Para ir ordenando un poco las cosas, compartís escena ;)
Las respuestas a su llamamiento fueron acompañadas generalmente de un mas o menos sentido lo siento, pero David sabía que todas y cada una de esas llamadas harían efecto cadena, sentidas o no. Por verdadera amistad o por mera cuestión de negocios, todos iba a prestar su ayuda a la busqueda del escritor. Era o un buen amigo o un buen cliente, y nadie le niega nada a ninguno de los dos tipos de personas.
Si había llamado hasta el insconsciente de Lew, que por un vez no parecía demasiado colocado. Sabía a la perfeción que su productor era capaz de salir en bolas con la cara de Clare tatuada, paseándose como si nada por algún lugar público solo porque aquello saliese en las noticias. No sería la primera vez que hacía algo parecido...Al negocio le iba bien y a él le daba igual que le vieran la polla una vez más en los medios. ¡Y encima ayudaba a un colega! Si era un plan perfecto, al menos a ojos de aquella excéntrica estrella del rock.
El tráfico del centro, endemoniado a aquellas horas, hizo que le diera tiempo más que suficiente para llamar a todo el mundo e incluso mantener breves charlas. ¿Que más daba una multa? Como si no hubiera pisado pocas veces ya por el cuartelillo, y eso cuando ni siquiera tenía algo importante por lo que inflingir la ley: una hija desaparecida.
Pero ya estaba allí, en Rockefeller Center, uno de los lugares más emblemáticos de Nueva York. Ya estaba decorado con toda esa parafernalia navideña, y la gente aprovechaba la libertad que otorgaba el fin de semana para pasearse por allí. Nacionales y turistas reían y sacaban fotos, ajenos a la miseria que vivía en realidad en la ciudad, cegados por las luces y los adornos.
La bailarina dominatrix llegó puntual como un reloj. Gracias al Cielo, porque David necesitaba un entretenimiento urgente con el que llenar su vacio antes de que lo sobresaturase con otra caja de alquitran fumable y caer en uno de sus oscuros infiernos. De uno de los coches que paraba por la zona, un taxi de los típicos de la ciudad, bajó una atractiva mujer asiática con unos tacones escandalosos, que echó un rápido vistazo con pose sugerente a la plaza, antes de lanzar un breve saludo a David y acercarse hacía él con mucha gracia para estar calzando diez centímetros. Gran parte de los hombres allí reunidos maldecían la suerte del escritor, mirando con más o menos disimulo el cuerpo de la mujer.
Al menos había merecido la pena la espera. Aunque fuera por las vistas.
Violet no tardó en encontrar al escritor pese a la increible multitud que se agolpaba allí para disfrutar ya de la estética navideña de uno de los lugares más emblemáticos de Nueva York. Turistas y nacionales paseaban las cámaras de fotos como si no hubiera un mañana. Y la verdad, no podía culparlos.
¡Era todo tan bonito! Tendría que convencer a Ashton para que fueran allí un día a patinar. Sería fantástico. Podrían luego tomar un chocolate y hacerlo salvajemente en la alfombra de piel de oso de su despacho...
¡Ay, el escritor! Bueno, no parecía llevar allí mucho rato, a juzgar por su pose contra el frio, pero no estaba bien hacer esperar a los clientes y menos cuando eran importantes...
Le había sobrado tiempo, pero no importaba. Ya en aquella mañana habría progresado más que en todo el día anterior, y aquella sonrisa de felicidad y aceptación se graba en su rostro mientras se apoyaba en la barandilla, mirando a la gente que poco a poco se congregaba frente a la pista de hielo. El hombre, David, ni corto ni perezoso, parecía mucho más relajado que el día anterior. Si bien por teléfono las prisas del vehículo hacían un ligero eco a su personalidad, aquello era otra cosa muy distinta. De sus vaqueros azules asomaba el bulto de un paquete de tabaco, o al menos, esperemos que fuese de aquello. Bajo la chaqueta gris se escondía una camisa negra, revelando un ligero vello oscuro y una piel bronceada bajo el primer botón, desabrochado a pesar del frío. En su cráneo unas Ray Ban adquiridas hacía menos de 24h le cubrían los ojos, dejando que su melena marrón, encrespada, junto con aquel rostro cuadriculado, hablasen por él. En sus carnosos labios, un cigarrillo recién prendido se consumía lentamente, revelando pequeñas arrugas de la vejez al succionar.
Parecía feliz y contento, desde luego, mucho más que anoche. Su teléfono móvil aún tenía las teclas ardiendo sobre una de sus nalgas, único testigo de que acababa de liberar a la Caja de Pandora sobre New York. No quería ni imaginarse el holocausto que tendría lugar en la discoteca aquella noche, pues el espectáculo prometía tener unas dimensiones legendarias. Si ya por separado el grupo era una fuente de escándalos, juntando a los más peligrosos no descartaba que Electrosand fuese el tema de conversación del mes.
Pero ahí estaba la mujer. Elástica y despampanante, como una mujer sabe ser. Aquellas piernas de marfil y las proporciones divinas no hacían sino incrementar la sonrisa de David, revelando unas líneas de cincuentón acostumbrado a vivir entre sonrisas y algodones. No esperaba menos, la verdad. Hubiese sido toda una decepción que aquella mujer no tuviese una presencia a la altura de sus palabras.
Las manos del hombre, duras y curtidas comenzaron a aplaudir, balanceando el reloj plateado en la muñeca mientras e anillo de compromiso relucía como la luna frente a la oscuridad. Casado pero desatado, al parecer. Los aplausos, escuetos y simbólicos, la precedieron hasta alcanzar a David, momento en el cual paró en seco, quitándose el cigarrillo de los labios mientras abría los brazos de par en par, como si aquello fuese el precursor de un abrazo que nunca tendría lugar pero sí su simbología.
- Tú debes de ser Violet- confirmó, pues no parecía una pregunta-. Encantado, siempre es un placer que te quieran por el interés. Hablemos de negocios- y sin más, señaló una catefería cualquiera a la vista. El hombre parecía satisfecho, pero tenía toda la intención de que fuese ella quien comenzase la fiesta. El ya había tejido la telaraña en la sombra, y sólo le quedaba recibir las órdenes para el pistoletazo de salida, si es que aquello terminaba por convencerle. No en vano, tenía cosas relevantes que hacer.
Ahí está. Míralo que adorable... Parece un pajarito con frío. Pensó la muchacha. Aunque si todo lo que se contaba sobre él era cierto, más que un pajarito una un buitre, y de los grandes.
Violet se desabrochó el primer botón del abrigo y colocó su escote con pericia. Era algo que acostumbraba a hacer siempre que iba a hablar con un hombre. La joven llamaba a ese gesto "No me vas a decir que no" porque pocas veces le había fallado a la hora de conseguir sus objetivos.
Justo entonces, él pareció percatarse de su presencia y comenzó a aplaudir.
Bueno, al menos me recibe como merezco. La sonrisa de la muchacha se ensanchó aún más y se volvió más cálida.
Caminó serenamente hasta él, desplegando sus arrebatadores encantos a cada paso que daba.
- Tú debes de ser Violet. Encantado, siempre es un placer que te quieran por el interés. Hablemos de negocios -el escritor no tardó en señalar una cafetería cercana.
David había abierto los brazos. Si creía que le iba a dar un abrazo, estaba muy equivocado. Violet le tendió la mano.
-Buenos días, Señor Standford. Espero no haberle hecho madrugar demasiado -terminó la frase con una ligera risa, indicando que en realidad le hacía gracia privarle de horas de sueño-. Es un placer conocerle en persona, finalmente. Espero que no me haga falta la fusta, porque me la he olvidado en la mesilla de noche junto a las esposas -Violet rió más sonoramente, con aquella risa cantarina tan agradable.
Esperaba que el escritor captase que era una broma porque si de verdad creía que aquel encuentro iba a derivar en una orgía de cuero, cuerpos sudorosos y cadenas, se iba a llevar un buen chasco.
-Será un placer tomar un café con usted -una prueba de fuego se acercaba: ¿la invitaría o tendría Violet que pagar?
Caminaron ambos hasta la cafetería. Violet dejaba de vez en cuando que su brazo rozase el de su acompañante de manera fortuita. Con el frío que hacía nunca estaba de más calentarse un poco.