos el vagabundo se apagaron levemente, como si el ruido estridente le hubiera despertado de su trance. Kate debía de darse prisa o el metro abandonaría las vias sin ella, y Jack parecía ser consciente de ello.
- Nos veremos, Kate. dijo, irguiendose como si aquella extraña charla nunca hubiera pasado.
Ya en el metro, sentada junto a una señora de avanzada edad que leía el periódico y un niño de siete años que peleaba con su hermana menor en el asiento de al lado mientras la madre de ambos les pedía que se comportaran, Kate reflexiono sobre todo lo que Jack le había dicho y miraba la carta arrugada y humedecida con cierta preocupación. Serían las locuras de un viejo vagabundo esquizofrénico o sería algo serio. La desesperación y profundidad con la que Jack había hablado le habían hecho dudar.
Se había tenido que ir casi corriendo, llegando a subir al metro casi de milagro y gracias a que un hombre le sujetó la puerta para impedir que se le cerrará en las narices. Mientras corría hacía allí lanzó miradas hacía atrás, la prisa del mundo urbano la arrastraba a coger ese metro y no tener que esperar al siguiente, pero realmente quería hablar más detenidamente con Jack de todo aquel asunto.
¿Qué encontraría en la carta si la leía?. Todo aquello le parecía una locura. ¿Estaría Jack desvariando?. Trató de tranquilizarse. Le había dado demasiada importancia, se dijo. Pero es que las palabras sonaban terriblemente amenazadoras y proféticas en boca del vagabundo. Seguramente sería una amenaza al poder, otra de las muchas que a los gobernantes a los que Jack se refería le resbalan sin llegar a preocuparse lo más mínimo por ellas. ¿Pero entonces por qué quería que la entregara en el museo, justo ese día, justo a ese hombre?. Sonaba demasiado raro.
Kate se perdió en sus pensamientos durante el viaje, sujetando la carta entre sus dedos como si llevase una mezcla entre una reliquia y la bomba atómica. La chica con su sensatez había llegado a la conclusión de que aquello solo sería un delirio del viejo vagabundo, pero era lógico que su parte más pasional insistiese en recordar las excéntricas y sentidas peticiones de Jack, que le habían dejado tan turbada. La cuestión era ¿sería recomendable de verdad entregar esa carta? No hacía falta tener muchos dedos de frente para darse cuenta de que sería de muy mala educación hacerle llegar una carta insultante al organizador de tal evento precisamente el mismo dia de la inaguración. Y después de la verborrea del vagabundo, a saber que términos había utilizado por escrito...
Pero entre aquellos pensamientos y la pelea de los niños de al lado, el tiempo pasó y la joven había llegado ya a su parada. Quizás tendría más tiempo de meditar sobre la posible naturaleza de aquel misterioso sobre en la tranquilidad de su hogar, o dejarlo de lado para dedicarse a otras cosas más rutinarias. Pero Kate de momento no tenía ningún trabajo asignado, al menos hasta después de la cena con Scott...y no hay nada peor que un periodista sin caso.
Te dejo a ti la tarea de escribir el próximo post en Hogar, dulce hogar para que describas un poco el nidito de la periodista, y así pueda tenerlo para futuras referencias. ;)
Te aclaro además, por si acaso, que eres libre de buscarte algún entretenimiento o adelantar el tiempo hasta la cena con Scott. Lo que prefieras ^^
Si no estuviera acostumbrado a trabajar con los Charlmers la cara de Edward se habría descoyuntado en una mezcla de horror y frustración. ¿Conseguir que Peter Brawl hiciera un traje en un plazo de tres días? Era casi la mitad de plausible que esquivar la lluvia. Pero era lo que el dictamen celestial imponía, así que tocaría sacar la artillería y enfrentarse al chalado de Brawl.
- Claro, un vestido de Brawl sería imponente en la inauguración de la exposición. Pero me temo que necesitaré... referencias... medidas, vamos. - por un momento Edward pensó en Linda como una mujer, y no como la perra-de-Satán que era, por un momento. - Ya me las mandará por mail o algo. - dijo como quitandole importancia al asunto. - Si eso es todo... - enmarcó con un disimulado tono de "a-ver-si-eres-capaz-de-pedir-algo-más" - me pondré a trabajar en ello ahora mismo, no es que tengamos precisamente mucho tiempo. - finalizó el abogado reprimiendo un estornudo. "Y encima este jodido resfriado. En buena me has metido esta vez, zorra del averno."
Linda sonrió con satisfacción a la respuesta del abogado, antes de comenzar a mirar de manera casual el resto de papeleo en la mesa del despacho. Ahora que ya había conseguido sus objetivos, Bradley no era más que un incordio lleno de virus en SU oficina.
- Te mandaré un mensaje en cuanto pueda tomar todas las medidas necesarias.- dijo mientras cogía una pluma y empezaba a juguetear con ella. Pásalo bien con tus encargos. Cualquiera hubiera jurado que había ritíntin en aquella frase, pero lo peor de todo es que Edward se había dado cuenta de que lo decía completamente convencida. Para ella el abogado era un pobre diablo que disfrutaba limpiandole los zapatos y sacando la basura.
- Ah. dejó caer, mientras Ed se marchaba a cargar con la penitencia que Dios le había dado en forma de hija del jefe. Aunque parecía bastante más un castigo demoníaco que uno divino...Y no le digas nada a mi padre, Ed.-Su voz tenía una confianza excesiva que dejaba bien claro que aquello era una amenaza. Por nuestro bien.
Pensándolo bien, aquello no le haría ni puta gracia a Ronald. Una cosa es que Edward intentase conseguir un pase para su hija y que de paso alguien hiciera un artículo sobre la inaguración, y otra era utilizar a su trabajado favorito como corre-ve-y-dile sin consultarle. No había que engañarse: el abogado también estaba contra las cuerdas. Linda era una rencorosa cabron vengativa y contrariarla era peligroso. Sin embargo Edward tenía el importante escudo de ser el juguete preferido del jefe.
Quizás le valiera con llamar al modisto, fingir esforzarse y aceptar su no con falsa resignación antes de irse a sudar la gripe en casa. Linda no podría decir nada, él quedaría como que había intentado cumplir su voluntad y Ronald no tenía por que enterarse de nada...O quizás estaría mejor avisar al padre y escarmentar a la hija, aún a riesgo de sufrir su ira. Eso o intentarlo de veras y conseguirse el beneplácito de la hijísimadeputa.
Ah, política. Dulces tejemanejes de cada día...
- Haré lo que pueda. Sólo le pediré que me cubra bien en caso de que su padre pregunte por mi ausencia... - Edward se sentía cada vez peor, tanto física como mentalmente, y el trabajito de Lynda se salía de madre. - Si es es todo, me pongo a trabajar en ello inmediatamente. - mintió, estaba demasiado hecho polvo como para eso.
Conforme abandonaba el despacho de los Chalmers, el pobre de Edward se permitió una visita al baño. Allí se refrescó un poco la cara y echó un vistazo al señor que le devolvía la mirada al otro lado del espejo. Estaba hecho polvo, necesitaba una buena siesta si quería rendir en el trabajo, así que pensó que ése era el primer paso. Se dispuso a abandonar las oficinas del Day of NY camino a su apartamento.
- Sólo falta que me encuentre con Donna de camino... - farfulló el abogado.
¿Cómo lo hago? Empiezo desde casa ya en el nuevo día?
Yeah. El pobre Edward ha tenido un gripazo castaño y Linda le va a coser el teléfono a llamadas para preguntarle si tiene ya todo...
Tras un ajetreado viaje en taxi, y dejarse 20 pavos en una propina por llegar en menos de 20 minutos, Nunca me gustó apostar..., Bradley llega a las oficinas del Day of New York. El ambiente en la oficina estaba a medias entre una planta a la que no se riega desde hace semanas y una carrera ilegal de minimotos. Por un lado, estaban aquellos que no se atrevían a levantar la cabeza de sus papeles u ordenadores para preguntar, y por otro se encontraban aquellos que parecían pulgas con una sobredosis de red bull: corriendo de un corrillo a otro, cuchicheando con voces agudas como el típico personaje detestable de una serie de dibujos animados.
Y luego estaba Edward Bradley. Aquel al que la mayoría conocía, aunque no hubieran hablado con él más de media vez. Por lo general, el muy capullo no se molestaba en saludar a la mayoría de curritos del periódico, pero lo de hoy no tenía nombre. Resulta que al parecer o se había comprado unas deportivas nuevas, o había desayunado queroseno, porque el abogado avanzaba a una velocidad que pobre de aquél que se pusiera por medio. Lo único que detuvo el avance del hombre fue aquél otro simpático señor con uniforme azul y una placa que impedía al trabajador corriente acceder a los pisos superiores. Pero claro, estamos hablando del fantástico Edward Bradley. Seguro que tras explicar al poli que era el abogado del jefazo le dejaban pasar. Tras esto, miraría el panorama con esa sonrisilla de autocomplacencia mientras espera que el ascensor le deje en la última planta, rumbo al despacho de Ronald Charlmers.
El policía parecía querer parar a Bradley, pero la presencia de una negra tan rechoncha como furiosa con un vestido de leopardo que era todo un atentado a la moda le disuadió. Donna, una de las redactoras generales. Su relación era de mero respeto dado que eran de las pocas personas capaces de sacarse de quicio mutuamente, y aunque no se gustaban más allá de rivales la afroamericana velaba por los intereses del negocio.
Y en ese momento, Bradley era los intereses del negocio.
Así que escopetado como iba aprovechó un momento de distracción del agente, que había quedado cegado ante tal demostración de hortera que era Donna en toda su estampa. Si, eso había estado bien en los 80', y sobretodo cuando las curvas de la mujer habían sido para morirse...y no precisamente aplastado. Pero ahora, bueno. El mejor calificativo que se le ocurría era grotesco.
La música del ascensor se le hizo aún más angustiante que nunca, presa del ansia como era de llegar y hacer su trabajo. ¿Que coño había pasado con Linda?
La puerta al fin se abrió y Bradley se encaminó al despacho de su jefe...
El rey no estaba en su trono. Primera señal de peligro. Caminaba nervioso de un lado a otro, sin ni siquiera mirar las impresionantes vistas de Nueva York se había desde el despacho, como hacía tras un día triunfal. Estaba preocupado, cabizbajo, mordiéndose el labio.
Era un padre que había perdido a su hija, pero aún peor, Bradley pudo sentir una cosa. No había furia. No había rabia, ni duda. Era un padre que había perdido a su hija...y a ojos del abogado la situación tomó un cariz sórdido.
Porque Ronald Charlmers sabía porque había desaparecido Linda. Llámalo intuición.
- ¡Joder, te estaba esperando! declaró, al darse cuenta de la presencia de su abogado. Con algo de nerviosismo, miró a su alrededor, antes de decir con una seña a Edward que cerrase la puerta tras él. Tengo que pedirte una cosa, Bradley. Me da igual lo que pidas. Sus manos se apoyaron en la mesa de cristal, dejando la tenue huella del sudor. Una huella hecha de puro miedo. Su voz era firme pero tenía un deje de piedad, de pura suplica. Era un hombre desesperado: y es que todo el mundo sabe que Bradley puede pedir muchas cosas... Un puto aumento. Un piso para tu abuela. Vacaciones pagadas a Tombuctú o a la China Mandarina.
- Tienes que encontrar a mi hija. Y tienes que hacerlo tú.
Tirada oculta
Motivo: Intuición
Tirada: 1d10
Resultado: 8(+4)=12
Esa cara que se le queda a uno cuando le pegan una patada en la misma. Esa, justo la cara que Edward Bradley trataba de disimular ante el todopoderoso de su jefe. Resulta que el hombre le prometía el oro y el moro si era capaz de localizar a su hija, algo totalmente fuera de la asesoría jurídica que esperaba aportar a su contratante. Pero todos en su universo, incluído él sabían que Bradley era algo más que el abogado, era EL HOMBRE de Charlmers. Si había algo que el viejo necesitaba, ahí estaba él, y aunque esta tarea era poco ortodoxa, no cambiaba ése hecho.
- Ya hablaremos del piso de mi abuela más tarde. - dijo Edward recomponiéndose. - Ahora necesito que me diga un par de cosas. La primera, como su abogado, necesito saber con quién ha hablado y qué le ha contado, para que yo le pueda decir qué debe decir de ahora en adelante. Por otro lado, necesito saber si la policía prepara algún dispositivo de búsqueda para su hija. Por último, necesito saber qué sabe de ella desde que yo la perdiera de vista tras la presentación del museo, serían las 8 o así. Cuanta más información tenga, mejor. - finalizó el abogado de manera metódica, no podía negar que el reto intelectual le parecía curioso, a pesar de lo macabro de la situación.
- Hablé con la policía...dijo el hombre, con un suspiro de pura preocupación. Dicen que estudiarán lo que pasó cuando pasen las cuarenta y no se cuantas horas de rigor. Y de su última noticia no se, solo se que Linda no llegó a casa anoche. No me preocupé demasiado, al ser la inauguración, supuse que se encontraría con alguien y se iría de fiesta pero...Charlmers tragó saliva y se llevó las manos a la sien, apesadumbrado. pero esta mañana no estaba y denuncié.
- Eso ha sido lo único que les dije, porque es lo único que tenía. Que fue contigo. Una mirada acusadora se posó en Bradley por un momento, pero la sensación de ira duró poco, antes de que aquellos ojos se volvieran a apagar con pena. No he hablado con nadie más. No ha habido más declaraciones, ni las habrá.
Si que había aguantado el viejo, teniendo en cuenta la cantidad abrumadora de gente que había agolpada abajo..
¿Había reproche en su mirada cuando me ha nombrado? ¡Ni que yo tuviera que vigilar lo que hace la niña hasta que se acuesta! Tras el pequeño exabrupto mental, recordó que hablaba, o pensaba, sobre una persona en paradero desconocido, así que se permitió retirar la ofensa, aunque nada de esto se dijera en voz alta.
Bradley repasó mentalmente su experiencia como detective: había visto alguna película sobre ellos. Fin. Cierto es que queda muy bonito eso de echarse la responsabilidad a la espalda para quedar guay ante el jefazo pero, ¿cómo demonios iba a encontrar a Lynda? Es una pregunta que tendría que responder sobre la marcha, aunque tenía alguna idea para empezar.
- Bien, vamos a trabajar. Antes que nada necesito que me garantice que soy el único aparte de la policía que está metido en esto. No quiero que ningún detective privado de mala muerte intente partirme las piernas, bien pensado, ninguna parte de mi cuerpo. Segundo, necesito que coja un papel y escriba lo siguiente: - hizo una pausa para dejar que su jefe preparara papel y pluma, mientras se encendía un Treasurer. - "Yo, Ronald Charlmers bla bla bla, datos personales aquí, autorizo legalmente a mi abogado Edward Bradley bla bla bla más datos, para realizar tareas de investigación concernientes a la desaparición de Lynda Charlmers." Fírmelo cuando acabe, con eso nos garantizamos que ningún poli me pueda decir nada por meter las narices en sus asuntos, quizá hasta podamos conseguir algo de información adicional. - se había dejado lo último para lo más difícil. - Para acabar necesitaría una llave del apartamento de su hija. Quizá encontremos algo allí que la relacione con algo o alguien que la haya hecho pasar la noche fuera de casa. Con un poco de suerte, hasta puede que la encontremos acostada con resaca, pero necesito una llave para asegurarme.
Charlmers sacó un papel con el sello del Day, esos folios bonitos personalizados que tienen siempre los directivos y altos cargos, y empezó a rellenarlo obediente y legalmente como Edward le pedía. Parecía bastante concentrado, pero siguió respondiendo al abogado con apenas un murmullo.
- Solo lo sabe la policía. No he hablado con nadie más del tema, ni la prensa ni nada. Y no pienso hacerlo. declaró con vehemencia, dejando claro que toda su confianza estaba depositada en Bradley. En cuanto el apartamento...mi hija vivía en casa. Ronald pareció pensarse durante unos segundos el dejar a su abogado cotillear por todo su hogar, pero la incertidumbre no duró mucho. Hoy dudo que pueda pisar por casa hasta bien entrada la noche, pero estás invitado a dormir y revisar lo que consideres necesario por la mañana*.
Mañana. Miércoles. Joder. ¡La comida con el tio Ned! Con tanta mierda para arriba y para abajo casi se le había olvidado. Daba igual que no se avisaran, porque la cita siempre era la misma: a las 13:30 en el Moulin, para tomar un café antes de ir al italiano de la calle de arriba.
* y es que creo que no nos va a dar tiempo a resolverlo hoy. xD