El taxista, aguantándose la risa (y seguro que una erección, pensó Violet. Demasiadas tetas bien operadas jugando unas con otras como para que no fuese así) volvió a adentrarse en la ciudad. En la jungla de cristal, dirían los más poéticos y fans de Bruce Willis. Y en este caso era bastante literal.
Poco a poco se fueron acercando a la zona de negocios de la ciudad. Enormes rascacielos altísimos desafiaban a la gravedad, hijos de metal y cristal. Apenas quedaban edificios de corte antiguos, y lo únicos edificios que se atrevían a desafiar la norma era para regodearse de la poca originalidad del resto, resaltando curvas orgánicas y colores puros y claros. Por las calles paseaban ejecutivos y empresarios de traje (y tacón, pues en plano siglo XXI el poder no distingue de sexos) y la mayoría de los coches eran lo suficiente elegantes como para dar a aquella zona un aspecto pulcro y aislado. Nadie con chandals ridiculamente anchos, nadie con los cascos a todo trapo. Puro business.
Después de recorrer un par de calles, el taxi paró al fin frente a uno de esos edificios. Tan alto como el resto, absolutamente impresionante por si solo, sin embargo no conseguía destacar en la inmensidad de construcción que tenía a su alrededor. No parecía una cuestión de mal diseño, sino el simple hecho de que es dificil destacar rodeado de gigantes...
Repitiendo el proceso, el hombre se quedó esperando a Violet en la puerta, al menos hasta que una señorita trajeada se acercó para indicarle que no podía parar allí el coche. Con un gesto indicó a la tailandesa que iba a buscar aparcamiento. Solo esperaba que no pretendiese que pagara ella el coste de estacionamiento en aquel sitio...¡Ni que el sueldo de las bailarínas fuese un lujo!
No había puerta para llamar, obviamente, sino una enorme puerta de cristal giratoria que daba a un hall espectacular. Violet se sentía como en una de esas películas. No sabía muy bien en cual, pero desde luego aquel lugar era demasiado de película como para no sentirse así.
Y no ayudó a la situación que, pocos segundos después de que contemplase embelesada el lugar, dos hombres perfectamente trajeados con pinganillo y gafas de sol puro estilo Men in Black se le acercasen. No parecían especialmente grandes: Violet podía asegurar que los porteros de Electrosand eran mucho mas corpulentos, pero si que tenían una tensión que hacían que resulten algo amenazadores, aunque no lo suficiente para hacerle sentir incómoda. Quizás era eso precisamente lo que necesitaban: autoridad para controlar la situación, y no fuerza bruta para liarse a mamporros. Que esto no era Texas...
- ¿Violet Carson?- preguntaron, aunque quedó claro con rapidez que era una mera formalidad. Síganos, por favor.
Con un paso que era pura terribilitá, aquellos hombres acompañaron a Violet hasta el ascensor. Verse rodeada de dos maromos trajeados en un ascensor hubiera activado al momento el erosensor de la bailarína, pero había algo en aquellos dos que le resultaba incómodo. Eran demasiado...frios, controlados. Le resultaban demasiado amenazadores, pero no suficiente para alcanzar una de esas perversiones que no se cuentan a nadie.
Activando el ascensor con su identificación, Violet sintió ese leve golpe en el estómago que indicaba que estaban subiendo a buena velocidad. Mirando el panel con algo de nerviosismo mientras sonaba música clásica de fondo, se dió cuenta de que estaban subiendo hasta el último piso. Por fin la puerta se abrió y con alivio salió a respirar el aire del pasillo. Por allí desfilaba algun secretario completamente inmerso en su PDA, había una máquina de agua y una par de mujeres charlaban con un cafe, cogiendo el ascensor que ellos habían dejado.
Una oficina normal. Muy chic, eso sí.
- Por aquí, por favor.
Recorriendo un gran pasillo de madera, Violet acabó llegando a una inmensas puertas de cristal ahumado gracias al cual intuia una silueta masculina sentada en el despacho. Uno de los hombres asintió, como si le diese un par de segundos para alisarse la falda, antes de abrir la puerta.
- Violet Carson, Señor.
La figura allí sentada ni siquiera levantó la vista de una PDA similar a la que Violet había visto usar al resto de la gente en aquel pasillo, antes de añadir con voz despistada.
- Que pase. Esperen fuera.
- Señor.-saludaron los hombres, antes de cerrar la puerta tras la bailarina, dejándola sola con su destinatario sorpresa.
Con un suspiro, el hombre dejó la PDA sobre la mesa, arrastrándola hasta la esquina con un gesto tan exacto que tenía que haber sido prácticado mil veces. Se recostó en la silla de escritorio, un prodigio ergonómico de diseño que debería de costar bastante más que toda la casa de Violet. Siendo sinceros, sentado allí y con la enorme cristalera de fondo dejando ver el distrito financiero, parecía una versión moderna de un poderoso rey.
Como si con ese breve ritual se hubiera liberado de una carga, alzó la vista para clavar sus ojos en los de Violet con una sonrisa amable. La mujer nunca había visto una mirada tan fija, y empezaba a temer que las gafas de aquellos hombres apostados tras la puerta fuesen solo para evitar que petrificasen a alguien. Habilidad de los miembros de la empresa o algo así.
- Tome asiento, me sabe mal verle de pie con esos tacones. No hizo falta que señalase la única silla situada frente a él. Mientras Violet tomaba asiento en la silla (que por dios, que cómoda era), el hombre realizó un par de gestos rápidos y precisos en la pantalla de la PDA sin ni siquiera mirarla. Workholics. Desde luego, tenía que ser estresante ser directivo de una empresa, pero si las sillas eran así...Quizás aquel torno fuese un orgasmo solo de sentarse.
Siendos sinceros, ahora el pase VIP que llevaba en sus manos le resultaba muy necesario. Ese hombre necesitaba despejarse de tanto trabajo. Incluso aunque eso significarse alejarse de aquel pedacito de cielo hecho silla. Pero aquella sensación de los guardaespaldas, que se repetía con el jefe, le hacía ser un poco reticiente a tomarse la confianza que solía tener la joven para decir esas cosas.
Y lamentablemente, era Violet la que tendría que hablar. Los ojos del hombre seguían fijos en los suyos. Y en sus ojos de verdad, no en los de abajo, como solía ser más habitual. Parecía saber bastante bien que hacía la chica allí, pero quería oir sus propias palabras.
Y, en medio de todo aquello y para verguenza de Violet, su teléfono movil comenzó a sonar alto y claro desde el fondo de su bolso.
El hombre pareció algo sorprendido al principio, antes de arquear una ceja con una sonrisa torcida, divertido por el espectaculo.
- Cójalo. Añadió con un simple movimiento de manos. Su tono parecía más una orden que un permiso, como si quisiese seguir disfrutando con aquella escena protagonizada por la particular bailarina. Ahora mismo Violet se sentía como Julia Roberts en Pretty Woman, aunque sin el cariñoso y simpático romanticismo de todo aquello....
Tras un par de tonos, parecía ser que al fin alguien había cogido la llamada. Las llaves frente al giro de muñeca hicieron resonar el motor de la cucaracha, balanceando en la muñeca el maltratado reloj plateado, cuya luna estaba astillada a la altura del siete. Se hacía condenadamente tarde, por lo que el pobre diablo tendría que esperar unas cuantas horas antes de ir al local. En cierto modo era de agradecer, pues podría hablar con Lew antes, y pedirle consejo a Samantha de camino. Necesitaría una copa con el primero y un abrazo de la segunda para enfrentarse a la montaña de mierda que le caería encima al día siguiente, por lo que era un tremendo alivio poder descansar aquella noche.
Casi mejor no hablar con Clare de la comisaría, y se lo comentaría de pasada a Charlie, sin darle mayor importancia. No quería que el pavo se le atragantase demasiado, y tenía demasiadas ganas de tumbarse en algo mullido con un vaso de whisky en el estómago como para ponerse a pelear con nadie por la desaparición de su hija. Tras aquella tormenta sólo quería una noche tranquila. Ya se afeitaría la barba de dos días cuando amaneciese.
El CD entró en el reproductor de música, revelando aquella sinfonía que hubiese grabado alguna de las queridas de Lew. Ni lo sabía ni le importaba, pues sólo quería algo con que emborrachar los oídos. El motor y la música bien podían ser un inconveniente para el manos libres, pero a esas alturas, con el cerebro frito por el ayuno, le daba igual. Sólo podía pensar en el pavo y en el merecido respiro.
- David Stanford, novelista y violador- dijo en voz alta al teléfono, colgado del bolsillo de la camisa, a la altura del pecho, haciendo compañía al paquete de cigarrillos abierto. Su voz buscaba hacerse oír entre los escombros acústicos de aquel coche, pero no dejaba de tener ese aire de indiferencia y pasotismo, propio de un hombre acostumbrado a dejarse llevar por las circunstancias y salir airoso gracias a los terceros y la suerte. Habló como si no hubiese llamado él, pues estaba devolviendo la llamada por cortesía, ajeno ya a todo lo que pudiese pasarle. Le daba igual que el vehículo se estampase contra alguna farola y acabase en el hospital. Sólo quería abrazar la almohada con el estómago lleno de cosas.
Su siguiente destino era uno de los grandes edificios del distrito financiero de la ciudad. Todo indicaba que ese misterioso hombre iba a ser un aburrido y estirado ejecutivo, de esos tan tiesos que parecen llevar un palo clavado en el culo.
Alguno de manera literal pensó Violet recordando una de sus batallitas sexuales con un ejecutivo de Miami aficionado a las inserciones de objetos variopintos en lugares todavía más variopintos.
Las puertas se abrieron a su paso, conscientes de que debían rendir pleitesía a aquella musa de pechos turgentes. Dos hombretones de negro la asaltaron en el vestíbulo y la acompañaron hasta el despacho del susodicho. Estuvo tentada de decir alguna gracia picarona en el trayecto en ascensor pero aquellos hombres eran tan fríos y apáticos que seguramente carecerían de ninguna capacidad de bromear.
Pero incluso de aquella situación pudo sacar algo bueno. Se imaginó que era una diva inalcanzable para aquellos mediocres y que por eso la trataban con la distancia que correspondía a tan fulgurosa estrella.
Finalmente llegaron a su destino: un misterioso despacho en una jaula de cristales translúcidos. Sus guardaespaldas particulares (Violet no tenía nada que envidiarle a Whiteney Houston) la anunciaron. Violet tenía cada vez más claro que ella había nacido para que la tratasen así de bien.
La recibió un hombre de aspecto serio y misterioso. Violet había estado con hombres mucho más atractivos que aquel, pero el misterioso directivo estaba envuelto por un aura de poder y seguridad realmente atrayente.
-Tome asiento, me sabe mal verle de pie con esos tacones.
Mmm, además es un caballero.
-Muchas gracias -dijo la muchacha mientras tomaba asiento en aquella orgásmica silla-. Aunque estoy acostumbrada a bailar durante varias horas con peor calzado que este. - Sonríe, Violet, Sonríe. Que con un poco de suerte compruebas si estas sillas son tan cómodas durante un polvo.
La mirada de aquel hombre la intimidaba. Era demasiado... intensa.
-Aunque veo que ya conoce mi nombre, me presentaré formalmente -Violet se apartó delicadamente un mechón de cabello de la frente con un gesto arrebatador-. Mi nombre es Violet Carson y vengo en representación de Ashton García, dueño de prestigiosa discoteca Electro Sand. Es un verdadero placer conocerle, Señor... -hizo una deliberada pausa a la espera de que su interlocutor le dijera su nombre, pero entonces sonó su teléfono de manera bastante inoportuna.
-Cójalo.
-Disculpe -Qué vergüenza. Entrevistándose con quien, a todas luces, era un pez gordo de los negocios y le suena el móvil.
Esto es un error de novata. ¡Siempre en silencio!
Descolgó rápidamente para acabar lo antes posible con aquella interrupción. Al otro lado del hilo pudo escuchar lo que parecía ser música, esperaba que aquello no le impidiese escuchar bien a su interlocutor.
-David Stanford, novelista y violador –¡El novelista! A buenas horas le llamaba... y en el mejor momento. Aquel hombre era tan oportuno como recatado.
-Violet Carson, bailarina y dominatrix -respondió la joven sin pensar y enfadada por la molestia de la interrupción. Entonces cayó en la cuenta de que no estaba sola y no pudo evitar ruborizarse. Sonrió tímidamente al ejecutivo, a modo de disculpa, ya se inventaría alguna excusa más adelante-. Me alegra que me devuelva la llamaba. Le he intentado contactar antes porque me gustaría concertar una cita con usted y así poder entregarle un pase VIP para la discoteca Electro Sand. Mañana es la gran inauguración y nos encantaría contar con su presencia. Créame, será un evento digno de recordar.
Esperaba que aquel hombre no le pusiera muchas pegas para encontrarse, aunque, si tenía en cuenta todo lo que decían sobre él en la tele, estaba segura de que no pondría ningún inconveniente en quedar con una joven y atractiva muchacha tailandesa.
La sonora carcajada inundó el otro lado del teléfono. Era una risa de un hombre que, si bien no era un alcohólico o un bronquítico, tenía sus años. No tendría sesenta años, pero se acercaba a los cincuenta, y una vida de excesos pesaba en sus cuerdas vocales. Tras unos infernales siete segundos de risas, el hombre consiguió serenarse.
Aquello había sido la gota de vino en su día de alquitrán. Todo el día lidiando con la resaca, con las marcas de una noche de excesos grabada en el pecho con rotulador, peleando por encontrar a su hija desaparecida, y todo para que al final del día, como no podía ser de otra forma, una mujer llamase a su teléfono para ofrecerle al poco diablo un poco más de su droga. Si se anunciaba así, era imposible que David se negase. Era su debilidad.
Pero, debilidad o no, sabía discernir qué era lo más importante. Y sólo había algo más importante que paliar la vida podrida con los excesos del cuerpo. Paliarlo con amor. Sus allegados. Y sus allegados más cercanos eran su esposa y sus hijas. David no podía permitirse el lujo de descansar. No podía perder el tiempo con una bailarina y dominatrix en un evento con música y, conociéndole, dosis de alcohol, drogas y sexo. Sencillamente no podía.
No podía, pero su intuición le obligaba. Jackson había mencionado aquel local, y su aventura nocturna con Lew y aquellas marcas en el pecho atestiguaban algo. De normal hubiese sido una mera coincidencia, y no le había dado mayor importancia a una noche más de sexo desenfrenado hasta que aquel hombre se lo había mencionado.
No recordaba dónde había estado, pero le habían mencionado un local, y ahora le ofrecían otro. Tenía que ir, pero no podía decir que iba. Clare le mataría. Tenía que hablar con Tracy. Aquella prostituta cara sabría más del tema. Y tenía que hablar con Lew. Ese farolero juerguista sabía qué había pasado la noche anterior, por lo que tenía que pillarlo sobrio. Y seguía estando lo de Samantha.
Joder, tenía que hacer muchas cosas, y si seguía pensando en todas se volvería loco. Aceptaría esa cita, pues prometía ser algo. David no podía permitirse el lujo de estar quieto, y no tenía muchas pistas para encontrar a su hija. Todo lo que fuese averiguar cosas sobre lo que había pasado durante su laguna mental etílica sería bienvenido. Alguien debía de seguir algo.
- Hice bien en colgar, pues me habrías pillado en comisaría- comentó como si nada, pisando el acelerador para llegar a casa, con una sonrisa imbécil de oreja a oreja, con las Ray Ban en los ojos y la vergüenza en el asiento de atrás. Decir que David pisaba la comisaría era como decir que los criminales cometían crímenes, pero era obvio que no le interesaba hablar con una dominatrix mientras ponía una denuncia-. Sea pues, por nuestro presidente negro, nuestra licencia de armas y su magnífica fusta- añadió, criticando todas las locuras de américa y sus habitantes, descarriados en un mundo donde la iglesia se mezclaba en la misma ciudad que el tráfico de armas y los clubes de sadomasoquismo-. Diga hora y lugar público, Violet. Pero hazme un favor y dime ya- alzó un poco el tono, volviéndose algo más serio, aunque sin perder el tono de irreverencia propio de un escritor sobreexcitado por un acontecimiento fuera de la tónica de la tarde, si bien lo de la azafata, la esposa de su agente y las marcas del pecho habían tenido su aquel- cómo has conseguido mi número y cuánta gente puedo llevar. Prometo ser malo.
Sabía que su mujer se lo reprocharía, pero no le vendría nada mal llevarse a tres o siete para allá. Eran gente que sabía moverse, y si necesitaba información sobre el club de Jackson, la fiesta de anoche y la relación con los casos de desaparición que parecían no ser pocos, necesitaría toda la ayuda posible. Lo que quedaba claro por teléfono era que a David no le importaban demasiado las palabras a aquellas horas. No las pensaba mucho, así que no eran de la misma calidad embelesadora que a primera hora de la mañana, pero eran todo lo que podía escupir tras forzarse tanto durante ese día. Las vendas de su pecho, su tarjeta de crédito, su coche prestado y su denuncia atestiguaban junto con más cosas que esas doce horas habían dado demasiado de sí.
Y aún tenía que comerse el pavo de acción de gracias con toda la tropa y explicarle a su mujer por qué la puta niña aún no había aparecido. Dios, aquello parecía no tener fin.
Se está riendo. ¡Será condenado! Al menos es una buena señal. Ojalá acepte, no quiero que Asthon me recrimine que no cumplo con mi trabajo. Aunque está tan sexy cuando se enfada...
Los segundos pasaban y la risa continuaba. Violet ya no sabía ni dónde mirar. Evitaba fijarse en el dueño de aquel despacho por miedo a que estuviese reprobando su actitud.
- Hice bien en colgar, pues me habrías pillado en comisaría - Bueno, podría ser peor y haber dicho que estaba en un burdel -. Sea pues, por nuestro presidente negro, nuestra licencia de armas y su magnífica fusta- ¿Eso es un sí?¿Por qué tiene que ser tan críptico? En las escenas de sexo de sus libros no se anda tan por las ramas-. Diga hora y lugar público, Violet. Pero hazme un favor y dime ya cómo has conseguido mi número y cuánta gente puedo llevar. Prometo ser malo.
Vaya, así que es un niño travieso... Quizás al final me caiga mejor de lo esperado.
-¿Tan extraño es que una encantadora joven consiga el número de un apuesto y famoso escritor? -aquel hombre le divertía y había conseguido sacar la vena más traviesa de la muchacha. Si el contexto hubiera sido otro, incluso se habría atrevido a ir más lejos- Me lo proporcionó mi jefe cuando me encargó esta tarea. ¿Le parece bien que nos encontremos mañana en la pista de hielo del Rockefeller Center? A eso de las once de la mañana, así no tendrá que madrugar demasiado. En cuanto a sus acompañantes... Puede usted llevar a quien deseé, siempre y cuando pueda pagar sus entradas, aunque estoy segura de que podrá engatusar al personal de la entrada para no tener que hacerlo -Violet moduló su tono de voz para llenar esta última frase de picardía-. Y ahora discúlpeme, pero me encuentro en medio de una importante reunión y no puedo seguir atendiéndole -Suavizó la voz para que aquella frase no sonase con dureza, de verdad no tenía más tiempo que gastar-. Le veo mañana, Señor Standford.
Y, sin más, la joven colgó el teléfono móvil y compuso su mejor expresión de inocencia y arrepentimiento para pedirle perdón a su acompañante por la interrupción.
Violet se aclaró la garganta con un melodioso carraspeo.
-Espero que pueda disculparme la interrupción -la muchacha pasó de mostrarse sensual a parecer más inocente y frágil. Colocó ambas manos en su regazo para acrecentar la sensación de arrepentimiento. Con un poco de suerte, aquel ejecutivo caería sucumbido a los encantos de aquella muchacha que parecía necesitar un gran hombre poderoso, seguro de sí mismo y poseedor de un lujazo de silla ergonómica-. Como le iba diciendo, le traigo un pase VIP para la gran inauguración que tendrá lugar mañana por la noche. Sería un verdadero honor para nosotros que un hombre de su categoría asistiese. No dude de que pondremos todo nuestro empeño en que, para usted, sea una noche difícil de olvidar.
En aquella última frase, la lujuriosa personalidad de la Violet de más allá del espejo (o del chupito en este caso) hizo aparición en forma de travieso destello.
El hombre escuchó no sin cierta curiosidad la conversación, aunque si bien era una curiosidad más parecida a la de un profesor viendo el nivel de barbaridad que puede alcanzar un alumno explicando un tema que no se estudió para el examen. Pero los sutiles cambios de registro de Violet parecían haber captado su atención de una forma y otra, y cuando la bailarina se disculpó por la interrupción se limitó a hacer un gesto con la mano para quitarle importancia.
- Las disculpas se las pido a usted por haberle hecho venir para nada. El hombre apoyó durante un momento el codo sobre la mesa, y sus dedos hicieron un gesto bien parecido al de tenderle de vuelta el arma al adversario. Me temo que pese a que avisé que mi agenda no me permitía la asistencia el testarudo de su jefe quiso volver a darme esa oportunidad. Quizás otro día. Su tono tiene algo peculiar, un sarcasmo tan bien usado que sería imposible recriminarle que lo estaba usando, aunque era verdaderamente obvio que allí estaba: perfectamente embutido en cada sílaba en su justa medida. Pese a todo infórmele de que acudirá alguien en mi nombre. Una sonrisa leve apareció en su rostro durante un par de segundos. Guárdese el pase. Estoy seguro de que más de una persona en NY daría un buen pago por él. Si me permite...
La mano del hombre se perdió por un momento en un cajón de su escritorio, sacando un pequeño pin con un estrella representando la bandera americana. Tenía cierto encanto distante a las horteradas qeu solían ser ese tipo de cosas.
- Por las molestias. Sonrió, arrastrándolo con el dedo hasta dejarlo frente a la tailandesa. Celebre con orgullo el día que sobrevivió nuestra gran nación.
Era dificil saber si aquello iba con algún tipo de sorna dado el origen de la bailarína, pero lo cierto es que ya había varias generación de asiáticos de rasgos y norteamericanos de nacimiento. Pero no tuvo tiempo de preguntar. El hombre hizo un sutil gesto con la mano y, con rapidez, los dos encargados de seguridad que habían estado apostados en la puerta entraron en la sala, sujetando la puerta con fría educación para que Violet pudiese salir.
- Es un placer haberle conocido, Sra. Carson. aquella peculiar sonrisa volvió a aparecer en su rostro, y Violet tuvo la extraña sensación de que estaba siendo sincero. Desde luego, su cirujano plástico se había ganado su parcela en el cielo, aunque teniendo en cuenta que el tio no le había mirado las tetas ni una sola vez...
- Señor. Saludaron los dos hombres, antes de desaparecer con la bailarina. Y entonces Violet se dió cuenta de que, efectivamente, seguía sin saber que iba detrás del puñetero Señor. Pero estaba claro que aquellos marmotretos con traje no iban a responderle.
El mismo viaje incómodo en ascensor con dos hombres incapaces de mirar sin ruborizarse sus grandes encantos (o así lo veía Violet) y volvía a estar en la planta baja. Por las grandes cristaleras pudo ver al taxista, que estaba fuera fumándose un cigarro mientras se abrazaba a la chaqueta por el frio. La mayoría de la gente que entraba le lanzaba miradas entre confusas y despectivas, pero el hombre parecía estar a lo suyo maldiciendo su suerte.
¡Que no llorase más! ¡Violet había vuelto de un cielo lleno de sillas orgásmicas!
- Ya pensaba que no bajaba...dijo el hombre, que comenzó a andar hacia el taxi, mal aparcado algo más adelante. ¿A donde vamos ahora?